Burbuja tecnológica de la IA: acumulación, especulación y disputa geopolítica – Por  Lina Merino y Alfio Finola

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Burbuja tecnológica de la IA: acumulación, especulación y disputa geopolítica

 

Por  Lina Merino y Alfio Finola

El debate sobre si el actual furor en torno a la inteligencia artificial (IA) constituye una burbuja especulativa se multiplica en los medios de referencia del sector. Financial Times, The Wall Street Journal, The Economist o la consultora Bloomberg LP alertan sobre el vértigo de las valorizaciones, mientras otras voces piden distinguir entre moda pasajera y transformación estructural. El fantasma de la burbuja puntocom que estalló a comienzos del milenio sobrevuela la escena. Pero, ¿qué tan real es esa comparación? ¿Estamos frente a un nuevo estallido tecnológico y financiero?

Sam Altman, director ejecutivo de OpenAI y creador de ChatGPT, y Jensen Huang, fundador y CEO de NVIDIA, advierten que este fenómeno podría constituir una burbuja. Torsten Sløk, economista jefe de Apollo Global Management, ya había comparado la situación con la crisis de las puntocom: “La diferencia entre la burbuja tecnológica de los años 90 y la actual de la IA es que las 10 empresas líderes del S&P 500 de hoy están más sobrevaloradas de lo que estaban entonces”.

La primera señal de alerta es clara: miles de millones de dólares de capital de riesgo se invierten en el sector sin un retorno aún definido. A esto se suma la magnitud del gasto en infraestructura (el capital constante): las grandes tecnológicas proyectan desembolsos anuales de más de 300.000 millones de dólares en centros de datos, chips y redes eléctricas.

Un ejemplo reciente es el acuerdo entre Nvidia e Intel, respaldado por la política industrial estadounidense. En agosto se anunció una operación de 8.900 millones de dólares: Nvidia destinará 5.000 millones a comprar acciones de Intel y ambas compañías trabajarán juntas en el desarrollo de chips para PC y centros de datos. La noticia impulsó al sector: ASML subió 7,4%, Lam Research 4,6%, Applied Materials 6% y KLA Corp 4,8%, mientras Micron Technology y Marvell Technology crecieron más de 2%. Broadcom y Qualcomm registraron incrementos moderados, en contraste con las caídas de AMD (-4,5%), TSMC (-2,7%) y ARM Holdings (-4,5%). El comportamiento mixto refleja que, pese al optimismo, no todo es ascendente.

La virtualización, digitalización y automatización de procesos productivos constituyen el dato central del actual momento del capitalismo, o, como lo define Aguilera (2023), una nueva fase en el modo de producción capitalista. Ya no se trata de “startups de garaje”, como en la era puntocom, sino de corporaciones con ganancias sólidas que reinvierten compulsivamente para no perder ventaja. Esto expresa la ley de la acumulación: el capital, al concentrarse y centralizarse, se ve obligado a reinvertir cada vez más para sostener su reproducción. La sobreinversión aparece como su reverso inevitable.

Ahora bien, si la demanda social y corporativa de aplicaciones de IA no crece al ritmo de la oferta, la contradicción entre producción y consumo puede derivar en sobrecapacidad, caída de precios y, finalmente, crisis, con una nueva vuelta de tuerca en la concentración. Los Estados también invierten, junto a un selecto grupo de la llamada Aristocracia Financiera y Tecnológica, en desarrollos para el control social y la proyección militar. Estos factores consolidan el negocio y centralizan aún más la conducción económica y política. En términos crudos: el “libre mercado” sólo existe en algunos manuales de una ideología llamada “Economía”.

La competencia empuja a invertir en equipamientos cada vez más costosos (chips de última generación, servidores, energía), lo que concentra las ganancias en pocas manos: Nvidia, Microsoft, Google, Amazon. A la par, miles de empresas periféricas se suben a la ola sin flujos de caja claros. La producción económica, mediada por promoción estatal, subsidios, barreras arancelarias o medidas coercitivas, se presenta como articulación de grandes corporaciones con “emprendedores” y “start-ups”, narrativa funcional al relato neoclásico.

