El fundamentalismo religioso latinoamericano

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de NODAL. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

El fundamentalismo religioso latinoamericano

Instituto Tricontinental*

La explosión del neopentecostalismo en el continente latinoamericano ha ganado visibilidad a partir del uso de diversos medios de comunicación y su relación con la política. Los cambios de postura del segmento protestante frente a la política latinoamericana pueden fecharse a partir de los años 80, cuando la premisa “los protestantes no se mezclan con política” dejó de tener sentido.

En Brasil, la entrada asumida en la política se puede sintetizar con la máxima “hermano vota por hermano”. Las nociones sobre lo que pertenece al “mundo” y lo que es de “Dios” empezaron a tener nuevos contornos, e influyeron en la forma de comportarse frente a la política institucional. Con el paso de los años, puede decirse que la religión como código/símbolo de lenguaje y política ganó fuerza.

Como ejemplo de este movimiento tenemos las elecciones presidenciales brasileñas de 2014, que demostraron que la comunicación política se ha revestido cada vez más de religiosidad, con agendas que defienden la concepción patriarcal de familia y de la moral cristiana. Años después, es importante recordar la forma en que se utilizó la “religión” en el juicio político a la presidenta Dilma Rousseff en la Cámara de Diputados, en 2016. Eduardo Cunha, el entonces presidente de la Cámara, pentecostal de la Asamblea de Dios y actor clave en el proceso, abrió la sesión del juicio político con la siguiente frase: “Se abre la sesión. Bajo la protección de Dios”.

Durante la votación, que fue transmitida en los principales medios de comunicación, se pudo percibir una fuerte motivación e intenciones de carácter moral y religioso en los discursos de los parlamentarios. Aunque el proceso no haya sido plenamente orquestado por la bancada evangélica, tuvo en ella un apoyo fundamental. La Agencia Pública señaló que 83,85% de la bancada evangélica votó a favor de la destitución de Dilma (representa cerca del 36% del total de diputados federales del Congreso brasileño). Según la investigación de Huffpost Brasil, los delitos de responsabilidad fiscal fueron citados apenas 18 veces en la Cámara de Diputados, mientras que términos como “familia e hijos” y “Dios” fueron citados 270 y 75 veces, respectivamente, del total de 513 diputados federales (citado en Lopes et Al., 2017: 127).

Otro momento definitorio de la gramática religiosa en la política latinoamericana fue el golpe de Estado contra Evo Morales, en 2019. Al tomar posesión después el derrocamiento de Morales, la autoproclamada presidenta interina, Jeanine Áñez, marchó al Palacio presidencial con una enorme Biblia en sus manos y dijo que renovaría el sistema político boliviano. Algunos años antes, ella había tuiteado que soñaba “con una Bolivia libre de ritos indígenas satánicos” (Prashad, 2020).

Además, durante la pandemia, el fundamentalismo religioso en Brasil, Chile, Perú y en otros países de la región contribuyó con una presión contra el distanciamiento social, sosteniendo que la fe, más que las medidas sanitarias, protegería a los fieles. La acción anticientífica también es un rasgo importante en la comprensión del fundamentalismo y está presente desde sus raíces.

Aunque el protestantismo en estos territorios se ha caracterizado por una fuerte acción anticatólica, el fundamentalismo religioso en América Latina no vive solo de protestantes. En las últimas décadas, protestantes y católicos construyen juntos una agenda extremadamente conservadora, actuando principalmente en el campo legal contra las agendas progresistas, debilitando la democracia y con una bandera antigénero firme en todas sus acciones. Además, los discursos políticos están impregnados de religiosidad, junto con una inversión estadounidense en misiones y proyectos protestantes en todo el continente.

Las banderas fundamentalistas

La llamada defensa de las agendas morales es una bandera importante en los discursos fundamentalistas y se manifiesta en los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial. Los discursos contra la “ideología de género” han sido la gran bandera del fundamentalismo religioso. La noción de “ideología de género” surge en el contexto católico, pero se difunde ampliamente en los medios de comunicación y en las redes sociales como una forma de la derecha de referirse a las agendas de género, siendo absorbida por sectores protestantes fundamentalistas.

Este término condena todo lo que no es cisheterosexual, considerando que el concepto de familia se limita al fruto de una relación matrimonial entre un hombre y una mujer, siendo el aborto altamente condenable en este contexto al delegar únicamente a Dios el poder de quitar la vida, sin considerar el derecho de la mujer de decidir sobre su propio cuerpo. Cualquier cuestionamiento a esta perspectiva conservadora es tachado de “ideología de género”, provocando pánico moral.

