Neoliberalismo, ¿el crimen perfecto? – Por Raúl Dellatorre

681

Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

Por Raúl Dellatorre*

Primero que nada, definamos este modelo económico, aunque a algunos les pueda resultar ocioso. Desde el primer día, el gobierno de Cambiemos se propuso desregular todos los mercados, empezando por el financiero: “cepo cambiario”, libre movimiento de capitales, transferencia de intereses al exterior, emisión de deuda. El todo vale en lo financiero fue inmediato. Liberación del mercado de divisas, con cotización “flotante” del dólar sin intervención del Banco Central, y que el “mercado” (entelequia que oculta el manejo por parte de los sectores dominantes) definiera los ganadores y perdedores. Eliminación o reducción de los derechos (llamados también retenciones) a la exportación, principalmente en beneficio de los traficantes de granos (como los llamó Dan Morgan en su libro). Eliminación de toda restricción o “traba” a la importación. Y, por supuesto, libre fijación de precios internos. Lo de las tarifas vendría más adelante, aunque desde el primer momento se proclamó que el Estado se correría de todo lo que pudiera quedar en manos del sector privado, “sacándole la pata de encima” al capital, como repite Mauricio Macri. ¿Y qué pasaría si faltaran dólares, si los verdes que se iban eran mucho más que los que vendrían? En principio, el gobierno consideraba está hipótesis imposible cumplir, ya que con las nuevas condiciones “lloverían” las inversiones en dólares del exterior. Ah! Y los exportadores de granos “ya no tendrían” que esconder los dólares producidos por sus ventas, porque nadie tendría “atado” al dólar aun valor “mentiroso”.

Eso, en política económica, sea quien fuere que lo aplique, es neoliberalismo. En cualquier circunstancia, ante cualquier estado de necesidad, es neoliberalismo. Porque no se trata de “hacer un sacrificio ahora” para estar mejor después. No. Esto es creer que esa receta te va a llevar a estar mejor después, o que va beneficiar a determinados sectores que son los que te van a salvar. Creer eso es neoliberalismo. No es “un modo de desarrollismo” como dicen algunos, “populismo de derecha” como pretenden los más audaces, o “una política antidogmática, una propuesta moderna, sin derecha ni izquierda” como sostienen los más descarados.

El gran dinamizador de las políticas neoliberales son las ganancias extraordinarias que estas políticas le generan a los monopolios y corporaciones (industriales, agropecuarias, financieras, comerciales y otros servicios) que se benefician con ellas. La devolución de estos monopolios puede ser la expansión de sus respectivos sectores a través de las reinversiones de parte de sus fabulosas ganancias, o el ingreso de nuevos capitales del exterior para participar de la fiesta de las corporaciones. Así, un modelo neoliberal puede conseguir destacables resultados en términos macroeconómicos: altas tasas de inversión y de crecimiento del PBI, desarrollo de grandes ciudades, servicios de la más alta tecnología y hasta el desarrollo y reconocimiento mundial para algún fenómeno local en las nuevas áreas como las “puntocom”. Y el crecimiento de grandes ciudades, megashopping, centros de diversión, polos gastronómicos, paseos de compra y otros puntos de atracción para viajeros ávidos de conocer “milagros económicos” en países raros.

Lo que no pueden obtener estos modelos es, que en un país periférico, su consecuencia sea el pleno empleo, la igualdad social, acceso a la educación y salud para todos, garantizar vivienda digna a toda la población, junto a la cobertura de otras necesidades socialmente justas en un país que alcanzara los ya mencionados niveles de crecimiento. No. Porque “el mercado” (las corporaciones, el sector dominante) no se ocupa de ellos, de sus necesidades, más allá de los que forman parte de su pequeño ejército de empleados y profesionales “asociados” (flexibilizados). Y el Estado, en un modelo neoliberal periférico, no está para atender a tan extendida cantidad de gente que “no se adaptó al cambio”. El Estado está para garantizar que “la cancha esté en condiciones para que los jugadores, los capitalistas locales y del exterior, jueguen el partido: el pasto corto, las líneas pintadas, los arcos puestos”, como le gusta decir a Mauricio M. Ni siquiera el rol de árbitro se reserva para sí el Estado neoliberal de país dependiente. En el mejor de los casos, el de un modelo neoliberal exitoso, habrá una gran franja de población que quedará afuera, al margen, que acepta las reglas que lo excluyen o enfrentará a los guardianes del modelo, los que garanticen la seguridad y el funcionamiento “en paz” de los que estén adentro.

