La Minga y el trabajo voluntario: herencia, tradición y práctica bien Latina – Por Carolina Sturniolo – Fernando Rizza – Bruno Ceschin

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La Minga y el trabajo voluntario: herencia, tradición y práctica bien Latina

Por Carolina Sturniolo, Fernando Rizza, Bruno Ceschin

En este agosto, mes de la Pachamama y de los pueblos originarios, resuena con más fuerza que nunca una práctica ancestral que atraviesa la historia de nuestra región; la Minga, del quechua “minka” o “minccacuni”, “pedido de ayuda”, expresa una cosmovisión en sí misma. Es un mecanismo de organización social propio de los pueblos andinos, basado en la reciprocidad y el trabajo colectivo voluntario, en el que las comunidades se unen para realizar tareas en beneficio común. Encierra la idea de que el trabajo no es solo producción material, sino también construcción de comunidad, de vínculos, de humanidad.

Durante siglos, los pueblos andinos y amazónicos han practicado la Minga para sembrar y cosechar, construir casas, limpiar acequias, abrir caminos o sostener celebraciones comunitarias. Se trata de un sistema de reciprocidad diferida, hoy trabajo para vos, mañana vos trabajarás para mí. No implica salario ni mercancía y suele ir acompañado de un componente ritual y simbólico que refuerza la cohesión y la identidad. La Minga es, así, economía solidaria, comunidad, bien común. No se agota en el esfuerzo físico. Culmina en lo festivo, con comida, música y baile.

El trabajo voluntario como conciencia liberadora

A mediados del siglo XX, Ernesto “Che” Guevara, en un contexto radicalmente distinto, recogió esa misma identidad desde una clave revolucionaria. En sus discursos sobre el trabajo voluntario afirmaba que “es una escuela creadora de conciencia, porque no se hace con el propósito de obtener una retribución material, sino con el propósito de servir a la sociedad”. Para el Che, producir sin la compulsión de la necesidad física ni la lógica mercantil dominante era una forma de liberación, “el hombre comienza a ser dueño de su destino”.

El trabajo voluntario, entonces, rompe con la lógica del mercado y abre paso a una nueva moral, a una subjetividad distinta. Libera humanidad y siembra en cada persona la certeza de que lo colectivo está por encima del interés individual. Es el germen de ese “hombre nuevo y mujer nueva” que priorizan la justicia, la solidaridad y la libertad por encima de la competencia y el egoísmo.

Minga y trabajo voluntario se encuentran en un mismo horizonte, pensar el trabajo como acto social, solidario, desmercantilizado y emancipador. Ambas prácticas fortalecen el capital social comunitario al reforzar vínculos de confianza, cooperación y pertenencia.

Un golpe glocal

En tiempos del “sálvese quien pueda” o del “sé tu propio jefe”, cuando el sistema y sus tentáculos tecnológicos nos distraen con el consumismo y el exitismo inmediato, la comunidad termina siendo percibida como una pérdida de tiempo. Mientras tanto, se nos exfolian las riquezas y se hipoteca el futuro. Tal vez sea hora de volver a nuestras raíces, de recuperar la esencia de construir comunidad.

Nuestra región es rica en biodiversidad, agua, tierras cultivables, alimentos, minerales, culturas y saberes ancestrales. Sin embargo, la concentración de tierra, alimentos y tecnologías productivas ha alcanzado niveles obscenos. El sistema capitalista y la división global de cadenas de valor nos condenan a ser exportadores de materias primas baratas y compradores de insumos caros, mientras millones de campesinos, indígenas y agricultores familiares son desplazados.

Ante este escenario, la lógica de la Minga y del trabajo voluntario recuperan toda su potencia transformadora, despiertan consciencias y enamoran. Nos invita a soñar que podemos construir sistemas productivos que no se rijan por la lógica de la mercancía, de la ganancia privada y la acumulación exagerada. Que podemos construir una región integrada, que sea productiva, sustentable, inclusiva pero que sobre todo rijan lógicas de cooperación, reciprocidad, solidaridad y cuidado de la biósfera y la biodiversidad.

