Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de NODAL. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.
Raúl Zibechi *
En este periodo de guerras generalizadas, puede ser necesario repasar algunos principios sobre el conflicto armado entre estados y el papel de los pueblos. En estos momentos de honda confusión, parece necesario aclarar que no hablamos desde las instituciones existentes, sino desde el anticapitalismo y las resistencias a la violencia y los genocidios en curso.
El primer caso es el de la guerra entre grandes estados, en general, potencias nucleares. Esta guerra, hoy, no es directa, sino a través de terceros, ya que por ahora evitan una confrontación que tendría enormes consecuencias, ya que es muy probable que en ese escenario se lleguen a utilizar armas nucleares. Aquí no caben las medias tintas: para los pueblos no hay potencias buenas y todas forman parte de un mismo sistema capitalista, patriarcal y colonial.
Aunque debería ser ocioso mentarlo, el núcleo de la dominación imperial son los Estados Unidos (a la cabeza del Norte global), mientras las potencias que lo desafían (China y Rusia) no sólo forman parte del mismo sistema, sino que son igualmente opresivas y buscan la hegemonía. Existen partidos de izquierda y hasta movimientos que defienden la tesis de que China es un país socialista, con la misma escasa seriedad con que un académico argentino encuentra similitudes entre Putin y Lenin.
El segundo caso es el de la agresión de una potencia (grande o mediana) hacia una nación de la periferia del sistema-mundo, en cuyo caso cabe defender la soberanía del país agredido, sin cortapisas y más allá del gusto o disgusto por el régimen que lo gobierne. Este es el caso de la invasión de Rusia a Ucrania, de la guerra de Arabia Saudí (y varias potencias occidentales) contra Yemen, y de la amenaza de invasión de Estados Unidos contra Venezuela. Es la tremenda historia de las más de 50 intervenciones de Washington en nuestra región desde fines del siglo XIX.
Aquí también las izquierdas esgrimen un doble discurso. Denunciamos con toda razón los asesinatos de miles de niñas y niños palestinos, pero no decimos una palabra sobre los dolores que sufre la sociedad ucrania. ¿O es que la vida de niños y niñas las cotizamos en el altar de la conveniencia geopolítica? De más está decir que actitudes como ésta desacreditan a las izquierdas y las convierten en meras piezas del tablero de ajedrez global.
El tercer caso es el de la agresión de una potencia o de un Estado-nación hacia un pueblo, como es el caso de la violencia y genocidio del pueblo palestino por Israel y Estados Unidos. Pero también podemos incluir la violencia contra el pueblo kurdo por parte de cuatro estados (Turquía, Irak, Irán y Siria). Es la típica historia del colonialismo y del imperialismo, de la invasión y agresión a los pueblos de Vietnam, Mozambique y Angola, de la ocupación de África, India y China por las potencias europeas en el pasado.
Aquí también aparecen dobles discursos en las izquierdas. Conocemos personas y hasta movimientos que se niegan a apoyar al pueblo kurdo porque simpatizan con Irán, ya que la consideran una nación opuesta a Estados Unidos. Son situaciones en las cuales los principios y los valores éticos se evaporan, para dar paso a un crudo pragmatismo en el cual los pueblos sólo cuentan como objetos, como carne de cañón geopolítica.
En realidad, hay que empezar al revés. Decir, por ejemplo, apoyamos al pueblo mapuche, a los pueblos mayas, nasa y misak, a todos los pueblos que resisten, porque ellos son los sujetos de los cambios posibles y deseables, los cambios desde abajo. Desde ese lugar, todo se va acomodando y son las potencias, las naciones y los estados los que deben posicionarse ante la lucha de los pueblos. Porque en estos años en que la geopolítica se ha puesto de moda, los verdaderos sujetos se desdibujan para los analistas que creen que ahora son los estados los que ocupan ese lugar.
Esta tendencia se hace cada vez más fuerte, y estamos apenas en la primera parte del desorden global generalizado al que nos dirigimos. A medida que la tormenta sistémica se vuelva más fuerte, las oscilaciones serán mayores, los oportunismos de todo tipo les parecerán razonables a muchos, y el sinsentido se irá apoderando incluso de lo que queda del pensamiento crítico. Las piruetas de la so-cialdemocracia alemana en 1914, que pasó en segundos de confrontar airadamente la guerra a votar los créditos que pedía el gobierno para marchar al frente, serán moneda corriente.
Por eso es importante tomar el timón con fuerza y no perderse en argumentos supuestamente racionales. No perder el norte, los valores, en ninguna circunstancia, por más difícil que sea y por más costosa que nos resulte la coherencia. Ese norte irrenunciable son los pueblos, la vida de la gente común, los dolores de niñas y niños, y no limitarnos a denunciar los crímenes que nos conviene denunciar.
Es y será muy difícil, porque ahora todos los estados dicen hacer lo que hacen por los pueblos, a los que sin embargo no paran de castigar.
* Periodista, escritor y pensador-activista uruguayo, dedicado al trabajo con movimientos sociales en América Latina.
