A 20 años del “NO al ALCA”: ¿Cómo actualizar el mensaje desde América Latina?
Por Paula Giménez y Matías Caciabue*
Veinte años después del histórico “NO al ALCA” en Mar del Plata, el continente enfrenta un nuevo escenario de disputas entre modelos políticos estratégicos. El libre comercio regresa disfrazado de “acuerdos verdes”, “cooperación digital” y “asociaciones estratégicas”, mientras las reglas para las negociaciones económicas y el dominio sobre los recursos estratégicos se impone de manera coercitiva, como lo evidencian las deportaciones de migrantes, las cárceles de máxima seguridad, la militarización de los territorios y el despliegue militar sobre el Mar Caribe.
El Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) fue el proyecto más ambicioso de Estados Unidos en la posguerra fría. Buscaba unificar los mercados del continente bajo una sola lógica: apertura, desregulación y supremacía de las grandes corporaciones. En 2005, los gobiernos de Néstor Kirchner, Luiz Inácio Lula da Silva y Hugo Chávez frenaron aquel intento en Mar del Plata. Pero la disputa por el control económico y político de la región nunca se cerró. Hoy, con otro lenguaje y otras herramientas, el tablero regional aparece convulsionado y ante las demostraciones de poderío de EEUU, que intenta recuperar su hegemonía en la región, resurge la pregunta por los sujetos de la resistencia. ¿Quiénes y a qué le diran “no” en esta nueva era?
De Miami a Mar del Plata: el primer “no”
Cuando el ALCA fue lanzado en 1994, en Miami, casi nadie se atrevía a discutirlo. Los jefes de Estado firmaron sin conflicto el compromiso de ponerlo en marcha en 2005. Eran los años del Consenso de Washington, del auge neoliberal y de las privatizaciones masivas. El libre comercio parecía el camino inevitable.
Sin embargo, en los márgenes crecía otra voz. Sindicatos, campesinos, pueblos originarios, ambientalistas y organizaciones sociales de todo el continente comenzaron a articularse en la Alianza Social Continental, una red que unió resistencias dispersas bajo una consigna: los pueblos debían decidir su destino. Esa articulación, sumada al giro político de comienzos de siglo, hizo posible que en la IV Cumbre de las Américas los presidentes del Mercosur dijeran “no” al proyecto estadounidense. Fue un momento bisagra: América Latina demostraba que podía plantarse frente a Washington.
Tras el “NO al ALCA”, la región vivió un ciclo de integración sin precedentes. Nacieron la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR), la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) y el Banco del Sur, mientras el ALBA-TCP (Alternativa Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América) impulsaba un modelo solidario entre países del Sur.
Con los altos precios del petróleo, la soja y los minerales, los gobiernos progresistas financiaron políticas redistributivas y redujeron la pobreza. Fue una década de autoestima regional: América Latina hablaba con voz propia en el mundo. Pero los límites también aparecieron. La dependencia de los commodities, la reacción conservadora y el corset impuesto por la institucionalidad de la democracia liberal a los procesos transformadores, debilitaron aquél impulso son quizás algunas de las razones por las que los ciclos progresistas debilitaron aquel impulso.
El regreso del libre comercio bajo otro nombre
Hoy, la disputa vuelve a profundizarse. Estados Unidos intenta recomponer su influencia con iniciativas como la Alianza para las Américas para la Prosperidad Económica y proyectos de infraestructura “sostenible”. La Unión Europea presiona para cerrar el tratado comercial con el Mercosur. China, mientras tanto, se consolida como principal socio comercial de la mayoría de los países sudamericanos. El gobierno de Donald Trump ha decidido un repliegue estratégico sobre nuestra región, acorde con su accionar histórico. La reconfiguración política y estratégica a la que apunta el trumpismo, tiene como una de sus premisas reforzar la primacía en el llamado hemisferio occidental, esto es, replegarse en el continente americano. En un retorno a un imperialismo territorialista y proteccionista, con aires al del siglo XIX, la administración Trump busca expandir su espacio estatal continental, también usando la estrategia militar directa sobre el continente.
Así la táctica cambió, pero la lógica persiste: apertura, protección de inversiones y control de recursos estratégicos. Los temas centrales ya no son sólo los aranceles o las privatizaciones, sino la soberanía sobre el litio, la energía y los datos digitales. En nombre de la modernización, el continente vuelve a discutir cuánto de su futuro está dispuesto a entregar.
Los nuevos sujetos del “no”
Las resistencias también se transformaron. A los movimientos sindicales se suman hoy organizaciones ambientales, feministas, campesinas e indígenas y la llamada Generación Z, que bajo diferentes consignas se oponen al nuevo orden que no ofrece futuro. En las calles y en las redes, esas voces reeditan el espíritu de las Cumbres de los Pueblos de fines de los noventa, pero con una mirada ampliada: justicia climática, transición energética justa, soberanía tecnológica, salarios que cubran necesidades básicas.
No se trata solo de rechazar tratados. Se trata de rebelarse ante el nuevo orden de vigilancia, control y ajuste para las clases populares, al que el transito hacia el capitalismo digital intenta conducirnos. Es en la rebelión callejera, precedida por procesos de comunicación y organización que suceden en las redes que se teje un paradigma de lucha basado en la cooperación, la equidad y la defensa de los bienes comunes. Esa agenda, que alguna vez pareció utópica, vuelve a tener sentido en un planeta marcado por la crisis económica, ambiental y la contradicción entre proyectos políticos estratégicos.
Asistimos hoy a un quiebre en América Latina, que según como se reorganice el tablero, definirá su manera de transitar las próximas décadas: subordinada como Patio Trasero de una potencia en declive, pagando los costos de ello y avanzando hacia un proceso de periferialización, o como polo emergente en un sistema mundial en transformación, en donde comienza ya a cobrar protagonismo la lucha de los pueblos.
Hoy, son pocos los países que, entre alinearse con los proyectos globales en el marco de la puja del G2 y reconstruir la propia arquitectura regional, optan por lo segundo, en un momento en el que el mapa regional se disgrega.
El “NO al ALCA” demostró que es posible resistir cuando los gobiernos y los pueblos se encuentran del mismo lado ¿Pero qué hacer en un momento en el que esa relación deja de manifestarse de manera lineal?.
Las organizaciones populares que fueron sujeto de transformación en la pasada década ganada, tienen la gran tarea de reinterpretar su rol en este momento histórico.
Reeditar ese espíritu no significa volver al pasado, sino actualizar el mensaje. En 2005, el continente se atrevió a decir que no. Hoy, quizás, sea tiempo de iniciar el camino de rearticular la fuerza, para volver a hacerlo,de manera imperativa.
* Paula Giménez es Licenciada en Psicología y Magister en Seguridad y Defensa de la Nación y en Seguridad Internacional y Estudios Estratégicos, directora de NODAL.
Matías Caciabue es Licenciado en Ciencia Política y ex Secretario General de la Universidad de la Defensa Nacional UNDEF en Argentina. Ambos son investigadores del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE) y NODAL.
