El pirata Trump, su «corolario» a la Doctrina Monroe y el robo a Venezuela – Por Carlos Fazio

EFE/ Ronald Pena R

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de NODAL. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

Carlos Fazio 

 James Monroe está presente y su “doctrina” ha sido resucitada en la nueva Estrategia de Seguridad Nacional de Estados Unidos, que declara explícitamente que ese marco conceptual del siglo XIX será aplicado al subcontinente americano en pleno siglo XXI, inclusive con un “Corolario Trump” que marca una versión 2.0 recargada de la añeja estrategia expansionista imperial, y que, con epicentro en Venezuela, amenaza hoy a México, Colombia, Brasil y toda América Latina, y sus recursos geoestratégicos.

Fechado en noviembre, pero publicado y difundido por la Casa Blanca la noche del 4 de diciembre, el documento de 33 páginas sobre la nueva Estrategia de Seguridad Nacional (ESN) define los objetivos centrales de la política exterior estadunidense y fija como meta la protección de su territorio nacional y el acceso a “geografías claves en toda la región”. (“National Security Strategy of the United States of America”. November 2025, https://t.ly/jBXp7)

 La coartada de la administración Trump para encubrir sus fines neocoloniales figura bajo la mampara de la “cooperación conjunta” con los gobiernos del subcontinente americano, contra lo que con fines propagandísticos señala como “narcoterroristas”, “cárteles y otras organizaciones criminales transnacionales” (una contradicción flagrante, ya que Trump acaba de indultar al ex presidente de Honduras, Juan Orlando Hernández, quien cumplía una condena de 45 años por permitir el tráfico de drogas desde su país a EU a cambio de sobornos millonarios).

Asimismo, el documento exhibe la determinación imperial neomonroista de mantener una región “libre de incursiones extranjeras hostiles” y de “competidores no hemisféricos” con capacidades para “adueñarse o estratégicamente controlar bienes vitales” mediante inversiones o a través de la “propiedad de activos clave”.

Esos planes se describen, textualmente, como parte de un “Corolario Trump” de la Doctrina Monroe con su conocido postulado de “América para los americanos” (de EU), establecida por el presidente James Monroe en 1823 y que sostiene que la Casa Blanca no tolerará la “injerencia extranjera maligna” en su propio hemisferio.

En su peligrosa proyección supremacista y egocéntrica, Trump busca emular al presidente Theodore Roosevelt, quien en su discurso sobre el Estado de la Unión en 1904, después de la crisis venezolana de 1902–1903 (cuando las marinas de Guerra de los imperios británico y alemán y el reino de Italia bloquearon las costas y puertos de Venezuela exigiendo el pago inmediato de las deudas contraídas por el gobierno con las compañías de sus connacionales), adicionó a la Doctrina Monroe un corolario que lleva su nombre, que establecía que Estados Unidos podría intervenir en los asuntos internos de los países latinoamericanos (una justificación para ejercer el “poder de policía internacional”) si cometieran fechorías flagrantes y crónicas, y con el objetivo de mantener alejadas a las potencias europeas. Caracterizado por un neomonroísmo expansivo, el corolario Roosevelt signó el ascenso de EU a la era imperialista, a través de una política exterior conocida como la Diplomacia del Gran Garrote (o de “la zanahoria y el garrote”).  En palabras de Gregorio Selser, “la Doctrina Monroe vino a convertirse en elemento de dominación cuando se le adicionó el Corolario Roosevelt”. (Ver https://annas-archive.org/searchq=Gregorio+Selser+Cronolog%C3%Ada+de+las+Intervenciones+extranjeras, Tomo III, p. 130)

Como una anticipación del nuevo monroísmo de factura trumpista, el pasado 2 de diciembre la Casa Blanca había emitido una proclamación para marcar el aniversario de la vieja estrategia neocolonial, que concluía: “Revitalizada por mi Corolario Trump, la Doctrina Monroe está viva y bien, y el liderazgo estadunidense está de regreso más fuerte que nunca”.

Al respecto, y a diferencia de sus antecesores, la administración Trump se ha planteado recortar la presencia militar en “teatros cuya importancia relativa para la seguridad nacional estadunidense ha disminuido en las últimas décadas o años”, con miras a destinar esos recursos al hemisferio occidental y abordar así lo que denomina “amenazas urgentes”.

En otro pasaje de la Estrategia de Seguridad Nacional se destaca la importancia de asegurar el “acceso continuo (de EU) a ubicaciones estratégicas clave” en el continente americano (como, por ejemplo, la recuperación del Canal de Panamá, la colonización simbólica del nombre del Golfo de México y el frustrado intento de reabrir la base de Manta en Ecuador). Tras años de lo que califica como “abandono” de la región por sucesivas administraciones de la Casa Blanca, el documento sostiene que EU “volverá a afirmar y hacer cumplir la Doctrina Monroe para restaurar la preeminencia estadunidense en el hemisferio occidental”.

