Nicolás Maduro : «Siempre hemos apostado por el diálogo y la paz»
Por Ignacio Ramonet
Estoy en Venezuela para presentar, en la Feria del libro de Caracas, mi nueva obra : «La conversación infinita» (ed. Acirema), una compilación de entrevistas con diez genios[1]. Llego aquí en un momento particular porque este país podría ser atacado de un momento a otro. En efecto, desde agosto pasado, Washington ha ido acumulando, en la orilla de las aguas territoriales venezolanas, una colosal fuerza bélica que vino a completar estos días el portaaviones USS Gerald R. Ford, el mayor y más moderno de su Armada. Este supernavío y su grupo de ataque se suma a una flotilla de destructores, cruceros, submarinos, aeronaves de guerra, drones militares, unidades de operaciones especiales y cuerpos de marines ya desplegados en la zona, incluyendo El Salvador, Panamá y Puerto Rico. El número total de efectivos listos para atacar supera ya los 15 000 combatientes en el mayor despliegue militar de Estados Unidos desde la primera guerra del Golfo pérsico en 1990.
Además, el presidente Donald Trump admitió, el 14 de octubre pasado, haber autorizado «operaciones encubiertas» de la CIA en territorio venezolano. El mandatario republicano justifica esa inusual concentración de fuerzas pretendiendo que se trata de una «misión para combatir los cárteles de droga» cuyo tráfico causa un número elevado de muertes por sobredosis en su país. Pero la propia comunidad de inteligencia estadounidense ha reiterado que esas muertes son esencialmente causadas por el fentanilo, un opioide que procede de México, y no de Venezuela. En lo que concierne a las rutas de la cocaína, todos los estudios elaborados por las agencias más serias de investigación, insisten igualmente en que el 90% de esa droga que va hacia EEUU pasa por el Pacífico, y no por el Caribe ni por Venezuela.
Estas evidencias no impidieron que el gobierno norteamericano iniciase, a partir del 2 de septiembre pasado, una serie de asesinatos contra civiles viajando a bordo de embarcaciones calificadas sin pruebas de «narcolanchas«, destruidas por las fuerzas armadas estadounidenses.
Donald Trump repite que sus militares pueden matar legalmente a personas sospechosas de narcotráfico porque son «soldados enemigos«. Pero esto es falso. Desde el punto de vista del derecho interno estadounidense, el Congreso no ha autorizado ningún conflicto armado y ni siquiera ha confirmado que se puede calificar de «terrorista» a un cártel de traficantes de droga. Organizaciones internacionales como las Naciones Unidas han calificado esas acciones ilegales de «ejecuciones extrajudiciales» y han denunciado «violaciones al derecho internacional«, llamando a detener esos bombardeos y a garantizar que se respeten los derechos humanos.
Todo ello sin éxito. Hasta el momento, los militares norteamericanos ya han destruido una veintena de embarcaciones y han asesinado a unas ochenta personas sin proporcionar pruebas de delito, sin que se haya llevado a cabo cualquier procedimiento judicial, y sin ninguna declaración de guerra del Congreso de Estados Unidos.
En ese contexto de fuerte presión y peligrosas amenazas, aterrizo en Caracas. Para mi sorpresa, desde la plaza de Altamira hasta los mercados populares de La Hoyada o del Cementerio, todo está tranquilo, sereno, normal. La ciudad está limpia, hermosa como nunca, ajardinada, iluminada, decorada de fiestas para el fin de año. Visito algunos centros comerciales -el Sambil, el Tolón, el San Ignacio- y aprecio un ambiente festivo de consumo, con terrazas de cafeterías a rebosar. No constato ninguna fiebre de «compras de precaución». Ni observo, en la afluencia, ninguna angustia, o nerviosismo, o temor.
Recorro en auto la maraña de las autopistas urbanas y no percibo militarización alguna, o atmósfera de ciudad sitiada a la espera de un bombardeo… No hay, en las vías, fortificaciones tipo New Jersey, por ejemplo, ni barreras Hesco, ni retenes, ni soldados visibles… No veo tanquetas, vehículos blindados o carros de combate. Se circula por toda la capital con absoluta normalidad. En suma, si la intención de las autoridades estadounidenses era infundir pánico en el ánimo de los caraqueños, la operación es un fracaso rotundo.
