Lula y la educación política – Por  Frei Betto

1.377

Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de NODAL. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

Lula y la educación política

 Frei Betto*

Onelio Jorge Cardoso escribió que el ser humano tiene dos grandes hambres, la de pan y la de belleza. Es posible saciar la primera; la segunda no tiene fin.

Lo que sacia el alma humana, en última instancia, es satisfacer el hambre de belleza, imprimirle un sentido a la existencia, aunque exija sacrificios. Es lo que explica que indígenas que viven en aldeas se nieguen a cambiar su vida en la selva por las comodidades de la ciudad, o que misioneros religiosos abandonen el bienestar de sus familias ricas para desempeñarse en comunidades severamente afectadas por la pobreza y las enfermedades.

He ahí la razón del crecimiento exponencial de las Iglesias evangélicas: el rescate de la dignidad humana. El recolector de material reciclable y la sirvienta “invisibles” para la sociedad son reconocidos como hijos e hijas de Dios en un culto que refuerza los vínculos de solidaridad frente a las dificultades de la vida.

 En el proyecto original del Programa Hambre Cero, elaborado en 2003, se incluía la perspectiva de asociar la respuesta al hambre de pan a la del hambre de belleza. Cada familia beneficiaria debía pasar por un proceso de educación ciudadana. La garantía de la canasta básica se sumaría a los recursos pedagógicos capaces de “transformar la conciencia ingenua en conciencia crítica” (Paulo Freire, 1982).

 La propuesta no avanzó, porque Hambre Cero, que tenía un carácter emancipatorio, le cedió su lugar a Bolsa Familia, de carácter compensatorio. Aun así, en el nivel federal se creó la Red de Educación Ciudadana (RECID), que movilizó a cerca de 800 educadores populares. Lamentablemente, la RECID no contó con el debido apoyo del gobierno que sacó a Brasil del Mapa del Hambre, pero no de la cultura necrófila que naturaliza la desigualdad social y tantos prejuicios y discriminaciones.

Considero que los gobiernos del PT han sido los mejores de nuestra historia republicana, los que más le han garantizado al pueblo brasileño los tres principales derechos humanos: alimentación, salud y educación. Pero faltó la educación política, la formación ciudadana, la movilización en pro del protagonismo social. El abismo entre el pueblo y el gobierno no se redujo.

Nuestro pueblo todavía no se ha dado cuenta de que es el actor político principal, y de que el gobierno no es una vaca gigantesca con una teta para cada boca. Todos conocemos el resultado: la incapacidad del Planalto para advertir el carácter de las manifestaciones populares de junio de 2013, la pasividad de la población ante el golpe de Estado organizado por Temer y los antipetistas en 2016, y la elección de Bolsonaro en 2018.

Lula inicia su tercer mandato. Sabe que no puede decepcionar y tiene la responsabilidad de dejar un legado que impida que la nación vuelva a ser gobernada por negacionistas, belicistas y terraplanistas. Para lograrlo, no basta insistir en sus prioridades: el combate al hambre y la inseguridad alimentaria, la protección socioambiental y la reducción de la desigualdad social. Es necesario incluir la educación política, ciudadana y participativa de la población. Porque de la deseducación ya se ocupa la cultura neoliberal revestida de religiosidad alienante.

Como escribió Paulo Freire (1981), “sería una actitud ingenua esperar que las clases dominantes lleven adelante una forma de educación que haga posible que las clases dominadas perciban las injusticias sociales de manera crítica”. No habrá verdadera democracia sin participación popular fruto de la concientización, la organización y la movilización del pueblo brasileño.

* Fraile dominico, teólogo de la liberación, periodista y escritor brasileñoAsesor de movimientos populares y autor, entre otros libros, de Por uma educação crítica e participativa 

Más notas sobre el tema