Entrevista exclusiva de NODAL Universidad a Dora Barrancos, socióloga e historiadora argentina: “Hay que celebrar que muchísimos conjuntos sociales estarán movilizándose por la campaña contra el femicidio”

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Por Guadalupe Morán

Con una extensa trayectoria académica y de militancia, Dora Barrancos es una referente argentina a la hora de tratar temas relativos al feminismo, los derechos de las mujeres y las minorías. Directora del Conicet, socióloga, magíster en Educación y doctora en Historia, Barrancos se explaya en esta entrevista sobre la repercusión pública que ha adquirido la convocatoria a la marcha nacional contra los feminicidios en la Argentina. Reconocida como ciudadana ilustre de la Ciudad de Buenos Aires por su trabajo académico y como feminista, Barrancos revisa los avances y cuentas pendientes sobre la equidad de género en este país y en América Latina.

¿Qué lectura hace de la convocatoria a la marcha nacional contra los feminicidios #NiUnaMenos? ¿Qué rol jugaron las redes sociales?

Me pareció muy significativo el modo en que se organizó. Las redes sociales, para bien o para mal, hacen que la gente esté comunicada, apelada, interpelada, que se movilice. Es conmovedor en cierta medida, aunque estoy segura que numerosas organizaciones de mujeres fogonearon las redes. Pero es interesante que nadie se pueda arrogar la maternidad de este acontecimiento.

La otra cuestión también interesante es que muchos varones se sienten interpelados por la convocatoria. No se trata, como antes, de una circunstancia más o menos encerrada, opaca o circunscripta. Hay que celebrar que muchísimos conjuntos sociales estarán movilizándose el próximo miércoles. Ya veremos si de aquí en adelante se produce una mayor reflexión.

¿Qué impacto puede tener la movilización a nivel nacional?

Podemos especular que habrá consecuencias sobre las propias subjetividades de las mujeres. También, una mayor reflexividad o capacidad reflexiva que se pueda generar en los varones. Más importante aún, que implique una interpelación sobre todo al poder judicial, que tiene todavía tantos problemas para llevar adelante los procesos necesarios cada vez que hay denuncias sobre humillaciones, amenazas, coacciones, y que lamentablemente muchas veces terminan en feminicidos.

Usted ha manifestado que se ha incrementado la intolerancia frente a la violencia contra la mujer, lo que no significa que hayan aumentado los casos de este tipo. ¿Cómo lo explica?

En principio, porque no tenemos estadísticas rigurosas del pasado reciente. No podemos asegurar que en 1980 había menos feminicidios que hoy. Como sabemos, hasta 1983, el terrorismo de Estado se manifestó en una forma supra violenta especialmente con las mujeres en los campos de concentración.

No hemos analizado con un trazo muy fino lo que sucedía en materia de homicidios contra las mujeres en ese momento; inclusive ni siquiera hablábamos de feminicidio conceptualmente. Quisiera aclarar que el concepto correcto es feminicido, aunque la palabra femicidio se utilice de manera más frecuente. Normalmente, los medios de comunicación anunciaban un crimen de una mujer como pasional, un asesinato hecho por amor, un crimen debido a los celos que despertaba la conducta de ella. Se enunciaba mal aquello que, en realidad, era una feminicidio. En la actualidad, esto fue superado. Hoy se tiene un concepto y una noción mucho más arraigada acerca del significado de la discriminación y violencia hacia las mujeres. Se produjo una politización del término.

En las noticias, un crimen perpetrado contra una mujer por el novio, el ex novio, el marido, el amante furtivo, o quien fuere, es enunciado de otra manera, y allí está el cambio. Aumentó la vigilancia conceptual y también la intolerancia frente a determinados actos. Por ejemplo, hace 20 años un tipo cacheteaba a una joven en la calle y pasaba como un acto natural. Hoy es más común alguna pelea con trompadas entre varones pero no una paliza a una mujer en la vía pública.

La discusión muchas veces divide a las feministas pero, si trabajamos con mayor rigor, no podemos afirmar que ha aumentado el feminicidio.

¿Qué balance hace respecto de la legislación argentina sobre cuestiones de equidad de género y los derechos de la mujer?

