Espejismo y realidad de la política-espectáculo – Por Álvaro Sanabria Duque

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de NODAL. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

Álvaro Sanabria Duque*

El experimento que los poderes multilaterales están realizando en Argentina, con profundos y regresivos efectos sociales y de los derechos humanos, obliga a todos los actores alternativos a mantener los ojos bien abiertos, pues programas de esa naturaleza van a regarse cómo pólvora en los demás países de la región.

Ante una multitud de al menos 100 mil personas, reunidas en la plaza de Cibeles de Madrid, como punto de confluencia de la llamada Marcha del Cambio, el 31 de enero de 2015 el joven político Pablo Iglesias, líder del también novel movimiento alternativo Podemos, en su discurso de presentación dijo: “Hoy decimos a esos aristócratas arrogantes, a esa casta que insulta y miente: la libertad y la igualdad triunfarán”.

En entrevista que le hiciera la revista New left review en su número 93 de julio-agosto de 2015, la que ya era una figura política de su país, como esperanza para la construcción de una sociedad distinta, declaró: “En el contexto de profunda desafección hacia las elites, nuestro objetivo era identificar a ese pueblo de la televisión con un nosotros nuevo, aglutinado inicialmente por el significante Pablo Iglesias. Antes y durante la campaña, nuestro trabajo en las tertulias sirvió incluso para introducir nuevos conceptos y argumentos que definieron el terreno de batalla a nuestro favor. La manera en la que se ha impuesto la noción de casta es quizá el mejor ejemplo de lo que decimos”.

“Casta” y “pueblo de la televisión” fueron expresiones que en su momento no llamaron la atención de los críticos de la política, pero que revelaban que los partidos progresistas que buscaban renovar las propuestas socialdemócratas asumían, con todas sus consecuencias, los principios de la política-espectáculo. En la entrevista mencionada, Iglesias sería totalmente explícito: “Por eso, el objetivo principal de la campaña era básicamente explicar que «el chico de la coleta» que salía en la televisión se presentaba a las elecciones. Esas circunstancias son las que explican que optáramos por una iniciativa inédita en nuestro país: usar la cara del candidato en la papeleta electoral. El pueblo de la televisión no conocía a una nueva formación política llamada Podemos, sino a un tertuliano con coleta”. El caudillismo mediático sustituía no sólo al programa, quizá lo más importante en otros tiempos, sino al mismísimo partido político.

Ocho años más tarde, en Argentina, desde el lado contrario del espectro político, la presencia permanente como tertuliano en los programas de televisión de un individuo desagradable por soez y gritón, que responde al nombre de Javier Milei, montado no sólo sobre el “pueblo de la televisión” sino también sobre el “pueblo juvenil de las redes sociales”, los pubertarios (expresión compuesta de púber y libertarios, el autonombre que se dan los seguidores del político), asumió la presidencia de Argentina, esgrimiendo metáforas violentas como el uso de la motosierra para eliminar la “casta”. La expresión volvía a ser exitosa pese a lo gaseoso de su significado, esta vez como muletilla de apoyo a una candidatura victoriosa de la derecha.

Cuando la votación de la primera vuelta ubicó al personaje como uno de los contendientes por la presidencia en la segunda vuelta, fue al canal América TV, y entre lágrimas y risas dio las gracias a Alejandro Fantino y recordó a Mauro Viale, muerto poco tiempo antes, diciendo que tenía que ofrecerles el resultado, pues ellos eran “los padres de la criatura”. Los dos personajes televisivos, como conductores de las llamadas tertulias, conscientemente, buscaron hacer del individuo una cara conocida y atractiva para los electores. Como en el caso de Pablo Iglesias, el pueblo de la televisión y de las redes sociales no conocía una nueva formación política sino, en este caso, al tertuliano del aspecto desgreñado y desapacible, con no pocas señas de padecer desórdenes mentales, pero que prometía destruir todo lo existente y provocar un cambio.