El discurso pro-familia patriarcal como proyecto económico político ha avanzado mucho en América Latina. El mantenimiento de esta “familia ideal” como modelo a defender pretende mantener el statu quo en materia de políticas públicas: las mujeres como procreadoras y principales cuidadoras y responsables niñas y niños, así como de personas enfermas y ancianas, o sea, los cuidados domésticos continuarán siendo responsabilidad del mundo privado de las mujeres. Para ello, los fundamentalistas se apoyan en el derecho y la educación como medios para perpetuar una sociedad patriarcal y extremadamente desigual.

Grupos religiosos, de la mano del conservadurismo de las elites latinoamericanas, han salido a las calles contra la legalización del aborto, enfrentándose a los movimientos feministas que avanzaron en la discusión sobre el derecho de las mujeres a decidir sobre sus propios cuerpos. La inserción del fundamentalismo religioso en la disputa por la aprobación de leyes ha sido muchas veces determinante para frenar importantes agendas ampliamente debatidas por los sectores progresistas contra el patriarcado.

En Brasil, son los calvinistas —protestantes históricos— quienes han fomentado profundamente los discursos fundamentalistas del actual gobierno del presidente Jair Bolsonaro y han ocupado ministerios importantes como el de Justicia (pastor André Mendonça) y Educación (pastor Milton Ribeiro). La pastora bautista Damares Alves, ministra de la Mujer, de la Familia y de los Derechos Humanos —figura popular entre los protestantes y que construyó su propia historia a partir de opresiones y violencias de género—, ha actuado fuertemente contra la igualdad de género y las libertades sexuales, articulando internacionalmente acciones contra la legalización del aborto.

El pastor presbiteriano y ex ministro de Educación, Milton Ribeiro, defendió el programa de educación en casaun compromiso asumido por el gobierno federal, y un tema que dialoga con el conservadurismo estadounidense creado en las décadas de 1960 y 1970. Dado que la escuela es un espacio fundamental en Brasil, como ocurre en otros países, no solo desde el punto de vista de la educación, sino de la protección y supervivencia de muchos niños y niñas contra la violencia y el hambre, la agenda de la educación en casa no sintoniza con la clase trabajadora más empobrecida. Sin embargo, para frenar agendas progresistas dentro de la escuela o cualquier visión que cuestione la realidad vivida, el gobierno de Bolsonaro ha defendido la llamada “Escuela sin partido”, que se convirtió en proyecto de ley para intimidar a los profesores a limitarse a una “educación neutra”.

Es importante reflexionar que, viendo nuestra historia y nuestra coyuntura, el fundamentalismo ha actuado estratégicamente al lado del pueblo. Sin esta actuación cotidiana en el interior de las iglesias, el avance institucional de las agendas conservadoras no sería posible, dado que el apoyo popular a la defensa de esos temas es imprescindible para crear una aparente legitimidad en la sociedad.

El proyecto de poder en la política: un ejemplo brasileño

En 2016, un mes antes de que se consume el golpe contra la entonces presidenta Dilma Rousseff, Jair Bolsonaro, católico declarado, deja el Partido Progresista (PP) y se afilia al Partido Social Cristiano (PSC). En el acto de afiliación, Bolsonaro fue bautizado —un ritual simbólico en el campo religioso protestante— por el presidente del partido, el pastor Everaldo Pereira, de la Iglesia Asamblea de Dios. El bautismo no se dio en cualquier lugar, fue en Israel, en las aguas del río Jordán, lugar donde, según la Biblia, fue bautizado Jesús. Eso hizo que muchos creyeran en la conversión de Bolsonaro a la fe evangélica, un movimiento estratégico para captar el imaginario del pueblo protestante.

Fue el pánico moral, combinado con las fake news, lo que impulsó la candidatura de Bolsonaro y su relevancia en el campo religioso cristiano en las elecciones presidenciales de 2018. Fue muy importante para los protestantes tener un candidato “auténtico” que defendía la familia patriarcal y decía lo que pensaba sin filtros, un hombre sencillo al que aparentemente no le importaba el estatus, además de representar lo “nuevo” en contraste con los años de gobierno del Partido de los Trabajadores (PT), asociado por la campaña bolsonarista a “la vieja política” corrupta.

Esa estrategia resultó acertada, culminando con la victoria de Bolsonaro en 2018, a pesar de sus declaraciones y posicionamientos racistas, misóginos y violentos. El éxito de Bolsonaro se debió también a su acercamiento al sector protestante, que ha ocupado espacios institucionales de poder. Bolsonaro recibió el 71% de los votos del electorado protestante (Balloussier, 2018); un sector que representa el 31% de la población de Brasil (Balloussier, 2020).

