Resistencia comunitaria: realidad y desafíos de los feminismos populares y revolucionarios en América Latina y el Caribe – Por Paula Giménez

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Resistencia comunitaria: realidad y desafíos de los feminismos populares y revolucionarios en América Latina y el Caribe

Por Paula Giménez*

En América Latina cada día asesinan a mujeres por razones de género, millones no tienen ingresos propios, la fecundidad cae al calor de la precariedad, pero los feminismos populares emergen como uno de los pocos sujetos capaces de disputar el rumbo frente a los proyectos neofascistas y neorreaccionarios. Quizás esa sea la razón por la que gobiernos y líderes de derecha extrema en América Latina y el Caribe culpan al feminismo por una supuesta “crisis civilizatoria”.

La ofensiva reaccionaria no es abstracta. En Argentina, el gobierno de Javier Milei desmanteló el Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad, en sintonía con lo que ya hicieron Panamá, Ecuador y El Salvador al eliminar organismos específicos para las políticas de género en nombre del “ajuste del gasto público”. En Brasil, la herencia del bolsonarismo sigue activa en el Congreso y en las iglesias. En El Salvador, el régimen de Nayib Bukele combina punitivismo extremo con un discurso que ataca al movimiento feminista y diverso. Estos gobiernos y sus usinas culturales comparten una misma operación: nombrar al feminismo como enemigo para disciplinar a las mayorías populares.

¿Las responsables de la “Crisis civilizatoria»?

Según el Mapa Latinoamericano de Feminicidios, al menos 4855 mujeres fueron asesinadas en América Latina en dos mil veinticuatro, lo que equivale a 13 feminicidios por día. La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) calcula que, en promedio, una mujer es asesinada por razones de género cada dos horas en la región. Es como si, cada pocos días, desapareciera por completo un curso entero de una escuela. Al mismo tiempo, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) advierte que el 57% de las mujeres trabaja en la informalidad y que gana en promedio un 17% menos que los varones, mientras ochenta y tres millones de mujeres en la región no tienen ingresos propios.

En este contexto, la derecha neofascista intenta instalar un nuevo mito: la caída de la natalidad sería producto del aborto legal, del movimiento LGBTTIQ+ y de los feminismos. Pero la dinámica demográfica muestra algo distinto. La tasa de fecundidad en América Latina y el Caribe cayó de 2.6 nacimientos por mujer en el año 2000 a 1.78 en 2023, por debajo del nivel de reemplazo poblacional; Brasil, México, Chile, Colombia, Ecuador y Argentina siguen esa misma trayectoria descendente. No se trata de un fenómeno aislado, ni de un “contagio ideológico” verde: es una tendencia general que atraviesan los países, sin importar el signo político del gobierno de turno.

El Fondo de Población de las Naciones Unidas, en su informe Estado de la Población Mundial 2025: La verdadera crisis de fecundidad: Alcanzar la libertad reproductiva en un mundo de cambios, señala que muchas personas no pueden formar la familia que desean por obstáculos estructurales como la inseguridad económica y laboral. La nueva fase del capitalismo, marcada por la digitalización y la financiarización, convierte al tiempo disponible en trabajo no pago y empuja a la clase trabajadora a un régimen de vida sin horizonte cierto: contratos temporales, plataformas que convierten la casa en fábrica, endeudamiento permanente. Allí se inscribe lo que Lucas Aguilera define como tendencia a la disminución de la producción de fuerza de trabajo, es decir, procreación de la clase proletaria: con automatización y precarización, el capital ya no necesita la misma reposición de fuerza de trabajo. La élite de los dueños de corporaciones digitales y fondos de inversión concentra casi toda la riqueza global y condiciona a los Estados. Algunos de sus rostros más conocidos, como Elon Musk, Jeff Bezos o Mark Zuckerberg, pueden sostener familias numerosas con fortunas de cientos de miles de millones de dólares (USD), al mismo tiempo que financian abortos para sus empleadas, recortan derechos laborales o censuran información sobre salud sexual en sus plataformas. Mientras ellos deciden cuándo y cuántos hijos tener, millones de mujeres posponen o renuncian a la maternidad porque no llegan a fin de mes, porque trabajan jornadas dobles o triples, o porque el futuro aparece privatizado. No es el feminismo; es la arquitectura material de la vida la que empuja abajo la natalidad.