De la casta a la realidad del poder

La expresión casta en la sociología política es atribuida a Gaetano Mosca, político y sociólogo conservador italiano de finales del siglo XIX y la primera mitad del XX, que haría de la presencia permanente en el mundo de las ramas del poder público la condición para la pertenencia a una elite. El hecho que sea la llamada clase política la más mediática, ha llevado a la confusión de gobierno con poder, y a dejar de lado que en las llamadas democracias las elecciones consumen ingentes cantidades de dinero que los profesionales de la política no poseen, generando dependencia de los grandes capitales que los patrocinan, cuyos poseedores, en no pocas ocasiones, son amigos de permanecer en las sombras.

Los estudiosos de las elites, en plural, colocan en el mismo plano a académicos, políticos y grandes capitalistas, velando la naturaleza de las formas reproductivas de las relaciones sociales de dominación, y su origen en la apropiación de los factores de la producción más importantes. El enriquecimiento personal de los políticos, el uso de los recursos del Estado como botín, y en general todos los factores de la corrupción de las burocracias, despreciables y dignos de ser perseguidos sin tregua no deben, sin embargo, ser convertidos, en las causas estructurales de los abismos entre las clases sociales. El uso de eufemismos como casta, entonces, logra desviar la atención de que el capitalismo es una relación antagónica en la que las clases principales tienen intereses divergentes, y que en la llamada democracia gobierno y poder no son sinónimos, por lo que apuntar exclusivamente a la corrupción de los políticos es dejar por fuera por lo menos el 90 por ciento de la explicación de las asimetrías sociales.

Pablo Iglesias, en España, no pudo ser presidente, pero hizo parte del gobierno de Pedro Sánchez en 2020, como “vicepresidente de derechos sociales”, y el concepto de casta, inexplicablemente usado por un movimiento progresista, si nos atenemos a su origen, terminó desapareciendo del lenguaje del movimiento. El intento de sustitución, por uno aún más opaco, “La trama”, de nula resonancia, mostró la impotencia de un movimiento político que, heredero de la revuelta de “los indignados”, y en un ambiente optimista de agitación de la izquierda, con el triunfo en Grecia de la Coalición de la Izquierda Radical (conocida como Syriza), y, previamente, con el remezón provocado en Estados Unidos por el movimiento Ocupa Wall Street en 2011 –que luego de la gran crisis de 2008 planteaba la necesidad de un cambio social trascendente, con el lema 99-1, hoy casi olvidado, que invitaba a deshacer la situación en la que el uno por ciento acapara el 99 por ciento de la riqueza, mientras que el 99 restante tiene que repartirse tan sólo el uno por ciento– fracasó estruendosamente.

Hoy, Podemos, el partido que había prometido acabar al bipartidismo en España, es un movimiento en extinción, y Pablo Iglesias, el joven maravilla de la política europea de 2015, tuvo que regresar a su papel de presentador de televisión. Los partidos políticos tradicionales siguen siendo mayoría absoluta, y la aparición de Vox, movimiento de la ultraderecha y tercero en la preferencia de los españoles, ha tenido como efecto mover aún más hacía el centro los restos que quedan de los grupos herederos de Podemos, que ya actúan como unos más dentro del sistema político convencional.

Pese al éxito de su uso, en Argentina el término “casta” es aún más equívoco, pues Luis Caputo y Patricia Bullrich, funcionarios de primera línea del gobierno derechista de Mauricio Macri (2015-2019), fueron nombrados por el actual gobierno –cuya promesa central era expulsar la casta– en los ministerios de economía y seguridad –los dos más importantes de ese país. De los políticos, calificaron tan sólo como “casta” a los opositores, a los que fueron sumados los dirigentes de los movimientos sociales como es el caso de sindicalistas, líderes feministas o ambientalistas y a las cabezas visibles del sector cultural. Pero, quizá lo más llamativo es que el programa de gobierno que busca implementar el actual presidente fue diseñado en su totalidad por Federico Sturzenegger, expresidente del Banco Central argentino, que lo dirigió, también, en el gobierno de Mauricio Macri. Sturzenegger ha ocupado cargos en la burocracia desde 2001 y durante un breve periodo fue funcionario electo, siendo ese un ejemplo claro de lo que Mosca definía como miembro de una casta.

