Las plataformas rediseñan una nueva arquitectura del trabajo
El trabajo asalariado clásico se organizó históricamente alrededor de una relación formal, jurídica y material clara; empleador que contrata, lugar de trabajo definido, herramientas generalmente provistas por la empresa y una serie de derechos (salario, jornada, seguridad social, negociación colectiva) fruto de luchas sociales y su posterior institucionalización estatal. Esta configuración fue central en la consolidación del Estado de bienestar y de los sistemas de protección social a lo largo y ancho del planeta.
Hoy, sin embargo, asistimos a una profunda transformación en la arquitectura del trabajo. La fase digital y financiera del capitalismo, con las plataformas como «las nuevas fábricas», está inaugurando un modelo que promete «flexibilidad» y «autonomía», pero que en los hechos encierra mayores grados de precariedad y explotación laboral. Se entiende por trabajo de plataforma toda actividad laboral mediada digitalmente, en la que la contratación, asignación, evaluación y remuneración del trabajo se realiza a través de aplicaciones o sitios web que operan con gestión algorítmica. La OIT diferencia dos grandes tipos de trabajo de plataforma, basadas en la web (freelancers y crowdwork) y basadas en la ubicación (transporte y entrega de pedidos).
Lo que comenzó como una novedad, ya es la realidad concreta para millones de trabajadores y trabajadoras, según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), más de 150 millones de personas trabajan actualmente en la economía de plataformas en todo el mundo, en sectores que van desde el transporte a los cuidados y los datos. En América Latina y el Caribe, se estiman 12 millones de personas que usan plataformas digitales como trabajo principal, 21 millones como ingreso secundario, y 14 millones como marginal. En 2021 la OIT contabilizó 777 plataformas digitales de trabajo activas, casi seis veces más que en 2010, de las cuales 489 se concentran en transporte y delivery. La mayoría de estas empresas (79%) están radicadas en países del G20, con Estados Unidos (37%) y la Unión Europea (22%) como principales sedes. Haciendo un análisis de las principales empresas, podemos observar que detrás de cada una de ellas hay fondos de inversión que se repiten, entre ellos Vanguard, BlackRock, Baillie Gifford, SoftBank, Prosus, entre otros.
Es importante aclarar, que la expansión de la economía de plataforma o “gig economy” opera sobre tejidos laborales ya informales lo que aumenta la vulnerabilidad de estos millones de trabajadores.
De las fábricas a las plataformas
Como plantea Lucas Aguilera en su Análisis de Coyuntura 2024 para Nodal: “por un lado, los sectores populares ya no aspiran a un salario paupérrimo de un trabajo formal que está por debajo de la línea de la pobreza y que tienen que trabajar entre 8 y 10 horas, si él o ella puede sostenerse con trabajos informales, conciliarlas además con las tareas domésticas. Aparece la aspiración al trabajo en plataformas, a monetizar la actividad en redes sociales. La concepción del trabajo cambió, la arquitectura del trabajo, del ingreso, se modificó”.
El esquema tradicional del capitalismo industrial se organizaba en torno a la relación de trabajo asalariado, un contrato formal, un lugar físico de trabajo, herramientas provistas por la empresa y un salario a cambio de la fuerza de trabajo. El empleador asumía los costos y riesgos de la actividad, mientras el trabajador accedía, con mayor o menor dificultad, a derechos reconocidos, desde la limitación de la jornada hasta el derecho a sindicalizarse.
En las plataformas, en cambio, se despliega lo que algunos especialistas llaman una “autonomía ficticia”. El trabajador aparece como independiente, dueño de su tiempo y de sus herramientas, pero en realidad depende por completo de un algoritmo que asigna tareas, mide la velocidad, controla los tiempos y hasta puede expulsarlo con un clic. Lo que en el modelo industrial era supervisión humana visible, en el actual es gestión algorítmica invisible, automática y opaca.
Actividad laboral: en la industria, la producción estaba ligada al espacio fabril, al control del proceso y al trabajo colectivo. En las plataformas, las tareas se fragmentan en microactividades —un viaje, una entrega— que aíslan al trabajador y lo sumergen en la lógica de la disponibilidad permanente. Noelia López, Investigadora y docente de la Universidad de la República de Uruguay, plantea que “En definitiva lo que hay detrás del algoritmo es una empresa, es importante nombrar a las empresas de plataformas, porque no son meras intermediarias, son las que organizan el proceso de trabajo y determinan ciertas condiciones que colocan a este sector de la población en una precarización bastante extrema”.
