El movimiento estudiantil en México de 1968 y la masacre de Tlatelolco

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¿Qué pasó el 2 de octubre de 1968? y ¿Por qué no se olvida?

Tres luces de bengala en el cielo anunciaron el comienzo de una balacera en la plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco. Era 2 de octubre de 1968 y había unas diez mil personas concentradas en atención a un mitin estudiantil que estaba por terminar. Después de la aparición de los resplandores funestos, comenzó una de las masacres más memorables en la historia de la Ciudad de México.

Se oyeron los primeros disparos. La gente se alarmó. A pesar de que los líderes del CNH desde el tercer piso del edificio Chihuahua, gritaban por el magnavoz: “¡No corran compañeros, no corran, son salvas! . . . ¡No se vayan, no se vayan, calma!”, la desbandada fue general. Todos huían despavoridos y muchos caían en la plaza, en las ruinas prehispánicas frente a la iglesia de Santiago Tlatelolco. Se oía el fuego cerrado y el tableteo de ametralladoras. A partir de ese momento, la Plaza de las Tres Culturas se convirtió en un infierno (vía Elena Poniatowska).

Ese día dejó una huella tan profunda en la memoria colectiva de la capital, que año tras año se realiza una marcha conmemorativa del lugar de los hechos al Zócalo de la ciudad. De acuerdo con el calendario oficial de efemérides del país, el 2 de octubre se conmemora “1968. Aniversario de los caídos en la lucha por la democracia de la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco”. ¿En qué sentido las personas que murieron ese día, hace 49 años, luchaban por la democracia?

En el comienzo, la represión policíaca

En la convocatoria a la Gran Marcha del Silencio, desplegada el 13 de septiembre de 1968 en el periódico El Día, el pliego petitorio del movimiento estudiantil se componía de seis puntos:

-Libertad de todos los presos políticos
-Derogación del artículo 145 del Código Penal Federal, que dictaba el delito de disolución social y sirvió como instrumento legal para reprimir a los estudiantes.
-Desaparición del cuerpo de granaderos
-Destitución de los jefes policíacos Luis Cueto, Raúl Mendiolea y A. Frías
-Indemnización a los familiares de todos los muertos y heridos desde el inicio del conflicto.
Deslindamiento de responsabilidades de los funcionarios culpables de los hechos sangrientos.

El movimiento comenzó el 22 de julio de 1968, cuando un grupo de policías intervino de forma violenta en una disputa entre estudiantes de las vocacionales 2 y 5 del Instituto Politécnico Nacional y la preparatoria Isaac Ochoterena, incorporada a la UNAM.

A partir de ese momento, diversas fuerzas armadas intentaron reprimir la efervescencia de los jóvenes, que ahora protestaban por sus compañeros presos o heridos. Conforme avanzó el tiempo, la relación entre ambos bandos se volvió cada vez más tensa. El 29 de julio, en medio de otro enfrentamiento entre cuerpos de seguridad y población civil, el Ejército nacional disparó una bazuca contra la puerta de la Preparatoria 1 de la Universidad Nacional Autónoma de México.

¿Por qué una institución dedicada a “defender la integridad, la independencia y la soberanía de la nación” arremetió contra un plantel educativo y público? A juicio del entonces rector de la UNAM, Javier Barros Sierra, estos hechos significaron una violación a la autonomía universitaria, por lo que el 30 del mismo mes mandó izar la bandera de la explanada de Rectoría a media asta.

Autonomía universitaria y democracia crítica

El 1 de agosto una manifestación de gran tamaño salió de Ciudad Universitaria y recorrió la avenida de los Insurgentes, dirigiéndose originalmente hacia el Zócalo. A la cabeza, marchaba Barros Sierra. Debido a la fuerte presencia militar en las calles, el rector declaró lo siguiente al inicio de la caminata:

Al saludarlos fraternalmente, quiero comenzar por indicar que, por petición de numerosos sectores de maestros y estudiantes de la universidad, y para demostrar una vez más que vivimos en una comunidad democrática, nuestra manifestación se extenderá hasta la esquina de Insurgentes y Félix Cuevas”

Pronunciada por él y en ese contexto, la palabra “democracia” hace referencia al derecho a la disidencia crítica, que atiende al entorno y se muestra dispuesta al diálogo y la negociación. Sin embargo, el núcleo de la manifestación era la defensa de la autonomía universitaria y la libertad de los estudiantes presos. Después de ese día y a pesar de las intimidaciones, el movimiento estudiantil continuó y el 2 de agosto se formó el Consejo Nacional de Huelga (CNH), organismo de coalición para la toma de decisiones colectivas.

El 23 de septiembre, Barros Sierra presentó su “renuncia irrevocable” a su cargo de rector en protesta por la presencia del Ejército en Ciudad Universitaria y por la presión gubernamental. En su carta de renuncia, el funcionario declaró que:

La Universidad es todavía autónoma, al menos en las letras de su ley; pero su presupuesto se cubre en gran parte con el subsidio federal y se pueden ejercer sobre nosotros toda clase de presiones. Por ello es insostenible mi posición como rector, ante el enfrentamiento agresivo y abierto de un grupo gubernamental. En estas circunstancias, ya no le puedo servir a la Universidad, sino que resulto un obstáculo para ella.”

El apoyo de la comunidad universitaria y la solidaridad del sindicato de profesores impidieron que se cumpliera esta renuncia. El 30 de septiembre el Ejército salió de las instalaciones de la UNAM, pero el conflicto continuó a escala nacional.

Una historia sin verdadero final, razones para no olvidar
Oficialmente, el movimiento del 68 terminó dos días después de estos hechos, con la brutal represión que tuvo lugar en la plaza de las Tres Culturas. Diez días después, comenzarían los Juegos Olímpicos en México y la memoria política tendría que soportar un silencio forzado durante algunos años.

Hoy, los herederos de 1968 son aquellos que siguen creyendo en la autonomía universitaria y en la democracia crítica. En estos días podría decirse aún más: el movimiento estudiantil más grande en la historia de México fundó algunas bases para la defensa de los derechos humanos, tan violentados los últimos años en nuestro país. Recordemos que, según la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH):

En México la tortura es generalizada, y se presenta frecuentemente entre el momento de una detención — que suele ser arbitraria — y antes de que la persona detenida sea puesta a disposición de un juez (p. 14). […] Por su parte, la CNDH reportó haber recibido, entre 2006 y 2015, más de 10.200 quejas por detención arbitraria, y más de 9.200 por tortura u otros tratos crueles, inhumanos o degradantes (p. 109).

Las demandas por la libertad de los presos políticos y por el cese a la persecución encarnada contra los estudiantes disidentes puso en evidencia la opacidad de los encarcelamientos: el uso de la fuerza bruta (bazucas contra recintos estudiantiles, militares contra menores de edad) demostró que el ejercicio de las fuerzas armadas debía regularse con mayor rigor y apego a la ley. Sin embargo, hoy estos mismos problemas perviven aunque ya no están enmarcados por un contexto de protesta social:

La Comisión [CIDH] observa que otro problema grave en México es la privación arbitraria de la libertad y el uso generalizado de la tortura y los tratos crueles, inhumanos y degradantes durante los momentos que siguen a la detención de una persona y antes de la puesta a disposición de la justicia.”

A pesar de que han pasado casi cincuenta años desde aquel 1968 fatídico y de que ya hubo un par de sexenios de “transición partidista”, algunas demandas visibles de aquellos años siguen siendo vigentes. Y ésa es la mejor razón para no olvidar.

Sipse

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