El desencanto tico ancló en un neoliberal de 38 años – Por Victoria Korn

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

El periodista, escritor y politólogo Carlos Alvarado, candidato oficialista por el derechista Partido Acción Ciudadana (PAC), se convirtió a sus 38 años en el presidentes más joven de los últimos 124 años en la historia de Costa Rica, tras imponerse en la segunda vuelta electoral al pastor evangélico Fabricio Alvarado, con el 60,7 por ciento de los votos.

Tras su triunfo, insistió en “enfocarnos en lo que nos une y no en lo que nos separa”, y prometió un “gobierno nacional” que incluya a todos los ciudadanos, sin discriminación, y que trabaje “de manera tesonera durante los próximos cuatro años”. Exministro de Trabajo y de Desarrollo Humano, formado en Gran Bretaña, prometió trabajar en la “continuidad del cambio”, impulsado por un relevo generacional.

La sorpresa de la jornada electoral fue el triunfo de Carlos en las siete provincias, con una mayor concurrencia a las urnas que en la primera vuelta (34,30% vs. 33,51%), pero con un abstencionismo que se mantuvo por encima del 30% como en todas las últimas elecciones. En el balotaje de 2014 la abstención alcanzó el 43,50%. Ahora, deberá negociar acuerdos en la búsqueda de gobernabilidad, partiendo del desencanto mayoritario con el gobierno saliente y con una bancada muy escueta en la Asamblea Legislativa de sólo 10 de las 57 curules.

Deteriorada la hegemonía construida durante la segunda mitad del siglo XX, maltrecho el tejido social que aunó culturalmente a los costarricenses, los partidos políticos tradicionales que se turnaron en el poder durante 50 años, tuvieron que dar paso a nueva fuerzas políticas que expresaron la desazón en la que se encuentra sumida la población, con la estructuración de un aparato ideológico que no solo justificaba ese accionar sino, además, lo presentaba como “modernización” sin alternativa, señala el académico Rafael Cuevas.

Por modernizar se entendió asumir el modelo que apostaba por “subirse al tren de la globalización”, lo cual implicó desmantelar el Estado Benefactor, para lo cual se satanizó todo lo que oliera a estatal, entendido como sinónimo de ineficiencia y corrupción. La animosidad contra el Estado estuvo acompañada de un deterioro creciente del nivel y la calidad de vida y, así, el nivel del descontento fue subiendo paulatinamente y buscó válvulas de escape.

Costa Rica, que es lugar de paso para la droga hacia el mayor consumidor del mundo, EEUU, ofreció opciones a una juventud sin mayores horizontes y ávida de acceder a los bienes de consumo que la propaganda le bombardea día y noche como sinónimo de felicidad. La disputa entre bandas que buscan copar el mercado local de la droga incrementó exponencialmente la violencia de un país otrora pacífico.

La desigualdad social se fue incrementando, lo cual se evidenció en la aparición de emporios y guetos de gente muy rica o enriquecida, y amplias ciudadelas de desarrapados en donde ni la policía puede entrar, un cuadro similar al del resto de América Latina, Costa Rica tenía perfil del país idílico, de amplia clase media, pacífico y de oportunidades, que se fue desdibujando en las últimas décadas.

No hizo falta la guerra fratricida, como en otros países del istmo, para que el tejido social se desgarrara: alcanzó la implementación del modelo neoliberal. La sociedad tica empezó a dar signos de agotamiento y de búsqueda ansiosa de alternativas desde por lo menos la elección presidencial atípica de 2014, del hoy saliente presidente Luis Guillermo Solís.

En él y en su partido se depositaron esperanzas que habrían superado a cualquiera que hubiera quedado electo, tal era la magnitud de las frustraciones y las posibilidades reales de resolverlas en corto o incluso mediano plazo.

Un elemento catalizador del descontento, dividió al país partiendo de premisas morales sobre la familia, la orientación sexual y formas de reproducción humana, campañas retrógradas donde la ultraderecha –incluyendo los evangélicos- tuvo su caldo de cultivo, para acceder a la posibilidad de eliminar los restos del Estado de Bienestar y los elementos del Estado de Derecho que le estorben.

No solo se reacomoda la derecha: también se producen oros realineamientos: los restos socialdemócratas del Partido Liberación Nacional y del socialcristianismo del Partido Unidad Socialcristiana; el Partido Acción Ciudadana; el Partido Frente Amplio y organizaciones o grupos de mujeres, profesionales y ambientalistas encuentran elementos que los acercan, en busca de un gran frente amplio que le haga frente a esa revolución pasiva retrógrada que se ha manifestado con tanta fuerza en esta contienda electoral, recuerda Cuevas.

(*) Periodista venezolana asociada al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)

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