Costa Rica: coronavirus, nacionalismo, xenofobia – Por Rafael Cuevas Molina

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

Por Rafael Cuevas Molina *

Mucho se ha escrito en estos días del posible “mundo nuevo” que podría surgir de esta situación crítica por la que atraviesa el mundo. La xenofobia debería ser, por cierto, uno de los fenómenos que no deberían existir en ese futuro utópico.

En Centroamérica, Costa Rica es el país que ha logrado construir con más éxito su Estado nacional y, consiguientemente, es el que en la región posee el nacionalismo más sólidamente afincado en valores compartidos. No tiene los problemas que, por ejemplo y en las antípodas, tiene Guatemala, en donde el nacionalismo hegemónico no logra incorporar “naturalmente” a amplios contingentes de población indígena que no son totalmente incorporados al imaginario dominante de lo que es ser guatemalteco.

Ese nacionalismo costarricense se construyó a través de un proceso al que hay que buscarle sus raíces en el siglo XIX, y parte de una serie de supuestos y mitos ampliamente compartidos, que buscan determinar la “especificidad” de lo que significa ser costarricense.

Debe recordarse que Costa Rica fue una de las provincias de la Capitanía General de Guatemala en el período Colonial, y, luego de la independencia, formo parte de la República Federal de Centroamérica entre 1824 y 1838, luego de lo cual inició su vida independiente como Estado soberano, en la cual se puso especial atención a la construcción del imaginario simbólico que la caracterizaría en el concierto de las naciones.

La imagen que sirvió de fundamento a tal empresa fue la de Costa Rica como un país “diferente” en el contexto centroamericano. Se trata, como han mostrado historiadores costarricenses, de una imagen básicamente positiva que opone rasgos admirables de Costa Rica frente a rasgos negativos de los países vecinos[1].

Según ese nacionalismo, un primer rasgo diferenciador sería la raza: los costarricenses serían blancos frente a una Centroamérica “oscura”. Como es sabido, la idea que ser blanco significa ser superior es ampliamente difundida en el mundo que sufrió la opresión colonial; por lo tanto, los costarricenses serían superiores a los habitantes del resto de Centroamérica por ser blancos.

Otro rasgo que este nacionalismo le atribuye a los costarricenses es el pacifismo. Costa Rica sería una isla de paz en un contexto de belicosidad regional. Este elemento auto diferenciador respecto a los centroamericanos se reafirmó en los años de las guerras de los años ochenta del siglo XX, especialmente cuando en la vecina Nicaragua se llevó adelante la guerra para derrocar y expulsar al dictador Anastasio Somoza Debayle y, luego, durante el largo conflicto derivado del acoso a la Revolución Sandinista durante toda la década.

En términos generales, prácticamente toda Centroamérica, con excepción de Costa Rica, se vio envuelta en acontecimientos bélicos. Aunque Costa Rica no ha estado totalmente a salvo de esta situación puesto que, sobre todo el crimen asociado a la confrontación entre pandillas de narcotraficantes, ha venido conociendo un alto crecimiento, sus índices de violencia no son comparables con los del resto de la región. De esta forma, en Costa Rica se ha reforzado la idea de Centroamérica como una región violenta.

Otro elemento constitutivo de este nacionalismo es la imagen de Centroamérica como una región de pobres. ¿Cuáles son las razones para esas diferencias entre Costa Rica y el resto de Centroamérica? Desde la Colonia, nos dice un informe del PNUD en Costa Rica, el país se benefició de una estructura económica menos desigual en comparación con otros países del istmo centroamericano.

Luego, entre las décadas de 1950 y 1970, el país emprendió una serie de transformaciones políticas, económicas y sociales orientadas, por un lado, a la incorporación de las personas al mercado laboral en sectores públicos y privados, asegurando ingresos estables a la población; y por el otro lado, a la incorporación de beneficios y servicios sociales universales como los seguros de salud, las pensiones, educación gratuita y servicios básicos como el agua potable y la electricidad.

Estas transformaciones llevaron a reducir la pobreza de 50% en 1950 a aproximadamente 20% en 1980. A comienzos de la década de 1980, Costa Rica dio muestras de un considerable éxito en la lucha contra la pobreza y a favor de la equidad social, destacando a nivel regional.

El “otro” centroamericano, aquel que sintetiza en el imaginario costarricense todo lo negativo, lo que él no es y no quiere, ser se concentra en su vecino del norte: Nicaragua. Como indica el investigador Carlos Sandoval, este nacionalismo ha transformado a la frontera de Costa Rica con Nicaragua en un límite racializado a partir del cual, “al otro lado” de la frontera viven “los nicas, un término que parece condensar imágenes en las cuales racismos fundados en motivos biológicos y en diferencias culturales parecen estar interrelacionados”[2].

En tiempos del Coronavirus, Costa Rica puso en funcionamiento toda su fuerte institucionalidad en alerta, y tomó una serie de medidas que reproducen las que se han tomado en otras partes del mundo, entre ellas, el llamado a la población a no salir de sus casas.

Como es usual, durante la Semana Santa, miles de nicaragüenses que viven como migrantes en el país aprovechan para pasar unos días con sus familias en su tierra. Esta población, que usualmente es objeto de trato discriminatorio (como usualmente les sucede a los migrantes pobres en todas partes del mundo), fue amenazada con perder su estatus migratorio si salía del territorio costarricense, pues corría en riesgo de traer desde el norte el virus y enferman a los costarricenses porque, dentro del imaginario costarricense antes descrito, Nicaragua no podía sino estar peor que Costa Rica en este sentido.

En ese contexto, se levantó en Costa Rica una ola de xenofobia contra “los nicas” acusándolos de irresponsable amenaza a la salud. No toma en cuenta esta ola de xenofobia que Nicaragua es el único país de Centroamérica en el que no hay aún transmisión comunitaria del virus, y que, hasta el día miércoles 15 de abril, solo habían reportados por el Ministerio de Salud 6 casos de infectados, todos provenientes del exterior, mientras Costa Rica tenía 626 contagiados.

Las olas de nacionalismo xenófobo han sido recurrentemente aprovechadas por el mismo gobierno costarricense, cuando no han nacido de su mismo seno. En esta oportunidad, al acusar a su vecino de no tomar las medidas pertinentes y necesarias y amenazar con denunciarlo ante instancias internacionales, así como al hacer un despliegue de fuerza pública en la frontera, incluyendo una nueva base aérea.

Son muy probablemente tácticas que cohesionan a la población en torno a un gobierno que, hasta antes de la crisis, tenía bajos índices de aprobación ciudadana, y que ahora intenta repuntar cuando se encuentra a la mitad de su mandato.

Mucho se ha escrito en estos días del posible “mundo nuevo” que podría surgir de esta situación crítica por la que atraviesa el mundo. La xenofobia debería ser, por cierto, uno de los fenómenos que no deberían existir en ese futuro utópico.

Notas

[1] . Véase, por ejemplo, V.H. Acuña (2002), “La invención de la diferencia costarricense, 1810-1970”, en Revista de Historia Nr. 45, p. 191.

[2]. Op.Cit., p. 51.

* Historiador, escritor y artista plástico. Licenciado en filosofía y magíster en Historia por la Universidad de La Habana. Catedrático, investigador y profesor en el Instituto de Estudios Latinoamericanos (IDELA), adscrito a la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional (UNA), Costa Rica. Presidente de AUNA-Costa Rica.


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