Converso con diversos amigos, incluidos empresarios y diplomáticos extranjeros. Todos coinciden en que es un momento de fuertes tensiones pero que los ciudadanos siguen llevando una vida perfectamente habitual. También subrayan que las autoridades cuentan con el apoyo entusiasta de sus partidarios bolivarianos pero se esfuerzan por infundir calma y no alarmar inutilmente a la población.
Una mañana, me anuncian que el presidente Nicolás Maduro me va a recibir y que me invita a acompañarlo a la visita de una comuna. Salgo de inmediato para allá. Es en Cagua, en el estado Aragua, a hora y media de Caracas por autopista. Llegamos al barrio La Segundera, en las afueras ; una bonita urbanización con casas de una sola planta rodeadas de jardines llenos de alhelies en flor. Me impresiona la belleza y el esplendor de los árboles : samanes, caobos, ceibas, cedros… Esta comuna se llama «General Rafael Urdaneta» y es la número cuatro mil.
Desde 2010, con el célebre grito «¡Comuna o nada!», Hugo Chávez imaginó el proyecto político del nuevo «Estado comunal». O sea, el Estado democrático del poder popular… A partir de entonces se han ido multiplicando las creaciones de comunas que son «una forma de organización y participación ciudadana donde las comunidades se autogestionan y toman decisiones sobre su desarrollo local a través de órganos como el Parlamento Comunal y el Consejo de Economía Comunal«. Las comunas son autónomas, se autogobiernan y, como lo ha reiterado el presidente Maduro : «Ningún gobernador, ningún alcalde, ningún ministro puede pretender colonizar las comunas. Las comunas tienen que ser autónomas, propias, autogobierno, poderosas, libres, soberanas y rebeldes. No se pueden dejar colonizar por nadie.»
Es una tarde soleada y muy calurosa. Hace 33 grados a la sombra. Al llegar, me sorprende el sosiego y el vacío de las calles. De costumbre, cuando va a venir el presidente a cualquier sitio, las vías se llenan de bulliciosa multitud y desde muy lejos se oyen los griteríos y la algazara de los militantes enardecidos. Aquí reina el silencio. La seguridad es minimalista. Por lo menos en apariencia. Un hombre, vestido de civil, discretamente armado, por aquí. Otro por allá. Un tercero en una esquina… Nada que llame la atención. Me imagino que está pensado para que, desde los satelites militares de observación estadounidenses, no se pueda percibir ningún aflujo inusual de gente…
De pronto, llega el presidente. No sé dónde ha dejado su vehículo… Viene caminando, sin escoltas de proximidad, apenas acompañado por cuatro o cinco asistentes y colaboradores. No se le ve para nada preocupado o intranquilo. Exhibe una forma física espectacular. Se muestra ágil, dinámico, activo. Lo reciben la jovencísima gobernadora del estado, Joana Sánchez, y el ministro de Comunas, Ángel Prado. Los miembros de la comuna -casi todas mujeres- se precipitan a acogerlo con entusiasmo y afecto. Lo rodean, lo abrazan, lo vitorean.
Durante las largas semanas de esta agobiante crisis, el presidente se ha esforzado, con agallas y arrojo, por seguir cumpliendo su programa de actividades presidenciales. A pesar de las nuevas y estrictas precauciones de seguridad que debe tomar ahora que su vida ha sido puesta al precio de cincuenta millones de dólares para quien favorezca su captura o su asesinato. Como un desafío lanzado a sus poderosísimos enemigos y a sus considerables capacidades tecnológicas. Nadie olvida aquí cómo, hace cinco años, cerca del aeropuerto de Bagdad, en Irak, estos mismos adversarios, en una ataque relámpago de precisión, asesinaron al general iraní Qasen Soleimani.
Por eso contemplo con mayor admiración si cabe el temple de Nicolás Maduro que ahora camina impertérrito, entre risas, bajo un sol de justicia, e intercambia con todos los comuneros con la mayor naturalidad. El presidente inaugura un pequeño Centro médico de diágnostico integral, entrega equipos nuevos para la Maternidad, recorre un rehabilitado super Mercal, ofrece una Planta Potabilizadora de Agua, un Salón de estética y saluda con cariño a un grupo de niñas y niños deportistas en un remozado campo de beisbol. Luego, a la sombra de unos frondosos mangos, inicia una larga y apasionante reunión con los comuneros de unas dos horas, retransmitida en vivo por la télévisión pública.
