América Latina frente al nuevo ALCA: el desafío de la soberanía en el siglo XXI
Hace veinte años, en Mar del Plata, los pueblos latinoamericanos pronunciaron un “no” que aún resuena. El 5 de noviembre de 2005, organizaciones políticas, sociales, junto con los presidentes de Argentina, Brasil, Venezuela, Paraguay y Uruguay rechazaron el proyecto del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) impulsado por Estados Unidos. Aquella derrota diplomática del libre comercio significó un punto de inflexión: por primera vez, la región se negó a integrar un esquema económico que ampliaba la dependencia y debilitaba la soberanía. Hoy, dos décadas después, la pregunta vuelve a plantearse bajo nuevas formas: ¿cómo se configura el poder global y qué lugar ocupa América Latina en ese mundo?
El “no al ALCA” abrió un ciclo de integración regional. Nacieron y se fortalecieron la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA-TCP), la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR), la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) y el Banco del Sur. Con precios altos de materias primas, los gobiernos de la región financiaron políticas redistributivas y redujeron la pobreza. Sin embargo, la dependencia de los commodities, y la reacción conservadora fueron los primeros obstáculos a ese impulso. A 20 años, la nueva fase del capitalismo global encontró otras vías para imponer su lógica: el control tecnológico, financiero y digital de los recursos estratégicos de la región.
El siglo XXI ya no necesita grandes tratados comerciales para avanzar sobre los territorios. Hoy, el capital se organiza en torno a una estructura dominada por corporaciones tecnológicas y fondos financieros que controlan energía, agua, alimentos y datos. Este entramado, apoyado en la inteligencia artificial, la robótica y la hiperconectividad, redefine la dependencia latinoamericana. La disputa actual no se libra en una mesa de negociación de estados cómo el 2005 en Mar del Plata, sino en torno al acceso a litio, biodiversidad, minerales críticos y plataformas digitales.
Los números confirman la magnitud del interés global. El triángulo del litio —entre Bolivia, Argentina y Chile— concentra el sesenta por ciento de las reservas mundiales del mineral, clave para la transición energética. América Latina también alberga cerca del veinte por ciento del petróleo del planeta y la principal reserva de agua dulce del mundo en el Acuífero Guaraní. Sin embargo, más de cuarenta millones de personas carecen de acceso al agua potable y más del ochenta por ciento de las explotaciones agropecuarias son familiares o de pequeña escala. La desigualdad entre abundancia y carencia sintetiza el dilema central: la región produce riqueza, pero no controla su destino.
El nuevo ALCA no se firma, se instala. Llega de la mano de acuerdos tecnológicos, de cooperación energética o alimentaria, que muchas veces reproducen viejas dependencias bajo discursos de “transición verde” o “innovación digital”. La Aristocracia Financiera y Tecnológica define el rumbo de los recursos estratégicos, mientras los Estados nacionales enfrentan límites para ejercer soberanía.
En 2005, la resistencia al ALCA fue también una afirmación de dignidad colectiva. El “ALCA, ALCA, al carajo” del presidente venezolano Hugo Chávez sintetizó un sentimiento popular de defensa regional. Hoy, el desafío es traducir esa memoria en políticas concretas: fortalecer la cooperación energética entre países del Sur, impulsar cadenas de valor regionales en torno al litio, el agua y los alimentos, y proteger los bienes comunes de la especulación financiera y tecnológica. No hay sustentabilidad sin justicia social ni transición ecológica sin redistribución de la riqueza.
Veinte años después del NO AL ALCA, frente a un nuevo mapa de dominación, América Latina necesita avanzar en esquemas de integración que combinen soberanía política, autonomía tecnológica y justicia ambiental. En esa articulación entre pueblos, Estados y movimientos sociales está la verdadera herencia del “no al ALCA”: la decisión de decir nuevamente que no al avance del capital, y también la capacidad de construir un sí a un proyecto propio y soberano en la región.
