Trump y el cubismo – Por Santiago Alba Rico

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de NODAL. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

Santiago Alba Rico *

Para que algo nos parezca imposible, tenemos que haberlo al menos pensado antes. Así, hace falta fantasear con la idea de volar sin alas para declararla imposible; o con la de ser rey de Nápoles para declararla imposible; o con la de tener un encuentro sexual con nuestro actor o actriz favoritos para declararla imposible. Pero, ¿qué pasa con las cosas que ocurren sin que hayamos pensado en ellas antes? ¿Con las que ni siquiera pertenecían al campo de la imaginación?

¿Estaba en nuestra imaginación, por ejemplo, la invasión de Ucrania? ¿O un golpe de Estado en los EEUU, el único lugar del mundo donde, según el conocido chiste, nunca podría suceder tal cosa porque en su territorio no hay embajada estadounidense? ¿O Gaza convertida en un resort turístico? Todo lo que nos pasa en nuestras vidas ha nacido ya en nuestras cabezas, como posible o como imposible; de ahí que el cumplimiento de nuestros deseos o de nuestros temores tenga siempre un aura de deja vu tranquilizador.

En cambio, las cosas que nuestra razón no había desechado nunca, porque ni siquiera entraban en el rango de la fantasía, sólo pueden ocurrir al margen de la oposición posible/imposible, en un orden de realidad frente al cual no tenemos ninguna defensa. Ocurren, es decir, en un plano de existencia tan inmediato e incontestable que nos aplastan con su fulminante inconsecuencia. Lo imposible nos tranquiliza porque lo habíamos descartado antes; lo que no habíamos ni siquiera descartado, porque nunca estuvo en nuestra mente, nos vuelve impotentes y locos.

El gran éxito de la estrategia de Trump es este de poner directamente las cosas en el mundo, sin que hayan formado parte ni del proyecto ni de la fantasía ni del pensamiento de nadie; sin que hayan sido siquiera temidas por nadie. Semejante proeza es propia sólo de los grandes genios: los grandes poetas, los grandes músicos, los grandes artistas, en efecto, ponen en el mundo cosas que no estaban en nuestras cabezas, que nuestra configuración mental no podía esperar ni concebir y que, por eso mismo, al ocurrir, inauguran un mundo nuevo y una nueva configuración mental.

Pensemos en la perspectiva en la pintura o en el verso libre en la poesía o en la atonalidad en la música. Trump es un genio: se le ocurren cosas que nos habíamos prohibido pensar y, más aún, imaginar. Nos habíamos prohibido pensar e incluso imaginar, por ejemplo, a un presidente de los EEUU humillando a un visitante en el despacho oval, como hizo con Zelenski, o codiciando en voz alta Groenlandia y amenazando a Europa, como no deja de hacer, o despreciando a la ONU desde una tribuna de la propia ONU, como hizo el pasado martes.

Podíamos imaginar a un presidente de los EEUU maquinando en la oscuridad, financiando golpes de Estado, buscando justificaciones retóricas para atacar a un país soberano. Pero Trump es sencillamente inimaginable; y ese es su triunfo. Es el cubismo de Picasso, el flujo de conciencia de Joyce, el dodecafonismo de Schönberg. El que hace cosas inimaginables no se limita a introducir nuevos objetos en el mundo sino que, al introducirlos, cambia las reglas del juego.

Trump ha cambiado ya las reglas del juego. No se trata de las reglas del arte, que hay que proteger siempre de la política, sino de las de la política, que hay que proteger siempre de las extravagancias del arte. Cuando esas extravagancias proceden de la potencia imperial mejor armada del mundo, y en un contexto de cambio climático y desdemocratización global, podemos temer que el cubismo acabe produciendo terribles conflictos y cientos de miles de muertos.

¿Alguien podía imaginar que la Alemania de 1930, en el siglo XXI, sería EEUU? Sin duda la UE tiene razones para sentirse amenazada por la Rusia de Putin, pero la Rusia de Putin se envalentona tanto más a medida que percibe a la UE más y más vulnerable y claudicante frente a los EEUU de Trump, la mayor fuente de amenazas para el mundo y para Europa. Aún más: diría que la única manera de frenar a la Rusia de Putin (y defender otras reglas de juego en la geopolítica internacional) es sacudirse la dependencia tóxica de los EEUU de Trump.

No parece probable que ocurra. Atrapada entre neoliberales y fascistas (con la “aldea gala” de Sánchez sometida al asedio de nuestros propios romanos), Europa ni siquiera atiende los apremios de Draghi, un ex-presidente del Banco Central europeo capaz, sin embargo, de imaginar, sí, los peligros del dodecafonismo para el continente.

La conclusión es ésta: la UE se vuelve tanto más necesaria en el momento en que se vuelve tanto más imposible. Trump ha vencido: nuestra vida se reduce a esperar cada día, para celebrarlo o denostarlo, pero igualmente fascinados, un nuevo golpe de genio.

*Filósofo, escritor y ensayista español

Público


 

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