Al final de ese encuentro de proximidad, muy íntimo, muy cercano, el presidente, cristiano creyente, hace entrega a la comuna de un bonito cuadro que representa a los dos nuevos santos venezolanos recien canonizados por el papa León XIV : San José Gregorio Hernández, el «médico de los pobres«, y Santa Cármen Rendiles, «sierva de Jesús«. Para terminar, en nombre de la República, el mandatario ofrece por sorpresa a toda la población de La Segundera una radiante ambulancia recibida por la concurrencia con gritos de entusiasmo y clamores de júbilo.
Al acto ha terminado. Cercado y abrazado por los comuneros que desean sacarse una foto con él, el presidente me hace una señal discreta indicándome que me acerque a su vehículo estacionado a unos cinco metros. Consigue por fin liberarse del efusivo acoso popular y se sube al coche en el puesto de conductor. Me subo a su lado por la puerta opuesta. Ningún guardaespalda viene con nosotros. El presidente arranca y durante una hora y media vamos a poder conversar tranquilos sobre este momento crucial que está viviendo Venezuela.
Conozco a Nicolás Maduro desde hace unos veinte años, cuando él era el brillante canciller de la Revolución Bolivariana. Siempre he apreciado en él su modestia, su asombrosa inteligencia, su gran cultura política, su apego al diálogo y a la negociación, su firme lealtad a los valores y principios progresistas, su fino sentido del humor, su concepción austera de la vida enraizada en sus orígenes populares, y su inalterable fidelidad al comandante Hugo Chávez.
Le pregunto cómo interpreta el contexto actual de presiones, calumnias y amenazas contra Venezuela. Mientras conduce con cuidado en el suave crepúsculo aragüeño, me dice :
– Ellos se han esforzado mucho en elaborar una narrativa nueva -la del «narcoterrorismo»- pero que, en el fondo, es lo mismo que han hecho siempre : elaborar un pretexto para asesinar una esperanza. Recuerda que, por ejemplo, en 1954, acusaron a Jacobo Árbenz, presidente democrático de Guatemala, de ser un «comunista» porque había realizado una modesta reforma agraria. Provocaron un golpe de Estado, una intervención militar, y lo derrocaron. Varios decenios después, se disculparon reconociendo que Árbenz no era comunista y que cometieron un error…
Diez años más tarde, en 1964, en Brasil, hicieron lo mismo con el presidente Joao Goulart… Y también volvieron a excusarse unos decenios después… Y en 1965, hicieron otra vez lo mismo en República Dominicana con el presidente Juan Bosch. Lo acusaron de «comunista», invadieron el país con unos veinte mil marines y fuerzas de la OEA. Y muchos años más tarde, de nuevo reconocieron que Juan Bosch era un auténtico demócrata y que aquella invasión fué un error. Y en 1973, mismo guión en Chile, contra el presidente Salvador Allende. Y mismas disculpas tardías.
Fuera de América Latina han aplicado la misma fórmula criminal. Por ejemplo, en Irán, en 1953, derrocaron a Mohammed Mossadegh porque nacionalizó el petróleo. Lo acusaron de «comunista» y era un demócrata, como todos los historiadores lo reconocen hoy. Pero aquel crimen desestabilizó Irán y el Medio Oriente hasta el día de hoy. ¿Cuántas guerras ? ¿Cuántos millones de muertos desde entonces ?
Como, desde 1989, ya no hay «guerra fría», inventan otros pretextos. Todo el mundo recuerda, por ejemplo, las mentiras sobre Irak en 2003 con las pretendidas «armas de destrucción masiva» que nunca existieron. Ellos mismos han acabado por reconocerlo.
Hoy, han imaginado una narrativa nueva, la del «narcoterrorismo», tan mentirosa como las precedentes. Por eso yo digo : nos esperemos varios decenios para admitir una falsedad. Reconózcanlo ya. Y evitemos enfrentamientos, devastaciones y desgracias inútiles. Nosotros confíamos en Dios, y siempre vamos a apostar por el diálogo, la negociación y la paz.»
– ¿Y si ellos pasan al acto ?
– Que Dios no lo quiera. Nosotros estamos listos para dialogar y defender la paz. Pero también nos hemos ejercitado para cualquier contingencia. Hemos exhortado a todas nuestras fuerzas populares, sociales, políticas, militares y policiales a no caer en provocaciones en ningún momento, pero si ellos quieren venir a matar a un pueblo cristiano aquí en América del Sur, nosotros llamamos a nuestros ciudadanos a movilizarse con fervor patriótico, lo cual es nuestro derecho legítimo y soberano.
