Guatemala: feminismo comunitario y recuperación de saberes ancestrales

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Tejiendo la red

Por Claudia Korol

Sanadora del Feminismo Comunitario en Guatemala, Lorena Cabnal construyó en 2015 junto con otras doce mujeres la Red de Sanadoras Ancestrales, a partir del desplazamiento que sufrieron en sus comunidades por la criminalización y judicialización. Abordan la memoria remota de las violencias y la más reciente de la guerra contrainsurgente y las persecuciones, para sanar con conciencia de los efectos que las formas patriarcales, coloniales, racistas y neoliberales producen sobre los cuerpos de las mujeres.

¿Cómo surge la experiencia de la Red de Sanadoras Ancestrales del Feminismo Comunitario en Guatemala?

En mayo de 2015 fallece nuestra hermana y compañera Elizeth Us Tum, una mujer maya k’iche’ de 34 años, con una trayectoria impresionante de lucha y aporte a las mujeres indígenas. Las reflexiones que nos deja, son a partir de cómo las mujeres, en este contexto de criminalización, judicialización, persecución política, asumimos la conciencia de nuestros cuerpos para sanar. En octubre de 2015, con esta idea fuerza de Elizeth Us, nos juntamos varias mujeres que veníamos desplazadas de las comunidades, por la criminalización y judicialización. Ese 12 de octubre, a diferencia de años anteriores, no estábamos en la calle. Estábamos encerradas, en resguardos, con nuestras hijas e hijos, viviendo la orfandad política de los movimientos indígenas. Empezamos a sentir dolor, tristeza. Veníamos de la experiencia de movilizaciones, de interpelaciones y denuncias públicas ante las lógicas del Estado. Así que ese día nace la Red de Sanadoras Ancestrales del Feminismo Comunitario Territorial, y nace porque traíamos la conciencia de cómo estaban nuestros cuerpos cansados, sobrellevando ese duelo político de no estar en la comunidad. Somos en total trece mujeres que la integramos, que venimos de experiencias de veinte, de quince años, de estar aportando a las resistencias. El estar en la ciudad, fuera de la comunidad, nos hizo sentir cómo el peso de las formas patriarcales, racistas, coloniales, capitalistas y neoliberales sobre nuestros cuerpos producen efectos. De ahí que decidimos sanar con conciencia, iniciando el camino con más fuerza, al juntarnos para sanarnos y acuerpar a otras mujeres para sanar.

¿Cuáles son los principales aportes que nacen de esas experiencias?

Entre los aportes que hace la Red a los movimientos feministas del mundo, hay dos hilos que son vitales. Uno tiene que ver con la recuperación de los saberes, de las epistemologías de mujeres originarias, de nuestras abuelas, madres, ancestras, para la recuperación de los cuerpos y los espíritus en su integralidad. Ese hilo de cosmogonía, de cómo milenariamente nos han aportado su sabiduría como médicas indígenas, las yerberas, las mujeres que sanan con el agua, con las piedras, con las flores, con las plantas. Las comadronas ancestrales, las contadoras de tiempo, las hueseras, las sobadoras, las guías espirituales…   Cómo todas estas sabidurías se tejen para revitalizar nuestros cuerpos, agobiados por el cansancio y la desesperanza que quieren imponer las lógicas patriarcales. El otro hilo es cómo traemos una relación hermosa de esas sabidurías a una dimensión política. Por un lado, los saberes de cosmogonía, y por otro lado las intencionalidades feministas comunitarias territoriales. Para nosotras es importante traer de manera intencional los efectos que produce sobre nuestras memorias y nuestras historias el sistema patriarcal, sea el ancestral originario –manifestado en el machismo indígena– o sean las formas patriarcales coloniales. ¿Cómo hacer ese abordaje? Eso para nosotras fue a partir de codificar este feminismo comunitario territorial, y traer la intencionalidad política feminista para reconocer las raíces de las opresiones como algo histórico, estructural. Reconocer el continuum histórico estructural de las violencias sobre los cuerpos y la tierra, pero también recuperarnos a partir de esos hermosos saberes de nuestras ancestras que caminan con nosotras.

En un país que ha vivido varios genocidios, ¿cómo abordan la memoria de las violencias en los cuerpos y vidas de las mujeres y comunidades?

