Eso que llamamos ocio y descanso es trabajo no remunerado – Por Lucas Aguilera

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Por Lucas Aguilera*, especial para NODAL

“La tesis es lanzada contra la comprensión obvia y tenida por verdadera por el no-filósofo”.

Enrique Dussel 

En esta nota se pretende abordar en términos generales, pero no por eso superficiales, la situación de las y los trabajadores de Latinoamérica. Desde la estructura laboral formal e informal (en permanente crecimiento) hasta las nuevas formas de trabajo en plataformas. Pero lo que más nos interesa trabajar aquí, es la disputa histórica por el tiempo de trabajo y las características particulares que adopta este enfrentamiento en esta nueva fase del desarrollo capitalista.

Para que el árbol no nos tape el bosque, traemos estos debates convencidos de que la velocidad de los cambios actuales y el aturdimiento de la sobreinformación no tienen que coartar nuestra capacidad de reflexión, praxis y análisis profundo. ¿Por qué estamos cada vez más tiempo en las plataformas sociales?, ¿Es una necesidad propia o impuesta habitar 8 horas diarias en internet?, ¿Es trabajo el conjunto de acciones que realizamos con nuestros dispositivos digitales?. Estas y otras preguntas urgentes son las que intentaremos responder.

El trabajo en Latinoamérica 

América Latina posee más de 655 millones de habitantes, de los cuales 502 millones (77%), se encuentran en edad de trabajar. Con una población económicamente activa de 314 millones de personas, tiene un 93% de ocupados y un 7% de desocupación, que equivale a 292 y 22 millones de personas respectivamente (CEPAL, 2023).

La fuerza laboral se compone por un 53% de trabajadores informales. Este porcentaje parece aumentar año tras año, ya que desde el 2020 en adelante, entre el 50-80% del empleo que se genera es informal, y por lo tanto precarizado. Otra de las problemáticas que afectan al poder adquisitivo de los salarios es la inflación económica, que en el año 2023 fue del 13,3% como promedio regional. Esta situación, refleja una población en dónde un tercio de la misma vive en situación de pobreza, cifra que se eleva a 42,5% en la población infantil y adolescente.

Otro aspecto importante a señalar, es su considerable y exponencial número de trabajadores vinculados a plataformas digitales. Según datos del Banco de Desarrollo de América Latina y el Caribe, en 2021 hasta un 16% de la fuerza laboral en las principales ciudades de Latinoamérica y el Caribe son trabajadores activos de una plataforma. Esta transformación en el mundo del trabajo es la más significativa de los últimos años y está en crecimiento permanente.

Un fenómeno clave que analizaremos aquí es el crecimiento en la conectividad digital a internet. Según el Digital Report 2023 que pública año a año We Are Social, los porcentajes de personas que acceden a internet en la región son: América Central (78,7%), Caribe (68,6%) América del Sur (82,3%). Sin embargo, la región sólo representa el 10% del total de personas que acceden a internet en todo el mundo.

A su vez, observamos que los países latinoamericanos encabezan el ranking mundial de tiempo diario dedicado a internet, siendo este de 9 horas 25 minutos para Brasil (2°), 8 horas 57 minutos Colombia (3°), 8 horas 48 minutos Argentina (4°), 8 horas 29 minutos Chile (5°). Pero, ¿Porque analizamos el tiempo de conectividad a las plataformas?

No hay ser social sin trabajo

Un aspecto fundamental para la clase trabajadora es la falta de conciencia sobre nuestra capacidad creativa (que es expropiada permanentemente) y la mercantilización que se hace de nuestra actividad ontológica. La relación sujeto-trabajo es tan fundante de nuestro ser social que a menudo sucede como si la hubiésemos naturalizado y hasta negado. Pero el capital no pasa por alto que los trabajadores son la única mercancía capaz de producir valor, y en ese que es su fin último, se juega también su supervivencia como tal.