“Queremos garantizar que el hemisferio occidental siga siendo razonablemente estable y esté lo suficientemente bien gobernado como para prevenir y desalentar la migración masiva a Estados Unidos”, se lee en el documento. Es decir, pone la seguridad fronteriza como pilar fundacional, con lo que el control de los flujos migratorios asciende al rango de prioridad estratégica. (Un mensaje inequívoco con fines disciplinarios que abarca en particular, sin mencionarlo, a México).

Del texto se desprende que Estados Unidos no actuaría solo, únicamente con la fuerza de sus buques, misiles y drones. El documento señala que “enlistará” –eufemismos para un abanico de significados, desde persuadir y presionar hasta reclutar–, a gobiernos que los ayude a crear una “estabilidad tolerable” en la región, incluso más allá de sus fronteras, y trabajará para “premiar y estimular a los gobiernos de la región, a los partidos políticos y a los movimientos (políticos y sociales en esos países) para que se alineen con la estrategia y sus principios.

Asimismo, vincula producción nacional con soberanía: “Cultivar la fuerza industrial estadunidense debe convertirse en la máxima prioridad de la política económica nacional” (p. 4), en función de lo cual promueve la repatriación de cadenas de suministro, la inversión en minería crítica y la revitalización de la base industrial de defensa. Sostiene, también, que “la seguridad económica es fundamental para la seguridad nacional” (p. 13), y establece que el comercio equilibrado, la protección de propiedad intelectual, la dominancia energética (con acento en los hidrocarburos) y el liderazgo financiero forman un bloque indivisible, evidentemente fragilizado por décadas de políticas económicas ávidas por la acumulación de capital ficticio y no de creación de valor.

En ese sentido, se instruye al Consejo de Seguridad Nacional para que identifique, con apoyo de “la comunidad de inteligencia”, “puntos y recursos estratégicos en el hemisferio occidental con miras a su protección y desarrollo conjunto con los socios regionales”. Un objetivo (bipartidista) que recupera los comentarios que formulara en 2023 la entonces jefa del Comando Sur, generala Laura Richardson, quien enumeró –bajo el controversial y posesivo plural “tenemos”– los recursos estratégicos presentes en América Latina y el Caribe, en una lista que incluyó petróleo, litio, oro, tierras raras, minerales varios, agua y suelos, bajo la premisa de que ahora Washington debe disputárselos con otras potencias.

El giro hemisférico ante la “amenaza” china

Como señala un análisis de la página web venezolana Misión Verdad, la sección sobre el hemisferio occidental marca un punto de inflexión. Allí se presenta formalmente el Corolario Trump a la Doctrina Monroe: “Negaremos a competidores no hemisféricos la capacidad de posicionar fuerzas u otras capacidades amenazantes, o de poseer o controlar activos estratégicamente vitales, en nuestro hemisferio” (p. 15). Esta formulación establece una exclusión funcional: ningún país del continente americano puede asociarse y/o hacer acuerdos comerciales con actores extrahemisféricos sin enfrentar consecuencias.

Pero el documento va más lejos en materia de contratación y desarrollo: “Los términos de nuestros acuerdos, especialmente con aquellos países que más dependen de nosotros y sobre los que, por tanto, tenemos mayor influencia, deben ser contratos de fuente única para nuestras empresas (…) Al mismo tiempo, debemos hacer todo lo posible por expulsar a empresas extranjeras que construyan infraestructura en la región” (p. 19). En particular, China, el principal adversario estratégico y sus empresas.

Estas directrices definen una nueva forma de soberanía nominal (atentatoria a la vez del derecho a la autodeterminación de los pueblos), medida por su capacidad para alinearse con la cadena de valor estadunidense. La legitimidad se construye con ofrecimientos de EU en materia de tecnología superior, estándares abiertos y ausencia de “trampas de deuda”, mientras que la asistencia extranjera, aunque aparentemente de bajo costo, lleva “costos ocultos” (p. 18).

Según la ESN, la visión de EE.UU. sobre su competencia hemisférica con China se articula con claridad estratégica, realismo funcional y una fuerte carga normativa. No se trata de un rechazo abstracto o ideológico a la influencia china, sino de una respuesta estructural a un hecho concreto: China ha logrado penetrar profundamente en el hemisferio mediante inversiones en infraestructura, energía, minería y telecomunicaciones, especialmente en países donde EU había reducido su presencia económica o impuesto sanciones y otras medidas coercitivas, como Venezuela y Cuba.

