#MacriChau: “Ahora que sí nos ven”, ¿vamos por todo? – Por Laura Salomé Canteros

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Por Laura Salomé Canteros *

Los últimos cuatro años en la región estuvieron marcados por la irrupción en las calles, en los parlamentos y en los debates en redes sociales, de los movimientos feministas que se organizaron con la estrategia de la construcción de una unidad transversal para evidenciar a la sociedad política, interpelar a los poderes patriarcales y para exigir a las instituciones de Estados y gobiernos capitalistas- neoliberales y extractivistas, demandas coyunturales pero también reivindicaciones históricas.

En Argentina, el período será recordado como de organización pero también de resistencia ante la represión que el gobierno de Mauricio Macri y la alianza Cambiemos introdujeron en las políticas públicas y en la percepción social de quienes habitaron los espacios públicos: la consolidación de la criminalización de la protesta. El segundo 8 de Marzo (2017) del macrismo nos encontró en la madrugada, exigiendo a la Policía de la ciudad de Buenos Aires que libere a más de una decena de activistas que fueron detenidas tras una cacería por las inmediaciones de la Plaza de Mayo. Un modo de operar sistemático que las fuerzas represivas repitieron año a año. Una persecución e intento de disciplinamiento que se repitió contra el pueblo mapuche y wichí en la Patagonia y en Chaco y Formosa; contra la organización docente -gremio causalmente integrado en su mayoría por mujeres-; contra las y los trabajadores despedidxs del Estado y de los medios públicos; y contra quienes integran los movimientos sociales. Represiones transmitidas por TV para un morbo elitista.

En este contexto, vivenciamos la emergencia de nuevas protagonistas de las historias recientes: militantes históricas, experimentadas, disidentes y jóvenas que agrupadas reclamaron dentro de un movimiento feminista dinámico y potente, desde cumplimientos de responsabilidades institucionales que se traduzcan en políticas públicas para la protección de las vidas; hasta la exigencia del reconocimiento de la soberanía y la autonomía política sobre nuestros cuerpos- territorios con la concreción de estrategias de visibilidad masivas en marchas, concentraciones, performances, pañuelazos y manifestaciones ciudadanas.

La lucha feminista supo revertir la desesperanza macrista. Señaló a las aliadas voluntarias de un sistema de patrones exclusivo como Gabriela Michetti, vicepresidenta; Patricia Bullrich, ministra de seguridad; María Eugenia Vidal, gobernadora de la provincia de Buenos Aires; Carolina Stanley, ministra de desarrollo social y Fabiana Tuñez, titular del Instituto Nacional de las Mujeres, entre otras. Y claro, también señaló el silencio de los machos de las burocracias sindicales y de los referentes de las organizaciones y movimientos sociales que transaron con la influencia de la Iglesia en el Estado. Por eso, las mujeres, lesbianas, bisexuales, travestis, trans y no binaries organizaron en octubre de 2016 y marzo de 2017 los Primeros Paros Feministas, huelgas contra las violencias que dejaron en claro que “si nuestras vidas no valen, produzcan sin nosotras”. Una expresión de que tras el estallido “Ni Una Menos” en junio de 2015, estábamos dispuestas a disputar poder y puestos de discusión y decisión por fuera de los ámbitos que se nos había asignado tradicionalmente en las casas, en las camas, en las plazas, en los sindicatos, en los medios, en el Congreso y en los palacios de gobierno.

Hubo hitos de justicia producto de la lucha feminista. Un proceso de reconversión del accionar del poder judicial. En julio de 2018 el Congreso aprobó la “Ley Brisa” en la que el Estado debe garantizar una cobertura integral de la salud y una reparación económica mensual para hijes que hayan perdido a alguno de sus progenitores por violencia de género o intrafamiliar en todo el país. En diciembre de ese años se estableció además la capacitación obligatoria en la temática de género y violencias para todas las personas que se desempeñen en la función pública en todos sus niveles y jerarquías en los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial de la Nación, una medida impulsada por la familia de Micaela García, una joven asesinada en 2016 en la ciudad de Gualeguay, Entre Ríos. Mientras que en 2018, en una sentencia histórica, fue condenado a prisión perpetua el asesino de Diana Sacayán, activista travesti y referente de Derechos Humanos. Los jueces consideraron que fue un “homicidio agravado por odio de género y violencia de género” y confirmaron que se trató de “crimen de odio a la identidad travesti”. Fue travesticidio.

Sin embargo, entre agosto y marzo de 2018, el debate parlamentario y social de la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE) fue la mayor demostración de la reacción de los feminismos. Millones de personas acompañaron el reclamo que trascendió las fronteras y fue un evento seguido por los medios de prensa de más de 40 países. Fue la llegada de la política feminista al Congreso, con un proyecto ciudadano, de debate amplio y que generó unidad y consensos partidarios, intergeneracionales y multidisciplinarios transversales. Una “marea” que emergió producto de las articulaciones, alianzas y construcciones feministas durante 15 años de Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro yu Gratuito, una herramienta surgida dentro de los consensos del movimiento.

