Panamá puede vencer a Trump – Por Richard Morales

1.228

Panamá puede vencer a Trump

Por Richard Morales*

Trump es la expresión más grotesca de la decadencia del imperio estadounidense. Un declive que responde al nacimiento de un nuevo mundo con el ascenso de las naciones del sur global, donde las otrora colonias en Asia, África, el Medio Oriente y América Latina están conquistando el derecho a determinar su propio destino. EEUU se niega a perder su primacía, y en su desesperación una fracción de su clase dominante ha apostado por las corrientes políticas más reaccionarias, que mantienen en lo fundamental los imperativos geopolíticos estadounidenses de los anteriores gobiernos, pero sin guardar las apariencias respecto sus verdaderos objetivos, particularmente en la región. El sostén del imperio estadounidense es América Latina, la cual considera su patio trasero desde la doctrina Monroe de 1823. Busca usar a Panamá, debido a su posición geográfica estratégica, como punta de lanza para recuperar su dominio sobre la región, y de ahí, el planeta.

Panamá ha cumplido el papel de ruta de tránsito de imperios en el comercio mundial desde el siglo XVI, cuando se encontraba bajo la hegemonía española. A mediados del siglo XIX, Estados Unidos ancla su presencia en Panamá con la construcción del ferrocarril transístmico y la firma del tratado Mallarino-Bidlack que le dio el poder de intervenir militarmente para mantener la seguridad de la ruta. Posteriormente en 1903, Estados Unidos convierte a Panamá en un protectorado con la firma del tratado Hay-Bunau Varilla, la construcción del Canal y la ocupación militar del corredor interoceánico. Tras décadas de lucha generacional, alcanzando su cenit con el levantamiento popular del 9 de enero de 1964, Panamá logra la firma del Tratado Torrijos-Carter en 1977 que da pie a la recuperación del Canal y el territorio ocupado y el retiro de las bases militares, culminándose la reversión en 1999. Junto al Tratado del Canal es firmado el Tratado de Neutralidad, cuya enmienda De Concini da a Estados Unidos el derecho de intervenir si el tránsito es interrumpido o amenazado. El funesto remate de este proceso fue que en 1989 Panamá es invadido por Estados Unidos, en una brutal masacre que reafirmó la tutela estadounidense sobre los futuros gobiernos y el manejo del Canal, negando la prometida libertad que seguiría a los tratados.

Trump amenaza con quitarle el Canal a Panamá porque todos los gobiernos pos-invasión han servido a sus intereses. Guillermo Endara, presidente del primer gobierno, había pedido la invasión y consintió a que los militares estadounidenses cogobiernen desde los ministerios con la operación “Promover Libertad”; Ernesto Pérez-Balladares quiso mantener las bases militares estadounidenses en el país con el Centro Multilateral Antidrogas (CMA); Mireya Moscoso liberó al terrorista Posada Carriles y firmó el acuerdo Salas-Becker que permite a las fuerzas militares estadounidenses usar los puertos y aeropuertos panameños para movilizar sus tropas; Martín Torrijos firmó el Tratado de Libre de Comercio (TLC) que destruyó la agricultura panameña; Ricardo Martinelli construyó y cedió múltiples bases aeronavales como Forward Operating Locations (FOL’s) a los norteamericanos; Juan Carlos Varela se unió a la coalición contra el Estado Islámico; Laurentino Cortizo instaló el Centro Regional de Operaciones Aero Navales (CROAN) que da a EEUU el manejo de nuestra información de seguridad nacional; y el actual gobierno de José Raúl Mulino les cedió el proyecto de ferrocarril bajo presión, ha convertido la provincia del Darién en la de facto frontera de Estados Unidos y apoyó la guerra de exterminio contra el pueblo palestino.

Todos estos gobiernos, por encima de sus afiliaciones partidistas, han consentido a la injerencia de la embajada estadounidense en los asuntos internos de Panamá, incluyendo en los procesos electorales de 2009 y 2024. Además, han aceptado las restricciones al cruce de buques por el Canal de países que EEUU considera enemigos, vulnerando el Tratado de Neutralidad del que supuestamente son garante.