El plan que busca implementarse no fue elaborado para la campaña de Javier Milei, sino para la de Patricia Bullrich, como lo mostró el periodista Horacio Verbitsky en su columna “Nada es gratis” de diciembre del año pasado, en su página web El Cohete a la Luna. Es decir, que tanto el macro-decreto de necesidad y urgencia (DNU 70/2023) de 366 artículos que modifica o deroga leyes que regulan los sectores laboral, comercial, de salud, inmobiliario, y el aeronáutico, como la Ley de Bases y Puntos de Partida para la Libertad de los Argentinos –más conocida como Ley Ómnibus–, de 660 artículos en su versión original, que debe ser discutida por el Parlamento, y que no es más que una reforma constitucional sin asamblea constituyente, son en realidad un programa del área más reaccionaria del establecimiento que gobierna en cuerpo ajeno. El de un personaje chocante al que puede atribuírsele, por su condición extravagante, en caso de fracaso, el intento del ataque radical a los pocos derechos de los grupos subordinados, como el exabrupto de un extremista extraviado, sin que eso termine afectando de forma importante la reputación de los grupos tradicionales. El ensayo es realmente de la elite económica y su explosivo alcance apunta a que si tan sólo logran la mitad, será enorme el avance contra los derechos de los trabajadores, el recorte de garantías sociales y la reducción de los mecanismos de control a las depredaciones.

La participación de tecnócratas de los conglomerados económicos más grandes del país en la elaboración del gigantesco articulado es un hecho probado, lo que señala a las claras que el término plutocracia (gobierno de los ricos) es una realidad, que mimetizándose en movimientos con tendencias aparentemente divergentes, aprovecha la urgencia del cambio que manifiestan las clases subalternas, para ilusionar temporalmente con personajes efectistas que plantean salidas que no contemplan lo central de sus problemas: la redistribución del trabajo y los ingresos.

En el discurso de anuncio de la promulgación del DNU 70/2023, el estrafalario personaje, ya fungiendo como Presidente dijo, sin sonrojarse, que Argentina, que había sido a principios del siglo XX la primera potencia mundial, había quedado en la ruina por “el colectivismo, que es una forma de pensamiento que diluye al individuo en favor del Estado”, repitiendo públicamente un mito de tertulianos de cantina. En el Foro de Davos afirmó que los que “deben defender los valores de Occidente se encuentran cooptados por una visión del mundo que inexorablemente conduce al socialismo, y en consecuencia, a la pobreza”, para contradecirse al final y decirle a los empresarios allí reunidos, “No se dejen amedrentar por la casta política ni los parásitos que viven del Estado. Ustedes son benefactores sociales, héroes, creadores del período de prosperidad que jamás hemos vivido”. De “estar cooptados” ha “ser amedrentados” hay una distancia significativa, pero eso es algo que en demagogia importa poco.

Confundir Estado-centrismo con colectivismo, tampoco parece ser algo significativo, pues la prensa convencional –incluso la academia–, lo hace a menudo sin el más pequeño intento de corrección. El Estado-centrismo ha sido usado como política por todas las tendencias, incluidos los liberales defensores del Estado del Bienestar, qué en los países del centro capitalista entre las décadas del cincuenta y el ochenta de siglo pasado, la etapa dorada del capitalismo en Occidente, fue la guía de la organización social. Colectivo es y ha sido el proceso de trabajo –incluso en aquellas etapas de la humanidad en las que aún no había Estado–, y cada vez en un grado mayor a medida que la especialización ha ido ganando en profundidad. La antinomia individuo-Estado es pues una falacia y los ultraliberales, incluidos los anarco-capitalistas a los que pertenece Milei, la usan para no tener que negar lo innegable, la existencia de lo social y la sociedad como una emergencia de individuos organizados, es decir, colectivizados.

