El Nobel de la Paz como arma geopolítica
Por Doris Theis*
El otorgamiento del Premio Nobel de la Paz a María Corina Machado representa un momento de inflexión que desnuda, una vez más, la instrumentalización política de un galardón que históricamente ha servido para legitimar agendas imperiales disfrazadas de humanitarismo. Lo ocurrido en Oslo no es un acto de reconocimiento a la paz, sino una operación de injerencia en los asuntos internos de Venezuela que merece ser denunciada con claridad.
La decisión del Comité Nobel noruego de premiar a una figura política que ha promovido abiertamente el aislamiento económico de su propio país, que ha solicitado intervención extranjera y que ha respaldado el bloqueo unilateral que ha causado sufrimiento a millones de venezolanos, plantea una pregunta fundamental: ¿qué concepto de paz defiende este premio?
El discurso del presidente del Comité Nobel, Jorgen Watne Frydnes, durante la ceremonia constituye un precedente gravísimo de injerencia directa en los asuntos soberanos de una nación. Desde esa tribuna en Oslo, se pronunciaron juicios sobre la legitimidad de instituciones venezolanas, se desconocieron procesos electorales observados internacionalmente por numerosas delegaciones, y se validó un discurso que busca justificar presiones externas sobre el país suramericano.
Esta no es la primera vez que el Nobel de la Paz se convierte en herramienta geopolítica. Recordemos que Barack Obama lo recibió en 2009, apenas nueve meses después de asumir la presidencia, para luego desatar bombardeos en siete países. La Unión Europea lo obtuvo en 2012, mientras aplicaba políticas de austeridad devastadoras en Grecia. Ahora, el premio se entrega a quien simboliza la estrategia de cambio de gobierno que Washington ha perfeccionado durante décadas.
Detrás del discurso sobre «derechos humanos» y «democracia» se esconde una realidad que ya nadie puede negar: Venezuela posee las mayores reservas de petróleo certificadas del planeta. Esta no es una coincidencia menor en la ecuación geopolítica global.
La retórica sobre el narcotráfico como justificación para una posible intervención militar resulta particularmente cínica. Estados Unidos, que ha sido históricamente el mayor consumidor de drogas del hemisferio y cuyas políticas de «guerra contra las drogas» han generado violencia y desestabilización en toda América Latina, pretende ahora usar este argumento para legitimar una acción militar en territorio venezolano.
No olvidemos que documentos desclasificados han revelado cómo el gobierno estadounidense apoyó el golpe de Estado de 2002 contra el presidente Chávez, cómo financió grupos opositores a través de agencias como USAID y NED, y cómo las sanciones unilaterales han sido reconocidas por relatores de la ONU como causantes de una crisis humanitaria.
Lo más grave del acto de premiación es el mensaje que envía: los pueblos del Sur Global no tienen derecho a decidir su propio destino. Mientras en Oslo se celebraba a una figura política que representa menos del 20% del electorado venezolano según encuestas internacionales independientes, se ignoraba olímpicamente la voz de millones de venezolanos que respaldan a la Revolución Bolivariana y al presidente Nicolás Maduro Moros, que rechazan la intervención extranjera y que exigen el fin de las medidas coercitivas unilaterales que estrangulan la economía venezolana y a su heroico pueblo.
El discurso del presidente del Comité Nobel, fue un acto gravísimo de profundo irrespeto hacia el pueblo venezolano en su conjunto. Habló como si 30 millones de personas no existieran, como si sus decisiones democráticas carecieran de valor, como si su soberanía fuera un obstáculo que eliminar.
Es evidente que este Nobel de la Paz no busca construir paz en Venezuela, sino legitimar una escalada de presión que podría derivar en consecuencias humanitarias aún más graves. Es parte de una estrategia que ya hemos visto en Irak, Libia, Siria: primero la demonización mediática, luego las sanciones económicas, después el aislamiento diplomático y finalmente la intervención militar «humanitaria».
Los pueblos de América Latina conocemos demasiado bien este libreto. Conocemos el precio del petróleo venezolano que pretenden robarse a costa de sangre y soberanía. Por eso, frente a este premio politizado, debemos reafirmar principios básicos: no a la intervención extranjera, sí al respeto a la soberanía y autodeterminación de los pueblos, y no a la instrumentalización de los derechos humanos para justificar agendas imperiales.
La paz en Venezuela la construyen y la defienden los venezolanos, no desde Oslo ni desde Washington. Y ese es un derecho que ningún premio podrá nunca arrebatarles.
*Politólogo-Corresponsal de Noticias Vaticano
