Ucrania, Georgia y Crimea: un conflicto, distintos escenarios – Por Solange Martínez

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

Por Solange Martínez*

La escalada  bélica en el corazón de Eurasia, iniciada a partir de una táctica defensiva del ejército ruso, hace poco más de una semana, mantiene en vilo al mundo. Lo primero que se nos comunica, desde los medios occidentales, es un escenario de enfrentamiento entre Rusia y Ucrania, sin embargo, si nos adentramos en la historia del conflicto, podremos observar que los intereses en juego exceden a estos países. 

Para lograr una mayor comprensión de los enfrentamientos, es necesario poder ver más allá de la estrategia de guerra regular o convencional de quienes detentan la conducción de los estados nación. El concepto de guerra multidimensional arroja luz sobre la trayectoria de los conflictos: una maquinaria que incluye ejércitos regulares e irregulares, medios de comunicación, empresas transnacionales, gobiernos y organismos supranacionales. 

Si observamos atrás en el tiempo, los movimientos geopolíticos en la región, nos encontramos con una serie de acontecimientos relevantes sintetizados a continuación.

Puede entenderse así la historia del territorio que hoy está viviendo en primera persona las consecuencias de una guerra, signada por un pasado reciente de operaciones políticas y procesos desestabilizadores que han sido bautizados como “revoluciones de colores”. 

Es importante resaltar que la desintegración de la URSS con su derrota en 1989, con el fin del mundo bipolar, provocó, de la mano de la estrategia de quienes resultaron vencedores, la propagación de nacionalismos excluyentes, marginación de minorías, migraciones incontroladas, refugiados y estallidos violentos en varias de las repúblicas en las que se balcanizó ese bloque de poder territorial.

Estados Unidos y sus aliados de la OTAN, avanzaron sobre estas contradicciones y antinomias en la década del 90, en coherencia con el objetivo defensivo que dio origen a la Alianza Transatlántica, de contener una posible expansión soviética. Con  la caída del Muro se reelabora el discurso y la estrategia, apareciendo dichos actores guerreristas ahora como “los garantes de los valores democráticos occidentales», lo que quedó plasmado en la Cumbre de Washington de 1999. 

Sin embargo, los “garantes de la paz” sostuvieron en los años siguientes su estrategia y su negocio guerrerista. Después del ataque a las torres gemelas en 2001, se categorizó al “terrorismo” como nueva amenaza; en las cumbres de Praga y Riga 2002 y 2004 se incorporan nuevos miembros a la Alianza y se avanzó con iniciativas más ofensivas. Una expresión concreta de esto fueron los conflictos emblemáticos de la historia reciente, donde la OTAN tuvo un papel predominante: la ex Yugoslavia, en 1999, con un saldo de 200 mil muertos y un millón de desplazados; Afganistán, a partir de 2001, con 240 mil muertes e Irak, en 2003, con más de un millón de bajas, en su mayoría civiles.

La “Revolución” de las Rosas. Conflicto en Georgia 

Cabe retomar un conflicto invisibilizado por la prensa occidental, a pesar de las similitudes que puedan establecerse con lo que hoy sucede en Ucrania: una situación magnificada y puesta en la agenda pública, con un bombardeo permanente a las pantallas ciudadanas de todo el mundo, que contrasta con el silenciamiento sobre lo ocurrido en Georgia en el año 2003.

Se produce en este año  la “Revolución de las Rosas» apoyada por EEUU, después de tres semanas de protestas de cara a las elecciones legislativas. Hablamos de un golpe de Estado empujado por la OTAN, y dirigido por Saakashvili (quien en 2004 terminó ganando las elecciones y fue reelecto desde 2008 hasta 2013). Se dió entonces en la región un claro giro de occidentalización con acercamiento a la OTAN, liberalización de la economía, y  achicamiento del Estado. 

En 2008, se avanzó sobre la necesidad de que Georgia se incorpore a la OTAN y Alemania-Francia se opusieron. Se sucedieron una serie de ejercicios rusos en las fronteras y el gobierno de Georgia reaccionó con movilización de tropas al lugar y  a la capital de Osetia del Sur.

