Migrantes, un ejército de reserva en movimiento
Por Diego Lorca*
Mientras los discursos xenófobos crecen y los gobiernos endurecen sus políticas migratorias, una verdad estructural permanece oculta. La expansión global del capitalismo digital y financiero ha generado una masa de trabajadores «sobrantes», despojados de derechos y forzados a moverse. Se trata de millones de personas que ya no son consideradas útiles por el sistema, y que quedan marginadas, en palabras del Papa Francisco, por una “cultura del descarte”, que convierte a los seres humanos en residuos cuando dejan de ser funcionales al capital.
Migrar es hoy la forma en que millones intentan vender su fuerza de trabajo en un mundo que los necesita, pero no los quiere.
Aunque el fenómeno del ejército de reserva es inherente a todas las fases del capitalismo —y está compuesto por múltiples sectores de la clase trabajadora—, la población migrante constituye una de sus fracciones más visibles, móviles y vulnerables. Esta nota propone analizar la actual crisis migratoria desde esta perspectiva estructural, para entender cómo se articula la movilidad forzada con la lógica global del capital.
La paradoja del “progreso” capitalista
La Cuarta Revolución Industrial, caracterizada por el desarrollo de la inteligencia artificial y la automatización, trajo consigo una crisis global del trabajo. Fiel a su lógica de acumulación, el capitalismo impulsa una mejora constante de la productividad para reducir los tiempos sociales de producción y maximizar la ganancia. El capital busca achicar los tiempos sociales de producción aumentando la productividad de la fuerza de trabajo. El resultado es paradójico pero claro, cada vez hay más trabajadores en el mundo, pero menos trabajo disponible.
A la luz de esta causa estructural, debemos analizar la crisis migratoria actual. Según cifras de Naciones Unidas (ONU), para 2024 había 304 millones de migrantes internacionales, es decir, el 3,9 % de la población mundial. Se trata de un porcentaje en ascenso en las últimas décadas: en el año 2000 era del 2,8 % y en 1980 del 2,3 %.
La ONU define como migrantes a las personas que se trasladan de un lugar a otro —generalmente por elección— en busca de mejores condiciones de vida, oportunidades económicas, educativas, familiares o laborales. A su vez, 123,2 millones de personas fueron desplazados por la fuerza. Entre ellos: 42,7 millones refugiados, 73,5 millones desplazados internos y 8,4 millones solicitantes de asilo (ACNUR, 2024). En este caso, se considera refugiadas a las personas que se ven obligadas a huir de su país por un temor fundado de ser perseguidas debido a su raza, religión, nacionalidad, pertenencia a un grupo social determinado o por sus opiniones políticas.
Muchos de ellos fueron expulsados por guerras, desastres climáticos o crisis económicas, pero todos comparten algo en común: ya no son funcionales al capital de sus países de origen.
La Organización Internacional del Trabajo (OIT) estima que 169 millones de migrantes eran parte activa de la fuerza laboral global en 2023.
La mayoría está concentrada en sectores como servicios, agricultura y construcción, caracterizados por altos niveles de informalidad, bajos salarios y escasa protección social. En estos mismos sectores, la automatización avanza. Desde robots recolectores de frutas hasta Inteligencia Artificial que reemplazan tareas administrativas. De este modo, los migrantes quedan atrapados entre la espada y la pared, perseguidos por las máquinas en el Norte Global, perseguidos por el hambre en el Sur.
Karl Marx describió a este fenómeno como el “ejército industrial de reserva”, una masa de trabajadores disponibles que el capital puede activar o descartar según su conveniencia. En palabras actuales, se trata de migrantes que están disponibles para trabajar, pero no disponibles para organizarse.
Este sector de la población no sólo supone una fuente de fuerza de trabajo a ser incorporada cuando la demanda del capital así lo requiera, sino que también constituye un factor fundamental en la determinación de las condiciones laborales de la clase trabajadora en general. Este ejército de desocupados, le permite al capital aumentar la explotación de los trabajadores ocupados (determinación del salario), los cuales se ven obligados a aceptar estas condiciones por peligro a perder su puesto.
Crisis migratoria o crisis del capital
A medida que crece la población migrante, también crecen las políticas que buscan restringir su circulación y criminalizar su existencia. El caso más emblemático es el de Donald Trump, quien en su segundo mandato reactivó con más fuerza su agenda antimigrante en el país insignia del capitalismo.