Los proyectos neofascistas y neorreaccionarios buscan ocultar esta disputa de fondo. Instalan la “ideología de género” como enemigo interno, alimentan discursos de odio en redes sociales y reciclan una idea vieja disciplinadora de los cuerpos: que la familia nuclear heterosexual es la única garantía de orden social. Lo hacen sobre plataformas digitales cuyo diseño amplifica contenidos misóginos y violentos, mientras castiga las voces disidentes. Sin embargo, en ese mismo territorio, los feminismos populares y revolucionarios respondemos con campañas digitales coordinadas, transmisiones comunitarias de calle en vivo, producción de contenidos propios y redes de denuncia que rompen el cerco mediático. Tomar las redes sociales es hoy tan estratégico como tomar la calle.

Feminismo revolucionario o feminismo blanco liberal : disputas internas

Dentro del propio movimiento feminista la disputa también es clara. Se filtra en nuestras filas un feminismo blanco liberal inventado por quienes concentran las riquezas, adaptado al lenguaje del coaching, a la ‘’igualdad’’ aparente, del empoderamiento individual y la mujer sin hijos pro-aborto, se conforma con más mujeres en la cúpula de un sistema desigual que expone viejas estructuras y busca romperlas con el objetivo de profundizar nuestra explotación, de hacernos responsables por la pobreza con la que nacimos. Frente a él, también se encuentra el feminismo conservador de las tradwifes, tendencia de las redes sociales que sostiene que la mujer tiene un rol fundamental y tradicional en el sistema: sostener un hogar, procrear, cocinar, cuidar a tus hijos y estar a disposición del varón ‘’proveedor’’ de las riquezas del hogar, promoviendo la existencia de las ‘’familias bien’’, blancas y con estilo norteamericano.

Frente a estos proyectos que se disputan el poder, surgimos los feminismos populares y revolucionarios quienes sostenemos que no hay libertad si hay una élite patriarcal que concentra las riquezas, que no existirá dignidad popular sin cuestionar la propiedad privada que organiza la vida, o los sentidos que circulan en las plataformas digitales, donde ahora transcurre nuestro tiempo vital, y sin enfrentar la división sexual del trabajo que recae sobre mujeres y disidencias. En este proyecto nos encontramos mujeres y disidencias que enfrentamos la pobreza extrema instalada y causada por el endeudamiento profundo al que nos arrastran los gobiernos neoliberales y neofascistas.

Los feminismos y transfeminismos latinoamericanos no somos identidades individuales, somos programas políticos. Participamos en organizaciones, sindicatos, escuelas y hospitales, accionamos en los asentamientos, en los barrios, villas y favelas, en las comunidades campesinas y en movimientos indígenas. Las calles de Ciudad de México, Bogotá, Quito, La Paz, Buenos Aires, Santiago, Lima o Montevideo se llenan de trabajadoras que paramos, marchamos y denunciamos que también es violencia el ajuste económico, la deuda externa y el extractivismo. Nuestras redes sororas y políticas sostienen comedores, ollas populares, refugios y espacios de cuidado, es decir, formas concretas de reproducción social por fuera de la lógica de este sistema capitalista opresor.

En una región atravesada por el conflicto en Palestina a nivel mundial, el avance de las derechas autoritarias y la concentración extrema de la riqueza, los feminismos latinoamericanos revolucionarios y populares ya demostramos que pueden articular resistencias locales con causas globales, porque luchar por Palestina, es luchar por la dignidad de los pueblos del mundo y, con ella, por nuestra propia dignidad. El desafío ahora es sostener esa potencia en programa: tomar las redes, las calles y también las instituciones con una propuesta que enfrente a la Nueva Aristocracia Financiera y Tecnológica, que desmonte los proyectos neo reaccionarios y coloque la vida, los cuerpos y el tiempo popular por encima del lucro. No para “salvar” a las mujeres, sino para encender, una vez más, la posibilidad de que toda la clase trabajadora viva se reproduzca en condiciones de dignidad y con la perspectiva de un nuevo mundo en donde la comunidad sea la humanidad.

*Paula Giménez es Licenciada en Psicología y Magister en Seguridad y Defensa de la Nación y en Seguridad Internacional y Estudios Estratégicos, directora de NODAL.


 

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