Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de NODAL. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.
Bolivia en su laberinto
Por Marco Consolo
Todo salió según lo previsto en la segunda vuelta electoral para decidir el nuevo presidente de Bolivia. Con una alta participación (el 85 % de los casi 8 millones de votantes, incluidos los votos en el extranjero) después de 19 años, el gobierno vuelve a la derecha. Rodrigo Paz, del Partido Demócrata Cristiano (PDC), hijo del expresidente Jaime Paz Zamora, obtuvo el 54,5 % de los votos, frente al expresidente Jorge «Tuto» Quiroga (Alianza Libre), con el 45,5 %. Mientras que el candidato de la derecha «moderada» proestadounidense, Rodrigo Paz (que había ganado la primera vuelta), ha ganado en su primer intento de llegar al Palacio Quemado, por el contrario (y por cuarta vez) no lo ha conseguido Quiroga, el gran perdedor de estas elecciones.
Con este resultado, se cierra, por el momento, la hegemonía del Movimiento al Socialismo (MAS) de Evo Morales, tras casi veinte años de gobierno con la presidencia de Evo Morales (2006-2019) y Luis Arce (2020-2025), interrumpida solo por el golpe contra Evo (con la complicidad de la UE, la OEA y Estados Unidos) con el gobierno de facto de Jeanine Áñez entre 2019 y 2020. En 2020, la mezcla de represión, ineficiencia y corrupción del gobierno golpista había facilitado la victoria electoral y el regreso del MAS, ya que se mantenía la sintonía entre el campo popular y el «instrumento político», reactivado para retomar el gobierno.
El giro electoral hacia la derecha se extendió inmediatamente al poder judicial, que anuló las sentencias contra Áñez tan pronto como el MAS perdió en la primera vuelta, sin siquiera esperar a la segunda vuelta.
En la segunda vuelta de 2025, la estrategia del «voto nulo» impulsada por Evo Morales no funcionó, ya que obtuvo un mísero 4 % de los votos.
La campaña de Paz combinó las «redes sociales» con acciones tradicionales, que incluyeron viajes a los rincones más remotos del país, entre ellos una pequeña ciudad en el corazón del Altiplano, lugar de nacimiento de Evo Morales. Su estrategia consistió en mostrarse más cercano a la gente común que a las élites económicas tradicionales. Rodrigo Paz también habló insistentemente de Dios y de la religión, con una voluntad evidente de dirigirse al mundo evangélico pentecostal que, como en toda la región, es mucho más fuerte que en el pasado.
Su toma de posesión está prevista para el próximo 8 de noviembre.
La elección de Paz, aunque supone un giro hacia la derecha, se caracteriza por ser el «mal menor» y la receta neoliberal será un poco menos brutal que la que podría haber aplicado Quiroga.
Algunos elementos del voto
En cuanto a la geografía electoral, el mapa del voto mantuvo la histórica división entre el oeste y el este del país. En los Andes occidentales, Paz ganó con una amplia ventaja, mientras que en el este, Quiroga ganó con menos diferencia. Paz heredó parte de los votos del MAS, que era fuerte en los Andes occidentales, donde la mayoría de la población es nativa. Por el contrario, los votos que impulsaron a «Tuto» Quiroga procedían en su mayoría de las capitales de provincia, además del apoyo generalizado de los departamentos de Beni y Santa Cruz: un voto de la clase media tradicional y de los sectores «aspiracionales», predominantes en el este del país, bastión histórico de la derecha boliviana.
En cuanto al componente social, en la segunda vuelta, una mayoría urbana-rural de los pueblos indígenas optó por Paz, al igual que lo hizo por Evo entre 2005 y 2014 y por el MAS en 2020. A primera vista, una minoría urbana de clase alta blanca votó a Tuto Quiroga, como lo hizo con Mesa en 2019 y de manera dispersa entre 2005 y 2014.
MAS: un ocaso anunciado
Como se recordará, a principios de la década de 2000 hubo movilizaciones populares masivas («guerra del agua» y «guerra del gas») contra las privatizaciones, pero que también reclamaban (en las calles y en las urnas) la posibilidad de un cambio político y de autogobierno.
