Gustavo Petro y el horizonte de la izquierda contemporánea – Por Christian Fajardo

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de NODAL. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

Christian Fajardo *

Resta un año del gobierno de Gustavo Petro. Esta inédita administración de izquierda ha creado avances incontrovertibles –incluso fuera de todo pronóstico–. Sin embargo, estamos en un momento en el que debemos reflexionar de modo cuidadoso para prolongar las iniciativas de cambio que han comenzado.

¿Cómo hacer un análisis materialista de coyuntura? Algunas precisiones de método

Sven-Eric Liedman1 en su biografía de Marx, sin muchas parafernalias conceptuales, nos dice que uno de sus rasgos fundamentales en sus análisis radica en el profundo interés por la materialidad de las relaciones sociales. Por supuesto, es una verdad de Perogrullo decir que la izquierda marxista ha buscado elaborar una concepción materialista del mundo.

Sin embargo, Liedman le da un carácter simple y a su vez contundente a esa dimensión materialista: no hay que buscar la materialidad en el tosco contacto que tenemos con las cosas –ni en los intereses inmediatos de los agentes–, sino en el papel que desempeñamos en las relaciones sociales. Liedman sospecha que la materialidad de un análisis radical se encuentra en una expresión que aparece frecuentemente en El capital y los Grundrisse: “máscaras de personaje”.

A Marx le encantaba la literatura, no dejaba de recitar, junto con sus hijas –Laura y Eleanor–, extensos pasajes y escenas de las obras de Shakespeare. Este gusto puede ser visto como mera erudición, sin embargo, en ese simple gesto se condensa su materialismo: sobre los seres humanos pesa un pathos, un conjunto de condiciones que nunca dejarán de afectarnos. Estas condiciones no son estructuras mecánicas, ni determinaciones frías y silenciosas.

Son simplemente las relaciones que nos ponen máscaras sobre nuestras caras, imágenes que recubren nuestros cuerpos, en suma, apariencias. Resulta muy extraño que la materialidad de las relaciones sociales aparezca acá como apariencias, como máscaras, sin embargo, existen muchas razones de peso para señalar que acá encontramos la materialidad en un sentido, si se quiere, puro. Las máscaras de personaje corresponden con los rasgos impersonales de lo que somos, con lo que no elegimos ser y con lo que nos sujeta en un campo de fuerzas al que no veo ningún problema con llamarlo lucha de clases.

De un modo muy bello, Marx descubre esas máscaras que nos efectúan cuando crea una situación de interlocución entre el capitalista y el trabajador. Este último le diría a aquel: “Puedes ser un ciudadano modelo, tal vez miembro de la Sociedad para la Abolición de la Crueldad contra los Animales y, encima, tener fama de santidad, pero lo que representas para mí no tiene corazón latiendo en el pecho”2.

Todas las personas tendríamos entonces esa doble cara: una abstracta y otra concreta, una ideológica y otra material, una personal y otra impersonal. Distinguir esos dos niveles de existencia ha sido el papel de la crítica de la economía política y del análisis materialista de coyuntura que quiero actualizar.

Este paréntesis metodológico es clave, porque considero que la crítica de izquierda ha dejado a un lado esta distinción y, en su lugar, se ha concentrado en los rasgos de la personalidad de la gente, en sus relaciones y decisiones inmediatas.

Por ejemplo, en una columna reciente, Rodrigo Uprimny llegó a plantear que el decreto presidencial que buscaba realizar la Consulta Popular acercaba a Gustavo Petro con la postura del teórico del estado de excepción –e ideólogo del nazismo– Carl Schmitt3.

En esta lectura aparece un presidente autoritario e intransigente que estuvo a punto de quebrar el ordenamiento constitucional y no, como en realidad ocurrió, una situación concreta de los antagonismos de clase. La ingenuidad de este tipo de lecturas radica en que descuidan que, con ese llamado a una Consulta Popular, se buscaba crear auténticas leyes positivas que protegen a los trabajadores de los corazones, que no laten, de nuestros capitalistas.