¿América Latina, nuevamente laboratorio?

El nuevo gobierno argentino mostró como un éxito, tras escasos tres meses de gestión, el haber alcanzado, por primera vez en doce años, superávit fiscal. Sin embargo, mirado de cerca no es más que maquillaje si tenemos en cuenta que según el Instituto Nacional de Estadística y Censos de la República Argentina (indec), la construcción cayó 21,7 por ciento, siendo la contracción del asfalto del 61,9, como consecuencia de la parálisis casi total de las obras de infraestructura del Estado. Los gastos del Ministerio de Salud fueron reducidos en el 40 por ciento y los de la superintendencia de Salud en 59; los de algunos hospitales públicos han caído hasta en 51 (Hospital Posadas); los programas sociales padecen su total desfinanciación, y a la Administración Nacional de la Seguridad Social (Anses), encargada de los subsidios de los grupos marginales, le cortaron los desembolsos en el 38 por ciento, algo insostenible por mucho tiempo.

La disminución del salario real en los dos primeros meses de este año ha sido del 18 por ciento, afectando las ventas minoristas que según la Cámara Argentina de la Mediana Empresa (Came) cayeron en un por ciento del 25,5, siendo destacable la reducción de 13,2 en el rubro de alimentos. Según el Indec, la producción industrial fue menor en el 12,8 en el mes de enero si es comparada con ese mismo mes del año anterior, indicando una recesión de grandes dimensiones que los pronósticos auguran no podrá ser superada este año.

El cierre de la agencia de noticias estatal Télam y los recortes en los gastos del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (Incaa); en el Fondo Nacional de las Artes (FNA); en el Instituto Nacional del Teatro (INT); en el Instituto Nacional de la Música (Inamu); la Radio Nacional y la televisión pública, no sólo obedecen a la búsqueda de mostrar superávit fiscal, sino a considerar que deben ser dinamitados de alguna manera porque para los anarco-capitalistas son instrumentos del “marxismo cultural”. La ideología de género (que incluye entre otros, el feminismo y el movimiento Lgbti), según la expresión de los ultra-conservadores, el ambientalismo y los movimientos por los derechos humanos, para los extremistas de derecha, atentan contra la familia y la individualidad, y deben ser objetivo en lo que han denominado la “batalla cultural”.

Para la visión convencional de la economía, los anarco-capitalistas son una secta minoritaria que no ha contribuido al enriquecimiento de la conceptualización de su disciplina. Niegan, por ejemplo, la existencia de “fallos del mercado” que los economistas convencionales reconocen al aceptar, por ejemplo, que las actividades económicas tienen efectos no deseados que no están contenidos en el sistema de precios, y que son categorizados como externalidades. Seguidores de la secta, como Milei, niegan ese hecho o el de la inexistencia de la competencia perfecta, para citar otro ejemplo, y a pesar de ser incapaces de explicar esas anomalías, aún así sostienen la infalibilidad del mercado siendo, por tanto, en toda regla, creyentes fundamentalistas que convierten al idealizado mercado en un deus ex machina (el Dios que subsana incoherencias) que explica todo lo social. Y tal como contraponen individuo a Estado, también contraponen Estado a Mercado y Estado con libertad, haciendo de individuo, mercado y libertad una sinonimia confusa y alrevesada sin ningún soporte.

En el enorme conjunto de metas de destrucción que contemplan el DNU 70/2023 y la llamada ley Ómnibus, bien vale señalar algunos aspectos que deberían llamar la atención sobre lo buscado por los poderes reales que están detrás del engendro. En primer lugar, el propósito de desescolarización contemplado para un horizonte de mediano y largo plazo, al declarar como no obligatoria la escuela a partir de los 9 años, que puede ser sustituida por educación a distancia, y en la que no es imperativo seguir programas ni criterios pedagógicos oficiales. Que la extrema derecha considere los centros educativos como nidos donde infantes y jóvenes son adoctrinados en el “marxismo cultural”, que defiende aspectos como los derechos de las mujeres, los de las minorías sexuales y la protección ambiental, es la razón de su ataque a la escuela.