El pedido de respeto por la autonomía y la soberanía sobre el cuerpo- territorio se volvió ensordecedor. El “ya no nos callamos más” de las pibas en las redes y el “mirá como nos ponemos” de las Actrices Argentinas, sellaron una etapa en la que los escraches como herramienta política de liberación llegaron a las instancias judiciales para enjuiciar y encerrar a quienes ejercieron múltiples violencias abortando a los ídolos de la cultura, el periodismo y de las organizaciones políticas o sindicatos. Un ejercicio de voz colectiva para terminar con la impunidad de la cultura de la violación y el abuso de poder machista que hoy se manifiesta también por las calles de la región al ritmo de “el violador eres tú” que comenzaron activistas feministas chilenas durante el estallido que vive el país trasandino.

Por un feminismo sin fronteras

Nuestra América y Argentina se levantaron con creatividad, color y propuestas para la vida digna. Con múltiples argumentos y como opción ante los poderes patriarcales y los fascismos y conservadurismos que amenazan (y en ocasiones logran) con retroceder en los pocos derechos que hemos conquistado. Se construyó desde las bases y en Asambleas un movimiento de mujeres, lesbianas, bisexuales, travestis y trans que no tiene orgánicas ni programas que lo enmarcan -porque se inquieta ante las fronteras-, y que hoy interviene en cada espacio de la vida social y política actualizando sus posicionamientos.

El feminismo en la región convirtió reformas en revoluciones y consignas en banderas de liberación. El feminismo estuvo re- caracterizando las formas de hacer política y es el que hoy -diciembre de 2019- convoca a las huelgas y marchas de insurrección en Chile -articulando movimiento estudiantil, obrero y anti AFPs-; o el que se rebeló, en agosto pasado, ante el secuestro de una niña en manos de policías afirmando en México que “no nos cuidan, nos violan”. El feminismo mostró que es el movimiento capaz de afirmar que “Estamos haciendo historia” al transformar el debate parlamentario de una Ley en demanda urgente y fundamental, “aborto legal ya”, como sucedió entre marzo y agosto de 2018 en Argentina. Y que mientras, se debate internamente cómo acompañar las luchas indígenas, de personas racializadas y de migrantes en estallidos como el que interrumpió la pretendida normalidad de otro gobierno -no casualmente- neoliberal hace poco en Ecuador.

Sin embargo, a pesar de que “ahora sí nos ven” en la arena de discusión política, el poder del movimiento feminista reside en sus capacidades para formular propuestas para la vida digna y en ser un movimiento de liberación que no se conforma con “más feministas en las listas” o en integrar Ministerios de Equidad. Va por todo porque constituye, por sus formas propias de deliberación y de distribución de las palabras, una asamblea permanente por los derechos de las mujeres y las personas del colectivo LGBTTIQ+.

Propone, además, la elaboración de estrategias urgentes para la reacción colectiva y de soluciones que toman en cuenta las subjetividades olvidadas. Es un movimiento que irrumpió con una mística propia que no reconoce treguas y que desafía a propias y ajenos en nombre de los siglos en los que quisieron acallarnos: es el grito que va de norte a sur con la sabiduría de las zapatistas y de las feministas comunitarias, hermanando a las mapuches con las negras faveladas. Es la memoria de las Madres y Abuelas y las resistencias de las Feministas del Abya Yala. Es Berta Cáceres luchando contra las empresas extractivistas y Marielle Franco contra la militarización de los territorios. Es el grito afónico de dolor que recuerda a las 56 niñas del Hogar Seguro en Guatemala, luchando contra las democracias secuestradas por las élites políticas, económicas y religiosas en Centroamérica. El movimiento de liberación feminista es una síntesis de aprendizajes populares que se predispone a participar y liderar los procesos de cambio sociales.

Por eso, el 34 Encuentro realizado en La Plata en octubre de este año fue de Mujeres, Lesbianas, Bisexuales, Travestis, Trans y No Binaries y fue Plurinacional. Un ejercicio del movimiento feminista organizado de recuperación histórica de voces presentes y de sanación colectiva de la indiferencia ante liderazgos ancestrales. Porque ante el neoliberalismo que nos empobreció materialmente y la represión que nos pretendió sacar de las calles, los feminismos respondieron con más organización. Porque ante el saqueo de los territorios y la desinformación fundamentalista, respondió con resistencia y argumentos para la esperanza. Un pañuelo verde recorre Nuestra América interpelando en nombre de las que no pueden hacerlo. Ahora que sí nos ven, ¿se animarán los feministas a ir por todo?

* Editora de la sección Géneros

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