Los 60 años del Vaticano II: logros y desafios – Por Fortunato Mallimaci, especial para NODAL

Antoine Mekary / Godong
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LOS 60 AÑOS DEL VATICANO II: LOGROS y desafíos

Por Fortunato Mallimaci*, especial para NODAL

Hace 60 años comenzaba un gran proceso de reformas en una de las instituciones más importantes y con siglos de antigüedad a nivel planetario como es la Iglesia católica. Para algunos fue un punto de llegada y para otros de partida. Ese proceso conflictivo sobre su interpretación hoy no ha culminado.

Casi 2500 obispos e invitados especiales del mundo entero se reunieron durante meses en Roma y en dos etapas – 1962 y 1965- en lo que se llamó el Concilio Vaticano II. La palabra clave fue “apertura al mundo actual”, dejar el aislamiento que significaba “fuera de la Iglesia no hay salvación”, ampliar “el dialogo con las religiones no cristianas” e iniciar un proceso de reformas que continúan hasta hoy. El interlocutor central será la cultura católica burguesa dominante europea que habla de la muerte de Dios, de dar respuesta a un individualismo creciente en el ámbito de lo privado de “católicos adultos” y que deben abandonar su experiencia religiosa de “niños”. A ese mundo “satisfecho” estuvieron dirigidas varios de los documentos. El mundo de los católicos dominados estaba ausente.

Se buscó avanzar en espacio colegiados para tomar decisiones y horizontalizar la participación. Conceptos como Pueblo de Dios, discernir los signos de los tiempos en una sociedad como semillas de una sociedad plena y libre, más austeridad en la presencia pública y abrirse a todos los hombres de buena voluntad pasaron a ser temas movilizadores. La autoridad debe asumirse como un servicio que consulta a sus “fieles” y se recuerda, “siempre en relación y en comunión con el Papa” y la Curia Romana.

Se abandonó la dualidad (sacro versus profano) en la comprensión de la vida y de la historia. Los obispos votaron en uno de los documentos finales que “los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo”.

El Concilio Vaticano II se realizó, se discutió y se escribió con el latín como original. Será la última vez. En ese mismo evento se decidió reformar los ritos, liturgias, gestos y celebraciones “encarnándola en las culturas locales”. De ahora en más, el latín, la misa tridentina, la sotana y las santidades, devociones y oraciones asociadas a esa cultura, fueron decretadas como ”de viejas tradiciones”. Protestar contra ese Concilio era “volver” a esas celebraciones. El lefevrismo es uno de esos ejemplos.

El Concilio clausuró sus sesiones el 8 de diciembre de 1962. La mayoría de los documentos fueron votados por más de 2000 obispos y una pequeña minoría entre 80 o 50 -según el documento- votó en contra. Nació la categoría de progresistas unos y conservadores, otros que luego se transformó en reformistas contra tradicionalistas.  El actual papa Francisco que busca ampliar el movimiento católico, al celebrar estos 60 años llamo a evitar esas categorías “que dividen y radicalizan” y afirma “ni el progresismo que se adapta al mundo ni el tradicionalismo que añora un mundo pasado, son pruebas de amor sino de infidelidad. El diablo quiere sembrar la cizaña de la división”.

La mayoría de los teólogos, asesores y consultores que participaron eran europeos que estaban viviendo “un desarrollo” de la expansión del estado de bienestar capitalista, en sus países, en lo que se ha llamado “los treinta gloriosos” (1945 a 1975)

No es lo que se está viviendo en América Latina y Caribe (ALC). Las desigualdades crecen en el continente. Cuando los obispos deciden leer y relacionar las opciones del Concilio Vaticano II en sus países, encuentran otras sensibilidades. La triunfante revolución cubana en 1960 mostró que había otras opciones como el socialismo mientras otros proponían experiencias nacionales y populares.  Dictaduras militares triunfaron en algunos Estados mientras en otros las manifestaciones obreras, campesinas y estudiantiles se expandieron.

