Elecciones y corrupción – por Carlos Aldana Mendoza

623

La mayoría de implicados en las distintas redes y hechos delictivos que la Cicig y el MP han venido exponiendo no fueron electos por la población. O eran funcionarios nombrados o personal de empresas, o simplemente individuos vinculados a esas redes. Ni siquiera los secretarios ocuparon sus posiciones gracias a la elección ciudadana. Excepto el presidente y la vicepresidenta.

Ambos ocuparon sendos lugares en las papeletas electorales no solo de la pasada elección, sino previamente porque ya habían sido diputados. Ambos fueron electos ciudadana y legalmente. Alcanzaron las máximas posiciones políticas dentro del marco normativo establecido. Ambos, los máximos responsables de la corrupción (o por lo menos de los entramados develados) llegaron a esos lugares que corrompieron, ¡gracias a la confianza y el voto de miles y miles de ciudadanos y ciudadanas!

Claro que no serán los únicos en ser parte de estas estructuras que empiezan a tambalear, esperando que empiecen realmente a destruirse para siempre. Otros hombres y mujeres en posiciones relevantes, electos legal y ciudadanamente, también son parte de esa criminalidad incrustada en el Estado. Y muchos de esos individuos han sido electos más de una vez.

O sea, es el sistema electoral en Guatemala el que viene posibilitando que hombres y mujeres hambrientos de dinero y de poder ocupen posiciones que son para servir, para construir, para transformar el país. Es en el sistema que hay terribles debilidades y rasgos que permiten el saqueo y el robo, que causan que la política haya dejado de ser un ejercicio de servicio para convertirse en el negocio de los negocios.

Ya no se trata solo de la capacidad de mentir de los candidatos, ni siquiera solo de su enorme capacidad financiera para invadir visual, auditiva y mentalmente el ambiente. No son solo los individuos los factores de la pobredumbre en el sistema electoral, ¡es el sistema mismo tal como está diseñado!

Entonces, ¿por qué votar en estas condiciones cuando el sistema todavía no se ha transformado? ¿Por qué votar cuando la mayoría de candidatos son los mismos personajes que han acompañado –y también han sido protagonistas– de todo lo que hoy nos escandaliza? ¿Para mantener la institucionalidad? Pero de qué institucionalidad hablamos, si la corrupción ha surgido dentro de la institucionalidad.

Tomarnos un tiempo para recomponer las relaciones, condiciones y normativas eleccionarias, para asegurarnos de que la impunidad tenga golpes serios (como parece que los va a tener), para que recuperemos la confianza en nosotros mismos, como sociedad. Permitirnos tener procesos de aprendizaje de los acontecimientos, descubrir dónde, cómo y por qué se pudo llegar a tanto robo, proponer cambios profundos para que eso ya no se repita y no haya una “línea 2”, o una “línea recargada” en el futuro. Tomarnos tiempo para crear nuevas reglas de juego, para asegurarnos de que no haya continuidad de quienes tarde o temprano sabremos que también son parte de la corrupción.

Esto debería ocurrir en lugar de las elecciones próximas. No condenarnos a que el 6 de septiembre es el plazo para un cambio en el país. Así como estamos, las elecciones no resolverán nuestros problemas.

Carlos Aldana Mendoza. Guatemalteco. Doctor en Educación (La Salle, Costa Rica) Maestro en Pedagogía (UNAM, México) y Licenciado en Pedagogía (USAC, Guatemala).

Siglo 21

VOLVER

Más notas sobre el tema