Brasil: lo que nadie quiere (pero puede suceder) – Por Jayme Brener

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

Aquilo que ninguém quer (e que pode acontecer) – Por Jayme Brener

A Primeira Guerra Mundial (1914-1918) ficou conhecida como “a guerra que ninguém queria”. Nenhuma das grandes potências mundiais a desejava, mas boa parte delas jogou tanta lenha na fogueira das tensões que a guerra aconteceu e custou nove milhões de vidas.

Exageros à parte, o mesmo pode acontecer com o impeachment da presidente brasileira Dilma Rousseff. Ninguém (ou quase) o quer, no imenso espectro partidário do país, mas ele pode ser votado no Congresso.

O PSDB, maior partido de oposição, não deseja o impeachment porque isso daria enorme protagonismo ao PMDB, que tem o vice-presidente da República, Michel Temer, herdeiro natural do posto de Dilma, e o comando das duas casas do Congresso. Os tucanos preferem “sangrar” Dilma até as eleições presidenciais de 2018 e vencê-las sem depender do incômodo PMDB. O único general tucano que defende abertamente a remoção da presidente é Aécio Neves, derrotado por ela em 2014.

O próprio PMDB não quer o impeachment porque ficaria com o ônus de dirigir um país em crise econômica por pouco tempo, correndo o risco de entregar a Presidência, de bandeja, aos tucanos, em 2018. Para o PMDB o melhor é avançar vorazmente sobre o aparelho de Estado – sua especialidade – e gozar de um co-governo entre o Parlamento e uma presidente enfraquecida. Um governo que, de quebra, arcaria com todo o ônus do Petrolão, a megadenúncia de corrupção na Petrobras, da qual o PMDB participou ativamente.

Outros que não querem o impeachment são os integrantes mais radicais do chamado “campo majoritário” do PT, que torcem o nariz diante do governo, reclamam do peso excessivo que Dilma deu a correntes minoritárias – como a Democracia Socialista – no Ministério e sonham com a volta de Lula em 2018. Esquecendo que o trem do retorno de Lula tem parada obrigatória da estação do governo de Dilma Rousseff.

Mesmo com tudo isso, Dilma Rousseff pode sofrer o impeachment. As denúncias envolvendo a Petrobras se acumulam e, hora dessas, podem resvalar na presidente, que comandou o Conselho de Administração da estatal e foi ministra das Minas e Energia.

O problema maior, para Dilma, é o peso crescente das manifestações pelo impeachment. E, se é verdade que a grande maioria dos manifestantes (ainda) são eleitores do derrotado Aécio Neves, com apoio explícito da grande mídia, o fato é que o contingente disposto a defender a presidente (ou a democracia) nas ruas é diminuto.

Sem carisma, com péssima articulação política e em meio à falência de seu projeto econômico, Dilma apostou no neoliberal Joaquim Levy para organizar um corte de custos e recuperar a confiança do mercado. O problema é que o corte evitou áreas sensíveis às alianças políticas de Dilma, como a redução do peso dos Ministérios. E avançou sobre alguns direitos sociais, ainda que pouco significativos. Com isso, a presidente passou a ser criticada por movimentos sociais que deveriam estar à frente de sua defesa.
A saída, para Dilma, seria estabilizar um pouco as contas públicas, recuperar o fôlego diante do mercado e, talvez, retomar o crescimento econômico em dois anos. E, então, concluir seu mandato ampliando conquistas sociais e reaproximando-se dos movimentos que deram origem ao seu partido, o PT.

A dúvida é se ela terá tempo para isso. Ou se o avanço das denúncias, a estagflação econômica e a desarticulação política falarão mais alto, dando mais combustível às manifestações pelo impeachment. E aí, diante de multidões nas ruas e de uma militância cada vez mais tímida, o Congresso Brasileiro, com seu tradicional, digamos, pragmatismo, embarcaria na canoa do impeachment.
O próximo teste, para Dilma, será a nova manifestação nacional marcada para 12 de abril.

