El Jazz y la paz en tiempos de pandemia – Por Jorge Riquelme y Juan Pedro Sepúlveda, especial para NODAL

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Por Jorge Riquelme* y Juan Pedro Sepúlveda**, especial para NODAL

América Latina y el Caribe, como todo el mundo, está sumida en un período oscuro, marcado por una crisis sanitaria que ha determinado el devenir de cada ámbito de la vida humana. Este contexto global nos trae a la memoria el film de Ingmar Bergman“El séptimo sello”, donde un caballero cruzado en una Europa diezmada por la peste, juega una partida de ajedrez con la muerte, quien ha venido a cobrar su alma. También hay dos crudas novelas que nos ayudan a entender este momento: “La peste” de Albert Camus y “Ensayo sobre la ceguera” de José Saramago. Ambas obras ilustran de manera brutal la manera en que el egoísmo y la irracionalidad campean en escenarios de crisis, dando cuenta que una pandemia, antes que un fenómeno sanitario, es una cuestión moral.

Lo cierto es que la expansión del COVID-19 ha tenido efectos directos en la convivencia privada y la vida social en la región, tal cual lo expresan las atroces cifras en materia de violencia familiar y seguridad ciudadana. En esta línea, es claro que la pandemia está incidiendo en las metodologías de la delincuencia y el crimen organizado -tal vez la principal amenaza de los gobiernos latinoamericanos- incrementando las tasas de ataques violentos, convulsionando la vida en las cárceles y facilitando el cibercrimen, ante el desarrollo exponencial del teletrabajo, entre muchos otros efectos. A ello se suma el incremento de los niveles de violencia en los conflictos armados que se despliegan en el mundo, muchos de los cuales se han visto recrudecidos, como es el caso del difícil momento que atraviesa el proceso de posconflicto en Colombia y el presente de inestabilidad política en Haití. En suma, se trata de un mundo convulsionado,desde el punto de vista de lo público y lo privado, ante el cual nadie puede estar indiferente.

No obstante, este escenario turbulento no puede negarnos momentos de placer y contemplación, que pueden justamente ayudarnos a conllevar la vida diaria en medio de la pandemia y su secuela de encierro. Nos referimos al papel que puede cumplir la experiencia del Jazz para enfrentar cada día. No en vano, en noviembre del 2011 la UNESCO proclamó el 30 de abril de cada año como el Día Internacional del Jazz, considerando su importancia como aporte para la paz global y como herramienta educativa, que promueve el entendimiento y la cooperación entre las sociedades y los pueblos del mundo. De hecho, el Jazz ha estado en diversas ocasiones en la palestra durante la pandemia, aunque no siempre por buenas noticias. Cabe recordar que en febrero pasado el gran Chick Corea falleció a los 79 años de edad, afectado por una rara forma de cáncer. Más recientemente, el trompetista chileno Cristián Cuturrufo falleció debido a complicaciones derivadas justamente del COVID-19, dejando un espacio difícil de llenar en ese país.

Como género musical, el Jazz hunde sus raíces en la cultura afroamericana del New Orleans profundo, estando su desarrollo íntimamente relacionado con la lucha por la dignidad humana, la promoción de la democracia y la defensa de los derechos civiles, particularmente los relacionados con la lucha contra todas las formas de discriminación y racismo.El Jazz surge como un punto de encuentro y de integración, cuando la segregación y la exclusión eran norma. Una expresión que desde el dolor y la esperanza se abre hacia la reconciliación, hacia el reconocimiento del otro, para transformarlo en unidad. El Jazz expresa los colores del mundo, forja diversidad guardando su singularidad. Hace del silencio y del sonido sus cimientos de inspiración y empuje. Conocida es la frase de Miles Davis que señala que “El silencio es el ruido más fuerte, quizás el más fuerte de todos los ruidos”. El constante cambio, el movimiento permanente, el sentirse siempre disconforme para poder progresar fue el motor del “Príncipe de las Tinieblas”. Una inspiración inagotable por la búsqueda de superación, de apertura hacia horizontes infinitos, la experimentación como regla de oro y, sobre todo, la expresión de la libertad.

Tal cual señala el célebre historiador y profundo conocedor de la historia social del Jazz, Eric Hobsbawm, este estilo desde sus orígenes no sólo representa un tipo de música, “sino también un símbolo y una causa”, íntimamente vinculada con la cultura del New Deal de Franklin D. Roosevelt. A juicio de Hobsbawm, el Jazz sería, en resumidas cuentas, la aportación musical más seria de Estados Unidos a la cultura mundial, cuya expansión primigenia iría de la mano del auge del capitalismo y del negocio de la diversión de las masas cada vez más urbanas de las clases media y baja estadounidenses.

