Argentina, Unasur y un camino errado – Por Nicolás Comini

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

Trascendidos de días atrás pusieron sobre la mesa un tema que desde el inicio de la gestión Cambiemos está presente en los debates sobre política exterior: la participación argentina en la Unasur. Básicamente, de lo que se viene hablando es de la potencial retirada del país.

Una medida de tal calibre sería justificada en torno a cuatro razones: el pecado original de la Unasur, su naturaleza, su perfil institucional y su carga material. ¿Qué significa esto? El pecado original del bloque es haber nacido demasiado bolivariana, con demasiado olor a Venezuela y Bolivia. Asimismo, su naturaleza se basa en el consenso. Es decir, que todas las decisiones en su interior deben tomarse acuerdo de todos sus miembros. Mas simple: si uno solo se opone, un proyecto queda en camino. El hecho de tener que construir consensos con países como los mencionados díscolos parece un imposible desde la perspectiva del gobierno argentino. Esto, sumado a una clara priorización de los canales bilaterales por sobre los multilaterales, convierte a aquel espacio en una molestia de poca utilidad. Relacionado con lo anterior, su perfil, demasiado politizado, dificulta la definición de políticas regionales concretas y pragmáticas. Finalmente, está la carga económica que implica participar en la Unasur, que va desde el financiamiento de sus estructuras administrativas, hasta el armado y participación en las múltiples instancias que la conforman.

¿Cuánto de esto es real? Poco, poquísimo. Para ser justos, casi nada. Primero, Unasur no fue un proyecto bolivariano. Fue un proyecto que Brasil comenzó a impulsar desde 1994, luego de que entrara en vigencia el Nafta, en el norte del continente. Asimismo, fue el resultado de casi una década de negociaciones entre doce Estados que tuvieron diferentes gobiernos y que en su etapa final (2008) incluía una profunda heterogeneidad de liderazgos de liderazgos, que iba desde Lula, Chávez o Morales hasta Uribe o Alan García. En ese sentido, fue justamente la lógica de consensos la que posibilitó que tal iniciativa pudiera se concretada, incluso cuando la región atravesaba una delicadísima situación, que había incluido desde el asesinato del vicejefe de las FARC en Ecuador por parte tropas colombianas dirigidas por el entonces ministro de Defensa Juan Manuel Santos. Esto, entre varios otros problemas. Unasur es un espacio de debate político, y justamente su perfil “demasiado politizado” es el que ha permitido avanzar en una agenda regional que pone al Estado –y no al mercado– como actor primario en la discusión que trasciendo lo comercial e incorpora temas de enorme sensibilidad e impacto en la sociedad sudamericana, tales como la infraestructura, la salud, la ciencia y la tecnología o la defensa. Util o no, con capacidad de incidencia o no, la discusión política multilateral de estos temas comenzó a darse en una época en la que la excesiva confianza en los mercados había dejado enclenque a amplios sectores de la población. ¿Cuánto le cuesta esto a la Argentina? En noviembre, los delegados aprobaron el presupuesto de 2018 de la Unasur, que es de 9.786.876 dólares, lo que incluye los gastos de sus instancias permanentes tales como su Instituto de Salud y de su Centro de Estudios de Defensa. El 40 por ciento le corresponde a Brasil, mientras que Argentina debería hacer cargo del 16.5 por ciento. Así y todo, está atrasada un año en los pagos.

Queda por preguntarse: ¿cuánto de lo trascendido sobre el retiro argentino de la Unasur es cierto? Nuevamente la respuesta es: probablemente poco. Y son varias las razones que permiten predecir esto. En primer lugar, existen razones históricas. Es mucho más sencillo dejar a un mecanismo regional en coma inducido que retirarse, denunciarlo o disolverlo. Uno podría decir que esto ha venido haciendo Cambiemos hace ya varios años, algo evidente durante la pasada presidencia de Venezuela y la actual de Argentina. Pero también existen contradicciones. Porque si bien es cierta la ausencia de reuniones presidenciales o de ministros en varios sectores, Unasur es mucho más que esto. Aunque golpeados, el Instituto de Salud y el Centro de Defensa cuentan con agenda propias y muestran año tras año avances técnicos. Más allá de los prejuicios iniciales, se han venido llevando ca cabo decenas de reuniones de todas las instancias sectoriales y hasta han comenzado algunas a nivel ministerial. En ese sentido, el mismo gobierno argentino ve en su interior ciertos ejes de especial interés. Entre ellos se destacan el de infraestructura, siendo IIRSA clave para el desarrollo de inversión, producción y trabajo, entre otras cosas. Además, argentina viene presionando desde hace tiempo por la candidatura de José Octavio Bordón a la secretaría general, algo que permitiría comprender un amague de salida como una herramienta más para resolver dicha designación antes del traspaso de la presidencia pro tempore a Bolivia en abril del año próximo. Y es justamente Bolivia, junto a Venezuela, uno de los países que se oponen a la candidatura de Bordón, pero que también desea que se designe secretario general antes de se le venga encima la presidencia. Abandonar el bloque resultaría una decisión errada en un camino de por sí equivocado en la búsqueda de la autopregonada política exterior pragmática y desideologizada.

(*) Doctor en Ciencias Sociales (UBA).

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