El Nobel de las cañoneras – Por Marco Consolo

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de NODAL. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

Por Marco Consolo

La grotesca concesión del Premio Nobel de la Paz a la golpista venezolana María Corina Machado es sin duda uno de los puntos más bajos alcanzados por el Instituto Nobel. Lejos de ser una coincidencia casual, forma parte de la agenda bélica de Occidente y de una estrategia precisa de agresión contra el Venezuela bolivariano y otras experiencias de transformación del subcontinente. Hoy en día, los vientos de guerra también soplan en las aguas del mar Caribe y Machado desempeña un papel central en el intento de “regime change” para derrocar al chavismo con una intervención militar directa de Estados Unidos.

La sonrisa de piedra de María Corina Machado

Nacida en 1967, Machado es lo que lxs venezolanxs llaman una «sifrina»: una mujer de origen privilegiado, hija rica de un empresario siderúrgico, que en 2005 declaró haber tenido «una infancia al margen de la realidad». Estudió primero en un exclusivo colegio de Caracas y luego, como es tradición entre las antiguas élites venezolanas, en Estados Unidos.

A pesar del intento de los latifundios mediaticos internacionales de limpiar su imagen y convertirla en una moderna Juana de Arco con una sonrisa de piedra, Machado tiene un largo historial golpista, lleno de llamamientos a la intervención militar extranjera contra su propio país y al golpe de Estado. Ya en 2002, Machado participó en el efímero golpe contra Hugo Chávez (con la presidencia de facto de Pedro Carmona «el breve»), firmando el decreto de disolución de todos los poderes de la República. Su «ONG» Sumate está financiada desde hace tiempo por la NED (que depende del Partido Republicano de EE. UU.) y la USAID.

Tras su elección como diputada en 2011, Machado fue inhabilitada políticamente por representar a otro país (Panamá, incredibile dictu) en una cumbre de la OEA celebrada en 2014 para debatir la crisis venezolana. Al considerar que esto violaba flagrantemente la Constitución, el poder judicial le revocó el escaño, con una decisión ratificada en 2014 por el Tribunal Supremo de Justicia de Venezuela. Machado también participó activamente en la enorme trama de corrupción del autoproclamado «presidente» de Venezuela, el «don nadie» y exdiputado Juan Guaidó.

En 2014 y 2017, fue una de las promotoras de «La salida» con las llamadas «guarimbas», una estrategia insurreccional paramilitar para derrocar al chavismo, con un saldo de 43 muertos, 486 heridos y 1854 detenidos. En 2017, pidió a gritos la «máxima presión» de Washington contra el gobierno de Maduro y la aprobación de nuevas medidas coercitivas unilaterales (las mal llamadas sanciones) contra la economía del país caribeño. En 2019 pidió la aplicación del TIAR, un antiguo tratado militar de la Organización de Estados Americanos (OEA), para intervenir militarmente en Venezuela, calificando al gobierno bolivariano de «asociación criminal transnacional». En 2019, en una entrevista en la BBC, afirmó que «… las democracias occidentales deben comprender que un régimen criminal solo abandonará el poder ante una amenaza creíble, inminente y grave del uso de la fuerza». En 2020 se produjo una pequeña muestra del uso de la fuerza, con la aventura del desembarco de mercenarios en la Operación Gedeón.

Su partido «Vente Venezuela» firmó un pacto de hermanamiento con el Likud del sionista Benjamín Netanyahu, al que pidió intervenir militarmente en Venezuela, prometiendo trasladar la embajada venezolana a Jerusalén en caso de ganar las elecciones. Su apoyo al sionismo nunca ha cesado, ni siquiera durante los últimos dos años de genocidio en Gaza.

En cuanto a su concepción económica, se acerca al turbo-capitalismo de Trump y del argentino Javier Milei, con un marcado perfil autoritario, retórica anticomunista y un modelo vende-patria. Machado propone privatizar la petrolera estatal PDVSA, la Corporación Eléctrica Nacional y otras empresas públicas, liberalizar la economía y reprivatizar las empresas nacionalizadas.

En conclusión, la concesión del Nobel forma parte del complejo entramado de operaciones y narrativas que tratan de revivir en América Latina y el Caribe los tiempos del big stick y la antigua diplomacia de las cañoneras. También en este caso, como en Palestina, con su habitual arrogancia colonial, actores extranjeros quieren decidir quién debe gobernar Venezuela, sin tener en cuenta a los venezolanos.

Papá Noel y la terquedad de los hechos

En lo que respecta a la estrategia estadounidense de estos últimos meses, los hechos son tercos y no hay mucho que creer en Papá Noel. Echemos un vistazo a la cronología de los últimos acontecimientos.

En abril, el secretario de Defensa (ahora de Guerra) Pete Hegseth visitó Panamá, seguido por un ir y venir de altos mandos del Pentágono, ejercicios militares y despliegue de tropas para consolidar su presencia.