Ya he dicho que si ellos llegaran a pasar al acto en un intento de desestabilización contra Venezuela, desde ese mismo instante se decretaría la orden de operaciones de movilización y combate de todo el pueblo, y la clase obrera venezolana iniciaría una huelga general insurreccional.
Y te añado lo siguiente : nosotros estamos decididos a ser libres. Ninguna potencia extranjera impondrá su voluntad sobre nuestra patria soberana. Pero si ellos rompen la paz y persisten en su intención neocolonial se van a llevan una enorme sorpresa. Rezo para que eso no ocurra, porque -repito- se van a llevar una sorpresa mayúscula. Nosotros queremos paz, pero estamos preparados. Muy bien preparados, para cualquier eventualidad. Están avisados.
– Sus enemigos cuentan con una poderosa Quinta Columna en el interior de Venezuela. La extrema derecha e incluso una parte de la derecha no vacilarán, probablemente, en aliarse a los invasores si estos se decidieran finalmente a franquear el Rubicón. ¿No cree usted?
– No es tan poderosa… Sus aliados en el exterior sí lo son. Pero aquí tienen muy poco apoyo. No hay que creer lo que repiten algunos medios internacionales. Esa «derecha maltrecha», como yo la llamo, es sobre todo muy desleal, muy vendepatria. Porque hay que tener el alma muy arrastrada y ser muy infame para desear y reclamar que una potencia extranjera invada tu patria y le arrebate a la población, a tus compatriotas, las riquezas que son de todos. Es lo más vil que, en política, se pueda imaginar. Son unas sabandijas. Y es cierto que algunos están maniobrando para ayudar al enemigo.
A principios de octubre, por ejemplo, descubrimos que sectores extremistas de esta derecha local estaban preparando un ataque de «falsa bandera» con explosivos letales contra la embajada de EEUU en Caracas para culpar luego, mediante los medios de masas, a nuestro gobierno de ese atentado y provocar una escalada militar. Gracias a nuestros servicios de inteligencia pudimos descubrir la maniobra y avisar, a través de intermediarios diplomáticos, a las autoridades estadounidenses. Les transmitimos todos los datos, los nombres de los individuos implicados, sus apellidos, las horas de las reuniones, el tipo de explosivo, todo… Se consiguió evitar lo peor.
Unas semanas más tarde, el 26 de octubre, capturamos a un grupo de tres mercenarios vinculados a la CIA que también se disponían a realizar una operación de «falsa bandera» en aguas de Trinidad y Tobago perpetrando un ataque contra ese país con el objetivo de provocar una respuesta armada contra Venezuela y reclamar la ayuda de la Armada estadounidense. Ahí también se pudo evitar la escalada y desmantelar la conspiración.
No siempre ha sido así, por desgracia. Recordemos que el golpe de Estado del 11 de abril de 2002 contra Chávez fue provocado por un ataque de «falsa bandera» en Puente Llaguno, Caracas, cuando unos pistoleros contratados por la oposición dispararon contra manifestantes de la propia derecha y causaron diecinueve muertos y ciento veintisiete heridos…
Otro ejemplo es el del 6 de diciembre de 2002, en Caracas, cuando la derecha organizó una gran concentración antichavista en la Plaza de Altamira y de pronto surgió un hombre armado con una pistola y se puso a disparar contra la multitud. Mató a tres personas y hirió a otras veintinueve. Todo parecía indicar que se trataba de un «chavista» que atentaba contra los opositores a Chávez. Pero el hombre fue detenido. Se trataba de un ciudadano portugués, José de Gouveia, llegado a Caracas la víspera procedente de Lisboa. Contratado por agentes de la propia oposición para cometer ese atentado de «falsa bandera» con la intención de provocar una insurrección popular contra el gobierno. Gracias a Dios, pudimos desmantelar este criminal complot a tiempo. Pero sí, ese es infelizmente el modus operandi habitual de esta oposición que lleva la traición tatuada en el alma.
Ha caído la noche. Y empieza a lloviznar. El tráfico es ahora bastante denso en dirección de la capital. No vamos en caravana presidencial. Tampoco hay motoristas para abrir la ruta. Apenas un vehículo desprovisto de cualquier distintivo nos precede con algunos escoltas vestidos de civil. Nos hallamos inmersos y disimulados en medio de la circulación habitual. Nicolás Maduro maneja tranquilo. No da muestras de inquietud ni de cansancio aunque me confiesa que no ha almorzado y ya es noche cerrada… Lo noto muy centrado, muestra una impresionante calma. A pesar de que las amenazas son cada vez más groseras.
