Nigeria en la mira: el intervencionismo de Trump y la defensa de la soberanía africana

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Nigeria en la mira: el intervencionismo de Trump y la defensa de la soberanía africana

El presidente estadounidense Donald Trump ha colocado a Nigeria en el centro de un tenso debate internacional. Durante un vuelo a bordo del Air Force One, afirmó haber solicitado al Pentágono que planifique un posible ataque militar contra el país africano, justificando esta medida en la supuesta existencia de un «genocidio cristiano». «Están matando a los cristianos, y los están matando en grandes cantidades. No vamos a permitir que eso suceda», declaró el mandatario republicano. Sus palabras han desatado inmediatas reacciones diplomáticas y un rechazo unánime entre los nigerianos de todos los credos religiosos.

La simplificación del conflicto nigeriano como una confrontación religiosa ignora su compleja realidad. Nigeria, el país más poblado de África con más de doscientos veinte millones de habitantes, presenta una diversidad étnica y religiosa donde el norte es mayoritariamente musulmán y el sur predominantemente cristiano. Sin embargo, la violencia afecta por igual a todas las comunidades, con agricultores, pastores, militares y civiles atrapados en ciclos de venganza que responden a causas estructurales más profundas.

La respuesta internacional no se ha hecho esperar. La Comisión de la Unión Africana reafirmó su compromiso con la soberanía nigeriana, destacando el papel clave del país en la estabilidad regional y la lucha contra el terrorismo. China advirtió sobre el uso de la religión como pretexto para interferir en asuntos internos, recordando que Nigeria participa activamente en los BRICS y desarrolla proyectos estratégicos como el programa «Esperanza Renovada», que incluye un complejo avícola de cuatrocientos cincuenta millones de dólares en el estado de Kaduna.

El mapa de la violencia en Nigeria refleja desigualdades estructurales y realidades regionales diferenciadas. En el noreste, grupos yihadistas como Boko Haram y su escisión ISWAP (Provincia de África Occidental del Estado Islámico) atacan tanto a civiles como a fuerzas de seguridad, pero estos episodios se insertan en un contexto de pobreza extrema, marginalización estatal y ausencia de desarrollo social. En el noroeste, las bandas criminales que se dedican al secuestro, la extorsión y el control de minas de oro y otros minerales reflejan la concentración de recursos y la falta de alternativas económicas para las comunidades locales.

En la región central, los conflictos entre agricultores y pastores por el acceso a tierra y agua muestran cómo la presión demográfica, el cambio climático y la falta de políticas inclusivas de gestión de la tierra generan desplazamientos masivos y ciclos de violencia. En el sureste, el Movimiento por la Soberanía del Estado de Biafra (IPOB) y su brazo armado, el Ejército Secreto del Este (ESN), atacan objetivos estatales, señalando demandas históricas de autonomía y reconocimiento de comunidades postcoloniales marginadas. Mientras, en el delta del Níger, las redes vinculadas al robo de petróleo ejercen violencia focalizada por control económico, producto de un modelo extractivo que prioriza ganancias corporativas sobre bienestar local. Este panorama evidencia que la violencia no es una confrontación religiosa o étnica aislada, sino el resultado de décadas de desigualdad, concentración de recursos y ausencia de políticas públicas efectivas que garanticen derechos, desarrollo y justicia social.

La economía nigeriana presenta una paradoja devastadora. A pesar de ser el mayor productor de petróleo de África y miembro de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) desde 1971, más del cuarenta por ciento de su población vive bajo la línea de pobreza. La dependencia del crudo ha relegado al sector agrícola, generando inseguridad alimentaria y haciendo a millones de nigerianos dependientes de importaciones para su sustento básico.

La retórica intervencionista de Trump no solo simplifica peligrosamente esta realidad multidimensional, sino que podría exacerbar las tensiones existentes. Cualquier solución duradera requiere abordar las causas estructurales del conflicto, fortalecer las instituciones, promover una gestión equitativa de los recursos, diversificar la economía y construir mecanismos de justicia local efectivos. 

La estabilidad de Nigeria es crucial para toda África Occidental. Permitir que potencias externas intervengan en sus conflictos según intereses ajenos no solo es contraproducente, sino peligroso. La soberanía nigeriana debe prevalecer sobre cualquier narrativa importada.

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