El 1 de julio de 2025 inauguró el centro de detención “Alligator Alcatraz”, ubicado en una zona remota de los Everglades, Florida. Diseñado para albergar hasta 5.000 personas, el centro fue construido con una inversión anual estimada en 450 millones de dólares, rodeado de pantanos y caimanes. Críticos lo han denominado el “Auschwitz de los caimanes”, denunciando violaciones a derechos humanos, impacto ambiental y profanación de tierras sagradas de pueblos originarios como los Miccosukee y los Seminoles.
Pero este no es un caso aislado. Durante su segundo mandato, Trump ha profundizado una serie de medidas que consolidan una política sistemáticamente hostil hacia la población migrante: suspendió la recepción de solicitantes de asilo, prohibió el ingreso a ciudadanos de 12 países —la mayoría de mayoría musulmana—, restringió el acceso desde otros siete países con intención de ampliar esa lista a 36, reactivó la construcción del muro fronterizo con México y propuso como meta deportar un millón de inmigrantes por año.
Según datos oficiales, el número de detenidos por inmigración llegó a 56.000 personas en junio de 2025, un aumento significativo desde los 39.000 al asumir el cargo. Algunos migrantes incluso han sido recluidos en la base naval de Guantánamo, históricamente usada para detenidos por terrorismo.
Este endurecimiento de políticas no solo responde a razones electorales —aunque uno de cada ocho votantes en 2024 afirmó que la inmigración definía su voto— sino a una estrategia más profunda. Se trata de ocultar que la crisis no la generan los migrantes, sino el propio sistema económico.
La narrativa se repite en Europa. En España, la dirigente de Vox Rocío de Meer, nieta del franquista Carlos de Meer (gobernador civil durante la dictadura e incluso defensor de los golpistas del 23F en 1981), propuso la “remigración” de ocho millones de personas, incluidos descendientes de migrantes. “Tenemos derecho a sobrevivir como pueblo”, dijo, en un claro discurso etnocrático. El término “hagiográfo” que la define —es decir, quien embellece la figura de un santo— revela cómo Vox convierte a Franco en un modelo, y a la limpieza étnica en política pública.
También en países de América Latina se observan políticas restrictivas ante el aumento de la crisis migratoria.
● En Panamá (gobierno de Raúl Mulino), se cerró la ruta del Darién con cercas y puestos fronterizos
● En Colombia (gobierno de Gustavo Petro), se eliminó la Oficina de Gestión Fronteriza y se cerraron solicitudes para permisos temporales
● En Perú (gobierno de Dina Boluarte), se impuso visa y pasaporte obligatorio para venezolanos
● En República Dominicana (gobierno de Luis Abinader), se deportan 10.000 haitianos por semana desde octubre de 2024
En todos los casos, la política migratoria limita derechos y movilidad, mientras que los migrantes siguen siendo mano de obra indispensable para sectores esenciales, sin capacidad de reclamo ni organización.
Como observa el análisis estructural del capitalismo, esta paradoja es funcional al sistema. Se necesita fuerza de trabajo barata y disponible, pero desorganizada, disciplinada por la ilegalidad y sometida al chantaje permanente de la deportación.
Migrantes y cultura del descarte en el capitalismo actual
La migración global no es un fenómeno espontáneo, es una consecuencia estructural del modelo económico global. La población migrante es la parte en movimiento del ejército de reserva global. Una fuerza de trabajo potencial, útil para disciplinar a quienes aún conservan su empleo, y explotable en condiciones extremas cuando el capital así lo disponga.
Como ha advertido en reiteradas ocasiones el Papa Francisco, uno de los rostros más crueles del mundo actual es la expansión de una “cultura del descarte” que considera a millones de seres humanos como mercancías, útiles mientras producen y descartables cuando dejan de serlo. Esta lógica perversa atraviesa al fenómeno migratorio global, millones de personas son expulsadas de sus territorios, marginadas de los derechos sociales y reducidas a fuerza de trabajo barata y sustituible. Sin trabajo, sin futuro, sin salida, los migrantes encarnan de forma dramática esta visión utilitarista que prioriza la acumulación de capital por sobre la dignidad humana.
El fenómeno migratorio debe ser analizado desde esta clave estructural. Porque mientras sigamos discutiendo cuántos migrantes cruzan una frontera, en lugar de discutir por qué millones son expulsados de sus hogares, seguiremos discutiendo los síntomas de un sistema en descomposición, pero no las causas de sus contradicciones internas.
*Diego Lorca es Director del Observatorio Internacional del Trabajo del Futuro – OITRAF