El Concilio en Latinoamérica no es solo punto de llegada sino por el contrario punto de partida a otras experiencias insertas en lo popular. El rechazo al “desorden establecido” tienen un actor privilegiado y movilizado en el mundo católico. No son pequeños grupos sino miles y miles de militantes del mundo católico vinculados a los llamados movimientos católicos especializados (en el medio agrario, estudiantil, obrero, territorial, universitario, profesional). Son acompañados por grupos de sacerdotes y religiosas (donde se destaca el Movimiento para el Tercer Mundo en Argentina, Cristianos para el Socialismo en Chile, ONIS en Peru y similares).  Estos grupos interpretan el Concilio Vaticano II desde el mundo de los pobres, los excluidos, el pueblo pobre explotado y creyente. La teología no será la del “desarrollo” sino la de liberación y de la cultura popular de un pueblo pobre que mantiene y se nutre de su religiosidad para anunciar “el hombre y la tierra nueva”. Un profundo quiebre cultural, teológico, social, ético y religioso produjo nuevos tiempos proféticos y espirituales. Hay que beber del propio pozo latinoamericano.

La reunión de todos los obispos de América Latina y el Caribe en Medellín en 1968 avanzó por otros carriles y denunció. Por primera vez un papa como Paulo VI visitó la región yendo a Colombia para la apertura de ese encuentro. El lenguaje ya era otro:” Un sordo clamor brota de millones de hombres, pidiendo a sus pastores una liberación que no les llega de ninguna parte” y “El Episcopado Latinoamericano no puede quedar indiferente ante las tremendas injusticias sociales existentes en América Latina, que mantienen a la mayoría de nuestros pueblos en una dolorosa pobreza cercana en muchísimos casos a la inhumana miseria”.

El mundo católico hizo suya la causa de los pobres y comenzó un largo camino de deslegitimación de clases y grupos dominantes nacionales e internacionales que continua hasta la fecha. Crear la Patria Grande, denunciar la propiedad privada, acompañar a los movimientos sociales de las víctimas de ayer y hoy disloca a los grupos de poder acostumbrados al apoyo de la autoridad católica. El martirio, la persecución y la muerte fue la respuesta de las clases dominantes a esas personas que se sienten continuadores del Concilio Vaticano II vividos y aplicados desde Latinoamérica.

Conflictos entre católicos de América Latina, entre Roma e iglesias nacionales, entre obispos y poderes hegemónicos en la región tienen como telón de fondo la “verdadera interpretación”, “el verdadero espíritu, “la auténtica lectura de Jesús, el Cristo” de ese Concilio Vaticano II.

Las reformas y las crisis llegan – con sus tiempos- al Vaticano. Los siglos de papas italianos toca a su fin. Un papa polaco primero (que colabora con la implosión del mundo soviético, un alemán después -que renuncia por escándalos internos – “sospechan de ese catolicismo liberacionista” y lo acusan de no interpretar “la sana doctrina” del Concilio. Alientan en América Latina movimientos identitarios que persiguen y denuncian a esos catolicismos liberacionistas “por excesos” y “politización”, también en nombre del Concilio Vaticano II . Hoy el Papa Francisco beatifica a los obispos asesinados por dictaduras militares en El Salvador y Argentina como Romero y Angelelli que basaron su accionar profético en nombre del Concilio Vaticano II.    En la actual disputa por un futuro emancipatorio en la región ese espíritu crítico, liberador y esperanzador, que hace suyo el clamor de las víctimas, trae ecos de ese Concilio Vaticano II leído desde aquí y su influencia ha dejado de estar solo en ese mundo católico. Vemos como se expande en gobiernos, movimientos sociales, sociedades civiles y en una cultura y espiritualidad de la fraternidad universal que sigue reclamando lo sagrado de cada persona frente a un mercado capitalista desregulado que solo sueña en mercancías y ganancias.

Las reformas son continuidad y ruptura.

*Doctor en sociología, miembro del equipo de investigación «Sociedad, cultura y religión» (CEIL/CONICET-UBA, Universidad de Buenos Aires) y de la Comisión para el Estudio de la Historia de la Iglesia en América Latina y el Caribe (CEHILA).  Autor de varios libros, entre otros de «El mito de la Argentina laica. Catolicismo, política y estado» y «Religión y política – Perspectiva desde América Latina y Europa»

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