Bolivia: del capitalismo andino” al “capitalismo para todos” – Por Rafael Bautista Segales

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de NODAL. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

Rafael Bautista Segales

«Bolivia será india o no será», René Zabaleta Mercado

Circula entre los analistas un rumor, con apariencia de cientificidad; siendo en realidad un relato calculado para brindarle al nuevo gobierno una legitimidad postiza. La invención es mediática y los analistas, como sus portavoces, tienen la misión de instalar este relato que cumple una doble función: demonizar la gestión del MAS y canonizar anticipadamente al gobierno entrante con pompa y circunstancia. Para ello, de nuevo, se trata de instalar una percepción maniquea en la opinión pública: salir del infierno hacia la redención. Por eso los analistas dictaminan y se auspicia entre líneas: “al fin el pueblo supo elegir bien”.

El MAS puede haber tenido todos los desaciertos, vicios y absurdos que se le imputan, pero lo que más prima en este relato es la exageración. Recordemos, la primera gestión del gobierno del Evo recibió un país inestable, con bajísima credibilidad institucional y una economía raquítica. Por eso el presidente limosnero admitía, y en cadena nacional, el tener que estirar la mano hasta para pagar a los maestros. Él, al igual que el actual vicepresidente, se presentó para cumplir una única función: limpiar la corrupción. Pero no supo, ni pudo, ni quiso hacerlo. Porque la corrupción es lo institucionalizado hasta como cultura política y social en un país que, sometiéndose a los principios neoliberales y la cesión de su soberanía, sólo puede hacerlo corrompiéndose hasta el tuétano (ya Andrés Soliz Rada denunció esto y el mismo poder judicial lo metió preso). Si el MAS desinstitucionalizó la justicia, no lo hizo mejor que el MNR, con la aplicación del neoliberalismo o la democracia pactada, que legalizó aquella corrupción que tanto alboroto levanta en quienes olvidan, a conveniencia, que eso proviene de mucho antes.

Y si de narcotráfico hablamos, que es una de las más insistidas denuncias contra el gobierno del MAS, hay que recordar que, después de las dictaduras de Banzer y García Meza (que tuvo siempre un fuerte respaldo de los grupos de poder camba), fue el gobierno del padre del actual presidente, Jaime Paz, el que más episodios ligados al narcotráfico tuvo; haciendo hasta leyes en favor de perdonazos a clanes familiares que hicieron fortunas en ese periodo. La comedida diligencia que hace el hijo y actual presidente Rodrigo Paz a Washington, tiene que ver con lograr el respaldo de quienes saben, con todos sus detalles, el involucramiento del gobierno del MIR con el narcotráfico. Se trata, como en la mafia, de pagar el tributo para comprar la absolución.

Tampoco se dice que, el gobierno de facto que se impuso después del golpe del 2019 (con toda la partidocracia implicada), con masacres y genocidio de por medio, desfalcó al Estado y dejó a éste y a las empresas estratégicas, con déficits de inicio. Pero de esto no se dice nada, pues los medios y sus analistas prefieren hablar de un periodo democrático, desde el 1982, sin interrupciones. En el gobierno de facto, la corrupción gozaba de total impunidad, avalado por el mismo poder judicial que ahora ya volvió a sus cauces, es decir, a servir al poder económico; y toda la desinstitucionalización se mantuvo, compartiendo con todas las instancias encargadas del orden jurídico, los beneficios de la corrupción generalizada. Resultado de ello es que, por ejemplo, hasta ahora, no prosperan los reclamos de justicia de las víctimas. Es más, los perpetradores y autores intelectuales de las masacres de Senkata y Sacaba, en tiempo récord y como a pedido exprés, son liberados para asistir al juramento presidencial, como es el caso de la Añez, la misma que firmó las “licencias para matar” a los militares.

El nuevo presidente le reclama al MAS dónde está el mar de gas y el litio. Pero se olvida, a conveniencia, que siendo senador, su labor consistía precisamente en fiscalizar al gobierno. Si desconoce aquello, ¿qué hacía un supuesto legislador y con experiencia política (viviendo de ella también por más de 30 años) sino incumplimiento de sus propias funciones? Además, más allá del maniqueísmo que ha contaminado la discusión política, hay que señalar que, de los 60.000 millones provenientes del gas, supuestamente derrochados por el MAS, la mitad de ese dinero, por razón del IDH, fue a gobernaciones y alcaldías y a las universidades (o sea, hasta Rodrigo Paz recibió una fuerte cantidad, porque Tarija gozaba de mayores regalías provenientes del gas); también se destinó a la infraestructura de transporte, carreteras que, como nunca antes, se desarrolló durante el gobierno del MAS, integrando al país.

