El golpe contra Arbenz de 1954 y América Latina – Por Inés Nercesian

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Inés Nercesian * (Especial para NODAL)

(CONICET-UBA-IEALC)

Los años cincuenta se iniciaron con un renovado interés por parte de los Estados Unidos hacia América Latina. La configuración de un eje nacionalista que parecía consolidarse en la región preocupaba cada vez más al país del norte. En 1951 en Guatemala había ganado las elecciones un militar reformista, Jacobo Árbenz, y en 1952 estallaba la Revolución en Bolivia. La posición del gobierno estadounidense de Dwight Eisenhower fue diferente para ambos países. Aun cuando la revolución boliviana había sido liderada por el nacionalista MNR en alianza con sectores de izquierda, como el POR, curiosamente, el gobierno estadounidense optó por una política de colaboración con el gobierno revolucionario de Víctor Paz Estenssoro. A diferencia de Guatemala, las reformas que venía llevando la Revolución boliviana no alteraban en forma directa intereses económicos de los Estados Unidos. Ni la reforma agraria ni la nacionalización de las minas Patiño, Hochschild y Aramayo los afectaba, porque no sólo tenían algunas acciones de esas empresas, las cuales se encargó de negociar el propio hermano del presidente, Milton Eisenhower.

Lo de Guatemala fue diferente. Arbenz había sido uno de los líderes revolucionarios que había destituido al dictador Jorge Ubico en 1944, llegaba al poder mediante el voto popular. Durante su gobierno puso en marcha una serie de medidas nacionalistas y reformistas que irritaron a los estadounidenses. Estas reformas afectaban contra los intereses económicos personales de ciertos miembros del gobierno, que tenían inversiones directas, como John Forster Dulles, secretario de Estado, y Allen Dulles, director de la CIA. Con la reforma agraria se expropiaron casi tres cuartas partes de las tierras de la United Fruits. Hubo empresas energéticas que se nacionalizaron y otras que iban a correr la misma suerte, por el pésimo servicio que brindaban. El antiimperialismo de Arbenz era público, de hecho se lo había escuchado decir que prefería que “que Guatemala viviese bajo el dominio comunista que cincuenta años con la United Fuits”. Los documentos desclasificados han demostrado que, desde el primer día, los ojos estaban puestos en Guatemala.

En la X Conferencia Panamericana, celebrada en marzo de 1954 quedó en evidencia la intención del gobierno de los Estados Unidos. El secretario de Estado, Dulles presionó durante la Conferencia por llegar a una declaración contundente contra Guatemala que habilitase la intervención en el país. Incluso sostuvo que en América había muchos partidos que se proclamaban “patrióticos” pero que en realidad terminaban favoreciendo a los “planes rojos”. El texto final tuvo una posición expresamente anticomunista y, gracias a la resistencia de los países latinoamericanos, se agregó un párrafo que parecía despejar el temor a una intervención directa estadounidense. Fue aprobado por 17 países, Guatemala votó en contra, y México y Argentina se abstuvieron. Los aliados más férreos fueron los países que vivían bajo dictaduras y con estrecha vinculación con los Estados Unidos: Dominicana y Nicaragua.

Pese a la declaración de que se respetaría la decisión soberana de los países, la influencia de los Estados Unidos en el golpe de Guatemala fue innegable. El 17 de junio de 1954 se produjo la invasión, liderada por el coronel Castillo Armas, desde Honduras. Para el golpe de Estado, fue fundamental el apoyo económico y la campaña desmoralizadora en los planos económico, social, político y psicológico, que tuvo el nombre de “Operación éxito” (PBSUCCES, en inglés). Las tropas se retiraron el 20 de junio y siete días después los propios jefes del ejército lo traicionaron. El 27 de junio Arbenz presentó su renuncia y el golpe era un hecho. A través de las radios denunció la injerencia imperialista en el golpe: “Han tomado pretexto al comunismo. La verdad es muy otra. La verdad hay que buscar en los intereses financieros de la compañía frutera y en los de los otros los monopolios norteamericanos que han invertido grandes capitales en América latina, temiendo que el ejemplo de Guatemala se propague a los hermanos países latinoamericanos”. Era muy cierto.

Lo de Guatemala no fue un episodio aislado, marcó un punto de inflexión en la región. Al golpe de Alfredo Stroessner en Paraguay, que corría desde mayo de 1954 se sumó el de Brasil. El día 24 de agosto de ese mismo año, siendo presionado por los militares y los grupos de derecha para que abandonase la presidencia, el presidente brasileño Getúlio Vargas (1951-1954) optó por el suicidio. Preocupaba su política antimperialista, que el propio Vargas denunció en su Carta Testamento, y su posición favorable hacia el movimiento obrero. De hecho, su ministro de trabajo João Goulart, convertido en blanco de ataques, era caracterizado por la prensa como el “ministro peronista”. La presencia de Juan Domingo Perón (1946-1952/1952-1955) en Argentina amplificaba los fantasmas de que se consolidara un eje nacionalista a escala regional. Casi un año después de lo Vargas, se produjo el golpe en Argentina contra el gobierno de Perón. Frente a ese hecho, Ernesto Che Guevara, que había estado en Guatemala cuando ocurrió el golpe, observó que, “la caída del gobierno argentino [seguía] los pasos de Guatemala con una fidelidad extraña”. En efecto, en estos años cincuenta los golpes se sincronizaron con una extraña precisión. Tiempo después, lo que había sido un laboratorio, terminó de confirmarse con la instauración de las dictaduras militares de carácter institucional en las décadas de 1960 y 1970.

Moniz Bandeira, Luiz Alberto: De Martí a Fidel. La Revolución Cubana y América Latina, Norma, Buenos Aires, 2007.
Morgenfeld, Leandro: Vecinos en conflicto, Ediciones Continente, Buenos Aires, 2011.
Nercesian Inés: La política en armas y las armas de la política. Brasil, Chile y Uruguay. 1950-1970, CLACSO, Flacso Brasil, IEALC, Buenos Aires, 2013

*(CONICET-UBA-IEALC)

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