En nuestra experiencia cotidiana observamos objetos/mercancías que son productos del trabajo pero que artificialmente le otorgamos un valor per se, ocultando (intencionalmente) las relaciones sociales que los hicieron posible, que los produjeron. Pero lo real es la praxis transformadora que permitió producir este o aquel objeto, satisfacer esta o aquella necesidad.

Bien decía Marx que “lo real no es un pan visto y tocado ante el apetito del hambriento; lo real es el pan producido por el trabajo del hombre como condición de posibilidad para ser visto, tocado y poder por la ingestión saciar efectivamente el hambre. Lo real es aquel respecto del objeto en cuanto es producto del trabajo”. El trabajo, no es solo una categoría económica, es sobre todo una realidad social, una relación social existencial, y sobre todo, es el único medio para la creación de riqueza.

Más profundo; el Ser es lo que hace que las cosas sean, es lo que funda al Ente, por eso es que el trabajo abstracto, indeterminado e incondicionado -independiente de la formación social y los modos de producción – es el Ser de todo sistema económico. En síntesis, el trabajo es el Ser, o lo que es lo mismo, Ser es trabajar.

La disputa por el nuevo tiempo y espacio del trabajo 

La tesis central que pretendemos abordar en esta nota, radica en la afirmación de que lo que antes se consideraba tiempo de ocio y de descanso, actualmente ha quedado subsumido como tiempo de trabajo y de producción de capital.

Como veíamos anteriormente, el trabajo fue, es y será la fuente de nuestra existencia humana, y además, está presente siempre y en todos lados. Desde la capacidad de trabajo como potencia hasta la objetivación del mismo en productos, instrumentos y maquinarias, el trabajo está siempre presente como actividad o como “coágulo” de dicha actividad, en el mundo social que hemos construido y que nos envuelve. Pero no hay que confundirse entre los usos particulares que alguien puede hacer de su capacidad de trabajo, con el uso que hace el capital para autovalorizarse. Sabemos que cuando limpiamos el patio de la casa o arreglamos una canilla estamos trabajando, pero esas actividades no generan directamente valor para el capital.

La penetración extensiva y profunda de las tecnologías particulares de esta nueva fase del desarrollo productivo – IA, robótica , computación cuántica, 5g y6g, etc.- revoluciona no sólo la forma en que trabajamos, sino también nuestra manera de relacionarnos con la naturaleza y con las personas.

Bajo la apariencia de mayor libertad y progreso, los dispositivos digitales exigieron el ingreso de hombres, mujeres, niñes y ancianes al proceso productivo que pudo y puede alimentarse del conjunto de acciones que elles realizan gran parte de su tiempo y desde la más temprana edad. La función que cumplían el ocio y el sueño, en su sentido tradicional como tiempo de recreación y descanso, de reposición de la fuerza de trabajo, parecen desvanecerse del horizonte humano en favor de la producción y la explotación.

A este proceso general nos referimos cuando planteamos las plataformas digitales como las “nuevas fábricas” donde el capital arrastra su mercancía fuerza de trabajo a un nuevo tiempo y espacio, a un nuevo locus standi del trabajo y de la vida. Este locus standi no implica solamente los teléfonos inteligentes si no todo el entramado tecnológico que lo hace posible, a saber; satélites, fibra óptica, antenas, computadoras, chips, desarrollo de software, etc.

Es sabido que para la producción son necesarios instrumentos, objetos, pericia y un sujeto que accione sobre los mismos. Actualmente, el número de personas con teléfonos inteligentes a nivel mundial superó los 6.390 millones en 2023 y se prevé que siga creciendo de forma paulatina durante los próximos años. China, India y Estados Unidos son los tres países con mayor cifra de usuarios de smartphones del planeta, superando la barrera de los 100 millones. ¡El capital ha logrado una socialización de instrumentos nunca vista en la historia de la humanidad! A esto hay que agregar que, según el informe Digital 2022 de We Are Social, el tiempo promedio diario dedicado al uso de Internet fue de casi 7 horas en todos los dispositivos a nivel mundial.