En septiembre, Trump ordenó el envío de una flota militar al mar Caribe con ocho buques de guerra (fragatas, destructores, etc.),  un submarino nuclear y unos 4000 marines, con el ridículo pretexto de «luchar contra el narcotráfico». Inmediatamente después se produjo el traslado de diez cazas F35 a una de las bases estadounidenses de Puerto Rico, protagonistas inmediatos de provocaciones en los límites del espacio aéreo venezolano.

El 6 de octubre, Trump ordenó al enviado especial de la Casa Blanca, Richard Grenell, suspender todos los contactos diplomáticos con el Gobierno bolivariano. Contactos que habían llevado a un parcial aflojamiento del bloqueo petrolero, a la liberación de algunos mercenarios estadounidenses capturados y a la repatriación de decenas de venezolanos expulsados de Estados Unidos. Según el New York Times, Trump lo hizo por su «creciente frustración por el hecho de que Maduro no accediera a las peticiones de Estados Unidos de abandonar voluntariamente el poder (sic) y por la continua insistencia de los funcionarios venezolanos en afirmar que no tienen nada que ver con el tráfico de drogas».  La reacción de Grenell a la concesión del Nobel a Machado en su perfil de X ha sido lapidaria: «El Premio Nobel se murió hace años».

El pasado 7 de octubre, el presidente venezolano Nicolás Maduro denunció un plan para llevar a cabo un atentado con explosivos contra la embajada de Estados Unidos en Caracas, que afortunadamente fue frustrado. Se trataba de un atentado de «bandera falsa», organizado por un sector de la extrema derecha venezolana, en busca de un pretexto para un ataque militar estadounidense. La sede diplomática está cerrada desde 2019, cuando se interrumpieron las relaciones diplomáticas. El Gobierno de Maduro ha comunicado «oficialmente» a Washington los detalles de la conspiración. «Estados Unidos dispone de la información, los nombres y apellidos, la hora de la reunión, lo que se discutió y dónde se discutió este atentado, que ha sido  aprobado y solicitado por una persona que pronto se dará a conocer», afirmó el presidente venezolano sin dar más detalles.

Según el New York Times, en las últimas semanas el número de militares estadounidenses en el Caribe ha aumentado hasta alcanzar los diez mil, la mayoría de ellos en Puerto Rico. A la flota frente a las costas de Venezuela se habría sumado el buque de guerra «fantasma» Ocean Trader, que presta apoyo a las fuerzas especiales estadounidenses con una capacidad de navegación sin poder ser rastreado.

Y en los últimos días, Washington se ha asegurado el apoyo al despliegue militar del Gobierno de Trinidad y Tobago, gracias a la promesa de la exploración conjunta de un yacimiento de gas en el límite de las aguas territoriales venezolanas. La amenaza militar se encuentra hoy a unos 11 kilómetros de las costas venezolanas.

El 15 de octubre, tres cazabombarderos estadounidenses, que partieron de Luisiana, entraron en el espacio aéreo venezolano, en lo que supuso una nueva provocación, mientras que el New York Times filtraba la información de que Trump había dado luz verde a la CIA para llevar a cabo operaciones en territorio venezolano.

Y, dulcis in fundo, la concesión del Premio Nobel de la Paz a Machado.

Maga o no Maga…

A pesar de las apariencias, la política exterior de la administración Trump no está exenta de contradicciones. Por un lado, están los halcones, liderados por el secretario de Estado, el belicista cubano-estadounidense Marco Rubio (con su obsesión por utilizar el poder militar contra Cuba y Venezuela). Por otro lado, están los miembros del MAGA en el Gobierno (grupo en el que Richard Grenell ocupa un puesto destacado en política exterior), que estarían en desacuerdo con la visión de Rubio y que intentan desacreditarla . Una posible intervención militar podría alarmar a la base del MAGA, dada su fuerte vocación aislacionista, con costes políticos y electorales para el propio Trump.

Esta lucha por imponer su propia visión de la política exterior se refleja, por el momento, también en los medios de comunicación estadounidenses. Las contradicciones de la Casa Blanca están dando tiempo a Venezuela para prepararse para el peor de los escenarios, mientras que el presidente Maduro se fortalece frente a la amenaza externa. Para Rubio, el tiempo pasa en un clima de tensión y aumenta la presión sobre él. El movimiento MAGA, liderado por Grenell, espera que fracase para expulsarlo definitivamente del gabinete de Trump.

La respuesta bolivariana

Por su parte, el Gobierno venezolano no subestima el peligro de conflicto. Además de poner en estado de alerta a las Fuerzas Armadas, movilizar a la Armada y a la milicia popular, el Gobierno está llevando a cabo una ofensiva diplomática internacional. Entre otras iniciativas, convocó una reunión urgente del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, celebrada el 10 de octubre, para denunciar la escalada belicista. El secretario general del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), Diosdado Cabello, afirmó que «la nación utiliza todos los mecanismos diplomáticos para evitar siempre cualquier conflicto, no solo en el territorio venezolano, sino en cualquier parte del mundo», ya que «Venezuela siempre se ha distinguido por su diplomacia bolivariana de paz».


