¿Hay 2019? El escenario electoral de Latinoamérica – Por Paula Gimenez y Matías Caciabue

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Por Paula Gimenez y Matías Caciabue *

El año que comienza vendrá cargado de una serie de contiendas electorales que, sin dudas, afectarán el equilibrio de fuerzas regional. Argentina, Bolivia, El Salvador, Honduras, Guatemala y Uruguay tendrán a partir de 2019 un nuevo presidente.

América Latina en la disputa mundial

Desde los graves y mundialmente conocidos delitos de lesa humanidad, el colapso económico que creó el “shock” neoliberal de algunas dictaduras militares, el planteo “dialoguista” del presidente norteamericano Jimmy Carter (1977-1981) y la “cruzada por la democracia” de Ronald Reagan (1981-1989), el núcleo duro del poder mundial optó por “negociar” y permitir el juego de la democracia representativa en la región.

Así, entre el totalitarismo de las dictaduras, el genocidio político y la implementación del capitalismo salvaje, Latinoamérica giró hacia mediados de los ochenta a una democracia tutelada, con un pueblo desarmado material y -sobretodo- moralmente.

En esas democracias neoliberales, se permitiría la participación política de los sectores populares mientras estos no tomen el poder. Fueron épocas donde el “puntofijismo” y la “piza con champán” justificaban la fiesta para unos pocos mientras el Pueblo retrocedía en niveles de equidad y justicia.

Eso fue lo que crujió luego de la elección de Hugo Chávez en la Venezuela de 1999. El cálculo estratégico del poder imperial “falló” en el escenario de la crisis asiática y de las “punto com”.

Dentro de las reglas de la democracia representativa, en el inicio siglo XXI, los pueblos iniciaron profundos cambios estructurales a través de procesos constituyentes en países como Venezuela, Bolivia y Ecuador.

En otros, como Argentina y Brasil, al menos, se dieron golpes a la estructura económica (estatización de las AFJP, soberanía sobre el Presal) que abrieron márgenes crecientes de justicia y reparación social (Asignación Universal por Hijo, Bolsa Familia, Bono Juancito Pinto, las Misiones bolivarianas).

Por supuesto, el boom de las commodities (granos, petróleo, gas y minerales) y la creciente ponderación bursátil de los denominados países emergentes contribuyeron también con lo suyo.

Algo más que una mera intuición nos señala que se decidió volver a cerrar los canales de la participación popular. Desde el estallido de la crisis, en 2008, ese mismo núcleo duro del poder económico mundial pareciera haber optado sacar del escenario regional ese proceso de empoderamiento popular y transformación social.

Aún los movimientos más “tímidamente” reformistas, que construyeron una alternativa al “consenso de Washington”, se convirtieron en una molestia para la oligarquía financiera global, los Estados imperialistas y las corporaciones “nacionales”. El reciente intento de desconocimiento de Nicolás Maduro, asumido con el 67% de respaldo electoral venezolano, es todo un indicativo de lo lejos que están dispuestos a llegar.

La contraofensiva inició con el golpe en Honduras en junio de 2009 a Mel Zelaya –que culminaba su presidencia tan sólo siete meses después-, y en Paraguay en 2010 a Fernando Lugo –con apenas 14 meses de mandato por delante-.

El ataque abordó primero las “periferias” del ciclo progresista para avanzar luego sobre el “corazón” de la construcción “posneoliberal”.

En el caso argentino, se hacen cada vez menos creíbles las explicaciones que sostienen que las acciones judiciales a favor de los “fondos buitres” fueron tomadas aisladamente por un anciano senil como el juez Thomas Griesa.

Visto en retrospectiva, tal decisión pareciera una nota en la partitura destituyente, que incluyó el diálogo y el empoderamiento de las principales figuras de la oposición argentina, articuladas luego en la “Alianza Cambiemos” a partir de una cuidada ingeniería electoral (uso de las PASO) y de marketing (con “Cambridge Analytica” operando).

En Brasil, la estocada fue “más sencilla”. Ni aún en su mejor momento político y electoral, el PT obtuvo más de un quinto de la representación parlamentaria total, y la construcción del frente oficialista incluía a figuras de intachable vocación neoliberal como el vicepresidente Michel Temer, artífice principal, junto al juez Sergio Moro, del ascenso del denominado “fascismo del siglo XXI” en el país más importante de la región.

Algo similar pareciera que ocurrió en Ecuador tras la asunción de Lenin Moreno y el rápido “transformismo” de parte de la dirigencia política del país meridional.

La elección del camino

Cuando en los cincuenta y los sesenta se cerraron los espacios legales de lucha, la respuesta popular fue la insurrección de masas y la lucha armada. En el naciente siglo XXI, ¿cuál es el nuevo método de lucha que se va a configurar en el campo popular latinoamericano tras el relativo reflujo del ciclo popular?

¿Es la vía armada? No, puesto que resulta irracional plantear un “pueblo en armas” ante el diferencial estratégico que otorgan las tecnológicas de la información y la comunicación en las manos de los gobiernos de la derecha.

¿Es la vía democrática? Si, pero en un sentido radical, bien distinto al que orienta hoy a la caduca democracia representativa occidental, llamada a perecer en la región por tres grandes factores: la captura del Estado por parte de los sectores nativos vinculados a la oligarquía transnacional, la emergencia de ese “fascismo del siglo XXI”, y el modo analógico de organización de ese concepto de democracia en un mundo que ya gira a velocidad digital.

Pese a mantenerse fuerte en el control de algunos gobiernos, y de no abandonar las calles en muchos otros, el campo popular latinoamericano atraviesa, como dijimos, un momento de reflujo relativo.

En ese escenario, ¿qué significación tiene el momento electoral del 2019? Y más radicalmente, ¿hay 2019?

La respuesta es sí, y no sólo porque el calendario gregoriano indefectiblemente marche hacia adelante. La política es economía concentrada, y el momento electoral es un momento de realización de la fuerza política que cada proyecto enlaza y acumula socialmente.

¿Esto alcanza? Evidentemente no. Si las construcciones políticas convierten a las elecciones en su objetivo central, y no en una batalla más (relevante, pero una más), se anulan las posibilidades de comprender que las disputas políticas (y estratégicas) en la actual fase del capitalismo son mucho más complejas que las que se libraron hace 20 años atrás y posibilitaron la llegada de los sectores populares a posiciones de gobierno.

* Investigadores argentinos del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE).


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