Tianjin 2025: el G2 se profundiza en la disputa por el orden mundial
La 25ª Cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS), celebrada en Tianjin entre el 31 de agosto y el 1 de septiembre de 2025, mostró que el tablero internacional se mueve al compás de una competencia central: la que enfrenta al G2, con Estados Unidos defendiendo el presente y China apostando al futuro. La Declaración de Tianjin proclamó la “construcción de un orden multipolar”, pero la escena dejó entrever algo más profundo: Pekín utiliza el bloque como plataforma para consolidar su proyecto geopolítico en la carrera por el liderazgo global.
La elección de Tianjin, ciudad atravesada por un pasado colonial, funcionó como gesto simbólico de un bloque que concentra un cuarto de la economía mundial, más del 40% de la población del planeta y más de la mitad del territorio euroasiático. Con semejante masa crítica, la OCS busca condicionar precios de energía, corredores logísticos y rutas comerciales. Aunque sus instrumentos financieros todavía son incipientes frente a los occidentales, el avance del yuan como moneda internacional apunta a socavar un orden económico creado en el siglo XX.
Sin embargo, la proclamada multipolaridad convive con un hecho ineludible: Estados Unidos no ha perdido la batalla. Conserva el ejército más poderoso del mundo, mantiene la supremacía tecnológica y sigue siendo el garante último del orden financiero. China disputa otra carrera, más de largo plazo, donde el tiempo y el peso demográfico parecen jugar a su favor, pero en el presente Washington conserva ventajas decisivas.
Los consensos de Tianjin incluyeron seguridad común, soberanía digital, cooperación en inteligencia artificial y mayor articulación multilateral. Xi Jinping anunció aportes millonarios y definió a la OCS como catalizador de una nueva gobernanza global, mientras Vladimir Putin habló de un sistema más equitativo bajo la ONU y Narendra Modi planteó que el siglo XXI será asiático solo si India y China actúan como socios y no como rivales. Irán denunció el unilateralismo occidental y Bielorrusia pidió sistemas de pago en monedas nacionales para reducir la dependencia del dólar.
Los gestos bilaterales reforzaron este clima de realineamiento: Xi y Putin ratificaron su alianza estratégica, Xi y Modi acordaron desescalar tensiones fronterizas, Modi y Putin sellaron pactos energéticos y militares. Pero el equilibrio interno convive con viejas rivalidades que limitan los consensos. Desde fuera, la reacción fue inmediata: Washington calificó el encuentro de “performativo” y aplicó aranceles a India, mientras que la OTAN y, sobre todo, la Unión Europea se mostraron como los grandes perdedores. Alemania y Francia, atrapadas por la pérdida del Nord Stream 2 y su subordinación a Estados Unidos, quedaron sin margen de maniobra frente a un bloque que avanza con su propia agenda.
La “trampa de Tucídides” vuelve a escena. Cuando una potencia emergente desafía a la dominante, el riesgo de choques escala. La disputa entre Washington y Pekín ya no es solo comercial o tecnológica: se traslada al terreno de la seguridad, la energía, la digitalización y los corredores estratégicos. En este marco, lo que se despliega no es un orden multipolar consolidado, sino un campo de multialineamientos donde cada país busca no quedar atrapado en un juego de gigantes.
El mensaje que deja Tianjin es inequívoco: China aprovecha la OCS para ensanchar su terreno de juego y proyectar un futuro donde su peso demográfico, económico y tecnológico se imponga; Estados Unidos refuerza su supremacía militar y tecnológica en el presente; y la Unión Europea observa desde la periferia cómo se reorganizan los bloques sin que su voz pese en las grandes definiciones. La transición está en marcha, y los pueblos del mundo corren el riesgo de pagar con su sangre el precio de este reacomodo global.