La disputa interna del poder angloamericano: el cierre del gobierno federal, el triunfo demócrata en Nueva York y la crisis del trumpismo

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La disputa interna del poder angloamericano: el cierre del gobierno federal, el triunfo demócrata en Nueva York y la crisis del trumpismo

Mientras el gobierno federal de Estados Unidos se paraliza y Donald Trump intenta justificar el caos político como un acto de “resistencia patriótica”, el país se encuentra atravesado por una fractura mucho más profunda que un conflicto presupuestario. El cierre del gobierno y la reciente victoria demócrata en Nueva York son apenas los síntomas visibles de una lucha interna dentro del bloque de poder angloamericano: el enfrentamiento entre globalistas y neoconservadores, las dos fracciones que hoy disputan el control del capitalismo imperial.

El cierre del gobierno: síntoma de la disputa imperialista

El reciente shutdown federal (el más prolongado en décadas) dejó sin salario a más de 750.000 empleados, paralizó aeropuertos y afectó programas sociales. El hecho evidenció el colapso funcional del Estado norteamericano y la pérdida de capacidad de mediación política entre las fracciones del capital.

Esa parálisis no fue un accidente: fue el resultado de una pulseada entre las élites financieras globalistas, que buscan garantizar la gobernabilidad mediante acuerdos bipartidistas, y el bloque neoconservador, que concibe la crisis como herramienta de presión para imponer su proyecto autoritario y tecnocrático.

Trump lo expresó con crudeza al afirmar que “el cierre del gobierno es responsabilidad de los burócratas de Washington que viven de los impuestos del pueblo”. Pero esa retórica populista encubre una estrategia de fondo: debilitar la burocracia estatal tradicional para reemplazarla por un poder corporativo más concentrado, apoyado en la tecnología, la energía y la vigilancia digital.

Un principio de acuerdo para reabrir el gobierno

En medio del colapso administrativo, el Senado estadounidense dio el primer paso hacia una posible reapertura del gobierno. El domingo por la noche, ocho senadores demócratas votaron junto con casi todo el bloque republicano para aprobar un plan de compromiso que permitiría restablecer el funcionamiento federal hasta finales de enero. La votación, que cerró 60 a 40 a favor del acuerdo, fue el resultado de negociaciones a puertas cerradas entre demócratas de base, senadores republicanos y la Casa Blanca.

El proyecto, que aún debe ser debatido y ratificado por la Cámara de Representantes, incluye la reversión de los despidos iniciados durante el cierre y el pago retroactivo a los trabajadores suspendidos. Sin embargo, concede a los republicanos una reducción en los créditos fiscales para la atención médica, lo que generó fuertes críticas dentro del propio Partido Demócrata.

“Este ‘acuerdo’ aumenta drásticamente las primas de los seguros médicos y solo agrava la crisis de asequibilidad. Debe ser rechazado, al igual que cualquier política dispuesta a comprometer las necesidades básicas de los trabajadores”, escribió Zohran Mamdani, alcalde electo de Nueva York, en su cuenta de X.

Las tensiones internas en torno al acuerdo reflejan la división más amplia entre globalistas y neoconservadores: mientras el sector demócrata busca garantizar la continuidad institucional, el trumpismo ve en cada concesión un terreno ganado en su estrategia de desmantelar el Estado federal como mediador social.

El triunfo de Mamdani en Nueva York

En medio de esa tormenta política, el triunfo de Zohran Mamdani en la alcaldía de Nueva York marcó un punto de inflexión. El joven demócrata, de origen ugandés y musulmán, ganó con el 50,4% de los votos en la elección municipal más concurrida desde 1969 (casi un 40% de participación).

Su mensaje contra el Trump fue claro: “Nueva York no se arrodillará ante un gobierno federal que castiga a sus trabajadores”. Mamdani propuso un programa redistributivo (impuestos a las grandes corporaciones, vivienda pública, transporte accesible) que sintonizó con el hartazgo de millones de ciudadanos frente al caos federal.

Nueva York, capital del capital, se erigió en el epicentro de una resistencia cívica que desafía al trumpismo. Pero Mamdani no representa una ruptura anticapitalista. Su figura se inscribe en el progresismo globalista que busca reformar el sistema sin cuestionar su arquitectura imperial. El propio alcalde electo marcó distancia con América Latina al declarar que “no podemos confundir el socialismo democrático con dictaduras como las de Maduro o Díaz-Canel”. Esa postura lo alinea con la narrativa del establishment liberal que condena los procesos antiimperialistas mientras exalta una “izquierda aceptable” para el capital transnacional.

Dos proyectos del mismo poder

Detrás de cada decisión política (desde la parálisis presupuestaria hasta las elecciones locales) se libra la batalla entre dos formas de dominación.

Los globalistas, representados por figuras como Joe Biden, Kamala Harris y parte del Partido Demócrata, apuestan por un capitalismo financiero digitalizado y multilateral, sostenido en la gobernanza global y la interdependencia económica. Promueven la diversidad, la inclusión y el lenguaje progresista como herramientas de legitimación.

Los neoconservadores, en cambio, articulados en torno a Donald Trump, Elon Musk y Peter Thiel, defienden un modelo unipolar basado en el poder militar, la supremacía energética y la privatización tecnológica. Se trata de una mutación del viejo imperialismo militar-industrial hacia un imperio digital-militar, donde la soberanía se redefine en torno al control de los datos, la energía y la inteligencia artificial.

Ambas fracciones comparten la confrontación con China y la subordinación del Sur Global, pero se enfrentan sobre cómo sostener la hegemonía angloamericana en una nueva fase del sistema capitalista. La verdadera amenaza para el poder norteamericano no proviene de enemigos externos, sino de la guerra interna entre sus propias élites.

La crisis del trumpismo

El cierre del gobierno, lejos de fortalecer a Trump, ha expuesto su debilidad. Las encuestas muestran un aumento de la desaprobación hacia su gestión, especialmente entre los trabajadores afectados por la parálisis estatal. El trumpismo, que en su origen se presentaba como una revuelta nacionalista de clase media, hoy se revela como una expresión tecnocrática del neoconservadurismo, donde el discurso antiestablishment sirve de máscara a un nuevo bloque de poder económico y tecnológico.

Trump representa la fusión entre el viejo imperialismo militar y la nueva aristocracia tecnológica. Esa alianza busca reemplazar el orden globalista no por una alternativa popular, sino por una jerarquía más vertical, donde la autoridad del capital se imponga sin mediaciones institucionales.

El ciudadano estadounidense se enfrenta a una falsa elección, la promesa globalista de inclusión bajo la tutela del capital financiero o el orden neoconservador de seguridad y disciplina. Ambas opciones reproducen la alienación del sujeto, atrapado entre la ansiedad del consumo y el miedo al otro.

En este contexto, el triunfo de Mamdani y el colapso federal no son hechos aislados sino manifestaciones simultáneas de un imperio que está en franca disputa.

La disputa entre globalistas y neoconservadores no es un debate sobre valores, sino una pugna entre modelos de control del capitalismo mundial. Ambos buscan preservar la dominación, pero sus métodos revelan un sistema que ya no logra producir consenso.

La lucha no es entre izquierda y derecha, sino entre dos formas de preservar la dominación.

El cierre del gobierno, las tensiones entre las élites y el despertar político de las grandes ciudades muestran que la crisis del poder angloamericano no es coyuntural: es estructural. Y en esa grieta se vislumbra la nueva fase de un sistema financiarizado, digitalizado y deshumanizante, donde la hegemonía ya no se impone, sino que se disputa a cada instante, entre el algoritmo, el misil y la calle.

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