Pero el ensañamiento contra las gestiones del Evo tiene el sesgo de alimentar el odio ya instalado en la percepción pública para, de ese modo, darle carta blanca al gobierno actual.  Entonces llegamos al asunto con el que iniciamos esta reflexión. El rumor que circula mediáticamente y que pretende mezquinamente cancelar lo logrado (por poco que sea) y, hasta en lenguaje mesiánico, anunciando una supuesta “tierra prometida” (con el mismo procedimiento evangelizador con el que se impuso el neoliberalismo), es instalar, en la opinión pública, la improvisada y peregrina idea de que “se inicia un nuevo ciclo”.

Los cándidos analistas no tienen idea siquiera de que, lo que anuncian, no es ningún “inicio” sino el continuismo del Estado inaugurado en la revolución del 52. Ya en otro texto hemos expuesto que, con la última versión del MAS, se ingresaba a la decadencia del modelo de Estado republicano, que patrocinó el movimientismo nacionalista[1]. Que el MIR, o su resto mustio, festeje su retorno al poder en la presencia del hijo de Jaime Paz Zamora, Rodrigo Paz, ya da cuenta de que, en realidad, se trata de una vuelta al pasado, ese mismo pasado contaminado por la partidocracia y la democracia pactada.

El nuevo presidente, aparte de ser hijo de Paz Zamora es también nieto de Víctor Paz, el encumbrado por la revolución del 52 (sin haber sido participe de ésta) y líder del MNR; que inicia el proceso de nacionalización de los recursos estratégicos en Bolivia (como la minería y el petróleo), la reforma agraria, el voto universal, etc.; pero también el mismo que después, en 1985, abraza el neoliberalismo e inicia la privatización de todas las funciones esenciales del Estado, privándole de soberanía y hacer que la dependencia estructural se naturalice hasta de modo legal.

El MAS tampoco pudo iniciar una proyección estatal que supere al movimientismo como cultura política. Es más, también sirvió como reciclador del MIR y, de ese modo, se preservó el carácter oligárquico-señorialista que proviene como continuidad hasta familiar desde el 52. Por ello, como nada es casual en la historia (si se sabe leer sus pliegues coyunturales), no es de extrañar que esta decadencia sea ahora absorbida por el nieto. “Nuevo ciclo” sería si el nuevo gobierno se propusiera una nueva “doctrina estatal”, asentada en lo determinante de constituir ideología nacional. Cosa que, aunque inconscientemente, sí hizo el MNR y, por eso, el movimientismo dura hasta el día de hoy.

El MAS tenía que acabar con esa cultura política, pero quedó subsumido en la peor mezcolanza de los advenedizos que, diestros en el llunq’erío (lisonjeros, zalameros y adulones), se colaron desplazando y desprestigiando al factor indígena, siendo éste el imputado de todos los dislates que se cometían en su nombre.

Nunca gobernó el indio y la presencia del Evo fue la única garantía que buscaba ese séquito para lucrar política y económicamente del “proceso de cambio”. Por eso se dice que la corrupción inicial comienza en el desconocimiento del lugar de la soberanía original. Usurpada la soberanía y el poder popular, todo lo demás sucede por inercia; cosa que ya llegó al absurdo en el retorno del MAS con Luis Arce. ¿Cómo se llega a esta situación después de que el pueblo autoconvocado recuperase la democracia el 2020 y haga posible, democráticamente, una nueva oportunidad al MAS para reencauzar el “proceso de cambio” y consolidar el Estado plurinacional y su horizonte político?

Esta pregunta no la hace ningún analista porque, fieles al guion mediático, se saltan el hecho del golpe. Sin esa referencia, toda ecuación analítica permanece atrapada en una incógnita irresoluble. Porque, además, sin la muletilla del fraude se les cae el relato del llamado “nuevo ciclo”. Para ataviar al nuevo gobierno como caído del cielo, necesitan inventarse un pasado único, bajo la supuesta tiránica presencia del MAS. Por eso, en esta impostación calculada, el continuo asedio oligárquico, que ya pretendió dar un golpe de Estado el 2008, en pleno funcionamiento de la Asamblea Constituyente, no existe para la mirada atascada de una rancia intelectualidad que, ahora ve una coyuntura histórica, como si se tratase de una “epifanía bienaventurada” (como para terminar de cerciorarnos, de una vez por todas, del perezoso oficio que ostentan arrogantemente desde los medios).