En un país como Guatemala, con 36 años de guerra contrainsurgente, ha habido una manifestación violenta y sistemática como instrumento de guerra, del poder que se ejerció contra hermanas mayas, con la violencia sexual perpetrada durante la guerra. Para este feminismo comunitario territorial, las memorias son una concatenación de momentos, situaciones y temporalidades históricas que van a quedar grabadas en las diferentes memorias de los cuerpos. Todo esto tiene como hilos que se han reforzado de dolor, de opresión. Para nosotras ha sido importante sanar memorias ancestrales, formas muy antiguas de subordinación de los cuerpos de mujeres indígenas antes de la colonia. Ésta es una dimensión que abordamos de manera consciente. Porque no se enuncia pero está ahí, muy en el inconsciente profundo, y en las generaciones de mujeres que nos habitan. Necesitamos sanar las memorias remotas, y también sanar una memoria más reciente como la guerra contrainsurgente y los efectos de la criminalización, la judicialización, la persecución, los riesgos, ataques y amenazas a las defensoras de la vida. Las mujeres que venimos aportando a las luchas contra la minería, las hidroeléctricas, las petroleras, los monocultivos extendidos, la tala brutal de los bosques, las imposiciones de los terratenientes, los desalojos violentos y forzados de las mujeres y de las comunidades. Vemos los efectos en las mujeres, a partir de somatizaciones que vienen de la memoria de violencia profunda y ancestral, pero también de la memoria más inmediata que pesa sobre sus cuerpos. Éstas son las intenciones con las cuales iniciamos procesos, para traer los elementos de sanación propios de las comunidades y tejer esta intencionalidad de sanar, partiendo de esa dimensión profunda pero también de los dolores actuales que nacen de la impotencia, indignación, rabia ante las lógicas patriarcales neoliberales.

¿Qué significa el reconocimiento de la pluralidad de la vida?

Lo que para el mundo occidental es la filosofía, para los pueblos ancestrales es la cosmogonía. Tenemos nuestra propia interpretación de la vida, de acuerdo a nuestras epistemologías ancestrales. Imaginemos que la Red de la Vida es una inmensa tela de araña, donde están integrados todos los elementos del cosmos que proveen la vida. Está el agua, el sol, la luna, las estrellas, las fases lunares, los planetas. Está el fuego, la Tierra, los animales, las flores, las semillas, los ciclos de siembra, de cosecha, los idiomas ancestrales, la vestimenta ancestral, las formas alimentarias, la astrología, la astronomía, y más… Es un mundo que nos fue entregado hace miles de años a la humanidad. En la Red de la Vida también están los cuerpos. Digo “cuerpos” porque no puedo decir “las mujeres y los hombres”. Si me quedo en la categoría de “mujeres y hombres”, estoy heterosexualizando la Red de la Vida. Hay un principio de cosmogonía que es la pluralidad de la vida, que me lleva a hacer un reconocimiento profundo de las diferentes manifestaciones de los cuerpos que habitan esa Red de la Vida. No existen dos piedras iguales, dos ríos iguales, dos montañas iguales. Aunque un árbol nos dé frutos, no son idénticos. De esa manera los cuerpos no son iguales, las formas de convivencia comunitaria no son iguales. Es importante traer ese tejido cósmico, para desmontar las lógicas de las interpretaciones positivistas, héteronormativas, de analizar, interpretar y actuar sobre “una” realidad, porque no existe “una” realidad, sino existen “realidades”.