Estados Unidos y la OTAN persiguieron el objetivo de intensificar la agresión sobre las regiones separatistas de Abjasia y Osetia del Sur, con el estado georgiano como su brazo ejecutor, mientras que Rusia buscaba reconstruir su rol perdido al momento de la implosión de la URSS. El objetivo sobrepasaba ampliamente el territorio osetio; se trataba para Moscú, de reconquistar una región importante en tres sentidos: energético, político y geoestratégico.

En un enfrentamiento que duró tan sólo cinco días, Rusia se impuso militarmente y recuperó los territorios, avanzando sobre otras ciudades. El resultado fue el alejamiento de Georgia de la OTAN y de la Unión Europea. Claro que el conflicto quedó oculto tras el discurso occidentalista contra la “autocracia del Kremlin”. 

Ucrania. Escenario de la guerra multidimensional. 

Solo tomando como referencia los conflictos desarrollados en el siglo XXI en territorio ucraniano, es posible develar las características de una guerra multidimensional en un escenario de importancia geoestratégica. La Revolución Naranja en el año 2004-2005, pasando por el Euromaidan o la Revolución de la Dignidad en 2013, así como la anexión de Crimea a Rusia luego de declararla estado independiente de Ucrania, hasta los acuerdos de Minsk en 2014-2015, son hechos centrales para comprender el conflicto actual.

Luego del conflicto desatado en 2014, se declara la República de Crimea como Estado soberano e independiente de Ucrania, independencia no reconocida por la OTAN y sus aliados. Hablamos de un territorio geoestratégico: en la base de Crimea se encuentra la Flota del Mar Negro de Rusia, la principal salida de aguas cálidas, así como también la industria naval en la ciudad de Sebastopol, donde funciona el mayor Astillero de la ex URSS. A lo que se suman sus considerables reservas de hidrocarburos, que significan para Rusia una fuente importante de energía para abastecer a Europa a través del Nord Stream 2, cuya construcción finalizó en septiembre del 2021, pero cuya certificación para echar a andar fue suspendida el pasado 22 de febrero por Alemania. 

Con  el Euromaidán, la revuelta social ucraniana iniciada a finales de 2013, que culminó con la destitución del presidente pro ruso Viktor Yanukovich (sucesor de Petró Poroshenko) a principios del 2014, se llevó adelante un referéndum donde el pueblo definió por el 96% de los votos a favor, la anexión de la península de Crimea, la República de Crimea y la ciudad autónoma de Sebastopol a la Federación de Rusia.

En respuesta, la OTAN recrudeció sus sanciones a Rusia e impulsó una situación de guerra civil en la zona, mientras que en mayo, tan solo unos meses después, se inició el conflicto en la región del Donbass, con la autoproclamación de Donetsk y Lugansk como  Repúblicas Populares.

En este marco, en el mes de septiembre se inició un proceso de negociación en la capital de Bielorrusia, conocido como Acuerdos de Minsk 1 (2014) y Minsk 2 (febrero de 2015), a partir del consenso de frenar la guerra civil en ambos estados del este de Ucrania. Lo que expresaban los acuerdos es que el gobierno ucraniano se comprometía a dialogar con los gobiernos de Donetsk y Lugansk.  Por su parte, Rusia se comprometía a no reconocer las autoproclamadas nuevas repúblicas, pero respetando su autonomía dentro de Ucrania. 

En mayo de 2019, Volodímir Zelensky ​ un actor, comediante, guionista, productor y director artístico alineado a los intereses de la OTAN, asumió la presidencia de Ucrania e inmediatamente impulsó una enmienda a la Constitución del país habilitando su incorporación como miembro de la Unión Europea, así como de la OTAN.  Algo que aún hoy, no se concreta. 