¿Qué es lo que explica, según usted, esta repentina y brutal agresividad del enemigo ?
– En realidad, lo que estamos viendo es un intento de reposicionar el hegemón Estados Unidos en el marco de un contexto geopolítico que ha cambiado mucho desde la impresionante afirmación de potencia de China y el surgimiento del polo de decisión global que constituyen los BRICS. La hegemonía global que ejercía Washington se ve cada día más cuestionada por esas potencias emergentes. En este nuevo contexto, la decisión de la Casa Blanca y del Pentágono es de reforzar primero el teatro de seguridad más próximo al territorio estadounidense, o sea, América Latina y el Caribe, su antiguo «patio trasero»… Se trata de reafirmar su dominio sobre una zona que, desde hace ciento cincuenta años y la Doctrina Monroe [1823], Washington ha considerado como una suerte de «protectorado exclusivo», con «soberanía limitada» para los países de esa área, entre ellos Venezuela. Una zona que el Departamento de Estado también consideró, desde 1945 y el fin de la Segunda guerra mundial, como una suerte de «retaguardia estratégica».
Lo que esta nueva Administración quiere, al presionar y amenazar a Venezuela, es enviar un mensaje político de fuerza y dominio a todos los Estados del continente. Están diciendo : «¡Hemos regresado!», «¡El Imperio ha regresado y vamos a reocupar nuestra posición central y dominante en este continente!» Pero el tiempo ha pasado y, como dije antes, el contexto geopolítico ya no es el mismo. La época de la diplomacia de las cañoneras ya pasó. La del golpismo y de las intervenciones militares también. Los tiempos de William McKinley y de Theodore Roosevelt no volverán. Por mucha nostalgia de ello que tenga la Casa Blanca…
El nuevo orden internacional es cada vez más multipolar y multicéntrico. Se han multiplicado los polos de poder y ahora hay algo que no existía antes y que se llama el Sur Global. Venezuela forma parte de ese Sur Global y cuenta con numerosos y poderosos aliados. Y la consolidación de estos nuevos centros de poder disuelve, inevitablemente, la influencia geopolítica de Estados Unidos.
Por eso ellos quisieran hacer una suerte de ejemplo con el caso de Venezuela. Para disuadir las alianzas alternativas y contener la expansión de otras potencias-BRICS -China, Rusia, India- en esta región. Los neoimperialistas de Washington desean restablecer el mando político y militar exclusivo sobre este continente para recuperar el control sobre los grandes recursos estratégicos de Latinoamérica, como el petróleo, el gas, el cobre, el litio, las tierras raras y el agua. No lo conseguirán. El tiempo de la historia no da marcha atrás. Y por fuerte que sea la nostalgia imperial de ellos, más fuerte es el ansia de libertad y de soberanía de nuestros pueblos.
Ya estamos en Caracas. Bajo una llovizna intermitente, circulamos ahora por las interminables autopistas urbanas de esta capital caótica y curiosamente entrañable. Sorteando atascos dantescos. Cualquier otro chofer perdería los estribos. Pero no el presidente que parece hallarse en su ecosistema natural. ¿No fue acaso, durante tantos años, conductor de autobús en medio de estos tapones apocalípticos ? Conduce tranquilo, flemático, mientras expone con claridad su análisis geopolítico. Manejar lo distiende.
De pronto, al doblar una esquina, se mete por un portón en el patio de una casa sencilla. Hemos llegado. Nos bajamos. Hay unos amplios canapés al aire libre. Nos sentamos a tomar un vaso de agua. Acuden varios asesores con el teléfono en la mano. Nos despedimos, pero no sin antes sacar con él algunas fotos par este reportaje. Acepta como siempre con amabilidad y sonrisas. Nos alejamos con un pellizco en el corazón. Viendo a nuestro amigo Nicolás Maduro, serio y concentrado, quedarse ahí, sólo en la hermosa noche caraqueña, enfrentando con un descomunal coraje la mayor y más peligrosa crisis mundial de nuestro tiempo.
IGNACIO RAMONET
[1] Jorge Luis Borges, García Márquez, José Saramago, Noam Chomsky, Arthur Miller, Ryszard Kapuscinski, Leonardo Sciascia, Jean Baudrillard, Michel Serres, Armand y Michelle Mattelart.