La Bolsa muestra otra dimensión: la hipertrofia del capital ficticio. Como en 2000, las valorizaciones actuales descuentan beneficios futuros que aún no existen. Antes, el detonante fue la suba de tasas de interés; hoy podría serlo un giro de la Reserva Federal o una desaceleración en la adopción de la IA empresarial y estatal. El capital financiero amplifica expectativas de eficiencia y productividad, aunque los resultados sigan siendo limitados: según un informe reciente del MIT, el 95% de las implementaciones de IA generativa fracasan.

Existen, además, límites materiales. La construcción de data centers demanda cantidades enormes de electricidad y agua, y se apoya en minerales estratégicos como tierras raras, cobre y litio. Si la expansión choca con límites energéticos o ambientales, el espejismo tecnológico puede transformarse en crisis.

Comparada con la burbuja puntocom, la fiebre actual muestra diferencias: hoy existen gigantes consolidados, con ganancias reales y economías de escala globales. Sin embargo, la lógica subyacente es la misma: cada ola tecnológica es utilizada como vía de escape a las crisis capitalistas, como promesa de rentabilidad que permita posponer el estallido de sus contradicciones. Y la historia demuestra que esas promesas rara vez se cumplen linealmente.

En este marco, la búsqueda de ganancias puede dejar de ser prioritaria frente a la necesidad de centralización política y económica. Los estudios de Stefano Battiston sobre la red global de control corporativo son ilustrativos: en 2013, a partir de una base de datos de 30 millones de empresas, se concluyó que 737 grupos controlaban el 80% de la red corporativa mundial; 147 de ellos, el 40% (Caciabue, 2019).

La nueva fase capitalista, expuesta crudamente durante la pandemia del Covid-19, es la fusión de ese núcleo financiero transnacional con los complejos industriales intensivos en conocimiento, encabezados por las TIC. No hay Microsoft, Apple, Meta, Nvidia o Tesla sin la palanca de BlackRock, State Street, Vanguard, JP Morgan o Goldman Sachs.

A estos niveles de centralización se suma el escalamiento geopolítico, definido desde NODAL como el “Enfrentamiento del G2” entre EE.UU. y China. No es sólo un choque entre Estados, sino entre redes financieras y tecnológicas. Hace un mes atrás, el diario chino Global Times (2025, 25 de agosto) informó que la Casa Blanca estudia tomar un 10% de participación en Intel, transformando subsidios de la Chips and Science Act en acciones del Estado. “El presidente quiere anteponer las necesidades de Estados Unidos, tanto económicas como de seguridad nacional”, dijo la vocera Karoline Leavitt.

Quienes hoy advierten y a la vez alimentan la posibilidad de una burbuja en torno a la inteligencia artificial son, en buena medida, los mismos actores que salieron fortalecidos del estallido de las puntocom hace 25 años. En aquel entonces, mientras miles de empresas se desplomaban y millones de trabajadores perdían sus empleos y ahorros, corporaciones como NVIDIA, Microsoft, Google o Amazon aprovecharon la crisis para devorar competidores, concentrar mercados y sentar las bases de una nueva arquitectura económica. La especulación financiera no destruye a todos por igual: funciona como un mecanismo de depuración capitalista donde algunos caen y otros se consolidan, instalando un nuevo orden a partir de la ruina ajena.

En síntesis, la hipótesis de una “burbuja de la IA” no es una analogía simple con el 2000. Expresa la acumulación sin freno, la caída de la tasa de ganancia, la sobreinversión y la especulación. La IA llegó para quedarse: un colapso parcial derivaría en mayor concentración de riquezas y poder en la Aristocracia Financiera y Tecnológica. Por supuesto, también podría ser el vehículo de una nueva crisis si choca con los límites del propio sistema y con su único sujeto: la humanidad.

El debate, en última instancia, no debería girar en torno a si la IA funciona -pues ya lo hace- ni a si habrá grandes inversiones -también las habrá-. La cuestión central es quién la controla y en beneficio de quién, tanto en términos económicos como políticos. Si las mayorías somos quienes programamos, entrenamos y utilizamos la IA, la disputa por su democratización será la batalla política de nuestro tiempo.

 

*Lina Merino es Lic. en Biotecnología y Biología Molecular, Dra. en Ciencias Biológicas (UNLP), diplomada en género y gestión institucional (UNDEF), Profesora (UNAHUR), investigadora (CICPBA); Alfio Finola es Geógrafo (UNRC), Dr. en Cs Sociales. Ambos son miembros del OECYT y analistas de NODAL.

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