Soberanía tecnológica: ¿mito o posibilidad en América Latina? – Por Alejandra Dinegro Martínez

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de NODAL. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

Alejandra Dinegro Martínez*

La irrupción de la inteligencia artificial (IA) generativa, en el debate público global, viene generando una ola de preocupaciones respecto a un posible desplazamiento masivo de trabajadores, reavivando antiguos temores asociados a la automatización tecnológica. Si bien es cierto, la presencia de la IA en mercados laborales como el peruano (informal, precario, débil regulación laboral, etc.) tendrá un impacto relativo y estructural en comparación con algunos mercados europeos (redes de protección social, sindicatos fuertes, regulación estatal y capacidades de reconversión laboral).

Sin embargo, el desarrollo y la implementación práctica de estos sistemas muestran un panorama más matizado. Es decir, en lugar de eliminar puestos de trabajo de forma inmediata, está transformando los métodos de producción de conocimiento, gestión de información y prestación de servicios. La primera en ser reemplazada ha sido la propia IA, un ejemplo concreto de ello es la aparición de DeepSeek.

Pero, ¿por qué es tan relevante mencionar DeepSeek y no otros modelos de inteligencia artificial como Gemini IA, Meta IA, Claude, entre otros? Porque China a través del lanzamiento de DeepSeek demuestra que el desarrollo de IA no es exclusivo de las grandes potencias tradicionales y que otros países también pueden liderar este tipo de innovaciones con menos inversión, pero con alta calidad técnica.

Ahora bien. Esta tecnología redefine las relaciones laborales y las dinámicas del capitalismo global. A diferencia de las automatizaciones anteriores, la IA toma decisiones autónomas y se adapta, fragmentando el trabajo y acentuando la precariedad en sectores de baja calificación. En Perú, donde la informalidad supera el 70% la IA no sustituye trabajadores directamente, pero sí viene ampliando la brecha digital y excluye a quienes no tienen acceso a educación tecnológica ni programas de reconversión laboral.

En palabras sencillas: la brecha digital y la informalidad vienen funcionando como un amortiguador frente a la automatización, pero también impiden que muchos aprovechen los beneficios.

A diferencia de países con mercados laborales más sólidos, la IA viene transformando sectores como la educación, salud, servicios financieros y logística y transporte. Por nuestro lado, en América Latina, se viene insertando en la tercerización de servicios digitales, educación, retail y educación principalmente. Además, se vienen empleando modelos algorítmicos para vigilancia y control laboral sin regulaciones claras. Los algoritmos evalúan a trabajadores en sectores como salud y finanzas, generando prácticas de «despotismo digital» que reducen su autonomía.

Aunque la IA puede optimizar tareas, sigue dependiendo del juicio y creatividad humana. Sin embargo, su adopción en la región tiende a reproducir una dependencia tecnológica y cultural, comparable a modelos coloniales. Para la economista Sofía Scasserra, esta dependencia no es inevitable: tecnologías como DeepSeek muestran que es posible desarrollar IA fuera de los grandes polos tecnológicos, y existen iniciativas soberanas en la región, que realizan un uso responsable y crítico de la tecnología como lo son el portal Data Género en Argentina, ILDA en Uruguay o Linko en Perú.

El reto no es solo técnico, sino político y estructural: integrar esfuerzos regionales, evitar replicar esquemas de dependencia y definir un modelo tecnológico propio. Sin embargo, obstáculos internos como la inestabilidad política, la débil institucionalidad y la falta de acceso a educación de calidad dificultan este objetivo.

Mientras los países más avanzados compiten por el control de la IA, América Latina tiene la oportunidad de definir su propio rumbo: no se trata solo de producir tecnología, sino de decidir cómo y para qué se hace. La IA, más que una cuestión técnica, refleja tensiones propias del capitalismo actual, ampliando desigualdades y concentrando poder.

El avance de esta tecnología ha superado la capacidad de regulación estatal. La ausencia de marcos normativos permite que las corporaciones impongan sus reglas sin control. No obstante, el problema no es la IA en sí, sino su uso éticamente cuestionable, orientado a maximizar beneficios sin considerar impactos sociales.

Frente a esto, se necesita democratizar el acceso a la tecnología, regular su impacto laboral y fomentar una soberanía tecnológica que permita a los trabajadores aprovechar sus beneficios. La IA debe entenderse como una herramienta que, con una gobernanza adecuada, puede contribuir a un mercado laboral más justo y sostenible.

*. Socióloga por la UNMSM y directora del Observatorio de Plataformas-Perú.

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