Actualmente observamos que la jornada laboral tradicional de 8 horas comienza a desdibujarse y se le comienzan a yuxtaponer jornadas laborales que ejecutamos en las plataformas mediante múltiples instrumentos sin percibir ninguna remuneración por este trabajo, nos están convirtiendo en una especie de esclavos modernos, y lo más grave, es que todavía no somos conscientes de ello. Este tiempo de trabajo está tendencialmente subsumiendo a la jornada laboral tradicional y se convierte en tiempo disponible para que la clase capitalista desarrolle las bases de una nueva civilización.

Algunos intelectuales que comienzan a observar este fenómeno consideran que lo importante es la compra venta de datos que se producen en el territorio digital, pero eso es solo una apariencia, en el fondo, todo este tiempo de trabajo produce medios de producción. Las hiperconexiones de los flujos informáticos no son el problema, en lo profundo el problema radica en una des-potencia creativa, des-potencia imaginaria, des-potencia inventiva, tanto individual, como colectiva-social, potenciando, como contracara, los resultados algorítmicos, programáticos, de inteligencias artificiales.

Sin embargo, otros intelectuales como Yanis Varoufakis, economista, político y escritor, ex ministro de economía de Grecia parecen coincidir con la tesis aquí planteada. En su último libro “Tecno-Feudalismo, el sigiloso sucesor del capitalismo” publicado en febrero de 2024, plantea que nos hemos convertido en siervos trabajadores de la nube. Varoufakis afirma que “Cuando publicamos reseñas, valoramos productos o publicamos en la red vídeos y fotos, estamos ayudando a reproducir el capital en la nube sin recibir un céntimo por nuestro trabajo. La máquina, en definitiva, nos ha convertido en siervos de la nube”, y agrega que se “Fomenta el trabajo proletario en los centros de trabajo. Y crea una ingente mano de obra gratuita (los siervos de la nube)”.

Cuestionar la apariencia

Discutir sólo la jornada laboral tradicional y el salario que de allí se desprende, es discutir solo la apariencia del sistema y discutir la pobreza en lugar de la riqueza. Esta nueva fase del capitalismo desdibuja profundamente las barreras entre lo real y lo aparente y vuelve urgente la necesidad de reflexión colectiva mediada por la praxis política revolucionaria.

La hipervelocidad de los cambios, parecería estar dando como resultado el no-cambio, la monotonía aplastante y paralizante. El capital nos ha convertido en entes en permanente lucha con nuestra existencia alienada -sin conciencia de nuestro rol productor del mundo y de la Historia-, mediados por redes digitales que juegan un papel central en tanto medios para la producción cotidiana de una ausencia existencial.

Esta existencia heterónoma, que se nos impone desde afuera, desde una exterioridad dominante e inquisitiva, es inoculada -no sin resistencias, ni exenta de padecimientos- mediante una tecnología del poder que penetra en nuestros aspectos más íntimos, que moldea nuestras experiencias más propias. Lo más terrible: el capital los coloniza en su necesidad de autovalorizarse, convierte todo el tiempo y espacio vital en trabajo, al trabajo en plusvalía y la plusvalía en la existencia del capital mismo. Lo peligroso es que dicha colonización produce deshumanización y opresión, ya que cuando los intereses del poder que coloniza se afirman, los intereses de los colonizados se niegan.

Este cambio de época nos trae nuevas existencias y nuevas exigencias, entre ellas, complejizar y profundizar el análisis y la praxis revolucionaria, porque como decía el filósofo Ludwig Feuerbach: “Hay total diferencia entre una filosofía nueva que surge desde las filosofías que le anteceden, con una filosofía que surge de una edad nueva de la humanidad; hay total diferencia entre una filosofía nueva que debe su existencia sólo a las exigencias filosóficas, con una filosofía que emerge de las exigencias de la humanidad”.

*Lucas Aguilera, Magíster en Políticas Públicas y Desarrollo (FLACSO). Analista senior del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE).

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