Es un crimen. Es condenar a la muerte, la enfermedad, la ignorancia, o la pobreza a franjas amplias de la población y sus generaciones venideras. Es posible en la realidad un modelo así? Sí, existe. En Perú, por ejemplo, desde Alberto Fujimori hasta el convulsionado presente por lo menos, con todos los presidentes intermedios que pasaron. En la Colombia de Uribe y Santos. Hasta el Chile post Pinochet incluso. Son modelos que el Banco Mundial y la “inteligencia” económica global definen como “modelos exitosos”, con altísima calificación en indicadores de crecimiento e inversión, y destacadas “oportunidades de negocios”, pero con lacerantes condiciones de desigualdad, pobreza y marginalidad en servicios esenciales que hacen a las condiciones de vida de las amplias franjas que quedaron fuera del “modelo”. Y, sin embargo, logran el voto de la población para sostener el modelo, incluso alternando partidos o candidatos. Se va uno, viene otro, pero el libreto usado por el primero para gobernar queda arriba de la mesa esperando al que viene. Una enorme maquinaria de propaganda y de manipulación está al servicio de la perdurabilidad del sistema. Quienes van a ser las víctimas del crimen los convocan con su voto. Es el crimen perfecto.

¿Está avanzando Macri hacia un modelo neoliberal exitoso? ¿Logró su objetivo o está fracasando? ¿Podrá finalmente imponerlo? La ansiedad por encontrar las respuestas crece a medida que avanza el calendario electoral. Como si una respuesta “por Sí o por No” definiera la suerte de Cambiemos de cara a las presidenciales. Veamos el tema sin tanta urgencia (lo siento). Como quedó dicho al principio de la nota, Macri aplicó la receta neoliberal sin anestesia en el plano financiero y en comercio exterior. Dosificó la cuestión de tarifas y uso de recursos del Estado (subsidios al consumo de servicios públicos) porque la alianza dominante advirtió que se estaba alimentando una bomba. En materia de costos salariales, se conformó con el brutal recorte a los salarios en dólares que provocó de entrada con la devaluación y se aseguró unas paritarias que apenas recobraran la mitad de la pérdida (contra los salarios anteriores en dólares, que es la referencia que le preocupa al sector dominante internacionalizado).

Este esquema trazó rápidamente los límites de la alianza gobernante: el gobierno de los CEOs es, visto con más rigor, el gobierno de las corporaciones que controlan los mercados de materias primas agrícolas y minerales, los de insumos básicos esenciales (acero, aluminio, harinas, aceites, plásticos, químicos, petroleros, granos, carnes, cemento, otros minerales), las industrias de consumo masivo (alimentos, bebidas, automóviles, combustibles), las cadenas de comercialización (hipermercados, shoppings) y los principales actores financieros de la plaza local e internacional (bancos, bolsa de comercio, calificadoras de riesgo internacional y organismos internacionales de crédito, como el FMI y el Banco Mundial). El gobierno de Cambiemos cumplió impecablemente la primera etapa del plan de implantación del modelo neoliberal en sus características esenciales.

Las dificultades arrancaron cuando el modelo chocó con sus propias contradicciones. La primera es el propio comportamiento de los empresarios de la cúpula dominante. Su actitud frente a las ventajas que le ofrecía el modelo estuvo lejos de la apuesta a los buenos negocios a futuro que podían esperar, generando así la lluvia de inversiones que el gobierno esperaba. Al contrario, en vez de ser un imán de inversiones en dólares, el país siguió siendo la furente de una fuga creciente de dólares hacia el exterior, incluso en magnitudes mayores a las registradas en el segundo gobierno de Cristina Kirchner. Los ejecutores de esta acción, paradójicamente, son los grupos empresarios más beneficiados por esta política y sus impulsores. ¿La explicación? Su preferencia por las ganancias rápidas antes que la inversión de riesgo.

La segunda contradicción está estrechamente ligada a esto último. El modelo neoliberal de Macri, una adaptación a la periferia del modelo dominante en las finanzas internacionales, justamente hereda o adopta el paradigma central de aquel modelo: el predominio financiero sobre todo el proceso económico. No hay actividad económica, por monopólica que sea, que iguale las tasas de ganancias que se obtienen en las colocaciones financieras de riesgo. Y precisamente, por la falta de dólares que provocó la fallida lluvia de inversiones, la opción del gobierno fue ofrecer altas tasas de interés y oportunidades de fuertes ganancias a las colocaciones financieras provenientes del exterior. Hoy, de cada seis dólares que ingresan al país, cinco se explican por colocaciones en Lebacs y otros instrumentos financieros cuyos intereses son pagados por instituciones públicas

Más deuda para compensar los desequilibrios coyunturales, más intereses que provocarán futuros desequilibrios. Y el riesgo que pende como una espada sobre la cabeza del gobierno: en el momento en que la especulación financiera deje de ser atractiva en el país (por temor a que el gobierno ya no pueda pagar la deuda, por ejemplo), los capitales huirán en manada y pondrán en crisis el modelo. Un escenario ya conocido en la historia económica argentina.

(*) Lic. en economía. Periodista editor de economía.

Motor Económico

Más notas sobre el tema