¿A qué experiencias se refieren en la crítica al machismo y al patriarcado ancestral originario? 
–Hablar que existe una forma patriarcal ancestral originaria en pueblos indígenas antes de la colonia, es una dimensión interpretativa que viene caminando desde ya hace varios años. Como lo personal es político, asumir la responsabilidad de lo que enunciamos es vital. Este hilo de análisis y reflexión cruza mi historia personal, mi cuerpo, mi memoria, por el racismo que he vivido. Traer mi cuerpo en primera persona como un nombramiento político, me da autoridad epistémica para nombrar lo que sucede en el mundo indígena. Plantear cómo se configura esta forma patriarcal ancestral originaria es importante en este tiempo, y nos colabora a las mujeres indígenas para desmontar muchos de los usos y costumbres, de los fundamentalismos étnicos o indígenas que se nos cruzan y permean la vida y las formas comunales. Plantear que hay usos y costumbres de subordinación de los cuerpos de mujeres indígenas que tienen su propio código, su propia temporalidad y su propio contexto de manifestación en las comunidades, para nosotras es importante seguir develándolo. Hablar de la existencia de ese machismo indígena ha sido revelador, porque esas manifestaciones también subyacen en el aquí, en el ahora, y en esta vida cotidiana que hoy tenemos. Hay formas de manifestación del patriarcado ancestral originario antes de la colonia. Obviamente no había de este lado del mundo división de la tierra, propiedad privada, pero sí había una relación simbólica, espiritual, con la tierra. La relación hacia las situaciones de las mujeres también es diferente, y no estaba uniformada en todas las comunidades. Sin embargo, encontramos relaciones de los cuerpos de las mujeres diferenciadas. Había disputas territoriales, expresamente evidenciadas por los hombres, por los caciques, por los gobernantes. Eso nos habla de una división sexual de la disputa territorial, y por lo tanto las relaciones que se tienen con la tierra son diferenciadas con relación a las mujeres. Hay usos y costumbres que son muy antiguos, que hoy subyacen en las comunidades. Las mujeres indígenas en algunas historias tienen precio, dentro de un modelo económico colonial impuesto, que también es representativo y refleja lo que sucedía antes de que se impusiera este modelo colonial. Hay mujeres que en la comunidad pueden canjearse por precio de animales, por un terreno, por instrumentos para trabajar la tierra. Hay hombres indígenas que pactan el cuerpo de una niña, de una mujer, donde ella nunca se enteró. Esas formas de patriarcado ancestral originario tienen que ser develadas, y hay que seguirlas dialogando entre mujeres indígenas. Para nosotras ha sido fundamental escuchar las historias de las mujeres de cómo se manifiesta este machismo indígena en las comunidades, para seguir sanando esas formas de opresión, y seguir transformando la comunidad desde la conciencia profunda, para armonizar la existencia. Yo creo que hoy es innegociable el tiempo político de las mujeres en relación a los hombres. Reconozco que la comunidad es plural, y ahí cohabitan cuerpos de mujeres, de hombres, cuerpos plurales en toda su manifestación. Sin embargo, las formas patriarcales han permeado la comunidad. Ante planteamientos que llegan, que se deben asumir posiciones reconciliatorias con los compañeros, hay que tener claridad. A los compañeros que se están nombrando feministas…   tenemos que hacerles una interpelación. Sería interesante escuchar a esos hombres, sobre qué están elaborando epistémicamente desde sus propias memorias e historias de corporalidades socialmente construidas como hombres. Porque hoy sigo encontrando que siguen tomando interpretaciones que fueron creadas por las mujeres feministas, para interpretar sus situaciones de machismo, de misoginia. Yo quisiera dialogar con hombres que en esa dimensión profunda de conciencia no ocupen las teorías feministas sino traigan una dimensión propia, profunda, de esa construcción. Pongo en cuestión el hecho de que tengamos que tener una relación más aperturada con los hombres. Hay momentos que abrimos a las relaciones con los varones en la comunidad, pero sabemos que las mujeres vamos ahí en complicidad y en acuerdos entre nosotras, porque el machismo sigue siendo cotidiano.

¿Cómo mirás las propuestas que piensan que las experiencias feministas tienen que asumir la dimensión plurinacional?

Estos días me encuentro con la particularidad del debate político feminista de asumir la plurinacionalidad en las diferentes dimensiones de organización y contenido político que cobija a la tremenda lucha feminista aquí en Argentina. Cuando los pueblos ancestrales en las Cumbres continentales de Pueblos y Nacionalidades indígenas del Abya Yala, realizadas más de diez años atrás plantearon la plurinacionalidad, un elemento importante que se colocó es que esa plurinacionalidad no va a enunciar a las nacionalidades configuradas dentro de la lógica del estado nación colonial. Uno de los aportes del feminismo comunitario territorial es cómo no quedarnos en una sola manifestación de la pluralidad o de la plurinacionalidad. Esta propuesta es una invitación a desmontar la idea de lo nacional desde la relación estado nación y desde lo geográfico. Hay también una demanda fuerte de hacer visibles las existencias plurales de las hermanas que se estén nombrando en el castellano desde sus expresiones políticas como trans, travestis, lesbianas, no binarias… La Red de Sanadoras dialoga con la pluralidad de los cuerpos, las identidades plurales y las sexualidades plurales. “Pluriversalidad” decimos en lugar de universalidad. La plurinacionalidad o la pluriterritorialidad está haciendo referencia a territorios históricos donde cohabita vida plural. Es una propuesta hermosa, interesante, para los feminismos en el mundo. En esta propuesta estamos metiendo nuestra intención y contenido feminista. La plurinacionalidad es una dimensión del principio de cosmogonía de Pluralidad de la Vida, donde todo se relaciona para proveer energía vital de existencia en dignidad, por eso es una demanda para que los feminismos en el mundo tengan miradas y cosmosentires desde la pluralidad, para fortalecer sus cosmopensares en estos tiempos en los que el sistema patriarcal sigue anulando la existencia en dignidad, alegría y rebeldía.

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