Lo que hubo, desde la caída del Goni, fue una persistente tarea de reponer la cultura política del movimientismo nacionalista, pues sin ella, dejan de tener las elites el patrimonio del Estado y el poder político. La presencia de un MIR reciclado en el propio MAS tuvo ese papel. ¿Qué es entonces lo que de continuismo hay en toda esta insistencia de reposición del Estado oligárquico-señorialista? Todo se resume en esto: impedir que lo indio se convierta en horizonte político.

Por eso el continuo énfasis que hace toda la cultura movimientista en la reivindicación de lo mestizo, que no se trata de una síntesis unificadora sino calculada. Se trata siempre de la anulación de lo indio de la identidad boliviana, la idea de nación sin presencia nacional, el argumentar contra sí mismo como programa de vida de las elites. El señorialismo de la izquierda, que en esta historia jugó, como siempre y para su desgracia, para el lado oligárquico, tiene en su juramento de superioridad, la garantía de que el indio es el único, en situación de servidumbre y obediencia –cediendo su propia voluntad de vida–, quien legitima los privilegios de la elite colonial de ser siempre clase dirigente.

Por eso el MAS también forma parte del continuismo del movimientismo nacionalista, donde lo nacional se circunscribe al proyecto dependiente-colonial de las elites. Es decir, no hay “nuevo ciclo”, sino la reposición, ahora democrática, del continuismo del modelo liberal republicano que impulsa el MNR. Modelo liberal basado en el paradigma de la desigualdad humana, es decir, en la clasificación antropológica de un humanismo selectivo y excluyente, donde el indio es aceptado a condición de que se modernice, o sea, la autonegación como forma de vida. Bajo diversas estratagemas, unas más despiadadas (como la que suscribe la oligarquía camba), otras más atenuadas (como el de la izquierda eurocéntrica), la insistencia política de las elites siempre ha creído que la contradicción a resolver es: “civilización o barbarie”.

El discurso y el proyecto que llevó al MAS al poder (y que nunca comprendió su elite dirigencial) es que aquella contradicción es aparente. Y lo único que logra es el divorcio entre lo que es verdaderamente nacional y su proyección estatal como la objetivación del universo ético del pueblo. Eso es lo que no deja dormir en paz al señorialismo que, en boca de Rodrigo Paz, se hace claro, porque su repetida evocación a Bolivia, es al país que reclaman como suyo los empresarios, a los cuales tuvo que acudir antes de asumir el mando, en el evento “Visión Bolivia 2025”, prometiéndoles todo, como también lo hizo con los gringos y los organismos internacionales, como el FMI.

Entonces, cuando repetía Bolivia, Bolivia…, en su discurso de asunción al mando, era la Bolivia que buscan repartirse los que siempre se creyeron los dueños de este país. El vicepresidente Lara, que ya es ninguneado hasta por el protocolo de este nuevo gobierno, le habla al “cholaje”, porque proviene de ellos. Y son ellos que, desde la informalidad, pasando por el pequeño empresariado y el comercio en general, sin apoyo estatal, lograron tener cierto poder económico y encuentran en Lara un portavoz. Esa es otra Bolivia (no la otra que hablaba el Mallku Felipe Quispe); la que, en un proceso de empoderamiento, es ya un factor político que puede decidir resultados electorales, como el sucedido. Pero, en este caso, el “cholaje” es un fenómeno emancipatorio, no un proyecto de liberación. Es una apuesta de inserción en el mundo ya constituido como objetividad moderno-capitalista, que hoy ya posee hasta su vocería intelectual en el q’amirismo, que es lo que dio lugar a la idea peregrina del inventor de hipótesis sietemesinas, como fue el ex vicepresidente García Linera: el “capitalismo andino”.

Esta propuesta no fue un exabrupto sino el resultado de una mirada eurocéntrica que la izquierda siempre tuvo sobre Bolivia: la inclusión en el sistema excluyente, administrada por una elite que cumpla las tareas pendientes del colonialismo, como es la capitulación del resto crítico de lo indio constituido en sujeto histórico-político. Esa subsunción, hasta paternalista, de la inclusión del excluido, que aparece como un favor que le hace el propio sistema político, es lo que la izquierda oferta al sistema, para obtener la carta de admisión en las esferas del poder existente.