El ideal para los seguidores de la llamada escuela austriaca de economía (la fuente de los anarco-capitalistas) es el “unschooling”, en el que son los padres quienes deciden lo que deben aprender sus hijos sin ninguna guía o condicionamiento externo, y, como alternativa, aunque para ellos no ideal pero aceptable, el “home-schoolling” que mantendría algunos criterios del colegio, pero aisladamente en la casa. La des-socialización temprana, a través de la desescolarización, es un objetivo explícito de estas propuestas. El multimillonario conservador Elon Musk diseñó para sus hijos y los empleados de Space X –empresa del oligarca–, un centro educativo con el nombre de Ad Astra, en el que el eje de la enseñanza es la tecnología, enfatizada en robótica, programación e inteligencia artificial, y en la que ni deportes ni artes pueden hacer parte del currículo. Josh Dahn, el responsable del diseño de Ad Astra, quiere masificar el método mediante el programa en línea Synthesis School, que es mostrado como la escuela del futuro. ¿Eliminar la escuela presencial y ahorrarse los costos de su funcionamiento es una de las metas inmediatas para la reducción del gasto público en el mundo? La austeridad creciente que nos amenaza y el estimar una parte de la población como desechable pueden estar detrás de este tipo de ideas.

El ataque a la protección ambiental es otro de los elementos centrales de las metas de la ultraderecha, como quiera que son negacionistas del cambio climático. La modificación de la ley de glaciares que proponen en Argentina para permitir en esas áreas la minería; la derogación de la ley de la protección de bosques para permitir la deforestación, y la del control de quemas con el claro propósito de abrir la frontera agropecuaria y apropiar el territorio destinado a conservación, son otros aspectos regresivos de las leyes propuestas. La desregulación total del comercio internacional, la eliminación de las restricciones a la apropiación de tierras por extranjeros y la enajenación obligatoria de las empresas propiedad del Estado, porque este no puede ser propietario de activos productivos, bajo el supuesto, ya no que el Estado es mal administrador, sino que eso es violatorio de la libertad, porque ese tipo de propiedad puede ser usado “políticamente”, son aspectos adicionales de unas medidas justificadas en la ideologización fanática, pero que los verdaderos poderes que las promueven buscan imponer para la absolutización de su dominio.

Si no fueran tan trágicas las consecuencias de esa visión del mundo y medidas de gobierno, movería a risa la afirmación de que si Argentina acepta el programa quedará lista para recuperar “su primer puesto como potencia en el mundo”, pues lloverá la inversión extranjera como maná del cielo ¿Estarán enterados los promotores de esas leyes que sus ídolos más importantes como Trump o Le Pen son nacionalistas económicos? ¿Que el lema de hacer nuevamente grande a Estados Unidos pasa por su reindustrialización y no por exportar capital? ¿Qué existe un freno o incluso una regresión en el denominado proceso de globalización? ¿Qué hay algo que desde los inicios del capitalismo se llama división internacional del trabajo, y que la liberación de ese yugo en los países del sur pasa por una descolonización que busque más autosuficiencia y, por tanto, menos apertura y no más?

El experimento que los poderes multilaterales están realizando en Argentina nos obliga a mantener los ojos bien abiertos, pues programas de esa naturaleza van a regarse cómo pólvora en los demás países de la región, y el ejemplo de Chile como laboratorio del neoliberalismo en los ochenta del siglo pasado, no podemos olvidarlo. Ese viejo adagio, repetido hasta el cansancio, de que “cuando las barbas de tu vecino veas afeitar, pon las tuyas a remojar”, es hoy más que nunca necesario tenerlo presente.

*Economista de la Universidad Nacional de Colombia, Magister en Medio Ambiente y Desarrollo y profesor de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas. Analista de desdeabajo.info

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