Los discursos en defensa de la familia y de la moral, las falacias de la ideología de género y las fake news dirigidas a este público fueron muy importantes para su victoria. El fundamentalismo religioso entró en la esfera política para afirmar un determinado modelo de sociedad: el capitalismo, que actualmente aparece con una cara neofascista. Aliándose al neoconservadurismo, este fundamentalismo ha avanzado en el continente latinoamericano en los últimos años, dando centralidad al discurso moral vinculado a las cuestiones reproductivas a partir de la “familia tradicional”, y ha construido bases aparentemente indestructibles en el diálogo con nuestra clase, incluso reorganizándola para favorecer un proyecto en el que es la principal víctima.

Resistencias y horizontes de futuro

La clase trabajadora vive su religiosidad de forma cotidiana, en sus ritos individuales, en sus conversaciones cómplices con Dios, en sus valores y en los espacios colectivos de comunión. Es en esa cotidianidad donde se mueve hacia una identidad protestante forjada en la palabra “hermano” más que “trabajador”. Esto demuestra el poder de la religión en las bases, en las que los códigos de lenguaje son otros, ya no los de un pueblo que se organiza exclusivamente desde los sindicatos, colectivos sociales de lucha, movimientos populares, sino principalmente en las iglesias. No se hace una revolución sin un sujeto revolucionario; en el caso latinoamericano, nos atrevemos a decir que no avanzaremos hacia ninguna transformación radical de nuestra sociedad sin considerar, en la práctica, la formación cristiana de nuestro pueblo.

Se ha establecido un nuevo ropaje de la fe en los hogares de las familias trabajadoras, es desde allí, de un rescate innovador de nuestras teologías liberadoras de lucha, que podremos combatir el fundamentalismo religioso y construir un nuevo espacio donde la fe sea respetada e, inclusive, absorbida como un lenguaje legítimo de nuestra clase. Tenemos que abrirnos a una comprensión más amplia de la religión, como nos enseñó Fidel Castro: “no puede haber nada más antimarxista que la petrificación de las ideas” (cit. en Martínez, 2019: 91).

Es en la batalla de las ideas y de las emociones, en el diálogo profundo y respetuoso con el pueblo creyente, que ha encontrado en la Biblia la literatura para un posible camino de supervivencia ante las muchas adversidades vividas en nuestro continente, que podremos extinguir el fundamentalismo religioso.

“No se hace una revolución sin un sujeto revolucionario; en el caso latinoamericano, nos atrevemos a decir que no avanzaremos hacia ninguna transformación radical de nuestra sociedad sin considerar, en la práctica, la formación cristiana de nuestro pueblo”

Es importante señalar que la mayoría de la base de los movimientos populares en Brasil son cristianos religiosos comprometidos con la lucha y con la fe. Es necesario entender la Biblia, Dios, la fe y toda dimensión de la religiosidad como una forma de entender el mundo, para que sea posible construir nuevos lenguajes liberadores que nos unan como clase por un proyecto revolucionario común.

Rescatar el pensamiento del marxista italiano Antonio Gramsci acerca de la religión y del cristianismo (Gramsci, 1972), en especial el papel de la Iglesia Católica, nos ayuda a ir más allá de la limitada discusión sobre la creencia o no creencia en Dios. Se trata de comprender la religión y su fuerza para mover corazones y mentes hacia la acción política. Gramsci radicaliza la máxima de Marx de que la religión es el opio del pueblo, ya que a la vez que es un instrumento de denuncia y protesta contra los males que sufren los sectores populares, como el hambre y el analfabetismo, es también el poder de creación colectiva de nuevos valores éticos y morales frente a una realidad opresiva. La religión lleva en sí misma dos facetas en disputa: es a la vez alienación y fuerza transformadora.

La comprensión de Gramsci sobre la religión no es ingenua ni conciliadora, ya que comprende todas las opresiones históricas contra el pueblo en que la religión fue protagonista, muchas veces domesticando a la clase trabajadora y explotando sus debilidades. Pero a partir de ella y de lo que mueve en los individuos, será posible construir un sentido común contrahegemónico, como decía Gramsci. En este sentido, las tácticas revolucionarias basadas puramente en la defensa anticlerical y atea serán un obstáculo, incluso con ropaje elitista, contra la superación de las visiones fundamentalistas que hoy ocupan nuestros territorios.

En esa tarea, Cuba tiene mucho que enseñarnos sobre las posibilidades de avanzar en el diálogo entre la construcción de la Revolución y la articulación entre fe y lucha. Tras un primer momento de conquista revolucionaria, muchos religiosos que permanecieron en Cuba no se sentían realmente parte del proceso revolucionario, dada la resistencia del Estado a las iglesias, fruto de una lectura aún limitada del tema por parte del marxismo europeo y también por el origen estadounidense de las iglesias protestantes en el país. Esa resistencia seguía estando muy presente en la década de 1970, pero fue lentamente abriendo espacios para una nueva perspectiva de actuación conjunta entre la Iglesia y el Estado. Con el tiempo, la Revolución cubana supo acoger e incorporar los elementos de fe para fortalecer la lucha.