En términos sociales y electorales, este fue el inicio del Proceso de Cambio. Fue la noción de autodeterminación de estos sectores, en su mayoría pueblos originarios, la que en 2003 derrocó al régimen neoliberal y, en 2005, eligió a Evo Morales como presidente. En una sociedad con una fuerte presencia de pueblos originarios, fue importante contar con un candidato con el que identificarse: poder votar a alguien que tiene el mismo color de piel, la misma forma de ser, de caminar, de vestir, de hablar, etc., en una especie de autorrepresentación popular.
A partir de la unidad alcanzada en las movilizaciones, se había fortalecido y ampliado el tejido de alianzas y unidad entre los movimientos sociales (urbanos y rurales), los sindicatos, las organizaciones de los pueblos originarios y parte de la izquierda política, que había dado origen al Movimiento al Socialismo – Instrumento para la Soberanía de los Pueblos (MAS-IPSP). Una amplia coalición, más un movimiento que un partido tradicional, fuertemente dependiente de la figura de Evo Morales, pero que reunía de manera unitaria las múltiples vertientes de la rebelión popular.
Por el contrario, en las elecciones de 2025, el MAS se presentó dividido en tres y con dos candidatos: el exministro Eduardo del Castillo, con la sigla oficial, que obtuvo solo el 3,17 % de los votos; Andrónico Rodríguez, que se presentó con una sigla «prestada», obtuvo el 8,5 %. Por último, el expresidente Evo Morales, a quien los tribunales impidieron presentarse, hizo campaña en la primera vuelta a favor del voto nulo con un resultado nada desdeñable: el 19 % de los votantes anuló su voto. Aunque se excluya el 3,5-4 % de votos nulos de las elecciones anteriores, se puede atribuir al expresidente alrededor del 15-16 % de estos votos. Con estos resultados, con una candidatura unitaria, el MAS probablemente habría podido pasar a la segunda vuelta. E incluso en caso de derrota, habría podido contar con una presencia parlamentaria mucho mayor que la obtenida en la primera vuelta del 17 de agosto, cuando prácticamente desapareció de la vida parlamentaria. Cabe recordar que, antes de esa fecha, no funcionó la estrategia de Evo Morales de movilización y bloqueos de carreteras para revocar su inhabilitación electoral. Bloqueos que no solo fueron reprimidos por el Gobierno de Arce, sino que también provocaron un rechazo social, dada la crisis económica e institucional. A pesar de ello, el expresidente sigue siendo un actor político importante.
En conclusión, la estrategia imperialista de provocar una implosión en el MAS y en las organizaciones sociales ha funcionado. El partido que dominó la política boliviana desde 2005 y que fue el alma y el motor de la «Revolución Democrática y Cultural» —con resultados históricos del 64 % de los votos en las elecciones de 2009, del 61 % en 2014 y del 55 % en 2020— no solo ha quedado fuera de la segunda vuelta de las elecciones y del Parlamento, sino que prácticamente ha implosionado como movimiento-partido.
La economía
Los primeros años del MAS demostraron su capacidad de inclusión «étnica» y social, ampliando la «foto de familia de la nación» y permitiendo un largo período de crecimiento económico y redistribución de los beneficios. Pero, poco a poco, ese modelo mostró sus puntos débiles, ya que la expansión económica se basaba, en gran medida, en los altos precios internacionales de las materias primas y en los descubrimientos previos de yacimientos de gas. Y en estas dos décadas, los gobiernos del MAS no lograron consolidar un «Estado social» que fuera más allá de la lógica de los «bonos» específicos para los sectores de bajos ingresos. En un país caracterizado por el fuerte peso de la economía informal, el proyecto nacionalista del MAS, aunque permitió un crecimiento económico significativo con una baja inflación, no logró industrializar el país como había prometido.
Hoy en día, Bolivia atraviesa una crisis económica que todos los candidatos prometieron resolver. Parece haber funcionado la promesa de Paz de un «capitalismo para todos», que combina la atracción de capital extranjero con una cierta intervención estatal. Un experimento aún indefinido que deberá hacer frente a una crisis que se prolonga desde hace tiempo, entre otras cosas con una escasez de combustible y divisas.