Este servilismo de los gobiernos panameños es lo que hace a Trump creer puede conseguir lo que quiera de Panamá, desde presionar para que se reabra la mina de cobre, cerrada bajo presión popular en el 2024, o decirle si pueden hacer o no negocios con China, tratando al país como si fuera una colonia sin política exterior propia. Por eso las posturas patrióticas del presidente Mulino y otras figuras de la política panameña son poco creíbles, cuando su comportamiento histórico ha sido ser entreguistas. Esta sumisa homogeneidad de los gobiernos es a su vez, en el fondo, una expresión de los intereses cerrados de la burguesía panameña, incapaces de ver más allá de la renta que pueden extraer del tránsito y servicios conexos.

Y el precio que paga Panamá por ese entreguismo es truncar el potencial del país. Un país dependiente está condenado a la pobreza porque no vela por sus propios intereses, sino de aquel que les impone los suyos, y estará vulnerable siempre de ser chantajeado y ultrajado. Y aquí es fundamental comprender que la base material de esta dependencia política es su dependencia económica, al mantener un modelo transitista que lo hace seguir funcionando como un apéndice de la economía estadounidense. Panamá, a pesar de liberarse nominalmente de la ocupación estadounidense en 1999, no ha logrado definir un proyecto de país propio que rompa con el pasado neocolonial, atrapado en una contradicción que condena a su economía a la obsolescencia.

Es posible, sin embargo, cambiar el destino y abordar el problema de raíz. Panamá debe crear una nueva visión de futuro que redefina el lugar que ocupa en el mundo. De lo que se trata es de superar el uso del territorio para el tránsito de riqueza ajena, sin producir nada de valor, a potenciar la posición geográfica para desarrollar el único bien infinito que existe, el conocimiento, desencadenando las fuerzas productivas de Panamá y convirtiéndolo en el centro de un proceso de integración de las naciones latinoamericanas consigo mismo y con el sur global. Panamá, asumiendo su destino de nación anfictiónica como presagió Bolívar, puede desprenderse de la subordinación a un Estados Unidos en decadencia, tejiendo una amplia y diversa red de relaciones de mutuo beneficio con las economías emergentes, confiando en el valor que puede contribuir al avance de la humanidad.

Transitar hacia una economía avanzada interconectada productivamente con el mundo generaría las condiciones para adoptar una política exterior independiente de toda forma de dominación externa, reflejando geopolíticamente el nuevo lugar de Panamá dentro de la división internacional del trabajo. Esto permitiría a Panamá no solo establecer una alianza internacional en defensa de la soberanía, sino sostenerla.

Pero esta estrategia es imposible si Panamá sigue permitiendo la injerencia e intervención estadounidense en sus asuntos internos. Las relaciones con EE. UU. deben ser de equidad, no de sumisión acorazada de dudosa legalidad. Por más que Estados Unidos pueda por la fuerza imponerse, el hecho de que existan acuerdos legales que lo avalen, aunque sean violatorias del derecho internacional, le brinda justificaciones ante su pueblo y la comunidad internacional. Por ello, Panamá debe revisar y revocar estos acuerdos, de forma tal que nada avale la presencia militar extranjera en el país. Esto significa desde el Salas Becker hasta el Tratado de Neutralidad. La neutralidad del Canal debe ser garantizada por Panamá con el respaldo internacional, no unilateralmente por un Estados Unidos que ya demostró interpretará el tratado a su conveniencia como con la invasión de 1989. Un Canal para la humanidad no es compatible con un Canal bajo el paraguas del pentágono.

El mundo está cambiando. Las naciones del sur global trazan hoy el camino al futuro. Mantener a Panamá encadenado a un imperialismo anacrónico sería el suicidio nacional y lo pondría en contra del curso de la historia. Pero ante el entreguismo de los gobiernos, le corresponde es al pueblo panameño organizarse y movilizarse, acuerpados por la solidaridad internacional, para transformar la indignación nacional contra Trump en la liberación de las últimas ataduras coloniales. Un Panamá soberano puede ser puente y corazón del nuevo mundo que nace.

*Richard Morales es profesor, economista político y ex candidato la vicepresidencia de Panamá por libre postulación.

Más notas sobre el tema