Entonces, repetimos: no hay un “nuevo ciclo” sino el continuismo hasta patológico de una ideología (o falsa consciencia) compartida tanto por derecha e izquierda: lo indio como obstáculo del desarrollo. Y en esto se devela que el “capitalismo andino” era lo que definía al MAS no como un proyecto post-capitalista sino como el pináculo de los mitos eurocéntricos capitalistas. Cuando el Evo decía que “el vivir bien es que todos tengan propiedad privada”, expresaba lo mismo; por eso la yunta del intelectual y el campesino era ideal, pues ambos expresaban el credo liberal de la modernización como paradigma político, o sea, la destrucción de toda forma comunitaria de vida, para imponer la forma societal del capitalismo liberal.

Dejar de ser indios para abrazar el desarrollo capitalista y toda forma de explotación y dominación en la producción y reproducción social, económica y política. Ese proyecto promovido y extendido por el propio “gobierno del cambio”, generó la aparición y consolidación de los nuevos agenciadores y reproductores de los credos moderno-capitalistas y los convirtió en poderes corporativos con poder de negociación con el Estado; es lo que estaba produciendo el MAS con los cooperativistas mineros, cocaleros, transportistas, comerciantes aburguesados, etc. Por ello el giro en la última gestión se podía hacer pública y lo declaró el sector linerista: “el sujeto de cambio ya no es el campesino-originario sino la clase media”. Pues lo que hicieron las medidas estatales, sin revolución cultural, promoviendo una clase media que, en ese ascenso, aburguesaba su horizonte de expectativas, fue generar un nuevo colchón de reclutamiento de los prejuicios oligárquicos.

Entonces la secuencia no es casual. Es la deducción lógica de un mismo patrón. Y tiene que ver con aquello que se fue generando desde la asunción del MAS. El continuismo, como restauración constante del carácter liberal del mismo Estado, no podía sino arribar a este retroceso del horizonte de expectativas populares y esto –para desenmascarar al componente ideológico que expropió el “proceso de cambio”– fue un acto de sustitución de la soberanía política, para redirigir el Estado plurinacional a la misma orientación liberal del Estado oligárquico-señorialista.

Desde el 2006 hemos venido denunciando este asalto al poder popular que, en las “mesas de concertación” de Cochabamba del 2008, hizo posible el primer golpe de Estado al “proceso de cambio”, que casi nadie vio. En esas mesas el orden instituido se sobrepuso al poder constituyente y, de ese modo, restituyó las prerrogativas del carácter liberal del Estado, para restaurarlo aún bajo el auspicio de las banderas de los negados y excluidos de ese Estado: lo indio como horizonte político. Cuando escribimos el Pensar Bolivia, vol. II, lo subtitulamos: La reposición del Estado señorial[2], donde detallábamos ese asalto y el auspiciado –por el propio “gobierno del cambio”– aburguesamiento del “proceso de cambio”.

La impostura jacobina al interior del gobierno se autoconstituyó como elite dirigencial de un proceso que, de tener profundas raíces democráticas, fue instrumentalizado como un nuevo reposicionamiento del movimientismo que, del auspiciado mestizaje, ahora era transferido al “cholaje q’amirista”, que inclina ahora sus expectativas políticas por la actual dupla gubernamental. La inclusión en el mundo que siempre los excluyó, es ahora lo determinante para reformar el escalafón social, pero siempre dentro de las mismas reglas de juego que impone la clasificación antropológica moderna y su humanismo selectivo y excluyente, es decir, la racialización de la clasificación social. Por eso los nuevos integrantes cargan con la responsabilidad de vigilar las fronteras de admisión selectiva en la pirámide económica.

Si no hay entonces un “nuevo ciclo”, ¿Qué es lo que hay? Porque lo que se está vendiendo como “nuevo ciclo” es la idea de un recomenzar, de una redención mesiánica y hasta de un arribo a una supuesta “tierra prometida” (el racismo prevalente en la sociedad urbana, que apostaba por Tuto, la versión más inflexible en el escarmiento al atrevimiento plebeyo de querer un país entre iguales, objeta a Rodrigo Paz y, sobre todo, a su vicepresidente, esa inclinación popular que les despierta dudas de la fidelidad señorialista que exigen). Ese supuesto “nuevo ciclo”, travestido de demagogia mesiánica, también expresa un populismo o al oxímoron de un capitalismo con rostro humano, que era lo que se acurrucaba detrás de la idea del “capitalismo andino”.