De fondo, Occidente nunca cumplió con los acuerdos de Minsk, y promovió incluso el fortalecimiento de un nacionalismo ucraniano históricamente identificado con el nazismo, dando lugar a guardias fascistas (guerrillas) responsables de una cacería de pobladores  rusoparlantes en la zona de Donbass. Natalia Vetrenko, presidenta del Partido Socialista Progresista de Ucrania, declaraba al respecto  «No había nazis, no se atrevían a asomarse de sus escondrijos, y ahora son los que mandan en el Euromaidán, están en el partido Svoboda, en el Sector Derecho… hay de todo allí y todos son partidos o movimientos neonazis». «En primer lugar, el dinero fluía a través de la Embajada de EE.UU. Se habla de 20 millones de dólares semanales que recibían tanto el partido Batkivschina como Sbovoda y otros. Cuando se hizo un registro en la sede del partido Batkivschina en diciembre de 2013 se confiscaron 17 millones de dólares en efectivo que habían llegado a través de la Embajada de EE.UU.». 

Dicho de otro modo, se instaló en la región una guerra de baja intensidad, con ejércitos irregulares financiados desde el exterior por la Unión Europea y Estados Unidos, (al estilo de la desarrollada en Siria tras la invasión norteamericana en 2011), que ha producido en 8 años, más de 15.000 muertos civiles de los que la prensa occidental no habla. 

Entonces, ¿quienes se enfrentan y por qué, en Ucrania?

El reciente 15 de febrero, tras el sostenido e infructuoso intento de negociación por parte de Rusia con la OTAN, Estados Unidos y el gobierno ucraniano para desescalar el conflicto de casi una década en Donbass -que implicaba la desmilitarizacion y  desnazificación de la región-, el parlamento ruso instó al presidente Putin a reconocer las Repúblicas de Lugansk y Donetsk. Días después, el 24 de febrero, se inició la operación militar especial a tal fin, que Occidente denuncia como invasión.

El gobierno ruso, sus fuerzas armadas y el presidente Vladimir Putin como personificación de estas fuerzas, entendió que no había que caer en la trampa de un conflicto transfronterizo armado de baja intensidad. Y respaldado por la doctrina militar rusa realizó una operación especial, consiguiendo desplazar el conflicto hacia Kiev, el centro económico, político y cultural de Ucrania, apuntando a guarniciones militares e infraestructura crítica, un dato no menor a la hora de analizar el número de civiles muertos, espectacularizado por la prensa global. No está de más recordar el silencio de quienes despliegan hace años su política de muerte contra el pueblo palestino, por ejemplo, ejecutada por Israel, en complicidad de nuevo, con la OTAN.

En síntesis y para aclarar ¿quiénes y por qué se enfrentan en esta escalada bélica? Es posible afirmar que el territorio ucraniano parece ser el escenario de enfrentamiento de los dos grandes proyectos globales, protagonizados o encarnados en este caso, por un lado por la OTAN, con EEUU a la cabeza intentando traccionar a Europa (principalmente a Alemania y Francia) y cercar a Rusia para alterar su influencia en el viejo continente, y por el otro, la Organización de Cooperación de Shangai (OCS), con China como actor principal, donde Rusia intenta controlar su espacio de influencia ex soviético, en una fortalecida alianza económica, política y estratégica con el gigante asiatico. 

Deciamos que la importancia del control de Ucrania reside en varios factores: su posición geoestratégica, como salida al Mar Negro; la presencia de recursos naturales centrales; el paso de gaseoductos y oleoductos de gran envergadura – la sangre coagulada del viejo capitalismo industrial, así como la presencia del 90 % de las reservas del suministro de neón en grado semiconductor, sangre nueva del capitalismo digital, del cual depende Estados Unidos en su lucha intercapitalista con el proyecto financiero y tecnologico asentado en Pekin.

Es necesario poder mirar más allá de las disputas entre Estados Nación y sus ejércitos regulares en la comprensión de los enfrentamientos. Resulta cada vez más claro observar que una nueva personificación social surge de los cambios orgánicos de la estructura global, una nueva aristocracia financiera y tecnológica que disputa las reglas de una transformación de la infraestructura social global, que supone la construcción de mecanismos de gobernanza que ya casi no reconoce fronteras nacionales. 

