ASEAN: el tablero donde Estados Unidos y China juegan su nueva partida económica

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ASEAN: el tablero donde Estados Unidos y China juegan su nueva partida económica

En Kuala Lumpur, la 47.ª Cumbre de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN) dejó en claro que el corazón económico de Asia se ha convertido en el campo de disputa más activo entre Washington y Pekín. En solo tres días, del 26 al 28 de octubre, Estados Unidos y China desplegaron estrategias opuestas para ganar influencia en la región. Lo que se presentó como un foro de cooperación terminó siendo, una vez más, una pulseada silenciosa por el liderazgo del siglo XXI.

La ASEAN, integrada por once países y presidida este año por Malasia, buscó sostener su lema “inclusión y sustentabilidad”. Pero la dinámica real de la cumbre se organizó en torno al equilibrio de poder entre las dos principales potencias. En paralelo a las sesiones plenarias, Donald Trump firmó nuevos acuerdos de comercio e inversión con Malasia, Camboya, Tailandia y Vietnam, mientras el primer ministro chino, Li Qiang, consolidó la actualización del tratado ASEAN–China, centrado en economía digital, verde y conectividad de cadenas de suministro. Dos modelos distintos de integración económica: uno basado en la apertura dirigida por el mercado norteamericano, otro en la cooperación productiva impulsada desde Pekín.

Washington apostó por la bilateralidad. Los tratados firmados por Trump en Kuala Lumpur incluyen compromisos de acceso preferencial para productos industriales y agrícolas estadounidenses, además de acuerdos sobre minerales críticos y tierras raras. En conjunto, representan operaciones por más de ciento cincuenta mil millones de dólares en sectores como semiconductores, energía y aviación. Sin embargo, la Casa Blanca mantuvo aranceles recíprocos de hasta un veinte por ciento, lo que convierte a estos pactos en instrumentos de control, más que de libre comercio. La estrategia de Washington combina incentivos y presión, utilizando la dependencia tecnológica y minera del Sudeste Asiático como palanca de influencia.

China, por su parte, eligió el camino multilateral. La actualización del Acuerdo de Libre Comercio ASEAN–China (ACFTA 3.0) incorpora nuevos capítulos sobre economía digital, transición verde y cooperación entre micro, pequeñas y medianas empresas. Con un comercio bilateral que superó los setecientos setenta mil millones de dólares en 2024, Pekín reforzó su papel como primer socio comercial del bloque y tercera fuente de inversión extranjera. Mientras Estados Unidos busca asegurar suministros estratégicos, China propone una integración regional de largo plazo bajo reglas compartidas, enmarcada en su Iniciativa de la Franja y la Ruta.

La diferencia no es solo económica, sino de enfoque político. Trump viajó a Kuala Lumpur para mostrar músculo y reimpulsar su agenda “America First” en Asia. Li Qiang, en cambio, se presentó como defensor del multilateralismo frente al proteccionismo y las sanciones unilaterales. Ambos discursos apuntan al mismo objetivo: fijar las reglas del comercio y la tecnología en el Sudeste Asiático, una región donde convergen rutas marítimas vitales, reservas de minerales estratégicos y un mercado de casi setecientos millones de consumidores.

En ese contexto, la ASEAN intenta sostener su propia centralidad. El primer ministro malasio, Anwar Ibrahim, pidió elegir el diálogo antes que la coerción y reclamó respeto al derecho internacional, en especial frente a los conflictos en Gaza, Ucrania y el Mar de China Meridional. También celebró el alto el fuego entre Camboya y Tailandia, mediado durante la cumbre, como muestra de la capacidad del bloque para producir resultados concretos. Pero, más allá de los gestos diplomáticos, la realidad es que el margen de autonomía de la ASEAN se achica cuando las dos superpotencias convierten su foro en escenario de competencia.

El ingreso formal de Timor-Leste como undécimo miembro del bloque simboliza, en parte, la vitalidad del proyecto regional. Sin embargo, la ampliación también implica nuevos desafíos de cohesión. Con economías dispares y prioridades distintas, la ASEAN debe evitar que la rivalidad entre Estados Unidos y China fracture en zonas de influencia. Si se deja arrastrar por la lógica del G2, el riesgo es quedar reducida a un tablero donde otros juegan.

El cierre de la cumbre reafirmó ese dilema. Trump se fue con titulares sobre sus acuerdos comerciales; Li Qiang, con el respaldo a un sistema multilateral “basado en normas”. Ambos exhibieron victorias parciales. Para la ASEAN, la lección es más compleja: sostener su unidad en medio de una guerra económica sin misiles, donde cada tratado, cada cadena de suministro y cada mineral crítico se convierten en un movimiento geopolítico.

El futuro del Sudeste Asiático dependerá de su capacidad para no elegir un bando. Si logra convertir la competencia entre las potencias en una fuente de equilibrio, la ASEAN podrá seguir siendo el corazón estable de la economía asiática. Si no, quedará atrapada en la disputa por un liderazgo que, como se vio en Kuala Lumpur, ya no se mide solo en PIB o inversión, sino en quién escribe las reglas del nuevo orden global.

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