Milei busca consagración en Estados Unidos: entre la fe de mercado y la dependencia financiera

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Milei busca consagración en Estados Unidos: entre la fe de mercado y la dependencia financiera

El presidente Javier Milei viajó nuevamente a Estados Unidos, su destino político más recurrente desde que asumió. Esta vez no fue para negociar acuerdos diplomáticos ni inversiones concretas, sino para exponerse ante el poder económico y mediático que valida su ideología: el de Wall Street y Miami. Su presencia en el American Business Forum, junto a Donald Trump y figuras del mundo financiero, busca consolidar un relato de éxito personal y nacional frente a un país que sigue en crisis. Pero, detrás del brillo escénico y la retórica libertaria, la gira confirma la creciente subordinación del gobierno argentino al eje financiero norteamericano.

El evento, organizado por el empresario uruguayo Ignacio González Castro, combina show y negocios. Las entradas cuestan entre cien y diez mil dólares y prometen escuchar a líderes globales —entre ellos Trump, Lionel Messi, el banquero Jamie Dimon y la dirigente venezolana María Corina Machado. Milei no dará un discurso; será entrevistado por el periodista de Fox News, Bret Baier, amigo personal de Trump. El mensaje es claro: más que presidente, Milei se presenta como rockstar del mercado, una figura diseñada para entusiasmar a inversores y audiencias conservadoras.

Desde su llegada al poder, el presidente argentino ha cultivado una relación simbiótica con el establishment financiero estadounidense. Su ministro de Economía, Luis Caputo, es el nexo directo con ese mundo. La designación de Alejandro Lew —ex ejecutivo de YPF y hombre cercano al JP Morgan— como secretario de Finanzas profundiza esa orientación. Lew, según fuentes del sector, fue impulsado por el Consejo de las Américas, la organización que agrupa a las principales corporaciones estadounidenses con presencia en la región. La reunión que Milei mantendrá en Nueva York con ese mismo Consejo funciona, en los hechos, como una rendición de cuentas ante quienes condicionan el rumbo económico del país.

El itinerario incluyó también una parada espiritual: la visita a la tumba del rabino Menachem Mendel Schneerson, líder del movimiento Lubavitch, en Queens. Milei ya había ido allí tras ganar las elecciones. La imagen del mandatario rezando antes de reunirse con empresarios sintetiza su credo político: un misticismo de mercado que mezcla religión y capital como fuentes de legitimidad. Esa combinación, que entusiasma a sus seguidores, refuerza a la vez su dependencia de apoyos externos para sostener una política económica que, hasta ahora, se tradujo en ajuste interno y promesas de confianza futura.

El presidente parte de un supuesto: si logra el aval del poder financiero global, la inversión extranjera llegará sola. Sin embargo, la historia argentina muestra lo contrario. Los ciclos de alineamiento con Washington —del rodrigazo a la convertibilidad, del “mejor alumno del FMI” al actual experimento libertario— dejaron economías más frágiles y sociedades más desiguales. La búsqueda de legitimidad en foros empresariales contrasta con el deterioro local: caída del consumo, conflicto salarial y un aparato productivo sin crédito. Mientras Milei expone en Miami, en Buenos Aires su gobierno enfrenta renuncias, tensiones internas y un sindicalismo que vuelve a reagruparse ante la reforma laboral.

La paradoja es evidente. Milei viaja para hablar de “libertad económica” en un foro financiado por el Fondo de Inversión Pública de Arabia Saudita, uno de los tres más grandes del mundo, propietario del 80% del club inglés Newcastle y accionista de Uber. La globalización del capital no reconoce fronteras ideológicas, pero sí relaciones de dependencia. El presidente argentino, que se presenta como enemigo del “Estado interventor”, se rodea de los mayores fondos soberanos y bancos internacionales. En nombre del libre mercado, acepta la tutela de quienes lo regulan desde afuera.

Su paso por Estados Unidos busca mostrar fortaleza, pero expone vulnerabilidad. Cada foto, cada aplauso y cada entrevista con medios afines al trumpismo consolidan una imagen internacional, aunque poco se traduzca en beneficios concretos para el país. Lo que se fortalece no es la Argentina, sino la narrativa de un líder que necesita ser validado por el poder financiero global.

La política exterior convertida en espectáculo corre el riesgo de reducir la soberanía a una franquicia ideológica. En tiempos de crisis, los gobiernos eligen entre negociar o subordinarse. Milei parece optar por lo segundo, convencido de que el aplauso extranjero puede reemplazar la legitimidad interna. Pero ningún foro ni banquero podrá sostener un proyecto que no atienda las urgencias del país real.

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