Una fracción que instrumenta mecanismos de apropiación sobre la producción social de riquezas, para lo que necesita controlar los tiempos sociales, y para ello, la tecnología estratégica y los recursos naturales con los que cuentan los territorios, que también necesitan controlar, en consecuencia. Para ello, sus redes financieras son las venas por las que circula el capital dinero, las que posibilitan la interconexión global y la decisión sobre quién y cómo se invierte bajo las reglas del capitalismo financiero-digital. Conocido es el control en red de la economía de tres fondos de inversión (BlackRock, Vanguard y State Street), así como el rol central de los gigantes tecnológicos, en todos los ámbitos de la industria, y de industria militar en particular. Amazon, como actor central del proyecto global con asiento americano/city de Wall Street; Huawei del lado del proyecto globalista con asiento en China/city de Shangai-Hong Kong. 

El bloqueo financiero a Rusia, con la eliminación de sus principales bancos del sistema Swift (la gran «fintech» del mundo), por donde circula la información de las transacciones financieras a nivel global, es un ejemplo de la importancia del terreno financiero. Cabe aclarar que dichas sanciones no son nuevas, y son posibles porque Swift es controlado por EEUU y sus aliados, y más del 50% de los negocios fluyen en dólares. 

Ante este escenario, aparecen oportunidades para el otro proyecto global, con asiento en el estado imperial chino, que cuenta con un sistema propio (el xxxx), que asociado al sistema ruso, podría resultar en una tendencia a la «desdolarizacion» de la red financiera global, o la posibilidad de ganar tiempo, al menos, en un escenario que puede definirse como «empate catastrófico».

Una guerra total, sin límites, se dibuja bajo las nuevas condiciones objetivas de la fase sistémica que acontece. Las armas digitales también toman centralidad, con el bloqueo por ejemplo, de medios de comunicación rusos, o de cuentas de ciertos actores, en las principales plataformas, como Twitter y Facebook, considerando al territorio virtual como otro escenario central de disputa en el siglo XXI.

Las guerras interimperialistas, sin embargo, persiguen el siempre presente objetivo de conducir el mundo. Construcción de consenso, o, en épocas de crisis total, principalmente, mediante la violencia explícita. Un objetivo que contiene la sed de dinero, las leyes capitalistas dónde el que no acumula a través de la expropiación del trabajo, muere. Un sistema que está tocando sus propios límites, arrasando con la humanidad entera, dónde aumentan las condiciones de miseria y hambre para las clases subalternas, sumidas en procesos extremos de pauperización y despojo.

Detrás de las apariencias del discurso falsamente pacifista de occidente y de la guerra financiera, comunicacional y psicológica desplegada globalmente contra Rusia, no se trata de “buenos versus malos”, una antinomia instalada en el sentido común que invisibiliza los intereses reales de fondo. Como así tampoco se ha pretendido aquí menospreciar las pérdidas humanas de estos días, por el contrario, sostenemos que históricamente en las disputas intercapitalistas quienes pierden indefectiblemente son los pueblos. 

Pueblos que, sin embargo, no permanecen anestesiados o maniatados, sino que contienen en el seno de sus fuerzas sociales -y así lo expresan cotidianamente en sus luchas-, la potencia de su autodeterminación política, la capacidad de empujar un programa de liberación popular, que permita la profundización de su soberanía, con justicia social. Condiciones sine qua non para avanzar en la verdadera paz frente a la guerra y la muerte por goteo que alimentan y son alimentadas por el voraz capitalismo que continúa ordenando el mundo, más allá de los augurios de cambio sistémico, declarados en tiempos de pandemia.

 * Profesora de Psicología (UNSL). Dipl. en Género y Gestión Institucional (UNDEF).  Investigadora del CEIL Manuel Ugarte (UNLa) y analista argentina del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE).

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