Benedetti y la lucha de clases

Algunos amigos izquierdistas no dejaban de quedarse perplejos ante el Armando Benedetti pronunciando frases que ponían en evidencia la existencia y la dignidad de una clase trabajadora y obrera. Muchos señalaban lo fingido, lo falso de este tipo de actos de habla, provenientes de “un maquinador político”. También me he encontrado, en el lenguaje implícito de muchos izquierdistas woke, con que no deja de ser sospechoso que alguien como Benedetti persiguiera fines tan nobles, porque su forma de ser, sus rasgos personales le impiden defender los intereses de la clase obrera. ¿Cómo entender esta sospecha?, ¿es posible que Benedetti sea un caballo de Troya en la izquierda?

En un mundo que descuida la distinción entre los rasgos de la personalidad de alguien y su máscara de personajes pareciera que sí, que sí es un caballo de Troya. Un moralista de izquierda diría que las formas de ser de Benedetti –pensemos en lo reprochable de los audios que se filtraron en sus peleas con Laura Sarabia– constituyen un muy mal precedente para un proyecto político que busca crear ciudadanos ejemplares.

Sin embargo, lo cierto es que, por fuera de varios pronósticos, los últimos 19 artículos de la reforma laboral fueron discutidos y aprobados por la plenaria del Senado. Ya existe como ley de la república y, para rematar, el Ministerio del Interior, logró convocar sesiones extra para aprobar la reforma pensional. ¿Este triunfo hace que las formas de ser de Armando Benedetti, que muchos izquierdistas y moralistas reprochan, sean irrelevantes? A todas luces la respuesta es no. Sin embargo, estos rasgos de su personalidad nada tienen que ver con la máscara de personaje del Benedetti intercediendo para que se promulgara una Ley que protege a los trabajadores formales de los excesos de la violencia del sobretrabajo –o plustrabajo–.

El caso de Benedetti pone a prueba la disyunción que le interesa analizar al método materialista: por un lado, somos formados en aparatos de dominación –patriarcado, colonialismo, racismo–, pero, por el otro, existen fuerzas impersonales que nos afectan, que nos exhortan a actuar y a, por qué no, a luchar en contra de nosotros mismos. En este último nivel encuentro el rasgo material de lo que de modo reiterado he llamado máscaras de personaje. Ellas son fuerzas impersonales que crean esa disyunción entre lo que somos y las fuerzas que niegan lo que somos –y con esto a los aparatos que nos han vuelto racistas, misóginos y clasistas–. A esta disyunción le doy el nombre de lucha de clases.

Gustavo Petro siempre supo que ningún izquierdista puro y moralista tenía a sus cuestas esa máscara de personaje que invistió a su ministro del interior. Por supuesto, esto no es un llamado a glorificar a nadie, ni a fetichizar a un líder, simplemente es un llamado a que tengamos en mente que existe un campo de fuerzas heterogéneo y múltiple que nos transforman en auténticos sujetos políticos. Son fuerzas que nos eligen en el medio de su contingencia y de las rotundas desesperanzas. Se creía que todo el trámite de la reforma laboral estaba echado a perder, pero no fue así. El pesimismo, de cierto modo, es un impulsador de lucha más fuerte que cualquier optimismo ingenuo.El lenguaje y la materialidad

En una columna titulada “La fuerza de las palabras”4, Francisco Gutiérrez Sanín hace una crítica espléndida de las fanfarronadas posmodernas que hoy aparecen incluso en los medios de comunicación masivos. De acuerdo con esta problemática aproximación posmoderna, las palabras pronunciadas por las personas son capaces de crear, de modo inmediato, el mundo en el que vivimos. La consecuencia de esta comprensión ingenua del lenguaje es la siguiente: si hablamos con rabia y con cierta declinación hacia la indignación frente a las injusticias que padecemos, inmediatamente el mundo se vuelve hostil y violento. Las personas con armas adquieren, así, el derecho incondicional de accionarlas y matar a las personas, de modo que la coexistencia se torna hostil y polarizante.

Como lo detalla Gutiérrez Sanín, esta comprensión casi que adánica del lenguaje prohíbe inmediatamente la deliberación democrática, porque la simple declinación a decir que existen opresores y oprimidos se vuelve escándalo y abominación, porque, precisamente, le daría luz verde a los perpetradores de crímenes.