Con la presidencia de Paz, el camino que tomará Bolivia estará muy lejos de las políticas del MAS de fortalecimiento del Estado (tras décadas de neoliberalismo salvaje), de nacionalizaciones de empresas estratégicas (gas, litio, etc.) y de redistribución de la riqueza. El nuevo Gobierno ya ha prometido un ajuste neoliberal muy duro, fiscal, monetario y cambiario, la limitación de los impuestos al 10 %, la apertura a los organismos financieros internacionales, además de incentivos al sector privado para relanzar las inversiones en el sector extractivo (hidrocarburos y minas, en particular el litio). Un botín muy apetecible para muchas multinacionales occidentales, también para la llamada «transición energética».
Incluso la propuesta de Paz de redistribuir el presupuesto a favor de las provincias (lo que en otros lugares equivaldría a una descentralización), en Bolivia se traduce automáticamente en el fortalecimiento de las élites locales, extremadamente violentas e históricamente propensas al separatismo. Existe el riesgo real de que los caudillos locales, nostálgicos de la época colonial, vuelvan a hacerse con el control del Estado nacional, así como de un posible intento de secesión, una hipótesis que nunca han abandonado las élites locales de las zonas ricas del país. Cabe recordar que Bolivia nunca ha tenido un sistema de democracia liberal y que hasta 2005 estuvo gobernada por una oligarquía clasista y profundamente xenófoba. El resultado fue la exclusión de la mayoría de la población (representada por los pueblos originarios) de los espacios de poder y de los beneficios de los recursos naturales, que han enriquecido a la oligarquía local y a las multinacionales occidentales.
Para aplicar su programa, dado que los números de Paz en el Parlamento no le garantizan la mayoría (16 senadores de 36 y 49 diputados de 130), el nuevo Gobierno dependerá de su capacidad para construir alianzas y coaliciones con el resto de la derecha. El tono conciliador de Paz ha sido claramente funcional para conseguir el apoyo parlamentario de Quiroga y/o Doria Medina (7 senadores y 26 diputados), el otro derrotado de la derecha. Como es sabido, los votos nulos no eligen diputados.
La política exterior
Por sus implicaciones geopolíticas para todo el Cono Sur, Bolivia es una de las claves de la hegemonía estadounidense en el subcontinente, más aún tras la victoria de Rodrigo Paz. Naturalmente, su victoria fue acogida con alegría por la Casa Blanca, que espera reanudar las relaciones diplomáticas (y no solo eso) tras la expulsión del embajador estadounidense en 2008 y de la DEA, la agencia “antidroga” estadounidense.
Veinte años después, la implosión del modelo político y económico creado por el MAS es una victoria para Washington, que nunca ha dejado de desestabilizar el proceso de transformación boliviano para recuperar el control del país. El dominio total (hoy posible gracias a la victoria electoral de la derecha) era un objetivo perseguido por Washington durante los gobiernos de Evo Morales y Luis Arce. Por su parte, Rodrigo Paz ha dejado claro que mantendrá una «postura agresiva» para buscar acuerdos de libre comercio con varios países, entre ellos Estados Unidos.
El giro a la derecha, entre otras cosas, sin duda pondrá en tela de juicio los acuerdos alcanzados con China y Rusia para la explotación del litio, el gas y otros recursos naturales estratégicos. Se reanudarán las relaciones diplomáticas con Israel, mientras que las relaciones con Venezuela y Cuba corren peligro.
Aún existe incertidumbre sobre lo que hará el nuevo Gobierno con respecto a los BRICS, alianza a la que Bolivia ha sido admitida recientemente.
En cuanto a las alianzas regionales, Bolivia acaba de ser expulsada de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América – Tratado de Comercio de los Pueblos (ALBA-TCP) tras los comentarios del recién elegido presidente, Rodrigo Paz, en los que menospreciaba su papel. Tanto el actual presidente, Luis Arce, como el expresidente, Evo Morales, han expresado públicamente su compromiso con el bloque regional, que ha promovido numerosos programas sociales para combatir el analfabetismo en la región, resolver los problemas de vivienda o devolver la vista (Operación Milagro) a quienes viven en zonas aisladas del continente. La defensa de la ALBA llega tras la decisión del bloque de suspender a Bolivia por la «conducta antibolivariana, antilatinoamericana, proimperialista y colonialista» del Gobierno electo, después de que este no invitara a su investidura a los jefes de Estado de Cuba, Nicaragua y Venezuela, sin justificaciones políticas reales.
