«América Latina en disputa: Contra la tesis del fin de ciclo progresista». Artículo de la analista internacional ecuatoriana Valeria Puga Álvarez

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A fines de los noventa e inicios del siglo XXI, varios países de la región dieron un giro hacia la construcción de Estados autónomos frente al poder económico con la emergencia de gobiernos comprometidos con un proyecto nacional-popular y de vocación integracionista. El posneoliberalismo como gran mérito histórico, había logrado romper el pacto entre élites que se había normalizado y cuasi institucionalizado al interior de las débiles repúblicas. Pero ganar en las urnas no necesariamente se ha traducido en tener el poder. En más de una década, ninguno de los gobiernos posneoliberales ha sido inmune a los intentos de desestabilización de los grupos más reaccionarios. Tampoco han logrado sortear la permanente campaña de deslegitimación y desinformación de las corporaciones mediáticas, cuyo alcance ha excedido las fronteras continentales.

La derecha en América Latina no abandonó la campaña, ni siquiera en los primeros momentos en que la izquierda conquistaba electoralmente; por el contrario, frente a su debilidad en el escenario de la disputa política, y muy a modo “fuenteovejuna”, utilizó instancias privadas y de la “sociedad civil” como medios de comunicación, ONG, empresas, corporaciones, transnacionales, federaciones e incluso apeló a instituciones internacionales para explotar los errores de sus oponentes y darle la vuelta a sus aciertos.

Contra el “fin de ciclo”

Argentina President's GoodbyeLuego de quince años de gobiernos posneoliberales, de retorno del Estado, de exitosas políticas redistributivas, de democracia participativa, de soberanía y de nuevo regionalismo, la derecha ha logrado sus primeras victorias electorales en Argentina y Venezuela, países fundamentales para la integración regional y la continuidad de la agenda programática progresista. El aire que han dado estos triunfos a la derecha continental ha permitido colocar sin reparos la tesis del “fin de ciclo”. Ciertamente, es imposible subestimar las pérdidas del kirchnerismo y del chavismo en Argentina y Venezuela respectivamente. Peor aún, en un escenario en que la oposición brasileña no ha claudicado en su intento por derrocar a la presidenta Dilma Rousseff vía impeachment y otros métodos de golpe blando como el calentamiento de calle o el desprestigio a través de los medios de comunicación. Sin embargo, hay algunos argumentos para no sentenciar un cierre, al menos no por ahora. 

Cristina FernandezPrimero, la derecha ha sido incapaz de reconstituirse políticamente desde su enunciación natural, y para volver ha tenido que situarse en el cortoplacismo de la antipolítica, moderar su discurso con cierto consignismo y apoyarse en el marketing de neón. Aquello implica que para gobernar y sostenerse con legitimidad a largo plazo, difícilmente podrá saltar hacia una agenda neoliberal agresiva sin que tenga a las puertas un clima social conflictivo.

Segundo, la derecha no ha triunfado por un proyecto de país elocuente, claro y alternativo al de la apuesta posneoliberal, sino porque ha logrado explotar mediáticamente los errores y puntos débiles de esos gobiernos. Ha exacerbado sus desaciertos en el control de la corrupción, en la gestión pública y en las formas de hacer política. Esto, sumado al frágil panorama económico del último año -debido a la baja en los precios de los commodities-, le ha dejado un terreno más fácil de conquistar.

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Tercero, no se puede reducir el inicio o fin de un ciclo únicamente al triunfo electoral, pese a ser un gran síntoma de la configuración de un
nuevo marco de disputa. Tanto el chavismo como el kirchnerismo han consolidado un fuerte respaldo popular que trasciende a los períodos gubernativos y cuyo espectro de articulación va desde organizaciones políticas hasta grupos de ciudadanos “empoderados” y “autoconvocados”, algo que todavía la derecha ha sido incapaz de lograr porque ni siquiera está en su ADN hacerlo.

El síntoma: la complejización del escenario regional

El escenario regional y, fundamentalmente el proyecto de integración, se complejiza con el triunfo de la derecha de Macri en Argentina y de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) en Venezuela, pero referirse a un fin de ciclo por las razones ya mencionadas, y tomando en cuenta que todavía son mayoría los gobiernos posneoliberales, resulta aún muy prematuro.

¿Pero por qué el triunfo de Mauricio Macri causa tanta preocupación en el posneoliberalismo latinoamericano si ya sobrevivió al triunfo de la derecha de Sebastián Piñera en Chile en 2009? ¿Por qué supone la victoria legislativa de la MUD para algunos sectores –principalmente de derecha- el fin de un ciclo progresista? Hay varias aclaraciones que hacer y a más de una semana de la asunción de la presidencia de Macri, parecen multiplicarse.

Mauricio Macri, Susana MalcorraEl triunfo de Mauricio Macri no es equivalente a la victoria de Sebastián Piñera. El giro posneoliberal y la consolidación de un proyecto regional -más allá del funcionalismo transaccional- tuvo tres grandes procesos que le dieron forma e impulso: el chavismo en Venezuela, el petismo en Brasil y el kirchnerismo en Argentina.  Sin estos tres pilares, la construcción de un integracionismo renovado y soberanista habría sido incluso impensable. Por eso, la llegada al poder de Macri, cuya propuesta mira hacia la Alianza del Pacífico, al eje Washington – Bruselas y no ha tenido reparos en atentar contra el chavismo de Maduro, puede ser una amenaza para el avance del proyecto de integración. Además, el gobierno de Mauricio Macri ha adoptado un cariz agresivo fácilmente comparable con el uribismo. A través de una serie de medidas antidemocráticas y poco o nada republicanas, los elegidos del PRO pretenden borrar de un plumazo lo alcanzado durante el kirchnerismo. Aquello  dista mucho de una derecha como la de Piñera que, aunque corporativa e ineficiente, procuró al menos no retroceder a costa de las instituciones.

La MUD también se apresta a aniquilar al chavismo, pero mientras Nicolás Maduro siga en el poder y sus bases se recompongan, le será difícil. Lo cierto es que la derecha, que erradamente fue leída como light, no ha tardado mucho en revelar sus oscuridades.

¿Hacia el empate de fuerzas?

Si bien no puede hablarse de un fin de ciclo posneoliberal, existe cierta tendencia hacia un empate en la correlación de fuerzas en la región. Y ahí el Brasil de Dilma y Lula sigue fungiendo como el gran determinante. Aún la balanza se inclina a favor del progresismo, pero si no tiene la capacidad de recuperarse y reconducirse, puede acelerar su derrota.

El fin de ciclo no es sólo una cuestión de fuerzas externas, ni vendrá por la inteligencia –artificial-  de la derecha. Por el contrario, y como demuestran los resultados, es un asunto que depende de la propia capacidad de autocrítica, reinvención y corrección de las apuestas posneoliberales.

Por esbozar algunos puntos: la formación de nuevos cuadros, el fortalecimiento ético del partido y del Estado, el cambio de la matriz productiva, la eficiencia en la gestión pública, la construcción de hegemonía cultural y la aceleración de la integración regional, son grosso modo, algunos pendientes de más de una década ganada.

*Máster en RRII Flacso / Analista Internacional / Columnista El Telégrafo/@Valeria_RRII

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