Esta lectura la reproducen al pie de la letra los periodistas, políticos y empresarios –capitalistas– cuando señalan que las amenazas de Donald Trump son el resultado de la deliberación democrática que han planteado, por ejemplo, las reformas sociales del gobierno de Gustavo Petro. Según esta lectura, cualquier sanción que reciba Colombia por parte de Estados Unidos sería el resultado del lenguaje desafiante que denuncia las injusticias y las desigualdades del capitalismo contemporáneo.

Podríamos incluso decir que esta es la lógica de quienes culpan a las mujeres de ser asesinadas, violadas y agredidas, porque les comunican a sus agresores que pueden violentarlas cuando caminan por determinado sector de la ciudad, porque se visten de determinada manera, porque salen a la calle sin la compañía de un hombre, etcétera.

Tenemos entonces que la deliberación democrática, la eventual posibilidad de hablar de una dimensión neocolonial en el capitalismo contemporáneo y la libertad de una mujer cualquiera se vuelven palabras y formas de lenguaje de odio que polarizan según esta versión adánica del lenguaje, que está de moda entre nuestros opinadores políticos y periodistas.

¿Cuál es la solución que propone esta aproximación adánica del lenguaje? La consecuencia es evidente: para desactivar los discursos incendiarios y polarizantes, debemos dejar de hablar del mundo en el que vivimos.

En otros términos, para esta comprensión absurda y abstracta del lenguaje, la violencia solo cesará cuando se vuelva impronunciable la relación entre oprimidos y opresores, cuando aceptemos de modo resignado la violencia de la producción capitalista y cuando las mujeres no vuelvan a salir solas en las calles. El sueño del consenso es precisamente ese: un mundo en el que no se dice nada, las palabras serían un medio de adecuación a las brutales condiciones de opresión del capitalismo, el colonialismo y del patriarcado. ¿Qué encubre esta dimensión idealista y adánica del lenguaje? La respuesta es evidente: el lenguaje mismo, su propia materialidad.

El lenguaje nunca ha sido la designación del mundo. Más bien, el lenguaje está inmerso en los relieves de sentido de las cosas en las que habitamos. Esto quiere decir que nosotros somos designadores pasivos, pues las cosas son mucho más elocuentes que nuestras palabras, ellas nos hablan, nos muestran injusticias cuando caen bombas sobre pueblos maltratados históricamente, comunican algo con el deterioro de la naturaleza, señalan mensajes sobre los cuerpos de las mujeres víctimas de la violencia patriarcal.

A nosotros nos corresponde traducir esas inscripciones en el mundo, a través de estrategias de composición de las palabras. En Occidente a esta tarea se la ha llamado poética o, mejor aún, literariedad. Somos hablantes porque somos hijos del mundo que a su vez tiene inscripciones de sentido. El pronunciar la sola existencia de que existen opresores y oprimidos no es una invención de polarizadores e incendiarios del discurso, sino procesos de traducción del lenguaje mudo de las cosas a la elocuencia de nuestras palabras.

De acuerdo con mi lectura, Gustavo Petro, lejos de ser un incendiario del discurso, es un designador pasivo del mundo. Precisamente, por esa razón, los apologistas de la brutalidad de la opresión del capitalismo contemporáneo se han encargado de transformarlo en un demonio perverso. Desde las columnas de María Jimena Duzán hasta las absurdas cartas de Álvaro Leyva, pasando por la agenda de los periodistas de los medios masivos de información, ha aparecido un auténtico demonio, un auténtico perpetrador de la violencia del mundo. Es el mismo demonio que se inscribió sobre Rosa Elvira Cely cuando la oficina jurídica de la Secretaría de Gobierno de Bogotá la culpó de haber sido brutalmente asesinada y violada.

Tenemos así, que la moda posmoderna, que busca señalar que el lenguaje crea al mundo a partir de la designación de las palabras, encubre al lenguaje en un sentido material y radical. Existe una carne de las palabras porque ellas son siempre el resultado de procesos de traducción de una especie de mutismo elocuente, que encontramos inscrito en el mundo que habitamos y percibimos de modo cotidiano. Esta ha sido la lección del Gobierno de Gustavo Petro.