La Minga puede ser principio ordenador de nuevos modos de producir y de vivir. El trabajo voluntario, motor para generar conciencia en las nuevas generaciones de técnicos, profesionales, productores y trabajadores, puede parir hombres y mujeres nuevos, dispuestos a embarrarse para amasar esa masa con la que se edifique la nueva comunidad nuestroamericana.

Más que decir, hacer

El desafío es profundizar esa lógica comunitaria y extenderla a cada rincón de la región, como hicieron nuestros ancestros y nuestros revolucionarios con las brigadas de alfabetización, sanitarias y productivas. Desde el Centro de Estudios Agrarios, junto a organizaciones estudiantiles, profesionales, campesinas, cooperativas y trashumantes, venimos demostrando que es posible aplicar el espíritu de la Minga a través del trabajo voluntario en distintas provincias argentinas: enlazando sueños, forjando dirigentes, acompañando agricultores familiares, fortaleciendo cooperativas y asociaciones que garantizan o luchan por la soberanía alimentaria.

Se trata de impulsar polos productivos y cooperativos que integren producción, transformación y comercialización con un criterio federal e inclusivo; de acercar conocimiento científico y nuevas tecnologías articulando con universidades e institutos, para pensar soluciones reales a problemas cotidianos.

Cada pueblo, cada localidad productiva, rural o urbana, puede ser terreno fértil para sembrar cooperación y comunidad. Es recuperar lo mejor de nuestra herencia comunitaria y articularla con las necesidades actuales y las tecnologías que socialicen el conocimiento, desarrollen técnica y, sobre todo, fraternicen entre hermanos construyendo un horizonte común.

El Che advertía que no bastaba con transformar las estructuras materiales: era necesario también transformar las conciencias. La construcción del hombre nuevo y la mujer nueva no es un decreto ni una consigna, sino fruto de prácticas concretas que forjan valores colectivos y comunidad.

La Minga y el trabajo voluntario nos muestran ese camino. Son prácticas que nos entrenan en la solidaridad, que nos hacen experimentar la satisfacción de dar sin esperar, de construir con otros, de sentirnos parte de un destino común.

En un continente atravesado por la desigualdad y la violencia del capital, recuperar estas prácticas no es un gesto nostálgico. Es una apuesta política, social y productiva que puede transformar nuestros modos de producir, de organizarnos y de vivir.

Despertar el género humano en tiempos de crisis

La Minga nos recuerda que el trabajo no es mercancía, sino vida compartida. El Che nos recuerda que el trabajo voluntario es germen de una nueva conciencia. Juntas, estas dos tradiciones nos ofrecen una brújula para pensar el futuro de América Latina y el Caribe.

En un tiempo donde la lógica del mercado pretende imponerse como única racionalidad, la Minga y el trabajo voluntario devuelven una certeza, la abundancia nace de la cooperación y la humanidad florece cuando se trabaja por y con los demás.

Tal vez allí resida nuestra mayor tarea ideológica y práctica: perpetuar en la vida cotidiana esa actitud heroica, audaz de quienes ponen sus manos al servicio del pueblo, para moldear la bosta, el barro y la paja y edificar así comunidad, el bien común, trabajo no mediado por un salario, sino por vínculos que despierten el género humano.

*Carolina Sturniolo es Medica Veterinaria, integrante del CEA, Docente en la carrera de Medicina Veterinaria, UNRC. Fernando Rizza es Médico Veterinario. Columnista de NODAL, integrante del Centro de Estudios Agrarios (CEA) y Docente en la Universidad Nacional de Hurlingham, Argentina. Bruno Ceschin es Licenciado en Ciencia Política y Administración Pública. Maestrando en Desarrollo Territorial en América Latina y el Caribe. Integrante del Centro de Estudios Agrarios (CEA).


 

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