25 de noviembre: la memoria que incomoda, la lucha que no se rinde – Por Alejandra Rizzo

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25 de noviembre: la memoria que incomoda, la lucha que no se rinde

Por Alejandra Rizzo*

El 25 de noviembre no es una fecha decorativa ni una efeméride amable. Es una jornada de memoria activa y disputa política. Nació enfrentando dictaduras y violencia estatal en América Latina, y más de medio siglo después sigue interpelando a nuestras democracias, que continúan sin garantizar condiciones reales de igualdad. En Argentina, esta fecha vuelve a cobrar urgencia frente a un gobierno que promueve un programa de ajuste económico, desmantelamiento del Estado y reafirmación del orden patriarcal como parte de su proyecto político.

En este día, los feminismos del mundo vuelven a ocupar el espacio público para recordar a las hermanas Mirabal, asesinadas en República Dominicana por la dictadura de Rafael Trujillo en 1960. Trazar ese puente histórico no es un gesto ritual: es una forma de afirmar que la violencia patriarcal no es un hecho privado ni “doméstico”, sino un proyecto político y estructural que atraviesa los modelos económicos, los sistemas jurídicos, las fuerzas de seguridad, los medios de comunicación y las instituciones del Estado.

Hoy, en distintos países de la región, avanzan gobiernos neofascistas que reivindican el autoritarismo, el desprecio por los derechos humanos, la destrucción del Estado social y la criminalización de la protesta. En Argentina, el gobierno de Javier Milei encarna esa ofensiva: combina desregulación económica con violencia discursiva para reinstalar valores conservadores, convertir el odio en sentido común y despolitizar las violencias de género. Frente a ese programa, la autonomía de las mujeres y disidencias aparece como una amenaza: somos la prueba histórica de que es posible desafiar el orden establecido, disputar el sentido común y torcer el rumbo del ajuste.

Esta ofensiva se expresa en políticas concretas que dejan a mujeres y diversidades más expuestas a la violencia. Cuando se cierran o vacían organismos especializados, se recorta presupuesto, se desarman equipos técnicos, se eliminan programas de acompañamiento, la justicia sigue sin perspectiva de género, la policía minimiza denuncias y protege agresores, los medios amplifican discursos de odio como si fueran debate público y se gobierna para unos pocos expulsando a las mayorías del derecho a una vida digna, la violencia se vuelve más profunda, más cotidiana y más difícil de enfrentar. 

La violencia también se recrudece cuando el discurso oficial transforma la crueldad en sentido común. Hoy vemos gobiernos que reivindican el insulto, acusan a los feminismos de “enemigos”, desprecian la perspectiva de género y desacreditan décadas de lucha que abrieron puertas donde antes solo había silencio. Cuando un presidente se burla de una sobreviviente, cuando una ministra habla de “mentiras” para referirse a datos de femicidios, no estamos frente a exabruptos: estamos frente a una estrategia ideológica. Convertir la violencia en normalidad es un modo de gobernar.

Sin embargo, su narrativa del odio choca con los datos. Mientras el discurso oficial minimiza, la realidad demuestra lo contrario:  una mujer o persona trans es asesinada cada 35 horas y en lo que va del 2025 se registraron 228 femicidios, travesticidios, transfemicidios e instigaciones al suicidio en Argentina, según el Observatorio Ahora Que Si Nos Ven. 

Es la evidencia no el relato oficial la que revela que la violencia no solo existe, sino que se profundiza en un contexto de ajuste, desprotección estatal y criminalización de quienes se organizan para enfrentarla.

A esto se suma el recrudecimiento de la crisis económica, que golpea con mayor fuerza a mujeres y diversidades sexuales: no es una consigna, los datos oficiales del Ministerio de Economía muestran que entre el 61% y el 64% de quienes se encuentran entre los ingresos más bajos son mujeres. La disparidad más cruda, sin embargo, se revela en el salario, según un informe del Centro de Economía Política Argentina (CEPA) de marzo de 2025 estimó la brecha en un 27,7%, una cifra que se dispara por encima del 34% en el universo informal. A esto se suma la desigual distribución del cuidado: las mujeres destinan 6 horas y media diarias a tareas no remuneradas, prácticamente una segunda jornada laboral que no se paga.

Por eso el 25 de noviembre debería ser, entonces, una fecha para incomodar. Para poner en evidencia que la violencia machista no disminuye con indignación moral ni campañas de sensibilización aisladas, sino con políticas públicas sostenidas, integrales y con presupuesto.

Los feminismos y transfeminismos populares han demostrado su capacidad de construir iniciativas en la más amplia unidad, han logrado inundar las calles desobedeciendo el llamado a “quedarse en casa”, han sabido identificar sus enemigos principales, construyendo sus consignas contra el imperialismo, el capitalismo y el fascismo. Han entendido que es hora de dar debates profundos, cuando las formas de organización y de lucha conocidas muestran sus límites en momentos de profunda crisis sistémica. No es posible enfrentar a poderes autoritarios con formas organizativas que fueron eficaces en tiempos democráticos.

Desde los feminismos se comprende que lo central es reconstruir los lazos comunitarios, frente a los horrores que se despliegan cuando el Estado se retira de los barrios para dar paso a la instalación de la cultura del narcotráfico y del “sálvese quien pueda”. Se comprende que no hay lugar a salidas intermedias, ni a vacilaciones. Los feminismos populares están siendo capaces de discutir cómo se construye poder popular real, y de imaginar un futuro posible donde se pueda vivir con dignidad. Y ello con la misma convicción y audacia que Las Mariposas.

Por eso, esta fecha tiene que volver a ser lo que fue en origen: una declaración política. Decir que las mujeres no mueren: las matan. Decir que la pobreza no es un accidente: es una decisión de Estado. Decir que la violencia machista no es un problema aislado: es un orden social. Y sobre todo, decir que no queremos solo estar vivas: queremos vivir con derechos, con autonomía económica, con tiempo propio, con distribución equitativa del trabajo, con acceso real a la justicia y con un Estado que no nos abandone. El 25N no es solo memoria. Es un programa político. Es un llamado a defender las conquistas feministas, a profundizar la organización social y a exigir que en Argentina y en América Latina la vida digna deje de ser una excepción.

 

*Alejandra Rizzo, militante feminista argentina e integrante de la Colectiva Aquelarre Feminista en la provincia de San Luis, Argentina. Analista de NODAL.

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