Cuerpos que se transforman ¿cómo enfrentamos el desafío cyborg? – Por Verónica Veglia – Hernán Sanchez

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Cuerpos que se transforman ¿cómo enfrentamos el desafío cyborg?¿El cuerpo es solo biología? El cuerpo se vuelve terreno de disputa política, tecnológica y económica. Implantes neuronales, prótesis inteligentes y sistemas de vigilancia muestran que la hibridación humano-máquina dejó de ser ciencia ficción. Es necesario preguntarnos ¿estos avances amplían la autonomía o refuerzan los mecanismos de control sobre nuestros cuerpos?

El debate no puede reducirse a la promesa de más longevidad o mejores prótesis. Lo central es cómo se organiza el poder en torno a esa transformación. En Ghost in the Shell, clásico del cine japonés, la protagonista cyborg parece ganar capacidades infinitas, pero al costo de perder su identidad. En nuestros países, el dilema se materializa en tecnologías que devuelven movilidad o curan enfermedades, pero también en chips biométricos para controlar trabajadores o sistemas de reconocimiento facial desplegados en las calles.

El concepto de cyborg fue acuñado en 1960 por Manfred Clynes y Nathan Kline. Nació como respuesta a la carrera espacial, pensado para adaptar el cuerpo humano a condiciones extremas. Décadas más tarde, la filósofa Donna Haraway lo resignificó como metáfora política de hibridación, romper dualismos rígidos y pensar identidades en movimiento. Sin embargo, en contextos de desigualdad estructural como los que se viven en la actualidad, la discusión no puede quedar en clave cultural. Aquí, la pregunta central es quién decide y con qué fines se transforma el cuerpo.

El sociólogo argentino Juan Carlos Marín ofrece una clave precisa, el cuerpo es territorio de poder. No existe cuerpo neutro. Siempre se inscribe en relaciones de dominación y resistencia. Para Marín, las “armas morales” y los dispositivos de control actúan sobre los cuerpos tanto como la coerción física. El disciplinamiento escolar, militar o sanitario se traduce en cuerpos dóciles. Pero el mismo cuerpo puede ser fuente de fuerza material y organización colectiva. El poder no es estático, se juega en la polaridad entre quienes buscan someter y quienes buscan resistir.

En esta línea, el filósofo Baruch Spinoza ya había planteado que el cuerpo no debía entenderse como prisión del alma, sino como potencia: aquello que puede hacer, afectar y ser afectado. Desde esta perspectiva, la cuestión no es solo qué nuevas tecnologías pueden incorporarse, sino si esas incorporaciones expanden la capacidad de actuar de los cuerpos o la reducen bajo formas de control más sofisticadas. El dilema cyborg se lee así como un dilema de potencia.

Jean-Paul Sartre, por su parte, mostró que el cuerpo es facticidad —peso, hambre, límites materiales— pero también proyecto. No es objeto fijo ni mero organismo, sino situación desde la cual cada sujeto se proyecta hacia el futuro. La mirada del otro puede volverlo cosa, pero esa misma exposición abre la posibilidad de apropiarse de la libertad. Esta tensión se actualiza hoy cuando las tecnologías digitales convierten nuestros cuerpos en datos: somos cuerpos vigilados, pero también cuerpos capaces de disputar esa mirada.

Más cerca en el tiempo, Gilles Deleuze propuso la idea de un “cuerpo sin órganos”, un espacio de experimentación donde los flujos vitales y sociales se reorganizan más allá de estructuras rígidas. Este concepto invita a pensar la tecnología no como simple amenaza, sino como posibilidad de recomponer nuestras prácticas corporales. La clave, sin embargo, está en decidir si esas recomposiciones amplían nuestra capacidad de existir en común o nos reducen a engranajes de un dispositivo global.

Esa lectura resuena hoy con fuerza. La tecnología no llega como promesa universal, sino como vector de disputa. Un implante neuronal puede ser libertad morfológica, como proponen los transhumanistas, o puede ser una herramienta de vigilancia laboral. Un dispositivo que mide el pulso puede salvar vidas en hospitales, pero también alimentar algoritmos de aseguradoras o plataformas digitales. En sociedades marcadas por la desigualdad, esta tensión se multiplica, unos acceden a la “mejora” como elección, otros quedan obligados a ceder datos o someterse a controles invisibles.

Marín insistía en que no hay estrategia política sin cuerpos organizados. Hoy, esa afirmación se reconfigura en un escenario donde los cuerpos son también datos. La vigilancia algorítmica, los sistemas biométricos y la economía de la atención operan como nuevas formas de disciplinamiento. Pero la resistencia no desaparece, desde colectivos que hackean tecnologías hasta comunidades que exigen soberanía digital, el cuerpo vuelve a ser campo de lucha.

La nueva fase del capitalismo digital muestra con crudeza esta disputa. El cuerpo híbrido no es solo organismo, es territorio donde se define quién ejerce el poder y con qué fines. El mundo no puede quedar atrapado entre la fascinación por la innovación y la pasividad frente a la vigilancia. La pregunta que abre el futuro es política ¿el cuerpo cyborg será un espacio de emancipación compartida o quedará reducido a un engranaje del control global? La respuesta dependerá de cómo decidamos disputar hoy ese territorio.

 

*Verónica Veglia, Medica Veterinaria y Docente de la Universidad Nacional de San Luis

**Hernán Sánchez es licenciado en Biología Molecular, Becario Doctoral CONICET  y Docente de la Universidad Nacional de San Luis

 

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