Si el fundamentalismo ha conseguido, a partir de mucho financiamiento y trabajo de base en los territorios, crear un nuevo sentido común entre las y los trabajadores, aunque sea en contradicción con sus vidas cotidianas, será desde lo concreto y desde los múltiples lenguajes que atraviesan la vida de estos trabajadores que construiremos una posibilidad crítica y revolucionaria de vivir su fe. Reelaborar críticamente la fe de nuestros pueblos es un camino necesario y urgente para consolidar la filosofía de la praxis en el continente latinoamericano.

Desde el punto de vista de las estrategias marxistas basadas en las enseñanzas gramscianas, podemos considerar que un primer paso es observar las fuerzas contrahegemónicas del campo religioso que ya están resistiendo. Sabemos que la persona creyente no es simplemente pasiva frente a su religión, sino que es a través de ella que produce y reproduce cosmovisiones, no sin contradicciones y reformulaciones. Como Gramsci señala, “hay un catolicismo de los campesinos, un catolicismo de los pequeños burgueses y obreros de la ciudad, un catolicismo de las mujeres y un catolicismo igualmente variado de los intelectuales” (1975, Q11, §13: 1397). Lo mismo ocurre con las y los protestantes, ya que cuando se trata de religión hablamos de la multiplicidad de una misma creencia.

Por tanto, es importante no generalizar y homogeneizar a los protestantes en América Latina, colocándolos como fundamentalistas o masas manipulables. No basta con que la izquierda repita el sentimiento antirreligioso de algunos pensadores del marxismo occidental para lidiar con la religiosidad en el Sur Global, sea cristiana o no.

Si el centro del debate fundamentalista en el continente latinoamericano ha sido la bandera contra la “ideología de género”, es en la construcción de alternativas donde se consolidan las resistencias, que solo pueden avanzar creando dialécticas entre la fe y la lucha. El fundamentalismo reacciona a los avances del campo progresista y ha incorporado algunos de sus componentes en su estrategia; tenemos que mirar esos avances y fortalecerlos junto a nuestra clase, a partir de ese otro lenguaje que no fue incorporado plenamente por el marxismo en las últimas décadas. Es a partir de ahí que el marxismo puede desatar los nudos del diálogo popular y avanzar en este campo ocupado por el imperialismo y sus aliados. Es necesario conocer y dialogar con los caminos que siguen resistiendo, muchas veces aislados del campo popular marxista. Rescatar nuestra historia reciente y mirar las resistencias que ocupan también nuestros territorios es iniciar la construcción de puentes necesarios e imprescindibles entre fe y lucha.

Los retos de la construcción de sueños y de un futuro provocan en nosotros la necesidad de crear una esperanza que pueda realmente experimentarse en el día a día. También es nuestra tarea rescatar nuestra historia y hacer que la lucha por los derechos sociales se traduzca en organización popular a partir de espacios de formación y comprensión de la realidad, sin dejar de entender los nuevos lenguajes y posibilitar vivencias de solidaridad colectiva, de ocio y celebración. En estos esfuerzos, es importante que no descuidemos ni descartemos formas nuevas o diferentes de interpretar el mundo, como por ejemplo, a través de la religión, sino que promovamos un diálogo abierto y respetuoso entre ellas para construir unidad en torno a valores progresistas compartidos.

No hay respuestas listas, entender a nuestro enemigo, cómo actúa a escala macro y micro, o sea, desde los grandes proyectos, pero también entre las líneas de los discursos y las prácticas, es un punto de partida para crear nuevos mecanismos de diálogo y construcción colectiva para nuestro proyecto contrahegemónico, pero no avanzaremos si no sabemos en profundidad lo que nuestra clase desea y para qué se moviliza.

El marxista peruano José Carlos Mariátegui, utilizando el término agonía de Miguel de Unamuno, nos llama a la necesidad de reencantarnos. Tanto los revolucionarios marxistas como los cristianos revolucionarios fueron almas agónicas, luchando por este reencantamiento (Lowy, 2005). Esta agonía revolucionaria, para Mariátegui, se traduce también en la superación del antagonismo entre fe y ateísmo, igualando la emoción revolucionaria con la emoción religiosa.

En realidad, Mariátegui quiere decir que lo que nos mueve, seres que agonizan por justicia, es más que lo que cualquier institución puede limitar: es un sentimiento profundo en búsqueda de algo que aún no se ha realizado y que obstinadamente buscamos construir como necesidad vital. Mariátegui amplía la forma habitual de hablar de religión y nos provoca al afirmar que una revolución es siempre religiosa, subrayando, por tanto, la dialéctica entre materialismo y religión, mística revolucionaria y fe, cristianismo y marxismo.

* El Instituto Tricontinental de Investigación Social es una institución internacional impulsada por movimientos y organizaciones populares

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