Relación laboral: el contrato tradicional explicitaba la relación laboral formal, con un empleador reconocido y obligaciones mutuas. La subordinación era visible – jerarquías, contratos, horarios – y legalmente reconocida. El empleador responde por riesgos productivos y por obligaciones contractuales. Esta claridad facilita la acción colectiva (sindicatos) y la aplicación de derechos. En las plataformas, la relación de trabajo se enmascara bajo el rótulo de “colaborador independiente”, negando la relación laboral y con ella los derechos asociados. La subordinación se “enmascara” como autonomía. La gestión algorítmica asigna tareas, evalúa desempeño y sanciona, pero lo hace mediante “cajas negras” tecnológicas cuya lógica queda inaccesible para el trabajador y muchas veces para reguladores. La apariencia de relación mercantil (autónomo/colaborador) dificulta el reconocimiento jurídico de la laboralidad y, por ende, el acceso a derechos.
Derechos laborales y protección social: en la lógica tradicional la empresa internaliza costos (herramientas, riesgos, seguros) y los trabajadores acceden a protección (salud, pensiones, licencias), aunque con variaciones según país y sector. La existencia de contrato y de marco regulatorio facilita reclamaciones y negociación colectiva. En el trabajo de plataforma, en cambio, los costos de los medios de trabajo (vehículo, smartphone, consumo de datos) los asume el trabajador; los tiempos muertos quedan frecuentemente no remunerados; la precariedad emerge por la ausencia de estabilidad y por la dificultad de hacer valer derechos cuando la relación laboral no está reconocida. La llamada “flexibilidad” se traduce, en la práctica, en jornadas más largas y sin garantías.
Representación colectiva y negociación: la existencia de empleadores identificables y centros de trabajo permitió la articulación de sindicatos y convenios, herramienta clave para mejorar condiciones. En las plataformas reina la dispersión, atomización y la denominación de “autónomos” impiden con facilidad la sindicalización convencional. Además, este tipo de empresas generalmente aplican estrategias de “sindicalismo cero” (represalias, desvinculaciones de referentes, etc.). Cómo antecedente podemos mencionar que en Argentina tras la primera huelga en 2018, varios dirigentes de Asociación del Personal de Plataformas (APP) fueron despedidos. A pesar de esto, existen numerosos ejemplos de sindicalización como en Colombia, Argentina y en varios países de Europa.
El conflicto central es el reconocimiento de la relación laboral, ya que sin esa definición, los trabajadores de plataformas quedan atrapados en un limbo jurídico que los priva de derechos básicos como vacaciones, aguinaldo o negociación colectiva. Johnniell Colina, Presidente de UNIDAPP Colombia, sindicato de repartidores, es contundente en este punto: “Desde el principio las plataformas han disfrazado la relación laboral bajo una falsa autonomía, trabajadores independientes, colaboradores, etc. pero ciertamente allí existe una relación laboral desde que uno acepta los términos y condiciones”.
Desafíos de la clase trabajadora
Si el trabajo asalariado tradicional se consolidó con luchas sindicales que conquistaron derechos, el trabajo en plataformas enfrenta barreras nuevas. El desafío actual es político, económico y jurídico, definir laboralidad en contextos tecnológicos, ampliar marcos de protección social y garantizar mecanismos colectivos efectivos frente a estructuras corporativas digitales.
Para revertir la situación precarizadora, los actores del sector plantean dos líneas de trabajo concretas: reconocer y regular la laboralidad cuando exista subordinación efectiva, y abrir y auditar los sistemas algorítmicos que organizan el trabajo, restituyendo transparencia y herramientas de impugnación que permitan ejercer derechos colectivos.
Lo que está en juego es mucho más que una modalidad laboral. Se trata de cómo el capitalismo digital redefine la praxis social del trabajo, de actividad colectiva y regulada, pasa a ser una relación atomizada, individualizada y subordinada a algoritmos cuyo funcionamiento ni siquiera puede ser auditado.
El trabajo, esencia transformadora del ser humano, se ve reducido así a una secuencia de comandos dictados por aplicaciones cuyo único fin es maximizar ganancias. Ante este panorama, la pregunta que emerge es ineludible: ¿cómo recuperar la dimensión humana y social del trabajo en una fase del capitalismo que trae mayores grados de explotación y precarización?
*Diego Lorca, Director del OITRAF (Observatorio Internacional del Trabajo del Futuro)