No nos falta legislación, pero podemos perfeccionarla. En este momento, contamos con un conjunto de normas que son importantes, como la ley 26.485 que refleja la necesidad de que todas las instituciones del Estado estén atentas y puedan ser actuantes. Ninguna institución puede quedar exenta de esto. En este sentido, la educación es fundamental. Hay posibilidades educativas en materia de prevención desde el jardín de infantes. Sin embargo, todavía sorprende la inadecuación a la ley que existe en nuestras instituciones.

Porque la Argentina tiene un plexo de derechos muy interesante relativo a la equidad de género, el asunto es que cumplamos con la ley. A diferencia de muchas naciones de América Latina, nuestro país tiene una muy buena ley contra la trata, que es una forma de violencia atroz. Por otro lado, se ha avanzado mucho desde el Poder Ejecutivo, por ejemplo, generando mayores niveles de equidad en el ministerio de Defensa. Esperemos que esta marcha pueda imprimir en nuestras instituciones una firmísima voluntad de aplacar este flagelo.

¿Y cuál es el panorama legislativo en América Latina?

Con algunas diferencias, se reproduce más o menos la misma situación en toda la región. En general, los países latinoamericanos son signatarios de la CEDAW, la Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer. La cuestión es que la violencia va de la mano de la discriminación.

En algunos sitios, la violencia de género es mucho más visible, como el caso de Ciudad Juárez, en México, y la enorme cantidad de mujeres muertas allí, en la frontera con Estados Unidos.

Inclusive la instalación del propio concepto de feminicido se lo debemos a Marcela Lagarde, notable exponente del feminismo mexicano.

Asimismo, no todos los países de América Latina han consagrado en la ley penal la figura de feminicidio, que es un agravante. Como ocurrió en la Argentina, Chile también modificó el Código Penal. Pero faltan derechos en muchos países de la región. En algunos lugares se ha avanzado mucho con relación a los derechos políticos, al menos en derechos políticos formales. Pero se pueden encontrar déficits en cuanto a los derechos que aseguren a las mujeres una vida con menor riesgo de violencia.

En fin, en todos los países latinoamericanos las mujeres sufren discriminación. En algunos lugares esa discriminación es mucho más grave, más acentuada. Pero todavía el problema más duro reside en la vigencia del arcaico modelo patriarcal, aún muy difícil de demoler.

¿Por qué considera a la educación como un terreno fundamental en la lucha contra este flagelo?

Si todo el sistema educativo se convierte en un sistema preventivo, creo que estaríamos en mejores condiciones para afrontar este problema. En algunos lugares se han encarado programas especiales destinados a alertar a las adolescentes sobre lo que significa una mala relación, un novio celotípico, golpeador. Pero en realidad estos programas son muy limitados y circunscriptos a algunas experiencias en algunos establecimientos de enseñanza media. Creo que allí hay una clave fundamental para actuar.

¿Cómo es el panorama de la equidad de género en la educación superior?

Hubo un gran salto cuántico desde los años sesenta para acá. Hoy la universidad está híper feminizada, las mujeres son mayoría del grupo estudiantil; salvo en Ingeniería. Han cambiado mucho los cuadros docentes, en algunos lugares más que en otros. En Córdoba, aún en territorios feminizados, las mujeres no tienen la misma posición jerárquica que los varones. Es decir, hay muchas mujeres pero los cargos más importantes siguen en manos de varones.

Por caso, la Universidad de Buenos Aires nunca ha tenido una rectora mujer. Y habría que preguntarse cuál es la razón, habiendo tantas mujeres de talento notable y de talante tan interesante. Sí se destaca un grupo algo numeroso de decanas.

Sorprende que las universidades no hayan tomado nota de estas cuestiones. Por ejemplo, los letrados de las universidades no han sido capacitados para intervenir en una denuncia sobre acoso tanto dentro de la universidad como en el ámbito privado. Estamos frente a discriminaciones aún en instituciones donde se supone hay una reserva de criticidad, pero aún ahí hay discriminación.

¿Qué factores de riesgo hacen más vulnerables a las mujeres a padecer este tipo de situaciones?

