Paraguay: La otra peste que hay que derrotar – Por Estela Ruíz Díaz

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

Por Estela Ruíz Díaz

El coronavirus (Covid19) es una enfermedad que sigue dando dolor de cabeza porque a pesar del esfuerzo de los mejores científicos del mundo, no existe aún un medicamento eficaz que lo controle. Hay una carrera por descubrir la vacuna, hay ensayos prometedores pero no certezas. Puede que nunca se encuentre la cura, así como no hay para la simple gripe y otras afecciones con las que se aprende a convivir, a veces con éxito, a veces no. Es un virus misterioso, de origen desconocido (solo se sabe dónde surgió geográficamente) al que solo se lo combate por el momento con rústicas herramientas como lavado de manos, distanciamiento físico y mascarillas.

Así como la enfermedad deja sin aliento a los contagiados porque afecta severamente las vías respiratorias, los efectos van más allá del cuerpo humano: La pandemia también dejó sin aliento al planeta ya que provocó una destructora ola expansiva sobre las economías y puso de rodillas a los países más ricos del mundo, cuyos sistemas de salud fueron desbordados por el rápido aumento de los casos.

Paraguay entró a la fase crítica. Hoy ya está ocupado el 70% de las camas hospitalarias y a menos de 10 días del mes, ya registra 20 muertos, totalizando 69 fallecidos (al cierre de este comentario).

VIRUS ATÁVICO. Contra todas las predicciones, Paraguay enfrentó la pandemia con mayor éxito que sus poderosos vecinos. Sin embargo, esta crisis sanitaria potenció todas las debilidades institucionales: corrupción, gestión ineficaz, falta de coordinación institucional; en fin, un Estado ineficiente, débil y corrompido que ha perdido conexión con la sociedad y solo sirve a las grandes élites empresariales, políticas y a una burocracia insaciable e insensible.

Pero toda historia tiene su contracara. El éxito paraguayo no fue fruto del azar, sino el diseño de un plan asumiendo las debilidades del sistema. Pero también en el posicionamiento de los técnicos que tomaron el control del timón. Es decir, la nave quedó a cargo de quienes conocen los peligros de una crisis sanitaria.

Aún no sabemos el final de los efectos devastadores de esta pandemia, ni en términos sanitarios, ni económicos, ni sociales, ni políticos. Aún estamos protagonizando la primera etapa de la historia.

Pero son datos suficientes para temer y mirar el futuro con mayor responsabilidad y patriotismo. No puede la dirigencia colorada centrar sus energías en echar a intendentes opositores o consensuar candidaturas municipales, mientras colapsa el país en medio de la “concordia colorada”. Es una pequeña muestra de la burbuja en la que viven porque reciben su abultada paga con puntualidad suiza, mientras la mayoría del país sobrevive con las insuficientes medidas económicas.

El Gobierno colorado debe saber que la segunda ola será aún peor porque todo estará agotado: el sistema de Salud, las arcas del Estado y una sociedad crispada que podría llegar a la desobediencia civil si no encuentra respuestas en el hospital mientras agoniza su economía.

Así como se combate la pandemia en medio de carencias, ineficiencias y sospechas, el presidente debe cambiar a aquellos ineptos que por soberbia, corrupción, ineficacia e indolencia, siguen infectando el Estado gracias a sus tentáculos destruyendo las pocas células sanas que quedan.

Esta costosa pandemia no puede ser otra página negra más de las tragedias nacionales, sino el punto de inflexión para delinear y proyectar un país donde la vida no sea tan frágil por culpa de la peste de la desigualdad.

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