También, cabe señalar el fuerte vínculo establecido entre el Jazzy el Cine, otro ámbito que ha cumplido un papel trascendental para la vida en pandemia. Ambas disciplinas fueron acompañándose y creciendo a lo largo del siglo XX, proyectándose como expresiones artísticas que se cruzan, enriqueciéndose y compenetrándose mutuamente, formando parte fundamental de la vida artística en la actualidad. Directores como Spike Lee, Woody Allen, Clint Eastwood y el recientemente fallecido Bertrand Tavernier han hecho del Jazz su musa para plasmar en la pantalla historias, reales o ficticias, de músicos atormentados y apasionados, llenos de contradicciones que muchas veces reflejan un mundo bohemio de sombras y luces muy asociado al universo estético del Jazz. Películas como Mo´Better Blues, Sweet and lowdown, Bird y Round Midnightson algunos de esos ejemplos. Respecto a la musicalización de algunos films memorables, no cabe duda que el primer largometraje de Louis Malle, Ascenseurpourl´échafaud, es por excelencia la máxima expresión de cómo el Jazz, bajo la maestría de Miles Davis, puede llegar a ser el principal protagonista. En esa misma línea, las contribuciones de Quincy Jones, Herbie Hancock, Oliver Nelson y de los argentinos Lalo Schifrin y Gato Barbieri –para citar sólo algunas- son también modelos de inspiración notables para el séptimo arte.

En los tiempos violentos que corren, donde revisar la prensa diaria puede resultar una experiencia espeluznante, le recomendamos darse el tiempo y escuchar una pieza de Jazz y recibir de vuelta un influjo de estabilidad, imaginación y entusiasmo. Como sostenía Nina Simone, “el Jazz no es solo música; es una forma de vida, una forma de ser, una forma de pensar”. En tal sentido, es una fuente inagotable de libertad y paz. Una fuerza musical que no tiene fronteras, que improvisa sobre la base de su propia energía generando nuevos espacios de encuentro, vitalidad, armonía y también de caos. Es simplemente el reflejo de nuestra humanidad, de nuestro pasado, presente y futuro. La construcción y búsqueda permanente de una identidad universal. Desde luego, los excesos y la espiritualidad se funden también en el Jazz, tal cual lo expresa la propia vida de John Coltrane. Su devoción hacia el amor supremo surgió desde las entrañas del sufrimiento, del dolor y la esperanza, la oscuridad y la lucha como un camino para llegar hacia la luz, la libertad en su estado más puro.

Además, el Jazz abraza la belleza, la elegancia y la sofisticación, sin ser arrogante. Apreciar el Jazz es un instante de calma y de profunda intromisión, una voz aterciopelada que penetra el alma, una Billie Holliday que dialoga con Coleman Hawkins y Lester Young o una Ella Fitzgerald que se conmueve con Louis Amstrong al son de Porgy and Bess. Los límites para el Jazz no existen. Los rompe, los hace trizas porque su karma es así. Su cuna es afroamericana pero su destino es ser cosmopolita, un patrimonio de la humanidad, que se celebra escuchando desde la guitarra gitana de Django Reinhardt, hasta los solos improvisados de un cerebral Keith Jarret, pasando, en el ámbito latinoamericano, por la sensualidad de la Bossa Nova de João Gilberto y Tom Jobim, el Jazz afrocubano de Chucho Valdéso por el Jazz Huachaca del chileno Lalo Parra. En la misma línea, es igualmente notable el álbum Cumbia & Jazz Fusion de Charles Mingus, en cuya grabación participaron percusionistas colombianos.

El Jazz está en todas partes y en ninguna al mismo tiempo. No tiene género, no tiene raza. Cruza generaciones, de Duke Ellington a Robert Glasper, de Sarah Vaughn a Stacey Kent, de Sonny Rollins a Melisa Aldana, de Bill Evans a Gonzalo Rubalcaba. El Jazz es encuentro, es paz y libertad, es finalmente humanidad. En los tiempos que vivimos, tal vez los peores de la pandemia con su secuela de psicosis y estrés, le recomendamos entregarse, al menos por unos minutos, a la contemplación del Jazz, Peace Piece de Bill Evans puede ser un buen comienzo.

*Analista político, doctor en Relaciones Internacionales, Universidad Nacional de La Plata (UNLP), Argentina

**Diplomático de carrera, cientista político, Pontificia Universidad Católica de Chile


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