El laberinto de Maduro – Por Diego Gonzalez

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

Hace unas semanas, Nicolás Maduro responsabilizó abiertamente al vicepresidente norteamericano de intervenir en un inminente golpe de estado en Venezuela. A la semana siguiente, desde el ejecutivo se describió con detalle un supuesto plan de golpe que incluía bombardeos a Miraflores y al canal Telesur, en complicidad con sectores de las fuerzas armadas. El jueves pasado, la justicia venezolana detuvo al alcalde Metropolitano de Caracas, Antonio Ledezma. Ayer, en el marco de una movilización en Táchira, murió asesinado un chico de 14 años. Inmediatamente, un policía fue detenido por el hecho y desde el gobierno central se bajó una condena explícita a la violencia.

Son tiempos delicados, de balances y de evaluaciones. Propongo un análisis que no haga eje en lo moral, en la ética republicana, en la democracia y en las instituciones. Pensemos un rato desde un prisma estrictamente pragmático, maquiavélico. En correlaciones de fuerzas. En quién gana y quién pierde en este ajedrez geopolítico, que claramente trasciende las fronteras venezolanas.

Pero antes hace falta aclarar algunas premisas básicas, concretas:

-Este año debiera haber elecciones parlamentarias. Se renueva la totalidad de la Asamblea Nacional (parlamento unicameral), pero aún los comicios no tienen fecha.

-A mediados del mandato, es decir en 2016, se habilitaría la posibilidad para convocar a un referéndum revocatorio. Para eso, la oposición debería organizarse y juntar firmas. Una cláusula que se incorporó en la carta magna de 1999, la que nació luego de que Chávez jurara en su primer mandato sobre la “moribunda constitución”

-El oficialista Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) se muestra unido, abroquelado, lo cual no es un dato menor. Allá, a comienzos del 2013, ese era el debate central. ¿Era capaz Maduro de domar a esa fiera insolente que es el chavismo? Parece está pudiendo.

-En las urnas el chavismo gana, sigue ganando. Maduro ganó con escaso aire en abril de 2013, sacó 50.6 % y Capriles 49.12 %. El oficialista Polo Patriótico amplió su margen en diciembre del mismo año en las elecciones municipales. Estiró la diferencia y llegó al 54.6 por ciento de los votos.

-En 2014 no hubo elecciones, lo cual agitó las internas en la oposición que lejos está de la unidad. La ex legisladora María Corina Machado, Leopoldo López (detenido) y Antonio Ledezma (detenido) son tal vez las caras más visibles de la oposición dura que pregona “La Salida”. Del otro lado, el dos veces candidato Enrique Capriles Radonski que oficia de opositor institucional.

-El precio del petróleo, desde fines del año pasado se desplomó de un modo abrumador. Más del 90 por ciento de las divisas que entran en Venezuela lo hacen vía la estatal Petróleos de Venezuela (PDVSA). Venezuela, quinto exportador mundial de crudo, vende alrededor de 2,5 millones de barriles de petróleo diarios, en su mayor parte a Estados Unidos y China.

-La inflación y la escasez de productos básicos – leche, papel higiénico, preservativos, harina pan… – es un problema real en las calles venezolanas. El desabastecimiento preocupa más que la política e incluso que la inseguridad según la consultora Hinterlaces.

Así jugadas las cartas, da la sensación de que la incertidumbre juega contra el gobierno de Maduro. La economía es la que está en el fondo, la que corroe en última instancia la base de legitimidad del chavismo.

Porque desde lo político hoy los que están jugando son los dos polos. El chavismo se asume a sí mismo como revolucionario. No oculta su deseo de modificar la vieja arquitectura republicana, la democracia formal, normal, capitalista. La táctica es el “Gobierno de Calle”. El objetivo es un nuevo Estado, un Estado Comunal. El hoy Ministro del Poder Popular para la Cultura, Reinaldo Iturriza, me decía en abril de 2013 en Caracas cuando era solo un sociólogo: “A nosotros no nos interesa alternarnos en el poder con nadie. Nos interesa que la voluntad del pueblo revolucionario, convencido de que el camino es radicalizar la democracia, se imponga permanentemente: nunca el chavismo tuvo la intención de ser una democracia con alternabilidad, ni Montesquieu, ni tal. El riesgo para el chavismo es que puede tranquilamente convertirse en una suerte de PRI venezolano. Es por eso que el horizonte hoy son las comunas”.

Del gobierno de Maduro podrán decirse muchas cosas. Pero jamás que traicionó, que claudicó, que bajó las banderas. Su gobierno, en un contexto política y económicamente complejo, fue de radicalización.

Del otro lado la oposición dura que no termina de identificar modos ni ritmos para ser. Una oposición que no perfila un discurso y que no puede con las urnas. Una oposición que opta por la vía insurreccional, que es reacia las instituciones, a los votos. “A la oposición más que un líder, lo que le hace falta un mensaje” dice Oscar Schemél, director de Hinterlaces en una muy buena entrevista con José Vicente Rangel. La oposición, dice Schemél, sigue sin estrategia comunicativa.

La realpolitik muestra un mapa quebrado, dividido. Con todos yendo por todo. Y en este escenario caben varias preguntas que seguramente no tengan un sola respuesta. ¿La oposición podría hacer un golpe de estado, otra vez? ¿Tiene sentido – no moralmente, sino pragmáticamente – bombardear Telesur y el palacio de gobierno y el ministerio de Defensa? ¿Quién gana qué con la detención del Alcalde de Caracas? ¿Cuál fue el costo hacia adentro y hacia fuera de la detención en febrero de 2014 de Leopoldo López?

Las lecturas sobre lo que está sucediendo son varias y diversas. Desde la oposición dicen que la estrategia es generar caos para que luego se aplacen las elecciones parlamentarias que el oficialismo, dicen, perdería por paliza. Desde el oficialismo dicen que no. Que con este tipo de iniciativas se busca la reacción justa, digna y lógica del gobierno revolucionario para después, con esa excusa, justificar una intervención extranjera.

Algo es seguro, ningún levantamiento puede triunfar si no se tienen los fierros. Y los fierros, en su mayoría, los tienen los militares. Por eso, al denunciar el golpe Maduro ordenó el arresto de oficiales militares en actividad. “Hemos desarticulado y desmantelado un atentado golpista contra la democracia y estabilidad de nuestra patria. Se trata de un intento de utilizar a un grupo de oficiales de la aviación militar para provocar un hecho violento, un ataque, un atentado”, dijo. Se trata de un gesto potente en un proceso que se define a sí mismo como“revolución cívico-militar”. El mismo jueves, después del asesinato del estudiante de 14 años en Táchira, el presidente insistió: “No van a encontrar un Pinochet en Venezuela”.

Es difícil prever qué es lo que se viene. Desde lo político, cabe la pregunta por el surgimiento de un nuevo espacio, de un tercero en discordia. Un lugar intermedio que nuclee a los famosos ni-ni, en donde se reúnan los opositores moderados y los chavistas desencantados. Sin embargo, esta Venezuela donde revolución se ha convertido en un adjetivo virtuoso parece no admitir titubeos. Como Brasil no aceptó a Marina Silva, ni Bolivia a Juan del Granado, ni Argentina parece querer mucho a Massa. El dato, oscuro para la oposición venezolana, es que la experiencia regional indica que tampoco prosperaron ni los Neves, ni los Tuto Quiroga, ni los Bordaberry.

*Periodista y sociólogo argentino

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