Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de NODAL. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.
Luis Britto García *
Una vez que se decide la libertad del Alto Perú —que luego se llamará Bolivia—, el Libertador asciende el 26 de octubre de 1826 a la eminencia del Potosí, escoltado por el Mariscal de Ayacucho Antonio José de Sucre, por el prefecto del departamento, por su estado mayor y los plenipotenciarios del Plata. Y ante las banderas flameantes de Colombia, Perú y la Plata, arenga: “Venimos venciendo desde las costas del Atlántico y en quince años de lucha de gigantes, hemos derrocado el edificio de la tiranía formado tranquilamente en tres siglos de usurpación y de violencia. Las míseras reliquias de los señores de este mundo estaban destinadas a la más degradante esclavitud.
¡Cuánto no debe ser nuestro gozo al ver tantos millones de hombres restituidos a sus derechos por nuestra perseverancia y nuestro esfuerzo! En cuanto a mí, de pie sobre esta mole de plata que se llama Potosí y cuyas venas riquísimas fueron trescientos años el erario de España, yo estimo en nada esta opulencia cuando la comparo con la gloria de haber traído victorioso el estandarte de la libertad desde las playas ardientes del Orinoco, para fijarlo aquí, en el pico de esta montaña, cuyo seno es el asombro y la envidia del universo” (Lecuna, 1939: 314).
Si el triunfo político es grande, el económico es magnífico: el Potosí es ciertamente “una mole de plata” y en verdad sus “venas riquísimas fueron trescientos años el erario de España”. Ese torrente argentífero fue además la acumulación primitiva que posibilitó el arranque del capitalismo.
Apenas dos días después, la Municipalidad del Potosí decide cambiar el nombre de la célebre mina por el de Bolívar. Con el sentido de la proporción y de la cautela ante la adulación que le caracteriza, Bolívar ordena contestar el 30 de octubre de ese año que: “S. E. no puede persuadirse de que el Potosí sea susceptible de recibir una denominación más célebre que la que lleva, y, por consiguiente, burlará todos los esfuerzos de los hombres que pretendiesen darle una que nunca puede alcanzar a la altura de la que lo ha hecho memorable” (Lecuna, 1947, Vol II: 265-266).
También tiene reservas para aceptar la segunda gran recompensa moral que le es conferida. Al conocer en Lima la noticia de que el Congreso del Alto Perú ha decidido cambiar el nombre del país por el de Bolivia, el 25 de mayo de 1826 le contesta considerando tal gloria “no merecida”:
“Legisladores, al ver ya proclamada la nueva Nación Boliviana, ¡cuán generosas y sublimes consideraciones no deberán elevar vuestras almas! La entrada de un nuevo estado en la sociedad de los demás es un motivo de júbilo para el género humano, porque se aumenta la gran familia de los pueblos. ¡Cuál, pues, debe ser el de sus fundadores! ¡¡¡Y el mío!!! Viéndome igualado con el más célebre de los antiguos, el Padre de la Ciudad eterna!
Esta gloria pertenece de derecho a los Creadores de las Naciones, que, siendo sus primeros bienhechores, han debido recibir recompensas inmortales; mas la mía, además de inmortal, tiene el mérito de ser gratuita por no merecida. ¿Dónde está la república, dónde la ciudad que yo he fundado? Vuestra munificencia, dedicándome una nación, se ha adelantado a todos mis servicios; y es infinitamente superior a cuantos bienes pueden hacernos los hombres.
«Mi desesperación se aumenta al contemplar la inmensidad de vuestro premio, porque después de haber agotado los talentos, las virtudes, el genio mismo del más grande de los héroes, todavía sería yo indigno de merecer el nombre que habéis querido daros, ¡¡¡el mío!!! ¡Hablaré yo de gratitud, cuando ella no alcanzará jamás a expresar ni débilmente lo que experimento por vuestra bondad que, como la de Dios, pasa todos los límites! Sí: solo Dios tenía potestad para llamar a esa tierra Bolivia…
¿Qué quiere decir Bolivia? Un amor desenfrenado de libertad, que al recibirla vuestro arrobo, no vio nada que fuera igual a su valor. No hallando vuestra embriaguez una demostración adecuada a la vehemencia de sus sentimientos, arrancó vuestro nombre y dio el mío a todas vuestras generaciones. Esto, que es inaudito en la historia de los siglos, lo es aún más en la de los desprendimientos sublimes.
Tal rasgo mostrará a los tiempos que están en el pensamiento del Eterno, lo que anhelabais: la posesión de vuestros derechos, que es la posesión de ejercer las virtudes políticas, de adquirir los talentos luminosos y el goce de ser hombres. Este rasgo, repito, probará que vosotros erais acreedores a obtener la gran bendición del Cielo –la Soberanía del Pueblo– única autoridad legítima de las Naciones”.(Lima, 25 de mayo de 1826).
En este caso, no se niega al honor: “¿Qué quiere decir Bolivia? Un amor desenfrenado de libertad, que al recibirla vuestro arrobo, no vio nada que fuera igual a su valor”. Al definirla, se define.
En realidad, el bautizo de Bolivia le satisface tanto, que se complace en triviales juegos para demostrar la eufonía del apelativo. Mientras espera en 1828 en Bucaramanga el resultado de las deliberaciones de la Convención de Ocaña, que lo forzarán a asumir la dictadura; ante sus edecanes compara los nombres de Bolivia y Colombia, “y sostuvo que aunque el último es muy sonoro y muy armonioso, lo es mucho más el primero; los analizó, separando las sílabas y comparando las unas con las otras. Bo –dijo– suena mejor que Co; li es más dulce que lom, y via, más armonioso que bia” (Perú Lacroix, 1924: 151-152).
En dos palabras se resumen las recompensas por toda una vida de hazañas y amarguras, que lo lleva, después de ser el hombre más rico de Venezuela y liberar lo que hoy son seis países, a morir pobre y camino del exilio: el título de Libertador, el nombre de Bolivia. Tiene razón Bolívar en estimarlas: a lo largo de los siglos perduran, mientras se hunden en el olvido los rangos, las prebendas, los grados, las fortunas y los imperios de la tierra.
* Narrador venezolano, ensayista, dramaturgo, dibujante, explorador submarino, autor de más de 60 títulos. En 2002 recibió el Premio Nacional de Literatura, y en 2010 el Premio Alba Cultural en la mención Letras.