*Jornalista

LO QUE NADIE QUIERE (PERO PUEDE SUCEDER)

Jayme Brener*
Traducción Susana Merino

La Primera Guerra Mundial (1914-1918) fue conocida como por “la guerra que nadie quería». No la deseaba ninguna de las grandes potencias mundiales. Pero muchas de ellas echaron tanta leña al fuego de las tensiones que la guerra ocurrió y costó nueve millones de vidas.

Exageraciones aparte, lo mismo puede llegar a suceder con el impeachment a la presidente brasileña Dilma Rousseff. Nadie (o casi nadie) lo quiere, dentro del inmenso espectro partidario del país, pero puede ser votado en el Congreso.

El PSDB, el mayor partido de la oposición, no quiere el impeachment porque le otorgaría un enorme protagonismo al PMDB, al que pertenece el vicepresidente de la República , Michel Temer, heredero natural de Dilma y es quién está a cargo de las dos cámaras del Congreso.

Los tucanos (N.de T.: militantes del PSDB) prefieren “desangrar” a Dilma hasta las elecciones presidenciales del 2018 y ganarle sin depender del incómodo PMDB. El único general tucano que defiende abiertamente la remoción de la presidente es Aecio Neves, a quién ella derrotó en el 2014.

Tampoco quiere el impeachment el propio PMDB porque le quedaría el peso de dirigir durante poco tiempo un país económicamente en crisis y correría el riesgo de entregarles la presidencia en bandeja a los tucanos en el 2018. Para el PMDB lo mejor es avanzar vorazmente sobre el aparato del Estado – su especialidad – y avanzar en un co-gobierno entre el parlamento y una presidente debilitada. Un gobierno que de entrada asumiría todos los costos y el peso del asunto del petróleo, una megadenuncia de corrupción en Petrobras en la que el PMDB participó activamente.

Los que tampoco quieren el impeachment son los integrantes más radicalizados de la llamada “mayoría” del PT, que fruncen la nariz ante el gobierno, reclamando por el peso excesivo que les ha dado Dilma a las corrientes minoritarias – como la Democracia Socialista – en los Ministerios y sueñan con la vuelta de Lula en el 2018. Olvidando que el tren que traería a Lula de regreso tiene una parada obligatoria en el gobierno de Dilma Rousseff.

Sin embargo y a pesar de todo Dilma puede tener que enfrentar el impeachment. Las denuncias que incluyen a Petrobras se acumulan y pueden terminar en la presidente que presidió el Consejo de Administración estatal y fue ministra de Minas y Energía.

El mayor problema para Dilma es el creciente peso de las manifestaciones por el impeachment. Y si bien es verdad que la gran mayoría de los manifestantes (todavía) son los votantes del derrotado Aecio Neves, con el explícito apoyo de los grandes medios, el hecho es que el contingente dispuesto a defender a Dilma en la calle es diminuto.

Sin carisma, con pésima articulación política y en medio de las fallas de su proyecto económico, Dilma eligió al neoliberal Joaquim Levy para realizar un recorte de gastos y recuperar la confianza del mercado. El problema es que el recorte omitió áreas sensibles a las alianzas política de Dilma, como la reducción del peso de los ministerios. Y avanzó sobre algunos derechos sociales, aunque poco significativos. Por tal motivo la presidente ha sido criticada por los movimientos sociales que deberían estar al frente de su defensa.

La salida que le queda a Dilma es estabilizar un poco las cuentas públicas, recuperar el aliento ante el mercado y retomar el crecimiento económico en los próximos dos años. Concluiría así su mandato ampliando las conquistas sociales y volviendo a aproximarse a los movimientos que le dieron origen a su partido, el PT.

La duda es si le alcanzará el tiempo para lograrlo. O si el avance de las denuncias, la estanflación económica y la desarticulación política repercutirán más fuerte, alimentando las manifestaciones por el impeachment. Y entonces, ante las multitudes en las calles y una militancia cada vez más tímida, el Congreso brasileño con su tradicional llamémosle pragmatismo se embarcaría en la nave del impeachment.

El próximo test para Dilma será la programada nueva manifestación nacional del próximo 12 de abril.

*Periodista

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