Para esta izquierda eurocéntrica terraplanista (por pensar de modo lineal y no dialectico-circular), para arribar al socialismo, se debe de impulsar los factores civilizatorios del capitalismo, como son el desarrollo de las fuerzas productivas, generando la presencia fuerte de la clase proletaria como conductora de un proceso hacia el socialismo. Pero esta visión althusseriana trasnochada, jamás fue congruente con el propio Marx que, ante las críticas de los narodniki rusos, respondió que, desarrollar factores capitalistas, iba a destruir las posibilidades genuinas de la comunidad rural rusa de un salto al socialismo sin necesidad de atravesar el capitalismo.

Porque cuando Marx señala que el capitalismo es un “modo de producción”, se refiere a que es un modo de producir y reproducir la vida en general, no sólo la producción mercantil. Y lo que produce y reproduce el capitalismo, son relaciones sociales, o sea, relaciones de dominio y explotación. Y esto es lo que genera una subjetividad social acorde al liberalismo, es decir, a la producción de individuos divorciados de relaciones de pertenencia comunitaria, o sea, que sólo velan por la satisfacción de sus intereses exclusivamente particulares. Con esta clase de individuos es imposible el socialismo y peor, una forma de vida basada en relaciones comunitarias de complementariedad, reciprocidad y solidaridad, como es lo que proyecta el “vivir bien”.

El gobierno del MAS nunca se propuso un Estado acorde a ese proyecto, por eso corromperse era sólo cuestión de tiempo, porque el sistema mismo es corrupto y brinda las condiciones para que los actores se corrompan. Por eso se trataba de un continuismo que ahora sigue, pero de modo mas enfático y libre de la presencia indígena, para que la continuidad sea liderada por la elite que vuelve a la captura de lo que siempre consideró suyo y de su exclusiva incumbencia: el destino de este país.

La derecha, en estos 20 años de proyecto plurinacional estancado (por obra y gracia de los mismos que estaban llamados a impulsarlo), no puede generar ni la posibilidad de una renovación discursiva; sólo puede remitirse, incluso para negarla, a la nomenclatura política que proviene del “proceso de cambio”. Ya no puede objetarla ni librarse de ella. El discurso político ha sido atravesado por la referencia ahora señalizada como el chivo expiatorio, para el componente más fascista de la ideología oligárquico-señorialista.

El vicepresidente Edmand Lara recurrió hasta a Tupac Katari en su discurso y el presidente Rodrigo Paz hizo una vaga referencia a la Pachamama[3]. Y aunque suenen como meros atavíos impostados, sobre todo en el presidente, su vigencia retórica es innegable. Así como los analistas no pueden vivir sin mencionar al Evo y magnificar su presencia política, así la casta política necesita de él para justificarse en todo sentido. Esa patología describe su imposibilidad de destetarse del “engendro” que ellos mismos han creado. Si a Arce le costó, y no pudo, deshacerse del Evo, tampoco puede la derecha. Es un fantasma que recorre los pasillos del poder y los sueños de sus actuales inquilinos.

En ese sentido, para estas elites, económicas y políticas, ya sea de izquierda y derecha, de arriba, de abajo, del centro y adentro, el pecado que no le perdonan es hacer que el indio se ponga como un igual ante ellos y haga mejor las cosas, hasta las no bien vistas, a tal grado de hacer que esa presencia oligárquica sea ya innecesaria. Tuvieron que inventarse un monstruo para transferir en éste todas sus culpas, pero no se dieron cuenta que, para crear un monstruo, uno mismo se convierte en monstruo.

Y eso es lo que desencadenaron los medios de comunicación, haciendo que la sociedad citadina despertara sus prejuicios raciales señorialistas y apostara por cualquier cosa para salvarse del inventado desastre. Ahora creen tener una democracia repuesta y una libertad asegurada, como si hubiésemos salido del reino del terror. Este miedo generado mediáticamente, es lo que se traduce como política del odio, que es lo que asegura, para el fascismo existente, la vigencia aduanera de selectividad social y política.

Pero lo que se viene, sí representará los miedos, antes infundados, ahora amenazadoramente crecientes (por eso ya dijo Paz, que “la libertad tiene límites y condiciones”). Porque lo que se propone el nuevo gobierno, después de habernos susurrado canciones de cuna para incorporarse en nuestros sueños, no se puede realizar sin convulsionar a un país que ha hecho propio los contenidos de lo que debía ser el nuevo Estado, las conquistas sociales y los logros asimilados por el pueblo como suyos.