El documento describe esta dinámica sin eufemismos: “Los competidores no hemisféricos han hecho importantes incursiones en nuestro hemisferio, tanto para perjudicarnos económicamente en el presente como de manera que pueden perjudicarnos estratégicamente en el futuro” (p. 17). Esto reconoce explícitamente que China no actúa como potencia “extranjera hostil” en el sentido tradicional (militarizado), sino como competidor funcional: ofrece financiamiento rápido, infraestructura a bajo costo aparente y acuerdos sin condicionalidades políticas explícitas, una ventaja decisiva frente a los trámites lentos, regulaciones estrictas y exigencias de reformas estructurales de los organismos occidentales, como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo, viejos instrumentos de dominación imperial a través del dólar y las cartas de intención de la época de la Guerra Fría.

Frente a ello, como señala el análisis de Misión Verdad, EU propone una estrategia híbrida de expulsión selectiva y sustitución activa:

  • Impulsa una campaña de descrédito de la oferta china que transforma lo económico en lo estratégico: una mina, un puerto o una red 5G no son solo proyectos comerciales, sino nodos de riesgo si están bajo control no hemisférico (no estadunidense); los llamados “costos ocultos: en espionaje, ciberseguridad, trampas de deuda y otras maneras” (p. 18).
  • Ordena acelerar los procesos de aprobación en los mecanismos de financiamiento estadunidense para que ofrezcan plazos y condiciones competitivas: “Reformaremos nuestro propio sistema para agilizar las autorizaciones y licencias, de nuevo para convertirnos en el socio preferente” (p. 18).
  • Rompe con el discurso del “libre mercado”: EU ya no compite en el mercado; redefine las reglas del mercado mismo para excluir a China.
  • Refuerza la narrativa en la que EU se presenta como el socio que ofrece transparencia, tecnología superior y protección contra la “subordinación”; China, según la ESN, no ofrece cooperación sino dependencia encubierta. EU, en cambio, ofrece soberanía auténtica, definida como soberanía alineada con su cadena de valor.

De esta manera, la ESN demuestra que EU no subestima el avance chino en América Latina. Al contrario: lo toma como prueba de un error histórico −la “negligencia” hemisférica− y lo convierte en fundamento de una política de reversión activa. Ahora, se disputa el control de los medios de producción de soberanía: infraestructura, energía, logística, datos, estándares técnicos.

En ese contexto, Venezuela, por su alianza explícita con China en petróleo, oro, coltán, satélites y puertos, aparece como el caso crítico: no porque sea el mayor receptor de inversión china (no lo es), sino porque su persistencia como nodo multipolar legitima la viabilidad de esa alternativa. Por eso, la estrategia estadunidense apuesta a que, al expulsar a China del hemisferio, no solo Washington recupera influencia, sino que restablece la condición de posibilidad de su hegemonía: un mundo donde la soberanía de los demás se mide por su capacidad para no interferir con los intereses de EU.

Venezuela, pues, encarna el desafío máximo para esta doctrina:

  • Mantiene alianzas estratégicas con China, Rusia e Irán;
  • controla recursos críticos sin entregar su gestión a capitales extranjeros o alineados;
  • y ha desarrollado mecanismos de intercambio que eluden el dólar y las cadenas de valor occidentales hegemónicas.

La ESN lo reconoce: “Algunas influencias serán difíciles de revertir, dada la alineación política entre ciertos gobiernos latinoamericanos y ciertos actores extranjeros” (p. 17).

Desde el punto de vista del documento, Venezuela es un precedente no funcional para los intereses del imperialismo estadunidense: demuestra que es posible sostener una política exterior autónoma y soberana, aun bajo políticas de presión y asedio coercitivos prolongados. Junto a las sanciones económicas, comerciales y financieras; el cerco militar aeronaval en el Caribe; las operaciones clandestinas de la CIA al interior de Venezuela, y la guerra cognitiva con énfasis en la propaganda y las noticias falsas (fake news), la administración Trump busca un cambio de régimen, pero también tiene la intención de invalidar el modelo socialista bolivariano en construcción. En definitiva, se trata de mostrar que ningún país puede sostenerse fuera del “orden” de la soberanía selectiva.

Lo expuesto permite colegir que en la era Trump, la Casa Blanca está anunciando la reconquista de un espacio que asume suyo por derecho propio, sin dejar ninguna área estratégica de lado. Sin embargo, mientras Venezuela siga siendo un actor no funcional −pero persistente−, el Corolario Trump tendrá un punto ciego. Y mientras ese punto ciego exista, el subcontinente americano no será plenamente “estable” en los términos de la ESN. La estrategia estadunidense apuesta a que el futuro se construye con EU o, simplemente, no hay futuro. A contrapelo, y al igual que Cuba, Venezuela apuesta a que el futuro se construye con soberanía plena y participación popular organizada. Y en ese sentido, la nueva ESN oficializa las medidas que ya viene tomando desde hace unos meses con la militarización del Caribe.

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