En principio, partimos del hecho de que la regencia sobre los órdenes de poder más importantes en la sociedad, como el mercado laboral, reposa sobre los varones. Allí germina toda forma de violencia. Y luego se produce una suerte de consustanciación en la creencia de que las mujeres son patrimonialmente de los varones. Esa idea tiene consecuencias a menudo letales sobre la vida de las mujeres. Se observa una cadena de significaciones, que va desde lo simbólico hasta lo físico.

Como características particulares, diría que aquellas mujeres que han sufrido experiencias durante su infancia de malos tratos, de humillaciones, de debilitaciones de su subjetividad o autoestima pueden ser más vulnerables a sufrir este tipo de violencia.

Muchas veces, en las relaciones, las mujeres confunden actitudes incongruentes con la dignidad del trato con manifestaciones de celos o expresiones de amor.

Y desde luego hay una fragilidad en las mujeres más pobres, que no pueden resolver la vida económica de manera más autónoma; entonces eso es riesgo social.

En el inicio de su militancia, no estaba inmersa en la cuestión de género. ¿Qué diferencias encuentra en la militancia femenina de hoy?

Hay diferencias muy remarcables. Cuando era joven tenía la idea de transformar radicalmente la sociedad. Quería que no hubiera inequidad, eliminar las injusticias sociales, terminar con la pobreza, acabar con las formas discriminatorias, denunciar el sometimiento de los trabajadores, etcétera. Pero obviamente no vislumbraba que había una condición anterior a la constitución de las clases sociales y que era la diferencia jerarquizada de los sexos.

Siempre he tenido una voluntad muy firme contra la injusticia. De modo que todo lo que era injusto, las humillaciones hacia mis congéneres, era motivo de sublevación pero no había allí un estatuto feminista.

¿Cómo surgió su identificación con el feminismo?

Fue durante el exilio. Allí advertí qué pasaba con las mujeres que no habían tenido las mismas oportunidades que yo. Me refiero a aquellas que provienen de cierto encuadre familiar, mis posibilidades de desarrollo intelectual, profesional. Eso me diferenciaba de muchas de mis congéneres, que habían transitado experiencias mucho más dolorosas. Pero, en fin, las mujeres somos un grupo muy resiliente.

Por otro lado, hay que hacer una reconversión de los sentidos políticos y hay que animarse a ser feminista. No es una obligación, pero hay que animarse a decir que este es un credo importante para la dignificación de nuestras vidas y nadie tiene que sentirse perjudicado porque aumente el propósito de hacernos más iguales. Justamente la posibilidad de dignificar al otro no tiene que ser una amenaza para nadie. Hay que decir que el feminismo nunca dejó de tener muchos varones de muy buena fe acompañando.

En su libro Mujeres y crisis aborda el protagonismo femenino en la vida pública de nuestro país. En la actualidad, ¿cuál cree que es el lugar de la mujer en la sociedad argentina y latinoamericana?

Las mujeres hemos ganado mucho terreno en todos estos años. Muchas de las conquistas fueron obtenidas gracias a la militancia feminista.

Tenemos una Presidenta mujer de características notables. Creo que incluso las opositoras tienen una reserva de singular admiración por sus destrezas, convicciones y actos de enorme coraje. Las posibilidades políticas de las mujeres se han agrandado, por ejemplo con la ley de cupo. También hay un imaginario de creciente respetabilidad que se ha acentuado frente al enorme papel que han tenido las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo.

Una crisis se representa en los cuerpos femeninos que aparecen en lo público. Es decir, cualquier crisis se puede medir en función de cuántas mujeres se hagan presentes. Nosotras podemos salir del estereotipo durante estos momentos críticos para un país. Uno de los grandes dilemas es qué pasa cuando todo mejora.

La Argentina tiene una larga manifestación de politización femenina. Un gran legado lo han aportado las Madres y Abuelas. Se trata de la mayor contribución en el siglo pasado a la politización de una circunstancia que parecía privada. No tengo dudas que eso ha generado una plataforma simbólica muy singular. Y yendo más atrás, este país ha dado lugar a una figura como Eva Perón, de características inéditas en América Latina.

Creo que hay que apoyar fuertemente el aumento del reconocimiento de las mujeres en la arena pública. Hay que hacer una apuesta por nuestro pasado lejano, el reciente, el inmediato, y en fin, soy una optimista y creo que allí hay un camino muy importante para conquistar la equidad social.

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