La finitud de Gustavo Petro

El gobierno de Gustavo Petro no ha estado exento de escándalos de corrupción –pienso específicamente en los recientes avances de las investigaciones por lo sucedido en la Unidad de Gestión del Riesgo–. Además, a esto le podemos sumar el desgaste de sus discursos en plaza pública, de sus repetidas menciones de la lucha entre la vida y la muerte, del mismo modo que sus ya trilladas referencias y puntos comunes sobre su interpretación de la justicia, del antagonismo social, entre otras cosas.

Con esto, cada vez me temo que el desgaste de la figura Petro consiste en que, últimamente, prevalecen sus rasgos personales, sus maneras de leer el mundo. La vieja figura del líder de izquierda, que fue impulsado por la explosión de las fuerzas de la rabia y la desobediencia en el estallido social, está en declive.

Y esto ocurre no porque Gustavo Petro esté haciendo las cosas mal y que no haya nada que rescatar en su gobierno, sino porque el campo de lucha reducido a una figura carismática pierde su dinamismo, su materialidad. Todo esto me lleva a temer mucho que la izquierda se aferre a sus explicaciones, a su voluntad de cambio, en último término, a su sombra.

El repentino éxito de algunas de las reformas sociales, con las que se comprometió en el inicio de su mandato, nos ha mostrado esa cara impersonal del presidente, nos ha enseñado que las leyes que emergen de los antagonismos sociales son las más valiosas, protegen a los más débiles de los delirios ilimitados de la acumulación y concentración del capital. En los debates –formales e informales– sobre las reformas laboral y pensional se puso a relucir ese mundo lleno de injusticias, que la moda posmoderna del lenguaje no se atreve a pronunciar. Sin embargo, todo cambio, así sea gradual –y sobre todo en las condiciones de la acumulación del capital contemporáneas– requiere cierto detenimiento.

De modo que, en este último año el Gobierno debe, desde mi punto de vista, andar más lentamente. Es preciso dejar de dar papaya en medio de la difícil contienda electoral que viene. Existen algunas reformas pendientes, de modo que su debate debe darse de un modo pausado, sin arrebatos de última hora y sin esas casi absurdas órdenes de Petro a la movilización popular –las personas se movilizan no porque haya un padre que las manda a las calles, sino porque son capaces de comprender cuándo se debe y se puede hacer.

Las líderesas sociales, los y las académicos/as, y políticos deben contribuir a una reflexión intensa, acompañando las decisiones estratégicas para que emerja, muy pronto, una figura que reemplace a Gustavo Petro. Necesitamos otra persona que desempeñe ese papel de designador pasivo del mundo, necesitamos hacer visibles, para toda la sociedad, nuevas formas de crítica de la economía política, porque, sin ellas, la lógica de construcción de lo político termina flotando sobre teorías puras de lo político con las que, tengo la sospecha, Petro simpatiza.

Uno de los puntos centrales de esta teoría política pura –posfundacional– es la del afán por crear divisiones dicotómicas en el campo social sin escuchar al mundo y sus inscripciones de sentido. Esta postura rechaza la crítica de la economía política porque allí, presuntamente, se encuentra un determinismo económico. Sin embargo, esa perspectiva posfundacional es totalmente infundada, porque a esta crítica nunca le ha interesado descubrir a la economía, sino al mundo material en su pluralidad. De modo que el determinismo económico ha sido precisamente el problema que esta crítica se propuso poner en cuestión desde un inicio.


Notas

1 Liedman, Sven-Eric. 2020. Karl Marx. Una Biografía. Madrid: Akal.
2 Marx, Karl. 1982. Gesamtausgabe (MEGA II). Berlin: Dietz Verlag.
https://www.dejusticia.org/column/el-decretazo-inconstitucional-para-la-consulta-popular/
https://www.elespectador.com/opinion/columnistas/francisco-gutierrez-sanin/critica-a-noticias-caracol-la-fuerza-de-las-palabras/

  • Profesor Asociado del Departamento de Ciencia Política de la Pontificia Universidad Javeriana.

 

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