FICHA

Un poco de historia del Nobel

El Instituto Nobel, incluso en el pasado lejano, se ha des/calificado con la concesión del premio a personajes, por decirlo suavemente, siniestros. Solo para refrescar la memoria de las perlas más llamativas, en las primeras décadas del siglo pasado fueron galardonados con el Premio Nobel de la Paz dos de los presidentes más belicistas de toda la historia imperial de los Estados Unidos: Theodore Roosevelt en 1906 y Woodrow Wilson en 1919.

Roosevelt creó la política del garrote, del  big stick (speak softly and carry a big stick, you will go far), con la que Estados Unidos reafirmó la posibilidad de intervenir si sus intereses estaban en juego. Así fue como ordenó la guerra colonial de 1898 (la «pequeña guerra espléndida», como la definió cínicamente) con la que Estados Unidos se apoderó de Puerto Rico, Cuba, Filipinas y Guam. Roosevelt también intervino en la secesión de Panamá de la Gran Colombia para la construcción del Canal, además de invadir Cuba, Haití, la República Dominicana y Nicaragua.

Woodrow Wilson era un racista en toda regla, simpatizante del Ku Klux Klan y defensor de la «pureza racial» de los blancos estadounidenses, que profundizó la segregación en la administración pública. No contento con ello, ordenó operaciones militares en México (la invasión de Veracruz y las expediciones punitivas contra Pancho Villa) y apoyó largas ocupaciones con los marines en Haití, la República Dominicana y Nicaragua. En aquella época, la proxy war  (la guerra por poder) fue dirigida por el pirata William Walker, fiel mercenario y ejecutor de la teoría del «destino manifiesto».

Más recientemente, otros tres premios Nobel de la Paz han causado escándalo.

El primero, en 1973, a Henry Kissinger por las negociaciones en la guerra de Vietnam y los posteriores acuerdos de paz de París, aunque en realidad la guerra de liberación terminó con la victoria del Việt Cộng y la caída de Saigón en 1975. En esa ocasión, también fue galardonado con el Nobel el presidente vietnamita Le Duc Tho, el único que ha rechazado el premio en toda la historia del Nobel de la Paz. Como se recordará, Kissinger había sido asesor de seguridad nacional y luego secretario de Estado del presidente Nixon, ampliando la guerra de Vietnam a Laos y Camboya, con intensos bombardeos en ambos países. En América Latina fue el cerebro del golpe de Estado contra Salvador Allende en Chile en 1973 y de otras dictaduras civiles-militares, además de inventor del macabro Plan Cóndor. El escándalo del premio fue tal que dos miembros del comité del Nobel decidieron dimitir.

En 2009, Barack Obama fue premiado «por sus extraordinarios esfuerzos para fortalecer la diplomacia internacional y la cooperación entre los pueblos». Lástima que el expresidente demócrata continuara las guerras en Afganistán e Irak iniciadas por George W. Bush; destruyera la Libia de Gadafi (el país más próspero y desarrollado de toda África); apoyara la guerra civil en Siria contra el Gobierno de Bashar al-Assad y respaldara a Arabia Saudí en su guerra contra los hutíes de Yemen.

Y en 2016, el premio fue entregado al presidente colombiano Juan Manuel Santos por los acuerdos de paz firmados en La Habana con la guerrilla de las FARC-EP. Sin embargo, como ministro de Defensa de Álvaro Uribe, Santos fue responsable de los llamados «falsos positivos», con cientos de ejecuciones extrajudiciales de indígenas o campesinos, que disfrazaron de guerrilleros muertos en combate. ¿Cómo olvidar, además, el bombardeo del 2008 de un campamento guerrillero de las FARC-EP en territorio ecuatoriano con el asesinato a sangre fría de Raúl Reyes (el canciller de la guerrilla)  y otros 18 guerrilleros?

Por el contrario, no se puede sino saludar positivamente la indiscutible concesión del premio a Martin Luther King por su batalla contra el apartheid en Estados Unidos, a Desmond Tutu y Nelson Mandela por su lucha contra el apartheid en Sudáfrica, o a Adolfo Pérez Esquivel por la defensa de los derechos humanos durante la última dictadura civil-militar argentina.

Pero, desde hace tiempo, el fiel de la balanza del Nobel se inclina cada vez más hacia la derecha, con un premio geopolítico que se utiliza para dar un barniz de legitimidad a las causas y figuras bien vistas por las potencias occidentales, en los momentos más oportunos. Siguiendo la geografía de los premios, podemos identificar el mapa de los adversarios del Occidente colectivo: la antigua Unión Soviética, la China gobernada por el Partido Comunista, el mundo árabe-musulmán o la Rusia de Vladimir Putin.

Marco Consol


 

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