Romero de América, “el santo que incomoda” – Por Bryan Avelar

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El discurso de monseñor Romero, según quienes lo conocieron, siempre fue incómodo y exigente

“No es voluntad de Dios que unos tengan todo y otros nada” – Monseñor Romero

“Monseñor Romero es un santo incómodo, un santo que nos desestabiliza, que nos saca de nuestras comodidades, es un santo que nos obliga a un examen profundo de conciencia, por eso muchos no lo querían, porque era un santo exigente con su testimonio”, fueron las palabras del arzobispo auxiliar de San Salvador, monseñor Gregorio Rosa Chávez, durante la misa en acción de gracias por la reciente aprobación del martirio del obispo asesinado en 1980.

Esta mañana del martes 3 de febrero, el papa Francisco firmó el decreto oficial que convertiría en mártir de la Iglesia Católica a Monseñor Oscar Arnulfo Romero, cuya voz fue callada por una certera bala en marzo de 1980.

“La iglesia necesita ser como Romero, entregada para con los pobres, libre, humilde, servidora, sincera, atrevida para defender a los que necesitan ser defendidos”, sostiene el actual arzobispo auxiliar de San Salvador.

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Romero, nació el 15 de agosto de 1917, en Ciudad Barrios, en el departamento de San Miguel, al oriente del país, donde vivió y se ordenó sacerdote a la edad de 24 años; 38 años después una bala callaría su voz mientras también levantaba el cáliz.

En medio de este ambiente de injusticias, represión e incertidumbre, Monseñor Romero fue nombrado Arzobispo de San Salvador, el 3 de febrero de 1977 por “reforzar el discurso del gobierno”, según lo dijo en un libro de su autoría, el también ya fallecido sacerdote jesuita, Ignacio Martín Baró.

A un mes de su joven ministerio arzobispal, su amigo, el padre Rutilio Grande, es asesinado por supuestos militares, lo que, según Baró y varios analistas más, llevó a monseñor a una “conversión” y le dio un impulso para adoptar su filosofía de “sentir con la iglesia”. Desde entonces, las homilías de monseñor no dejaron de denunciar la injusticia, la represión y la opresión del Estado a las masas.

“No hay crimen que se quede sin castigo. El que a espada hiere, a espada muere, ha dicho la biblia. Todos estos atropellos del poder de la patria no se pueden quedar impunes”, dijo el ahora mártir mientras celebraba misa, cinco meses después de la muerte de Rutilio Grande.

El 24 de marzo de 1980, mientras oficiaba misa en la capilla del Hospital La Divina Providencia, sitio donde, según relatan testigos, él mismo había pedido posada para vivir, una bala golpeó el pecho del obispo y calló su voz para siempre.

Trece años después, el 15 de marzo de 1993, la Comisión de la Verdad, un organismo creado durante los acuerdos de paz que le podrían fin a las balas de la guerra civil que se desató en El Salvador después de la muerte de Romero, rendiría un informe llamado “De la locura a la esperanza” en el que se señala a Roberto D´Aubuisson como el autor intelectual del asesinato de Romero. Sin embargo, cinco días después, la Asamblea Legislativa del país aprobó la “Ley de Amnistía General para la Consolidación de la Paz” que dejaría impunes hasta hoy, entre miles más, la muerte del obispo.

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Igual que la tarde aquel 24 de marzo, las manos del sacerdote empuñan el cáliz lleno de vino apuntando al cielo, pero esta vez ninguna bala pegará en el pecho para callar la voz del religioso; esta vez, monseñor Rosa Chávez también levantará la hostia y dirá “tomad y comed todos de él, porque esto es mi cuerpo que será entregado por ustedes”.

Según Rosa Chávez, la aprobación del martirio de Romero lo convierte automáticamente en santo, y hace la analogía: “es como salir de bachillerato, él ya sacó el título, solo le falta que se lo entreguen”.

“Lo que sigue es una misa oficiada por el papa donde se anuncia la lista oficial de los nuevos beatos y de los nuevos santos, ahí estará el nombre de monseñor Romero. El siguiente paso será la ceremonia en El Salvador, que creemos será en la plaza El Salvador del Mundo, frente a la plaza Romero, no creo que sea en marzo, porque debemos hacer todos los preparativos, pero será en este año”, afirmó el arzobispo auxiliar de San Salvador.

La alegría que causa la noticia de que Romero pronto será llamado santo es tal, que Rosa Chávez asegura es “desbordante la felicidad de la iglesia”, y considera que “se ha enviado un mensaje al mundo de una gran bendición en El Salvador”.

Según la religiosa Elvia Cazún, quien es responsable del Centro Histórico Monseñor Romero, ubicado en las instalaciones del Hospital La Divina Providencia, desde hace un tiempo ya se han acercado algunas personas a la capilla done éste fue asesinado y aseguran sentir su presencia.

“Es una alegría inmensa la que el pueblo siente; desde la gente más sencilla que viene de las comunidades, de las parroquias, ellas dicen sentir todavía a Monseñor Romero, todavía se siente su presencia y se lamenta su partida”, asegura Cazún.

También Sor Reina Angélica, de la Orden de la Misericordia de Dios, quien asegura haber conocido al ahora mártir, dijo que la santificación de Romero “nos lleva como seres humanos a cambiar; esto no significa solo amar a monseñor, sino a entender que él llego a ser santo por lo que fue, porque vivió santo”.

La personalidad de Romero, según quienes lo conocieron, fue sencilla, mansa, pero también punzante para las autoridades de la época en que fue obispo. Romero es reconocido en El Salvador por sus frases de “cese a la represión” y su denuncia de la desigualdad económica y social del país.

“Monseñor fue una persona tan humilde que estoy segura que nunca se imaginó que llegaría a ser santo, estoy segura de que si sólo alguien se lo hubiera dicho alguna vez le hubiera dado risa”, dice la religiosa, mientras se seca las lágrimas que le adjudica a la emoción.

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“Que este cuerpo inmolado y esta sangre sacrificada por los hombres nos alimente también para dar nuestro cuerpo y nuestra sangre al sufrimiento y al dolor, como Cristo, no para sí, sino para dar conceptos de justicia y de paz a nuestro pueblo. Unámonos, pues, íntimamente en fe y esperanza a este momento de oración por doña Sarita y por nosotros…”, esas fueron las últimas palabras que pronunció Monseñor Romero, según la antología “Romero Día a Día”.

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