Las medidas que se anuncian, además del perfil del nuevo aparato ministerial empiezan a retratar un repliegue de la soberanía en favor de una injerencia abierta de los poderes fácticos, nacionales y extranjeros. La primera muestra de aquello es la presencia de ministros ligados al agronegocio y la minimización de las responsabilidades ecológicas estatales, poniendo en duda la vigencia de un Ministerio del Medio Ambiente.

El plan gubernamental ya se presume, tendrá una dinámica vertiginosa para implementar cambios que aseguren (contando además con 2/3 de la Asamblea legislativa plurinacional) el retorno más expedito al carácter neoliberal del Estado. Algo que el MAS se cuidó mucho de hacer explícito, aunque en los hechos nunca se propuso alterar ese carácter. Pero el nuevo gobierno ya no tiene nada que le impida ciertas reformas inmediatas para hacer del Estado un modelo empresarial. Para ello magnificaron el tamaño de la crisis, la ineficiencia, corrupción (que en el gobierno del padre del actual presidente superaba en creces la que produjo el MAS), para ilusionar con un bienestar que, por definición y dada la selectividad social y racial en la pirámide económica capitalista, no puede universalizarse.

Por eso, no puede haber “capitalismo para todos”, porque en la competencia generalizada, la “selección” del mercado hace que unos ganen y las mayorías pierdan. La lógica de la acumulación concéntrica jamás puede producir una democratización de la riqueza. Por eso funciona muy bien para los ricos, porque las reglas están hechas para que siempre ganen, a costa incluso de sus propios países. Ya lo dijo el nuevo ministro de economía y finanzas: “los primeros prestamos adquiridos serán para el sector privado” (lógica neoliberal: demonizan al Estado o, en palabras del propio Paz, lo califican como “Estado tranca”, pero se sirven de éste para financiar y asegurar sus negocios, aprovechar los créditos y hacer que las deudas las pague todo un país).

Por eso, ese “reformar la casa” que anuncia el presidente Paz, supone operaciones quirúrgicas que, según él mismo, no serán fáciles, pero “deben ser realizadas”. Y eso lo dice frente a las FF.AA. y les dice a ellos (y publico incluido) que no lo abandonen. O sea, lo que se viene no es nada halagüeño. Y todo ello lo hace en nombre de un no retorno al pasado (identificado éste con el MAS). Pero significa, en los hechos, un retorno al más rancio pasado de la democracia pactada y la partidocracia en plena vigencia neoliberal y que produjo la expulsión de todo ese sistema político que encarnaba la última gestión de Gonzalo Sánchez de Lozada, el Goni, con el MNR. Fue la llamada “guerra del gas”. Sabiendo eso, sabe el nuevo presidente que lo que ha prometido a quienes realmente se debe, no puede sino realizarlo en el tiempo más breve posible, para invalidar el descontento social que inevitablemente ha de producir.

Lo que se viene no es nada atractivo. Un pueblo que ha pasado de la resistencia a la transformación, que ha tenido la experiencia de producir un proceso constituyente y fundar un nuevo Estado, no se cruzará de brazos viendo cómo se le arrebatan las conquistas sociales, la participación y la deliberación que aun mantiene como ese óptimo nacional de referencia del poder popular que ahora deberá activarse como resistencia estratégica.

Notas

[1] Ver https://www.nodal.am/2023/03/bolivia-crisis-en-el-mas-cisma-o-reencauce-por-rafael-bautista-s/

[2] Bautista S., Rafael: Pensar Bolivia del Estado colonial al Estado Plurinacional. Vol. II. La reposición del Estado señorial: 2009-2012, rincón ediciones, La Paz, 2012.

[3] Donde se notó su escaso conocimiento de la cosmovisión andino-amazónica. El día de la asunción de mando llovió, tronó el cielo y granizó hasta la finalización de ambos discursos. El presidente Paz señaló que la lluvia significaba que la Pachamama estaba bendiciendo y limpiando todo. Pero no es de buen augurio que el cielo se oscurezca, que truene, se queje y el granizo, de modo esporádico, caiga como latigazos. Una luvia de bendiciones se presenta con sol y sin truenos ni relámpagos.

*Filósofo, poeta, escritor, ensayista y analista político boliviano. Referente de la perspectiva descolonial a nivel internacional. Fue director nacional de Geopolítica del Vivir Bien y Política Exterior de la Vicepresidencia del Estado Plurinacional de Bolivia. Es impulsor del prestigioso Taller de la descolonización y La Comunidad de Pensamiento Amáutico.

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