Como un anticomunista de la «guerra fría», Paz se muestra menos entusiasta con las guerras culturales libradas por la nueva derecha, aunque ha declarado que quiere pedir ayuda al salvadoreño Bukele en materia de «seguridad» y ha elogiado al argentino Milei y al chileno José Antonio Kast.
En cuanto a Chile, la relación con Bolivia sigue siendo complicada, en particular por la clara negativa chilena a resolver las históricas reivindicaciones marítimas del país andino, recogidas en el artículo 268 de la Constitución boliviana.
En términos más generales, está claro que el giro hacia la derecha supondrá una alineación con los aliados de Washington en la región y un distanciamiento de las alianzas internacionales mantenidas durante estos 20 años (China, Rusia, Cuba, Venezuela, Irán…), que la Casa Blanca considera como humo en los ojos.
Una nueva etapa de resistencia
Con la implosión del MAS, se cierra un ciclo político e ideológico que se inició con las guerras del agua y del gas de 2000 y 2003. La izquierda boliviana vuelve así a la situación anterior a 2005, con el riesgo de que una parte de los movimientos pueda ser comprada con prebendas estatales. El MAS fue un partido de movimientos, una fuente de fuerza, pero también de debilidad, ya que no tenía una estructura orgánica y dependía de Evo Morales para mantener la unidad. Hoy en día, el liderazgo de Evo ya no es como lo conocíamos, pero su figura, aunque proscrita electoralmente, sigue siendo un factor clave en el escenario político y electoral, tras haber sido reelegido dos veces por amplia mayoría.
Así, divididos y desorganizados por ahora, sin líderes indiscutibles y sin partido, la izquierda política y social y la mayoría de los pueblos originarios deben detener a una derecha que en su campaña electoral ha pedido el fin del Estado Plurinacional, el retorno a la República tradicional (ya no plurinacional) y la expulsión de los «masticadores de coca» del Gobierno.
Ante este nuevo panorama, los movimientos sociales, sindicales y de los pueblos originarios del país se preparan para iniciar una nueva etapa de resistencia en defensa de los logros sociales alcanzados y de la soberanía nacional.
La primera difícil tarea es sanar las profundas heridas causadas por la ruptura del «Pacto de Unidad» de las organizaciones sindicales, sociales, campesinas y de los pueblos originarios. El Pacto reunía a la Confederación Nacional de Mujeres Campesinas Indígenas Originarias de Bolivia «Bartolina Sisa» (CNMCIOB-BS), la Confederación Sindical de Comunidades Interculturales Originarias de Bolivia (CSCIOB), el Consejo Nacional de Ayllus y Markas del Qullasuyu (CONAMAQ) y la Confederación de Pueblos Indígenas de Bolivia (CIDOB), además de la Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia (CSUTCB).
Una señal positiva ha sido el reciente congreso de la principal central sindical, la histórica Central Obrera Boliviana (COB), con la elección de un nuevo grupo dirigente. En una clara señal, los nuevos dirigentes ya han declarado su oposición a cualquier medida gubernamental de carácter neoliberal, ya sea la supresión de los subsidios a los combustibles, la privatización de la sanidad y la educación o la venta a bajo precio de los recursos naturales.
Aunque se encuentre en grandes dificultades, sería un error considerar concluido el Proceso de Cambio que, aunque disperso, sigue vivo en ese tejido de red construido en estos años.
Para retomar el camino de la transformación, es necesario iniciar de inmediato un proceso de diálogo entre todas las organizaciones populares. No solo para realizar las autocríticas necesarias, sino sobre todo para elaborar juntos las bases de una plataforma programática común, como instrumento para movilizar a la población en la defensa de los derechos conquistados y hacer frente a las medidas neoliberales en los próximos cinco años. Sin negar la importancia del crecimiento de nuevos líderes que podrían surgir de los conflictos sociales.
Veremos si el presidente electo sabrá actuar con el realismo necesario frente a una oposición desde abajo que, a pesar de la derrota electoral, sigue organizada para resistir los ataques antipopulares.
El camino hacia la unidad del campo popular está lleno de baches y es cuesta arriba, pero no se vislumbran otros en el horizonte.
