Juventudes en Perú: crisis, expectativas y realidades – Por Alejandra Dinegro M.

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de NODAL. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

Alejandra Dinegro M. *

En el Perú solemos hablar de “los jóvenes” como si fueran un grupo uniforme, pero la realidad es mucho más compleja. El reciente estudio “Juventudes: asignatura pendiente”, elaborado por la Fundación Friedrich Ebert (FES) en 14 países de América Latina, incluido el Perú, revela algo que debería incomodar a cualquiera que esté pensando gobernar el país en 2026: el futuro de un joven peruano sigue dependiendo, en gran medida, de dónde nació, de cuánto gana su familia y de la calidad —o precariedad— de las instituciones que lo rodean.

Y, sin embargo, pese a estas barreras, hay un dato que sorprende y que dice mucho sobre el Perú que todavía podría ser: el 55 % de jóvenes prefiere la democracia frente a cualquier alternativa. Lo cree, lo valora, lo defiende. Lo que no cree —y con razón— es en la manera en la que la política la administra.

No es difícil entender por qué El 53 % de jóvenes está poco o muy insatisfecho con el funcionamiento de la democracia peruana, y apenas un 10 % se declara satisfecho. La confianza en la Presidencia, el Congreso y los partidos políticos se ha desgastado tanto que hoy parecen instituciones diseñadas para alejar, y no para incluir. El 58 % desconfía de los partidos, percibe que estos no representan nada más allá de intereses personales y siente que la política tradicional es un club cerrado. Pero ese desencanto no debe confundirse con apatía: la juventud peruana participa, debate, se moviliza, protesta, crea iniciativas desde redes, barrios, colectivos, territorios y redes sociales. Están ahí, en acción. Es el sistema el que sigue sin abrirles la puerta.

Esa exclusión no es solo política; es también económica, social y territorial. El informe lo deja claro sin necesidad de dramatismos: el origen condiciona. El 59 % de los jóvenes se identifica como mestizo, un 10 % como quechua y un 7 % como afrodescendiente, pero los que se identifican como blancos están sobrerrepresentados en los sectores altos, mientras que los quechuas predominan en los estratos D y E. Incluso en términos de ingresos, un tercio de los jóvenes de los sectores más vulnerables vive con apenas 501 a 1000 soles mensuales, y un 10 % ni siquiera puede identificar cuánto ingresa en su familia. ¿Cómo se construye un proyecto de vida cuando el punto de partida es tan desigual?

En educación, los datos muestran avances significativos, aunque todavía persiste una ruta desigual que para muchos se convierte en destino. La mayoría de jóvenes cursó primaria y secundaria en instituciones públicas, lo que evidencia la importancia del sistema estatal para sostener la formación del país. Sin embargo, al llegar al posgrado, el panorama cambia: el 72 % estudia únicamente en instituciones privadas, lo que refleja cómo el acceso a oportunidades académicas de nivel superior sigue dependiendo, en gran medida, de la capacidad económica familiar. En un país donde la calidad educativa suele estar condicionada por el bolsillo, la idea de meritocracia se vuelve más aspiración que realidad. Aun así, hay señales alentadoras: las mujeres no solo han aumentado su presencia en todos los niveles del sistema educativo, sino que las cifras oficiales confirman que hoy participan más que los hombres en estudios superiores, mostrando un avance importante en igualdad y en la capacidad de conquistar espacios tradicionalmente limitados para ellas.

La transición laboral, por su parte, es una carrera cuesta arriba. El 59 % de jóvenes entre 18 y 26 años no tiene trabajo, pero sí está buscando uno. Es una cifra que habla de esfuerzo, de deseo, de ganas de salir adelante; no es inactividad, es una puerta cerrada. Solo el 11 % de este grupo tiene un empleo estable, mientras que entre los jóvenes de 27 a 35 años la estabilidad sube al 29 %. Aun así, incluso entre quienes sí logran trabajar, predominan los empleos temporales, sin beneficios, con horarios irregulares. Estamos empujando a toda una generación a normalizar la precariedad. Y cuando la precariedad se vuelve norma, la democracia se debilita: ¿cómo confiar en un país que no garantiza ni lo básico?

A pesar de ello, la juventud mantiene una dosis sorprendente de optimismo. El 49 % cree que su futuro será mejor en cinco años, y un 36 % piensa que será mucho mejor. Pero ese optimismo viene acompañado de una idea que debería alarmarnos: el 62 % quiere emigrar del país. No porque no amen al Perú, sino porque sienten que aquí no podrán desarrollarse plenamente. Buscan experiencias, oportunidades y estabilidad que su propio país aún no les ofrece.

Toda esta radiografía no es simplemente un análisis social. Tiene un contenido político directo: la agenda juvenil ya no puede seguir siendo un saludo simbólico en las campañas electorales. Lo que los datos muestran es la fractura entre lo que la juventud espera y lo que el Estado ofrece. Y esa brecha, si no se cierra, seguirá alimentando el desencanto, desconfianza y fuga de talento.

Rumbo a las elecciones de 2026, el Perú tiene una decisión crucial por delante: seguir postergando a sus jóvenes o asumir, por fin, que sin ellos no hay democracia posible. Colocar su agenda al centro no es un gesto: es una necesidad. Empleo formal y digno, educación pública de calidad, reducción real de desigualdades territoriales y étnicas, participación política efectiva y no meramente consultiva, instituciones que rindan cuentas y respondan, no que se protejan entre sí.

El país no puede darse el lujo de perder otra generación. Las juventudes peruanas no están pidiendo privilegios, están exigiendo condiciones mínimas para construir su futuro. El verdadero desafío político es escucharlas, incorporarlas y hacerlas protagonistas, no espectadoras.

El 2026 marcará un antes y un después. Si la clase política vuelve a ignorar a las juventudes, no quedará futuro que administrar ni democracia que sostener. Pero si las escucha, si abre espacio, si reconoce su fuerza, el país podrá salir del estancamiento en el que lleva años atrapado. La pregunta ya no es si debemos incluirlas, sino si tendremos la claridad y la determinación de hacerlo antes de que sea demasiado tarde.

[*] Licenciada en Sociología por la UNMSM. Ex secretaria nacional de la Juventud.

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